Las generaciones futuras considerarán al siglo XX como el de mayor barbarie desplegada, debido a más de un centenar de millones de victimas que cayeron como consecuencia de las dos guerras mundiales y de los totalitarismos que emergieron para suplantar las tambaleantes democracias. Es el siglo en que comienzan los bombardeos contra poblaciones civiles y también el de los exterminios por cuestiones étnicas, de nacionalidad o de clase social. Es también el siglo de las ideologías que justifican los asesinatos masivos como medios para lograr “fines superiores”.
En cierta forma, los ideólogos totalitarios suponen que el bien y el mal no residen en las actitudes erróneas de los individuos, sino en su herencia racial, nacional o de clase social. El sentido de la historia, expresado en la Biblia, implica una lucha entre el Bien y el Mal, siendo retomada por los totalitarismos que actúan como falsas religiones, logrando millones de adeptos. Mariano Grondona escribió al respecto: “La lucha entre el Bien y el Mal ocurre en el escenario de la historia. Predecesor de la filosofía de la historia –y, por lo tanto, de Hegel y de Marx- Agustín encuentra como ellos que la historia contiene un argumento en cierto modo necesario. La lucha entre el Bien –ya lo llamemos «la ciudad de Dios», «el Espíritu Absoluto» o «el proletariado»- y el Mal –ya lo llamemos «la ciudad terrena», lo simplemente «anacrónico», o «la burguesía»- terminará un día con la victoria de aquél sobre éste”.
“Agustín transfiere a la teología de la historia la idea de la salvación, de modo tal que ella pasa a ser no sólo el norte de la vida personal, sino también de la vida colectiva: no sólo es cada alma sino también la humanidad como tal la que ha de salvarse. Pero el trigo y la cizaña seguirán entremezclados hasta el fin de los tiempos, cuando el gran Segador venga a separarlos definitivamente”.
“Los zelotes, ya sean musulmanes o cristianos, quisieron separar ellos mismos el trigo de la cizaña, con la espada. El problema es que aquello que para unos es trigo, para otros es cizaña. Pero el Evangelio reserva la cosecha final a Dios, sustrayéndolo de aquellos que quisieran, desde ahora, actuar en su nombre” (De “Bajo el imperio de las ideas morales”-ditorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1987).
También Adolf Hitler aduce participar en la lucha entre el Bien y el Mal promoviendo la “solución final”, según su criterio personal. Al respecto escribió: “La naturaleza eterna se venga sin piedad cuando se transgreden sus órdenes. Por eso es que creo obrar de acuerdo con los designios del Todopoderoso, nuestro creador, ya que: Al defenderme contra el judío, combato para defender la obra del Señor” (De “Mi doctrina”-Editorial Temas Contemporáneos-Buenos Aires 1985).
Martín Alberto Noel escribe respecto de estas tendencias: “A través de los siglos gran número de hombres se persuadió de que le había tocado en suerte vivir el fin de los tiempos, proclamado por los profetas, interpretando cada suceso nefasto como el anuncio premonitorio del inminente advenimiento de la Era Nueva, o sea del Reino de los Justos”. “Es así como, al demorarse el nuevo orden que Dios debía fundar, los hombres se empañaron en realizarlos por sí mismos. A la realización de tal propósito en la tierra se aplicaron las periódicas revoluciones” (De “El tema de la Revolución en la literatura hispanoamericana”-Ediciones Corregidor-Buenos Aires 1982).
Los totalitarismos fueron los grandes enemigos de las religiones bíblicas por cuanto pretendieron reemplazarlas. Abolieron el “no matarás” y todas las etnias y clases sociales que quedaban fuera de los proyectos de los ideólogos, fueron eliminadas sin sentir la menor culpa. Los “elevados fines” justificaban los medios empleados. Mientras que el buen médico elimina la enfermedad sin eliminar al paciente, el buen médico de almas brinda posibilidades de mejora tanto a justos como a pecadores.
La locura totalitaria no sólo fue la consecuencia de un reducido grupo de ideólogos perversos, sino que necesitó de la adhesión de intelectuales, periodistas y de la opinión pública que al unísono pretendieron desterrar tanto las democracias como la religión. La fe asociada a las pseudo-religiones totalitarias promovió la mayor barbarie que se recuerda. Albert Camus escribió: “Hay crímenes de pasión y crímenes de lógica. La frontera que los separa es incierta. Pero el Código Penal los distingue, bastante cómodamente, por la premeditación. Estamos en la época de la premeditación y del crimen perfecto. Nuestros criminales no son ya esos muchachos desarmados que invocaban la excusa del amor. Por el contrario, son adultos, y su coartada es irrefutable: es la filosofía, que puede servir para todo, hasta para convertir a los asesinos en jueces”.
“Nadie se indignará por ello. El propósito de este ensayo es, una vez más, aceptar la realidad del momento, que es el crimen lógico, y examinar precisamente sus justificaciones: esto es, un esfuerzo para comprender mi tiempo. Se estimará, quizá, que una época que, en cincuenta años, desarraiga, avasalla o mata a setenta millones de seres humanos debe solamente, y ante todo, ser juzgada. Pero es necesario que se comprenda su culpabilidad”.
“En las épocas ingenuas en que el tirano arrasaba las ciudades para su mayor gloria, en que el esclavo encadenado al carro del vencedor desfilaba por las ciudades en fiesta, o el enemigo era arrojado a las fieras ante el pueblo reunido, la conciencia podía ser firme y el juicio claro ante crímenes tan cándidos. Pero los campos de esclavos bajo la bandera de la libertad, las matanzas justificadas por el amor del hombre o el gusto de la sobrehumanidad, dejan desamparado, en un sentido, el juicio. El día en que, por una curiosa inversión propia de nuestra época, el crimen se adorna con los despojos de la inocencia, es a la inocencia a quien se intima a justificarse” (De “El hombre rebelde”¨-Editorial Losada SA-Buenos Aires 2007).
Las poblaciones que habitaban la zona entre la Alemania nazi y la Rusia stalinista, fueron las más afectadas por cuanto “sus vecinos” las consideraban un estorbo para sus planes futuros. Para colmo, durante un tiempo existió un acuerdo entre ambos totalitarismos, conocido como el pacto entre Hitler y Stalin. Timothy Snyder escribió al respecto: “En el centro de Europa y a mediados del siglo XX, los regímenes nazi y soviético asesinaron cerca de catorce millones de personas. Los territorios en donde todas estas víctimas murieron, las tierras de sangre, se extienden desde Polonia central hasta Rusia occidental, pasando por Ucrania, Bielorrusia y los países bálticos inclusive. Durante la consolidación del nacional-socialismo y el estalinismo (1933-1938), la ocupación conjunta de Polonia (1939-1941) y luego la Guerra Germano-soviética (1941-1945), una violencia masiva de proporciones nunca antes vista en la historia asoló esta región”.
“La mayoría de las víctimas fueron judíos, bielorrusos, ucranianos, polacos y el pueblo báltico, es decir, las gentes oriundas de estas tierras. Las catorce millones de personas fueron asesinadas en el curso de apenas doce años, entre 1933 y 1945, mientras Hitler y Stalin estaban en el poder. Si bien es cierto que sus patrias se convirtieron en campos de batalla a medio camino del periodo señalado, toda esta gente fue víctima de una política asesina antes que a bajas de guerra. La Segunda Guerra Mundial fue el conflicto más mortífero de la historia y cerca de la mitad de los soldados que cayeron en todos sus campos de batalla alrededor del mundo perecieron aquí, en esta misma región, en las tierras de sangre. Sin embargo, ni una sola de las catorce millones de personas asesinadas de las que aquí se habla fue un soldado en servicio activo. La mayoría fueron mujeres, niños y ancianos, ninguno portaba armas; muchos fueron despojados de sus posesiones, ropas inclusive” (De “Tierras de sangre”-Grupo Editorial Norma-Bogotá 2011).
Mientras que Hitler pretendía “limpiar la zona” ocupada por “razas inferiores”, previendo una futura expansión de la raza aria, Stalin destruía a quienes constituían peligros potenciales en futuras rebeliones. Snyder agrega: “Las personas pueden ser asesinadas en grandes cantidades, decía Hannah Arendt, porque líderes como Stalin y Hitler pueden imaginar un mundo sin kulaks [agricultores rusos], o sin judíos, y luego hacer que el mundo real se adapte –aunque imperfectamente- a sus visiones”.
La barbarie totalitaria sigue siendo justificada a partir de las ideologías respectivas. “Después de que la colectivización mató de inanición a millones de personas, Stalin argumentó que ello era evidencia de una exitosa lucha de clases. A medida que los judíos eran fusilados y luego muertos por asfixia, Hitler lo presentó –en términos aún más claros- como un objetivo de la guerra en sí mismo. Cuando perdió la guerra, Hitler se refirió al asesinato masivo de judíos como su victoria”.
Mientras exista la posibilidad de estatizar los medios de producción, estará presente la posibilidad del control de los alimentos por parte de los gobernantes, con la posibilidad cierta de intercambio de obediencia por alimentos y desobediencia por muerte, que es lo que está sucediendo en Venezuela.
La mayor hambruna de la historia fue la que produjo Mao-Tse-Tung en la China comunista que dirigía. Esas muertes no fueron ordenadas ni premeditadas, sino que se produjeron como consecuencia de decisiones adoptadas en un sistema político y económico muy poco eficaz. De ahí que el socialismo presenta dos peligros extremos: los efectos de la psicología personal del líder comunista y la ineficacia de su economía. Sin embargo, el marxismo-leninismo promueve en la actualidad sus aparentes virtudes como si nunca hubiera fracasado tan estrepitosamente. Jean-François Revel escribió: “Hace diez años caía el régimen soviético, y no bajo las armas del adversario –como le aconteció al nazismo-, sino por efecto de su propia putrefacción interna. Muchos pensaron naturalmente que este acontecimiento, el mayor fracaso de un sistema político en la historia de la humanidad, suscitaría en el seno de la izquierda internacional una reflexión crítica sobre la validez del socialismo. Ocurrió lo contrario. Después de un periodo de aturdimiento, la izquierda –sobre todo la no comunista- lanzó un impresionante batallón de justificaciones retrospectivas. De ello se extrae esta cómica conclusión: parece ser que lo que verdaderamente rebate la historia del siglo XX no es el totalitarismo comunista, sino…¡el liberalismo!”.
“Por consiguiente, toda comparación entre los dos mayores totalitarismos, el comunismo y el nazismo, sigue siendo tabú: prohibido constatar la identidad de sus métodos, de sus crímenes y de su fijación antiliberal. Así, durante la década 1990-2000, la izquierda ha hecho esfuerzos sobrehumanos por no sacar fruto del naufragio de sus propias ilusiones. ¿Qué ha sido exactamente esta «gran mascarada»? ¿No será otro ejemplo más del divorcio entre el narcisismo ideológico y la verdad histórica?” (De “La gran mascarada”-Taurus-Madrid 2000).
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