Por lo general, se entiende por derechos humanos aquellos derechos que a todo ser humano le han sido otorgados por su Creador, o por la naturaleza, y que, por lo tanto, no deben ser negados, ni tampoco su vigencia sometida a los resultados de una contienda electoral. Entre los principales derechos aparece el derecho a la vida y a la libertad.
De la misma manera en que tiene poco sentido aquella expresión de que “los problemas sociales se corrigen con educación”, sin afirmar simultáneamente a qué tipo de educación se hace referencia, la vigencia de los derechos humanos sólo tiene sentido si incluimos a todos los seres humanos, ya que, por lo general, se habla de tales derechos cuando se hace referencia al delincuente urbano o al terrorista, y se ignora el derecho a la vida de sus víctimas, o de sus futuras víctimas, quienes, bajo este criterio, no serían seres humanos, como es el caso del millar, o millar y medio de argentinos, víctimas de la guerrilla pro-soviética de los años 70, de quienes ni siquiera sus nombres aparecen en alguna placa recordatoria. Niceto Blázquez escribió: “La sensación de engaño cunde por doquier, pues, paradójicamente, allí desde donde más se delata políticamente la injusticia ajena suele ser donde más se mata a conciencia, se odia, se escarnece a los buenos y a los verdaderos sabios se les corta democráticamente la lengua. Los grupos políticos y los medios de comunicación social aumentan lo más posible la paja en el ojo ajeno para que la viga en el propio pase inadvertida. La era de los «derechos humanos» es al mismo tiempo la era del desprecio a la vida inocente y más necesitada, mediante la legalización del aborto, la eutanasia, la sacralización de la violencia y la liturgia del terrorismo” (De “Los derechos del hombre”-Biblioteca de Autores Cristianos-Madrid 1980).
El tratamiento del tema de los derechos del hombre resulta poco serio si no se incluyen los deberes respectivos, ya que, por cada derecho, existe un deber por cumplir. Así, el derecho a la vida está sustentado por el deber del “no matarás” bíblico. De ahí que, en forma paralela a la promoción de los derechos humanos, debería existir una promoción similar de los deberes humanos.
Publio Cornelio Tácito afirmaba que “El Estado más corrompido es el que más leyes tiene”, que podría ampliarse afirmando que “el Estado más corrompido es el que promueve los derechos y olvida los deberes respectivos”. Recordemos que en épocas pasadas, desde la religión, se promovían exclusivamente los deberes humanos asociados a los mandamientos bíblicos, mientras Cristo proclamaba: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”, lo que implica cumplir con los mandamientos bíblicos aceptando que los derechos quedarán satisfechos como una consecuencia necesaria del cumplimiento de tales deberes.
Desde la política se ha alterado tal prioridad, ya que el hombre-masa “tiene derechos y no obligaciones” y la misión adoptada por todo político, o por la mayoría de ellos, no es el mejoramiento cultural del hombre y la sociedad, sino el logro de un importante caudal de votos. Es la nuestra una época en la que el hombre-masa renuncia a sus deberes y a su libertad, y de ahí que se advierta el notorio incumplimiento de los derechos respectivos. José Luis L. Aranguren escribió: “Luchar por la libertad es fatigoso. Lo que el otro promete no es hacer libres a los hombres, sino hacerles felices. La libertad es una pesada carga. Por eso las gentes se apartan de quien se la ofrece y se apresuran a echar la poca que todavía queda a los pies de quien, en cambio, les garantice el pan”.
“Hoy los hombres, diríase que «libremente», renuncian a su libertad a cambio de pan, la seguridad y, en suma, la felicidad. En un platillo, la renuncia a la libertad; en el otro, la despreocupación, la tranquilidad, la seguridad y la felicidad o el «bienestar» (Welfare), como se dice hoy” (De “Filosofía y religión”-Editorial Trotta SA-Madrid 1994).
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, surgida en las Naciones Unidas en 1948, tiene un carácter esencialmente político, con pocos fundamentos científicos, ya que resultó de un acuerdo entre países que incluían tanto a la URSS como a EEUU, para quienes la palabra “libertad” tiene significados completamente diferentes. Mientras que, para los socialistas, libertad implica que un país es independiente de un imperialismo capitalista, aunque su población, a nivel individual, carezca de ella, para las sociedades occidentales significa libertad individual, derecho de propiedad, etc. Niceto Blázquez escribe al respecto: “Según la Declaración, las expresiones «persona humana», «dignidad humana» y «libertades fundamentales» no son más que palabras con las que cada cual puede significar lo que le venga en gana. La libertad individual al estilo americano, por ejemplo, es para los soviéticos políticamente hablando una degeneración, y lo que los soviéticos llaman orden y progreso es, para los americanos y americanistas, represión y violación de la dignidad humana. De ahí que la Declaración pudiera ser firmada por todos sin escrúpulos políticos, lo mismo que todos los documentos posteriores sobre derechos humanos inspirados en la mística de la ONU de aquella fecha memorable”.
Los políticos, por lo general, se dirigen a las masas, mientras que los humanistas auténticos se dirigen al individuo; mientras el político habla siempre de derechos, el humanista habla siempre de deberes. De ahí que correspondería que las Naciones Unidas algún día emitieran una Declaración Universal de los Deberes Humanos en la cual se convalidaran los mandamientos bíblicos y se les agregara un “mandamiento económico” adicional: Debes producir por lo menos lo que has de consumir. De esa forma habría de limitarse la actual tendencia a vivir a costa del trabajo ajeno.
De la misma manera en que la Constitución de la Unión Europea excluye la palabra “Dios” y la idea de Dios, en la Declaración de la ONU tampoco se le hace referencia alguna. Es esta, por cierto una grosera omisión ya que, si bien puede discutirse que el Dios de las religiones interviene, o no, en los acontecimientos humanos, no puede ignorarse que, de acuerdo a la visión científica de la realidad, todo lo existente está regido por leyes naturales invariantes, que son precisamente las leyes de Dios. Y si no se las tiene en cuenta, poco sentido tiene establecer derechos “otorgados por la naturaleza y que no han de ser sometidos a procesos electorales”.
Mientras algunos derechos apuntan a proteger la maternidad, otros permiten legalizar el aborto, excluyéndose del derecho a la vida al ser más indefenso que existe. Blázquez agrega: “Para que no quedara ninguna duda sobre el carácter político y arbitrario de la Declaración, se rechazó expresamente cualquier alusión a Dios o al derecho natural para fundamentar la dignidad del hombre. La enmienda de Malik, según la cual la familia debía ser considerada como «dotada por el Creador de derechos inalienables, previos a todo derecho positivo», fue derrotada, no por razones, sino por el arbitrario sistema de los votos”.
“Los votos políticos habían desplazado a las razones. El célebre documento quedó así viciado desde su nacimiento por las sutilezas lingüísticas y el sofisma político. Se afirma la dignidad humana, pero de manera verbal y romántica y sin fundamento racional. Los derechos humanos quedan desfondados y sin garantía. Así, por ejemplo, es inútil invocar el artículo tercero contra el aborto o el 16,3 a favor de la familia. La redacción del texto y la mente de los votantes dejaron intencionalmente el margen moral suficiente para que se proteja lo mismo el aborto que la maternidad”.
Otro de los aspectos negativos asociados a los derechos promovidos por los políticos radica en que mucha gente supone que han de ser las leyes humanas las que han de conducir al individuo por la buena senda. En principio, si lo consiguen, no habría inconvenientes. Sin embargo, todo parece indicar que el comportamiento humano depende esencialmente de las ideas y creencias que cada uno posea, siendo la conciencia moral la resultante de disponer de una adecuada visión del universo y del lugar que en él ocupa el ser humano. Son las ideologías religiosas, filosóficas o científicas, compatibles con la realidad, las que han de promover comportamientos que produzcan una mejora significativa del nivel moral de las diversas sociedades.
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2 comentarios:
Excelente editorial Sr. Zigrino, muy profundo, ilustrado y fundamentado en claras normas universales. Qué diferencia con nuestra actualidad, resultado de no respetar el derecho a la vida de quienes piensan "diferente".
Gracias por su opinión
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