La pregunta anterior tendrá una respuesta inmediata en quienes han indagado sobre el cristianismo; claramente la religión del amor. No ocurrirá lo mismo con aquellos que suponen que el cristianismo promueve sentimientos de lástima por el que sufre, o que implica facilitar el acceso a Dios para que nos conceda soluciones en situaciones de emergencia e incluso que el cristianismo promueve el altruismo, es decir, el sacrificio por los demás aun a costa del sufrimiento propio.
Esta última interpretación proviene de considerar la muerte de Cristo como un sacrificio personal y voluntario que favorece a los peores, mientras que en realidad intenta favorecer a las generaciones presentes y futuras, indicándoles la moral que deberían adoptar. Para comprender la diferencia entre amor al prójimo y altruismo, puede hacerse una analogía con el caso de una mujer embarazada a quien el médico que la atiende le comunica que uno de los dos ha de morir, la madre o el hijo por nacer, y que ella debe elegir. Si el amor propio supera al amor por el hijo a nacer, la madre optará por salvar su propia vida. Si, por el contrario, prefiere que viva su hijo, podrá interpretarse su decisión como una muestra de amor, o bien como una muestra de altruismo, pero no ambas.
Cuando existe amor suficiente, la madre sabe muy bien que en el futuro se lamentará por la muerte de su hijo por nacer, por lo que no tendrá dudas en optar por morir ella. Esa misma elección, cuando proviene de una actitud altruista, implica que no existe amor suficiente, sino que tal decisión ha de ser tomada teniendo en cuenta principios antes adoptados con una plena convicción. Nicolai Berdiaev escribió: “Se habla de altruismo cuando el amor se enfría y muere” (De “El sentido de la creación”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1978).
En el caso de la muerte de Cristo, es posible una doble interpretación, es decir, o bien que murió por amor a la humanidad o bien que lo hizo por puro altruismo, ya que el amor no existió. En el primer caso, si no hacía lo que sugerían las profecías, la humanidad habría de seguir por el errado camino seguido hasta entonces. De ahí que habría de arrepentirse por el resto de sus días por no haber actuado según lo requerían las circunstancias del momento. Luego, se descarta la segunda alternativa por cuanto Cristo dio muestras de amor por la humanidad y su ejemplo fue de amor y no de altruismo. Juan Bautista Alberdi escribió: “Con la sangre de Cristo fue sellado el triunfo de la doctrina, que haciendo libres, iguales y hermanos a todos los hombres y pueblos de la tierra, debía fecundar la historia moderna, echando los fundamentos de una sociabilidad humanitaria y nueva, sobre las ruinas de una sociabilidad estrecha y vieja” (De “El pensamiento vivo de Alberdi” de Jorge Mayer-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1983).
En realidad, la palabra “altruismo” fue empleada recién en el siglo XIX, por lo que, pareciera, nunca antes se hablaba de tal posibilidad en el caso de Cristo. “Altruismo: palabra derivada del latín alter (otro), y creada por Auguste Comte para designar la actitud opuesta al egoísmo” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).
El altruismo es promovido por los sectores socialistas, por cuanto tal tendencia política tiende a favorecer a todo lo que se oponga al capitalismo. Y como se sugiere con frecuencia que la base del capitalismo es el egoísmo, tales sectores promueven al altruismo como actitud opuesta. Así, mientras el egoísta busca su propio beneficio sin apenas interesarse por los demás, el altruista busca el beneficio de los demás sin apenas interesarse por él mismo.
El amor predicado por el cristianismo, por el contrario, busca un beneficio simultáneo para ambas partes, ya que sugiere “amar al prójimo como a uno mismo”, es decir, compartir las penas y las alegrías ajenas como propias. Esta sería la actitud favorable para la cooperación entre los hombres. Incluso Ludwig von Mises, un economista representativo del liberalismo, sugiere que el objetivo y la base de la economía de mercado es precisamente la cooperación, y no el egoísmo. Que la economía de mercado pueda funcionar aceptablemente a pesar del egoísmo, no es lo mismo que decir que necesariamente debe existir el egoísmo para su eficaz funcionamiento.
La cooperación, considerada por Mises, tiene en cuenta cierta competencia que potencia los beneficios de la cooperación. Este es el caso de Messi y Cristiano Ronaldo, ya que ellos, en cierta forma, cooperan entre ellos y con el público, ya que deben esmerarse al máximo para no ser superados por el otro. Es decir, si bien compiten por ser el mejor del mundo, no implica una competencia destructiva, sino que es una competencia cooperativa que ellos, quizá, no adviertan en su justa medida. Mariano Grondona escribió: “La búsqueda de la felicidad no sería suficientemente enérgica si no encontrara en su camino dificultades y desafíos: «La virtud, como el arte, siempre tiene por objeto aquello que es más difícil, ya que el bien es de más alta calidad cuando es contrariado» (Ética a Nicómaco). Sin resistencia, no habría excelencia. Lo cual quiere decir que sin competencia tampoco habría excelencia, ya que aquel que compite conmigo me «resiste» prestándome el servicio de interponerse como un obstáculo que invita a la superación”.
“Este servicio yo se lo devuelvo al competir con él. La competencia resulta entonces, desde la perspectiva aristotélica, una forma insustituible de cooperación para la excelencia entre quienes participan en ella. Y aquellos que nos tientan con la «superación» de la competencia, con la protección o el monopolio, nos arrebatan la posibilidad de la excelencia, esto es, de la felicidad, a cambio del breve placer de la comodidad. Es un «falso placer» para Aristóteles, como lo son todos los que se buscan por sí mismos en vez de resultar la consecuencia no querida de la excelencia, que al poco tiempo revelará su verdadero rostro bajo la forma de la mediocridad, la frustración, el fracaso vital” (De “Bajo el imperio de las ideas morales”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1987).
Entre quienes interpretan al cristianismo como una religión que promueve el altruismo, antes que el amor, encontramos a Ayn Rand. Tal autora, muy buena conocedora del socialismo y de sus defectos, llega al extremo de considerar al egoísmo como una virtud, ya que el egoísmo es lo inverso del altruismo promovido por los socialistas. Casi nunca utiliza la palabra “cooperación” por lo que atribuye al cristianismo, injustificadamente, una prédica altruista. Al respecto expresó: “Según la mitología cristiana, murió en la cruz no por sus propios pecados, sino por los pecados de las personas no idólatras. En otras palabras, un hombre de perfecta virtud fue sacrificado por los hombres que son malvados y de quienes se espera o se supone que deben aceptar ese sacrificio. Si fuera cristiana, nada podría ponerme más indignada que eso, la noción de sacrificar el ideal por lo no ideal o la virtud por el vicio. Y es en el nombre de ese símbolo que se les pide a los hombres que se sacrifiquen por sus inferiores. Así es precisamente cómo se usa el simbolismo. Eso es tortura” (Entrevista de Alvin Toffler).
Al suponer que su muerte favorece al mal y no al bien, y al considerar que fue un acto de altruismo en vez de amor, le niega todo mérito asociándole tácitamente cierta imbecilidad. Si alguien no es capaz de amar a sus semejantes y por ello adopta una postura altruista, y sus efectos consisten en favorecer a los malos, resulta una muerte absurda y carente de todo mérito. Tal es la actitud, además, de quienes ven en el cristianismo una postura que favorece una “explotación laboral” a favor de quienes lo promueven entre la gente humilde.
También Friedrich Nietzsche encuentra en el cristianismo lo más bajo que pueda existir. “Nietzsche no niega todo valor a la moral cristiana. Admite, por ejemplo, que ha contribuido al refinamiento del hombre. Pero ve en ella, al mismo tiempo, una expresión del resentimiento característico del instinto del rebaño, o moral de los esclavos. Y el mismo resentimiento es atribuido a los movimientos democráticos y socialistas que Nietzsche interpreta como consecuencias del cristianismo” (De “Nietzsche” en Grandes Pensadores-Planeta-De Agostini SA-Barcelona 2004).
La muerte de Cristo tiene sentido en cuanto tiene previsto el futuro de la humanidad, promoviendo una mejora ética tanto para justos como para pecadores. No tiene sentido atribuirle al cristianismo una prédica altruista, ya que el “Amarás al prójimo como a ti mismo” implica compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, lo que no tiene nada de altruismo, siendo el camino que lleva al hombre a la felicidad y no a “la tortura”.
El objetivismo es la filosofía propuesta por Ayn Rand. Al negar o desconocer la cooperación implícita en el amor al prójimo, propone en su reemplazo una especie de “egoísmo de a dos”, que cumpliría el rol antes atribuido al amor. El objetivismo es una propuesta filosófica con pretensiones universales, pero carente de una ética compatible con la empatía, a la cual parece desconocer. Pero lo grave del caso es que, al asociarle al cristianismo una actitud altruista, considera como iguales la supuesta “ética cristiana” con la ética marxista y de ahí que, en plena guerra ideológica, le obsequia a su propio enemigo, el marxismo, nada menos que la religión predominante en Occidente.
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