sábado, 30 de noviembre de 2024

El socialismo jesuita

Puede decirse que los sacerdotes católicos marxistas han logrado establecer la mayor de las síntesis, ya que han igualado al Reino de Dios bíblico con el Reino de Marx; además, han igualado al “hombre nuevo” cristiano con el “hombre nuevo” soviético. Sin embargo, no parece que sea una buena idea, ya que los resultados logrados por el marxismo orientan hacia una sociedad totalitaria parecida a una cárcel. No parece que ello fuera el objetivo de las prédicas evangélicas.

Si tenemos en cuenta a los misioneros jesuitas que actuaron en Paraguay hace algunos siglos atrás, se advierte que se adelantaron algunos siglos a la propuesta de Marx, con una sociedad basada en tres principios básicos: unanimismo (no se admitían opiniones que destruyeran la unanimidad propuesta por los ideólogos), jerarquía (existía una desigualdad esencial entre los que mandaban y los que obedecían) y corporativismo (la sociedad se dividía en castas o clases con diferentes deberes y derechos).

Luego del descubrimiento de América, surgen en Europa distintos proyectos a poner en prueba en el Nuevo Mundo. Así, mientras que en América del Norte predomina una forma no monárquica, similar a las democracias actuales, en la América del Sur aparecen algunos intentos de lo que posteriormente se conoce como socialismo.

Loris Zanatta ofrece un panorama general de la cuestión: “El viaje en busca del hilo rojo del «populismo jesuita» no puede no comenzar en la cristiandad hispana en las Américas. Fue entonces, en 1540, que nacieron los jesuitas. Y fue allí, por mandato pontificio y bajo la égida de los reyes católicos, que su fe misionera y su visión del mundo forjaron un nuevo orden”.

“Hablar de populismo en aquella época no tiene sentido: la «soberanía del pueblo» todavía estaba por llegar y sin ella, enseñan los expertos, no hay populismo. Pero más que del populismo, estamos por ahora en busca de las fuentes de su imaginario en América Latina. ¿Es posible rastrearlas en el orden social y espiritual de la monarquía católica española? En el fondo duró tres siglos y dejó como dote la lengua y la fe: no es poco”.

“Ambicionaba crear un orden cristiano, un «régimen de cristiandad»; su misión era edificar el Reino tal como los grandes teólogos de la época lo imaginaban. Para servir a Dios y salvar las almas, debía ser un orden perfecto como la Iglesia que custodiaba la fe. ¿Y qué había de más perfecto que el cuerpo de aquel que Dios había creado a su semejanza? He aquí entonces que el orden cristiano se inspiró en el cuerpo humano, fue un orden orgánico: así era en todas partes, en la edad de lo sagrado”.

“¿Cuáles eran los trazos genéticos de aquel mundo orgánico basado en la fe? El primero lo conocemos: era el unanimismo. Por un lado, el orden cristiano fue preservado de la corrupción externa, de las herejías y otras creencias: súbdito y fiel eran una sola cosa. Y si así era en la península ibérica, con mayor razón en América, laboratorio de la Ciudad de Dios al reparo del cisma protestante”.

“Por otro lado, unanimista fue el principio ordenador del Reino. Como el organismo en el cual se inspiraba, no era una suma de órganos sino un conjunto que los trascendía. Cada órgano de la sociedad tenía su función y todos juntos un solo fin: la salud del cuerpo, la salvación de las almas. Era, para decirlo en una palabra, un orden holístico. Tal principio de unanimidad excluía aquel de pluralidad. ¿Cómo concebir un órgano independiente de los otros? Estaba implícito que la célula «enferma», el individuo no asimilable, pudiera ser sacrificado para la unidad del pueblo, para el «bien común»”.

“El segundo trazo era la jerarquía. El orden cristiano era un organismo y cada órgano desarrollaba su función, pero no todos los órganos tenían la misma importancia: un dedo no vale lo que el corazón, las comunidades indígenas no valían lo que las élites comerciales. El flujo de la autoridad y del poder fluía del centro a la periferia, de arriba hacia abajo, de los cuerpos sacerdotales y militares a los súbditos y fieles. Tal era la jerarquía de roles y funciones esculpidas en el plan de Dios: inmóvil, eterna”,

“Tercer trazo de aquel orden era el corporativismo. Era un orden de castas; cada uno tenía derechos y deberes según el cuerpo social al que pertenecía. El individuo moderno, titular de derechos universales, todavía era desconocido, allí como en otras partes. Los cuerpos daban identidad y protección; a cambio exigían lealtad y conformismo. El individuo estaba subordinado al cuerpo y los varios cuerpos formaban un pueblo, palabra que indicaba sea el pueblo que su aldea, ambos entendidos como entidades homogéneas por usos y costumbres, cultura y religión: comunidades de fe, organismos naturales”.

“Sobre ellas velaba el Estado cristiano. Armado de espada para convertir y de cruz para evangelizar, era un Estado ético, tanto como lo permitía la tecnología de la época. Su misión era catequizar y castigar, en los templos y en los tribunales, con la prédica y los autos de fe; su fin era moralizar al pueblo, empujarlo hacia las puertas del paraíso agitando el miedo del infierno”.

“Tal era, en trazos gruesos, la cristiandad hispánica de América. Al menos en teoría, en los intentos de teólogos y utopistas religiosos. En la práctica, entre la utopía y la realidad permaneció un foso profundo: como todo orden terrenal, fue un edificio imperfecto y caótico. Pero poco importa a nuestros fines: para hallar las fuentes del «populismo jesuita» importa más el mundo como habría debido ser que el mundo como era, la pulsión utópica y redentora que lo animaba más que la prosaica realidad”.

“Tal pulsión plasmó valores e instituciones, creencias y sociabilidad; formó un imaginario omnipresente, una cultura impregnada de religiosidad, tanto más arraigada cuanto menos racionalizada. No habría valido la pena hacer referencia a ello si en el populismo del cual buscamos las remotas raíces no resaltaran, siglos después, los mismos atributos de la cristiandad colonial: unanimismo, jerarquía, corporativismo, Estado ético. ¿Una casualidad? ¿O un parentesco?” (De “El populismo jesuita”-Edhasa-Buenos Aires 2021).

Es necesario destacar que Cristo proponía un modelo de hombre, y no un modelo de sociedad. El hombre nuevo cristiano habría de ser el que conformaría luego una sociedad emergente. En cambio, Marx busca un modelo de sociedad al cual debería adaptarse el hombre nuevo marxista, o soviético.

La sociedad cristiana será una consecuencia de la masiva aceptación del “Amarás al prójimo como a ti mismo”, o compartirás las penas y alegrías ajenas como propias. De ahí que expresó: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”. Los jesuitas buscan, por el contrario, un modelo de sociedad sin antes buscar el cumplimiento, o la predisposición a cumplir el mandamiento ético.

El Reino de Dios implica un gobierno de Dios sobre el hombre a través de las leyes naturales y el orden natural, en oposición a toda forma de gobierno del hombre sobre el hombre, que es básico en toda utopía socialista.

Mientras una sociedad humana ha de tener a lo emocional (amor al prójimo) como vínculo de unión entre sus integrantes, todo socialismo propone como vínculo de unión a los medios de producción u otro vínculo material.

Los vínculos emocionales exigen de cada uno de nosotros una mejora ética importante, mientras que los vínculos socialistas sólo sirven para atar seres humanos, convirtiendo a la sociedad (si así se le puede denominar) en una cárcel a cielo abierto.

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