Cada ser humano está caracterizado por atributos compartidos por toda la especie, que atribuimos a la herencia y evolución genéticas, y también por atributos particulares debidos a la influencia cultural recibida del medio social. Haciendo una comparación con una computadora digital, distinguimos un hardware (circuiterío) que asociamos a lo biológico, y un software (programación) que asociamos a lo cultural. La transición de lo biológico a lo cultural implica un proceso por el cual la humanidad tiende a pasar de una etapa en que predomina lo colectivo a una etapa en que predomina lo individual.
En la etapa del colectivismo, se tiende a razonar en base a lo que todos dicen, creen o hacen; o también en base a lo que un líder social piensa, dice, cree o hace; en la etapa cultural, cada individuo tiende a tomar como referencia a la propia realidad mientras que las opiniones de los demás son tenidas en cuenta pero sin llegar al extremo de someterse a ellas. Sin embargo, nadie puede garantizar que tal transición se ha de establecer, ya que lo colectivo puede prevalecer sobre lo individual, aun cuando tengamos suficiente información respecto a los resultados logrados en ambas situaciones. José Ortega y Gasset escribió: “Todo, todo es posible en la historia –lo mismo el progreso triunfal e indefinido que la periódica regresión” (De “La rebelión de las masas”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1984).
Este proceso sería esencialmente el mismo que la antigua lucha entre el bien y el mal, con un resultado incierto, ya que existen posturas que suponen que la humanidad transita del bien al mal, suponiendo que el bien lo constituye el “buen salvaje” y el mal el actual ciudadano democrático, ubicando en el pasado la “edad de oro” de la humanidad. Otras posturas sugieren lo contrario, suponiendo que la “edad de oro” vendrá en el futuro, mientras tanto seguimos transitando épocas de paz, alternadas con guerras, que en cierta forma condicen con el mito del “eterno retorno”.
Debido a que el hombre surgió 1 millón de años atrás, mientras que al sistema solar le quedan algunos miles de millones de años por delante, puede decirse que estamos en pleno génesis de la vida inteligente. Teniendo presente que la población humana crece a un ritmo de 100 millones de habitantes por año, resulta evidente que no podemos darnos el lujo de derrochar tiempo ni medios económicos, ni tampoco destruir el medio ambiente. De ahí que debemos ser conscientes de que es necesaria una transición inminente del hombre biológico al hombre cultural.
En el hombre biológico existe un predominio de las pasiones sobre el razonamiento, con las pasiones gobernando a la razón. En el hombre cultural, por el contrario, la razón orienta, educa y limita nuestras pasiones. La humanidad está constituida con ambos tipos de individuos, sin embargo, lo que se busca es el predominio del segundo sobre el primero.
Mientras que, en las primeras etapas de la humanidad, predomina el egoísmo y la competencia, apuntando hacia una supervivencia individual y grupal, en la actualidad, y en el futuro, resulta imprescindible el predominio de una cooperación generalizada, por medio de la cual se ha de buscar la supervivencia de la especie humana en conjunto. No resulta suficiente que cada individuo luche por la supervivencia propia junto a la de su grupo familiar, por cuanto ese objetivo puede a veces invalidar la supervivencia de otros individuos. Richard Dawkins describe la forma en que los animales afrontan el proceso de supervivencia; proceso parcialmente imitado por el hombre biológico. Al respecto escribió: “Para una máquina de supervivencia, otra máquina de supervivencia (que no sea su propio hijo ni otro pariente cercano) es parte del entorno, como una piedra, un río o un bocado de comida. Es algo que estorba o algo que puede aprovecharse. Difiere de una piedra o de un río en un aspecto importante: suele devolver el golpe. Ello se debe a que también es una máquina que contiene genes inmortales que debe salvaguardar para el futuro, y al igual que la primera máquina no se detendrá ante nada para preservarlos. La selección natural favorece los genes que controlan sus máquinas de supervivencia de modo que hagan el mejor uso posible del entorno. Ello supone hacer el mejor uso de otras máquinas de supervivencia, de la misma especie o de una especie distinta” (De “El gen egoísta”-Salvat Editores SA-Barcelona 1985).
Los diversos totalitarismos, que aún persisten en algunos países, han sido los principales promotores de la prolongación de los colectivismos primitivos. Por lo general han sido impuestos contra la voluntad de poblaciones que son obligadas a pensar o creer lo mismo que piensa o cree el líder totalitario. Mario Vargas Llosa escribió al respecto: “Karl Popper denomina «espíritu de la tribu» al irracionalismo del ser humano primitivo que anida en el fondo más secreto de todos los civilizados, quienes nunca hemos superado del todo la añoranza de aquel mundo tradicional –la tribu- cuando el hombre era aún una parte inseparable de la colectividad, subordinado al brujo o al cacique todopoderosos, que tomaban por él todas las decisiones, en la que se sentía seguro, liberado de responsabilidades, sometido, igual que el animal de la manada, el hato, o el ser humano de la pandilla o la hinchada, adormecido entre quienes hablaban la misma lengua, adoraban los mismos dioses y practicaban las mismas costumbres, y odiando al otro, al diferente, a quien podía responsabilizar de todas las calamidades que sobrevenían a la tribu”.
“En la actualidad, nada representaba tanto el retorno a la «tribu» como el comunismo, con la negación del individuo como soberano y responsable, regresado a la condición de parte de una masa sumisa a los dictados del líder, especie de santón religioso de palabra sagrada, irrefutable como un axioma, que resucitaba las peores formas de la demagogia y el chauvinismo” (De “La llamada de la tribu”-Alfaguara-Buenos Aires 2018).
Mientras que el hombre biológico se somete en forma voluntaria como ente colectivo despersonalizado, los regímenes totalitarios tienden a ubicar a todo individuo en esa situación, promoviendo un retroceso en el proceso civilizatorio. Por el contrario, la búsqueda del autogobierno, mediante el cual el individuo se libera de la influencia y del gobierno mental de otros hombres, apunta hacia mayores niveles de adaptación a la ley natural siendo la base de la civilización; postura promovida esencialmente por el cristianismo y por el liberalismo, ya que el Reino de Dios implica un gobierno de las leyes naturales sobre el hombre mientras que el hombre libre, según el liberalismo, es aquel que no es gobernado por ningún otro hombre.
Ludwig von Mises tipifica al líder totalitario de la siguiente manera: “El hombre nace asocial y antisocial. El recién nacido es un salvaje. Su característica es el egoísmo. Sólo la experiencia de la vida y las enseñanzas de sus padres, sus hermanos, sus hermanas y sus compañeros de juegos, y posteriormente de otras personas, le obligan a reconocer las ventajas de la cooperación social y le hacen cambiar de conducta. El salvaje se vuelve así hacia la civilización y la ciudadanía. Aprende que su voluntad no es omnipotente, que tiene que adaptarse a otros y ajustar sus actos al ambiente social, y que las aspiraciones y los actos de otras personas son hechos que debe tener en cuenta”.
“Al neurótico le falta esa capacidad de adaptación al ambiente. El neurótico es un asocial y no llega nunca a adaptarse a los hechos. Pero lo quiera o no, la realidad se impone. Y como el eliminar la voluntad y los actos de sus semejantes y borrar todo lo que tiene delante no está a su alcance, el neurótico se dedica a soñar despierto. El flojo a quien le faltan fuerzas para seguir viviendo en la realidad se entrega a sueños de dictadura y de dominarlo todo. El país de sus sueños es el país donde él es el único que lo decide todo, el país en que él es el único que da órdenes y en que los demás obedecen. En ese paraíso no sucede más que lo que él quiere que suceda y todo es sensato y razonable, es decir, todo corresponde exactamente a sus ideas y deseos, todo es razonable según el punto de vista de su razón” (De “Omnipotencia gubernamental”-Editorial Hermes-México 1950).
El proceso conocido como la “rebelión de las masas” es esencialmente el mismo que conduce al totalitarismo, es decir, promueve el predominio del hombre biológico, como ente colectivo, sobre el hombre culto, individual y democrático. Mario Vargas Llosa escribió: “El concepto de «masa» para Ortega no coincide para nada con el de clase social y se opone a la definición que hace de ella el marxismo. La «masa» a que Ortega se refiere abraza transversalmente a hombres y mujeres de distintas clases sociales, igualándolos en un ser colectivo en el que se han fundido, abdicando de su individualidad soberana para adquirir la de la colectividad y ser nada más que una «parte de la tribu»”.
“La masa, en el libro de Ortega, es un conjunto de individuos que se han desindividualizado, dejando de ser unidades humanas libres y pensantes, disueltas en una amalgama que piensa y actúa por ellos, más por reflejos condicionados –emociones, instintos, pasiones- que por razones. Estas masas son las que por aquellos años ya coagulaba en torno suyo en Italia Benito Mussolini, y se arremolinarían cada vez más en los años siguientes en Alemania en torno a Hitler, o, en Rusia, para venerar a Stalin, «el padrecito de los pueblos»”.
“El comunismo y el fascismo, dice Ortega, «dos claros ejemplos de regresión sustancial», son ejemplos típicos de la conversión del individuo en hombre-masa. Pero Ortega y Gasset no incluye dentro del fenómeno de masificación únicamente a esas muchedumbres regimentadas y cristalizadas en torno a las figuras de los caudillos y jefes máximos, en los regímenes totalitarios. Según él, la masa es también una realidad nueva en las democracias donde el individuo tiende cada vez más a ser absorbido por conjuntos gregarios a quienes corresponde ahora el protagonismo de la vida pública, un fenómeno en el que ve un retorno del primitivismo (la «llamada de la tribu») y de ciertas formas de barbarie disimuladas bajo el atuendo de la modernidad”.
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