Según fuentes confiables, gran parte de los integrantes del grupo terrorista Montoneros, que provenían de sectores de clase media alta y alta, católicos, adoptan sus “ideales” en rebeldía hacia sus padres, considerados personas egoístas y explotadoras laborales. A partir del conocimiento familiar, proceden a la “generalización fácil” y suponen que todos los empresarios del país, y del mundo, tienen los mismos defectos que sus padres, motivándolos hacia la lucha armada y los asesinatos en cantidades.
Como ejemplo puede considerarse el caso de dos integrantes de Montoneros, de apellido Alsogaray, uno de los cuales muere en combate, siendo integrante de la guerrilla en Tucumán, y que eran hijos del General Julio Alsogaray y sobrinos del economista liberal Álvaro Alsogaray. También llamó la atención que en las elecciones de 1973, cuando los terroristas llegan al poder mediante elecciones, con Héctor J. Cámpora, en Barrio Norte también ganan, siendo uno de los barrios más “aristocráticos” de Buenos Aires.
No toda rebeldía hacia padres egoístas conduce al terrorismo, como fue el caso de San Francisco de Asís, que protesta ante el lujo y las riquezas mal habidas, o parcialmente mal habidas de su padre, optando por exaltar las virtudes asociadas a la humildad y la pobreza.
Alguien que participó en los comienzos del grupo, Pablo Giussani, escribió al respecto: “Ha ocurrido siempre y en todas partes; jóvenes nacidos en familias de clase media más o menos acomodada, que por su origen social tienen acceso a estudios superiores, librerías de moda, bibliotecas, conversaciones sofisticadas en las que se habla de alienación, de Marx, de Marcuse o de la lucha de clases, y que un buen día, a la luz de las nociones bien o mal absorbidas de este contorno, tienen una súbita percepción de la falsedad, la hipocresía, la inmoralidad fundamental en que descansa la vida de sus padres”.
“Esta percepción lleva a una primera sensación de repugnancia, de rechazo por ese mundo cuyo símbolo inmediato y cotidiano es papá. «Caro papa», la película de Dino Risi, describe con gran acierto este pequeño y emblemático drama familiar de un adolescente que, de pronto, se ve repelido hacia el submundo de la marginación seudorrevolucionaria por un padre que acumula millones de dólares de oscuros tratos con las transnacionales invocando a cada paso su pasado de partigiano”.
“Frente a la necesidad de hacer la revolución, que se resuelve en en universo de la política, la necesidad de dejar diaria constancia de uno mismo como revolucionario queda detenida en el universo de la imagen, reducida a pura iconografía: el birrete guerrillero, la estrella de cinco puntas, los brazos en alto enarbolando ametralladoras".
“No es necesario precisar que este narcisismo revolucionario es también, en gran medida, una descripción de Montoneros, con su sanguinolento folklore, sus redobles guerreros, su gesticulación militar" (De "Montoneros. La soberbia armada"-Editorial Sudamericana-Planeta SA-Buenos Aires 1984).
Una vez que Cámpora gana las elecciones, los integrantes de Montoneros son instalados en distintas reparticiones del Estado. Pero en esas funciones dejan de ejercer su función de terroristas, por lo que pronto necesitarán volver a sus andanzas. Giussani escribe: "Se explica así que, con el triunfo peronista en las elecciones de marzo de 1973 y el ascenso de Cámpora a la presidencia, comenzara para los montoneros un periodo de raro desasosiego, inadvertido al principio, pero palpable a las pocas semanas".
"Legalizados, instalados de pronto en bancas parlamentarias, oficinas ministeriales y asesorías municipales, con gobernadores amigos y puntuales mozos que les servían a las cinco de la tarde el café con leche en sus despachos, se vieron repentinamente transplantados de la iconografía al deslucido mundillo de las concejalías".
"A los pocos meses resultaba evidente, para cualquiera que los frecuentara en ese periodo, que no se soportaran ya a sí mismos. Su identidad se les estaba escurriendo melancólicamente por entre los expedientes de las subsecretarías. Se les notaba cada vez más urgidos a pedir disculpas, a dar explicaciones, a deslizar en oídos extraños confidencias revolucionariamente imperdonables sobre su parque de armas, su subsistente infraestructura militar. La perspectiva de que sus primos hermanos del ERP los calificaran de «reformistas» les aterraba".
En el mismo sentido de lo anterior, Rubén Zorrilla escribió: “La misma riqueza masiva que produjo [el capitalismo]-desconocida antes en la historia del homo sapiens-ocasionó en los sectores altos de la estratificación social (los más beneficiados con su expansión) un sentimiento general de compasión y autoculpabilidad frente a la pobreza, que es el contenido de lo que llamo «efecto Dickens», fenómeno completamente extraño, en cambio, entre los mismos pobres”.
“De ahí que, a medida que se difunde la sociedad de alta complejidad y se propaga una actitud de comprensión y ayuda desde los estratos altos y medios hacia los estratos bajos y pobres, crece el apoyo de pastores, militares, empresarios, escritores y artistas a las reivindicaciones de los trabajadores. El inmenso desarrollo de la filantropía en EEUU y Gran Bretaña –los dos países que lanzaron y sostienen el capitalismo en el mundo- ejemplifica la práctica del “efecto Dickens”, que abarca también la defensa del mundo animal y natural”.
“Ahora, a diferencia de la antigüedad, el rechazo o la resistencia a la sociedad de alta complejidad se potencia desde los resultados emocionales del “efecto Dickens”: por eso tantos millonarios, hijos de millonarios, e intelectuales pertenecientes a sus círculos, o mantenidos por ellos, así como sectores conexos, no sólo satisfacen sus deseos de más «igualdad» y dar sentido a sus vidas, sino también –y en muchos casos principalmente –sus deseos de llegar al poder (si son jóvenes, a cualquier precio), hecho que se convierte en ocasiones en una forma de vida, y también en costos de vida de los otros".
"Los «niños bien» y los hijos de los «niños bien» quieren liberar a la Humanidad de los padres de los «niños bien», cuyo ejemplo paradigmático es Friedrich Engels, al fin transformado él también en empresario. Algo inesperado y desagradable para Marx, Bakunin, Kropotkin, Singer, Lenin, Dzerzinski, Che Guevara, Castro, Rafael Barret, Robert Owen, Carlo Cafiero, Tolstoi, Fernand Pelloutier, Lasalle, Alexander Herzen, todos «niños bien», entre una lista interminable de los que pensaban –a veces con grandes diferencias- en que los trabajadores, y no los intelectuales acaudalados y aristócratas, serían los protagonistas de su propia liberación” (De “Sociedad de alta complejidad”-Grupo Editor Latinoamericano SRL-Buenos Aires 2005).
Se advierte fácilmente el origen moral de la decadencia argentina. Si quienes disponen de todos los medios para beneficiar a la sociedad, se dedican a destruirla convirtiéndose en terroristas y asesinos, resulta ser un síntoma peligroso. Si quienes tienen capacidad intelectual para escribir libros, y en un 80% los escriben para promover el terrorismo de Montoneros y ERP, resulta ser otro síntoma peligroso. Si la población, en general, votó en 1973 para que accedieran al poder del Estado aliados al terrorismo, resultó ser otro síntoma peligroso. De ahí que a nadie deba extrañar la estrepitosa caída de la que todavía no nos recuperamos.
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