Si en alguien predomina totalmente lo emocional, posiblemente lo racional quedará relegado. Por el contrario, si en alguien predomina totalmente lo racional, posiblemente lo emocional quedará relegado, como en el caso de los psicópatas.
Puede decirse que el equilibrio entre lo emocional y lo racional es lo que mejor funciona. Pero esta vez será la conjunción entre la empatía emocional positiva (el amor) y lo racional, ya que tal empatía no “nubla” nuestros pensamientos.
En cambio, cuando lo emocional es negativo (egoísmo y odio), sus efectos tienden a limitar lo racional. Y de ahí que entonces los individuos carentes de razón vean la necesidad de depender de mentes ajenas; es decir, de ser gobernados por políticos que buscan promover las bajas pasiones humanas para tener continuos éxitos electorales.
Mientras las personas equilibradas (empatía emocional + razón) tienen mayor predisposición por el internacionalismo, sin descuidar lo nacional, las personas desequilibradas en estos aspectos (bajas pasiones) tienen una mayor predisposición a aceptar los nacionalismos exagerados.
Con este sintético análisis podemos advertir algunas de las razones del fracaso argentino de los últimos tiempos, algo implícito en las respuestas que Marcos Aguinis expresó en un reportaje:
“Aquí hay un aspecto muy positivo y hasta querible de los argentinos, y es la carga emocional que ponemos en tantas cosas, aunque sean cosas sin mayor importancia como, por ejemplo, debatir sobre el devenir deportivo que continuamente va cambiando y que prácticamente deja sólo huellas en aquellos muy memoriosos y expertos. La interpretación estaría al servicio de esa emotividad que los argentinos tenemos en gran medida”.
“Yo diría que somos más emotivos que racionales. Y hay que recordar que la emotividad está muy vinculada con la vitalidad. Está muy vinculada con los afectos. Y esto es algo que los argentinos no deberíamos perder. Creo que el mundo avanza peligrosamente hacia una cosificación, materialización, hacia la eliminación de la categoría de sujeto que tenemos los seres humanos, para convertirnos en simples objetos”.
“La emoción nos devuelve la capacidad de ponernos colorados, de ingurgitar las venas, de dar un puñetazo en la mesa y discutir sobre algo que al día siguiente a lo mejor es formulado de manera opuesta. Porque los discutidores de café, que es un rasgo muy porteño, muy argentino, son personas que están muy apasionadas, excitadas, y que realmente no saben lo que dicen. Lo hacen con dogmatismo, con cerrazón mental, porque lo que buscan a través de la palabra es canalizar afectos. En cambio podemos ver en otras sociedades, en algunos sectores de Estados Unidos, en los países nórdicos, en Japón, por ejemplo, una frialdad que le quita sabor a la vida”.
“No nos olvidemos que la emotividad es la antagonista de la racionalidad. La persona que está inundada por la emoción no puede pensar y menos pensar con lógica. Lo negativo surge del exceso de emotividad”.
“Yo me refería a lo que significa como aporte a la humanización de las personas. Por ejemplo esa hospitalidad y generosidad que en una época era tan frecuente entre los argentinos. La solidaridad que ahora hace mucha agua. Esos son los aspectos emotivos que yo rescataría como saludables y como los que no conviene perder. En otras palabras, no me gusta un pueblo frío, un pueblo que piensa sin afectos. Pero lo que usted dice es absolutamente correcto, la incapacidad de pensar, de razonar, nos ha provocado grandes problemas”.
“De allí que en el PRONDEC [Programa para la democratización de la cultura] yo proponía que se formaran pequeños grupos, que se recuperara el estilo de las catacumbas, donde se hacían reuniones limitadas y donde cada uno podía conocer el nombre, el rostro y la voz del vecino y de esa manera pensar, poder apoyarse los unos en los otros, desarrollar luego los vínculos de afecto, que tienen que ver con la solidaridad, con el amor, con la comprensión, con la identificación. Y al mismo tiempo pensar por qué uno es portador de un nombre, dueño de un rostro y sujeto de una voz”.
“La sociedad de masas cancela la racionalidad y produce una regresión espantosa de la multitud hacia lo emocional puro. Entonces es el líder el que se hace cargo de la voluntad y del pensamiento y quien ordena a millones de personas que vayan en una dirección o en la otra, hacia actos morales o hacia actos abyectos. Y la masa lo hace indistintamente. En el pequeño grupo, en cambio, esto se puede modificar. Las dosis adecuadas de emoción no anulan la racionalidad, sino que la nutren y la activan” (De “La contradicción argentina” de Patricio Lóizaga-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1995).
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