El mercado, como sistema realimentado, constituye un sistema autoorganizado que presenta dos respuestas extremas: es benigno en cuanto la sociedad se adapta a sus reglas, mientras que se “rebela” negativamente cuando dichas reglas son violadas. Es el mismo caso del sistema de moral natural, ya que, cuando el hombre cumple con los mandamientos bíblicos, la sociedad funciona bien, mientras que el sistema moral se “rebela” negativamente cuando tratamos de hacer lo contrario a tales mandamientos.
La actitud hacia el mercado resulta similar a la mostrada frente a la religión; ya que, mientras algunos tratan de adaptarse a ambos sistemas (el moral y el económico), otros los rechazan tratando de reemplazarlos por sistemas dirigidos por personas visibles y concretas, es decir, a la mano invisible de Dios y a la mano invisible del mercado, como simbólicamente se describen los sistemas autoorganizados, se les opone la mano visible del Estado totalitario que busca, no la adaptación, sino la obediencia a los líderes respectivos. Mario Vargas Llosa escribió: “El sistema que Adam Smith describe no es creado, sino espontáneo: resultó de unas necesidades prácticas que comenzaron con el trueque de los pueblos primitivos, siguieron con formas más elaboradas del comercio, la aparición de la propiedad privada, las leyes y los tribunales, es decir, el Estado, y, sobre todo, de la división del trabajo que disparó la productividad”.
“Este orden espontáneo, como lo llamaría más tarde Hayek, tiene a la libertad –a las libertades- como su cimiento: libertad de comercio, de intervenir en el mercado como productor y consumidor en igualdad de condiciones frente a la ley, de firmar contratos, de exportar e importar, de asociarse y formar empresas, etcétera. Los grandes enemigos del mercado libre son los privilegios, el monopolio, los subsidios, los controles, las prohibiciones. Lo espontáneo y natural del sistema se reduce a medida que la sociedad progresa y se crean estructuras legales que regulan el mercado. Ahora bien, siempre que preserven, por lo menos en grandes márgenes, la libertad, el sistema será eficiente y dará resultados positivos” (De “La llamada de la tribu”-Alfaguara-Buenos Aires 2018).
Cuando el hombre no cumple con los mandamientos bíblicos ni tampoco se adapta al mercado, la sociedad entra en decadencia. Algunos sugieren que es el hombre quien debe recapacitar para adaptarse a ambos sistemas (moral y económico) mientras que otros, por el contrario, los suponen causantes del sufrimiento humano, proponiendo reemplazarlos por el socialismo, una especie de religión que sugiere establecer una ética nueva y un hombre nuevo a través de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.
Si se trata de definir al capitalismo en función de las acciones que cada individuo debe realizar, podemos simbolizarlo de la siguiente manera:
Capitalismo = Trabajo + Ahorro productivo + Innovación empresarial
El hombre virtuoso, preocupado más por los valores éticos e intelectuales que por los valores materiales, tiene la predisposición a trabajar arduamente y a ahorrar, ya que prefiere vivir el presente en forma sencilla previendo cierta seguridad futura. A medida que el hombre reduce su nivel moral e intelectual, tiende a trabajar menos y a gastar el dinero disponible. De esa manera se llega el momento en que, desde el Estado, se trata de reemplazar el trabajo por la emisión monetaria y el ahorro por la expansión artificial del crédito.
Y es aquí cuando aparece la “rebelión” del mercado, ya que no se acatan sus reglas. En el caso de la emisión excesiva de dinero, que se emite a un ritmo mayor que el del crecimiento de la producción, aparece el fenómeno inflacionario, que produce perjuicios mayores que las ventajas que ofreció en un primer momento. En el caso de la emisión de créditos, cuyo monto supera varias veces el ahorro genuino de quienes optaron por abstenerse de consumir, el mercado se “rebela” con colapsos económicos seguidos por etapas florecientes impulsadas artificialmente por el Estado que interviene en la economía sin respetar al mercado.
La emisión monetaria excesiva y el otorgamiento de créditos artificiales, con sus respuestas negativas, nos indican que existe una “mano invisible” que rechaza todo lo que se opone a sus reglas. También la inobservancia de los mandamientos bíblicos produce resultados negativos, indicando que la “mano invisible” de Dios se opone a tales desavenencias. En realidad, es el hombre mismo quien se autocastiga al desconocer las leyes naturales que rigen su comportamiento. William James decía que “Dios es real porque produce efectos reales”.
Como era de esperar, existen economistas que postulan la no intervención del Estado en el sistema del mercado, para no perturbarlo, ya que, por lo general, los efectos de las posibles intervenciones empeoran lo que se trataba de mejorar. Esta es la postura de la Escuela Austriaca de Economía.
En oposición a la misma, se encuentran las posturas socialistas que abogan por la abolición del mercado, o bien por la intervención del Estado para “corregir” lo que el mercado no puede lograr, es decir, el mercado no puede lograr nada por sí mismo, sino que ha de permitir, en el mejor de los casos, buenos resultados económicos. Tales correcciones implican suplantar el trabajo y el ahorro que no se realizan de manera eficiente ni suficiente, fracasando en esos intentos.
La economía de mercado implica esencialmente una “democracia económica”, ya que cada vez que alguien compra un producto de cierta marca y en cierto comercio, está “emitiendo un voto” a favor de esa marca y de ese comercio, mientras que las economías socialistas resultan ser “economías totalitarias” por cuanto el consumidor no tiene opciones debiendo consumir lo que la burocracia estatal ha decidido producir y distribuir. Este es un indicio que la propia naturaleza está a favor de la democracia y no del totalitarismo.
Lo que resulta llamativo es que, cuando los gobiernos socialistas, o socialdemócratas, perturban el mercado con una emisión excesiva de dinero o con un otorgamiento excesivo de créditos, y los resultados no son los esperados, surge el clamor generalizado anunciando “el fin del capitalismo” vislumbrando la próxima llegada del socialismo. No se advierte que la existencia del mercado garantiza buenos resultados sólo si se cumplen sus reglas, “garantizando” malos resultados cuando se las incumplen. La existencia de tales colapsos económicos, advertidos por la teoría económica, no hace otra cosa que afianzar dicha teoría.
En estos casos se responde en forma similar a quienes aducen que el cristianismo no resulta eficaz debido al alto nivel de corrupción existente en las poblaciones mayoritariamente cristianas, sin tener en cuenta que el cristianismo garantiza lo bueno cuando se cumplen los mandamientos y también “garantiza” lo malo cuando se los incumple.
Podemos clasificar las distintas posturas económicas según el grado de perturbación del mercado permitido por parte del Estado:
Liberalismo: sugiere no perturbar el mercado y corregir las acciones humanas.
Socialdemocracia: sugiere “corregir” al mercado y no perturbar las acciones humanas.
Socialismo: sugiere abolir el mercado y obedecer al Estado.
En cuanto al funcionamiento del mercado, podemos analizar algunos casos simples. Supongamos que en un mercado desarrollado, con varias empresas en competencia, una de esas empresas decide aumentar injustificadamente sus precios. Como respuesta, los clientes dejan de comprarle y concurren a la competencia. No hizo falta que el Estado ejerciera algún control de precios, en cuyo caso, al poner precios máximos, genera escasez por cuanto sólo las empresas grandes pueden afrontarlos. Las pequeñas tienden a desaparecer.
Supongamos que una de esas empresas tiende a reducir injustificadamente el sueldo de sus empleados. En ese caso es posible que los pierda por cuanto buscarán trabajo en las restantes empresas. La empresa “explotadora” tiende a perder parte de su capital más valioso: el capital humano. Si el Estado, o el sindicalismo, impone sueldos más elevados que los indicados por el mercado laboral, se benefician quienes ya tienen trabajo, pero no se ofrecerán nuevos puestos a quienes no los tienen.
Si el Estado decide imponer precios máximos a los alquileres de viviendas, por abajo del precio de mercado, habrá poca predisposición para la construcción de nuevas viviendas en alquiler, perjudicándose quienes no lograron alquilar como también el sector constructor de viviendas ante la caída de demanda laboral.
Todas estas situaciones se producen en condiciones de vigencia de mercados competitivos. En casos en que surjan monopolios por falta de competencia, como ocurre en las sociedades subdesarrolladas, en donde hay pocos empresarios y una fuerte mentalidad antiempresarial y anticapitalista, no puede hablarse de “economías de mercado”, por cuanto no existen los mercados y la competencia asociada, y los mecanismos de autorregulación no existirán.
Cuando los políticos tratan de igualar económicamente a la sociedad, cobrando impuestos excesivos al sector productivo, le quitan posibilidades de inversión, lo que provoca un estancamiento de la economía, y un retroceso teniendo en cuenta el aumento de la población. Cuando los políticos tienden a sobreproteger la industria nacional, cerrando parcial o totalmente las importaciones, surgen industrias ineficientes por cuanto no necesitan competir con otras mejores, constituyendo empresas optimizadoras de ganancias, que poco o ningún esfuerzo realizan por mejorar la calidad de sus productos. La optimización de ganancias tiene sentido cuando se logra como una consecuencia necesaria de haber producido con calidad y con costos razonables.
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