Con la palabra “economismo”, o “economicismo”, se designa a la creencia de que, con el mejor sistema económico, se pueden resolver todos los problemas de la sociedad, incluido, por supuesto, el problema económico. Algunos economistas, como Wilhelm Roepke, señalan que en los países subdesarrollados se tiende a imitar a los desarrollados, sin contemplar la base moral de las sociedades desarrolladas, por lo cual los mejores sistemas pueden no tener éxito en aquellos.
Incluso si el mejor sistema económico no es bien aplicado, puede resultar un fracaso, como en el caso de la mala praxis de un médico que practica la medicina científica.
Por lo general, los sectores liberales, o libertarios, olvidan mencionar la palabra “responsabilidad”, ya que la libertad sin responsabilidad conduce al libertinaje. Cuando un país está sumergido en una severa crisis moral, como la Argentina, se requiere del aporte responsable de todos los habitantes, algo que cuesta mucho lograr, especialmente cuando los gobernantes de turno sólo son aceptados por una parte de la población. De ahí que la política no debe dejarse de lado.
Es conveniente y necesario no repetir errores pasados. Todavía algunos recordamos la propaganda irresponsable impulsada por el ex ministro Martínez de Hoz cuando en televisión se mostraba una industria que cerraba para indicar que el empresario en esa circunstancia debía dedicarse a otra actividad, como si eso fuera la esencia del mercado.
Cuando en un país desarrollado, con un mercado desarrollado, tiene en un ítem particular unas 20 empresas, no hay mayores inconvenientes cuando cierra la menos eficaz de todas, por cuanto los empleados serán absorbidos por las otras 19. Pero en los países subdesarrollados, con mercados subdesarrollados y muy pocas empresas, el cierre de una de ellas producirá efectos negativos. Si se abre la importación masiva de productos, muy pocas empresas podrán competir con eficacia, por lo que es posible que, en ese caso, la desocupación vuelva a niveles importantes.
La idea que debe imperar es que en todo proceso económico de cambio, es necesario establecer cierta adaptación mental y moral que lleva tiempo. Es el mismo caso de arrojar un niño a una pileta para que aprenda a nadar, lo que a veces resulta ser una buena idea, pero otras veces el niño se ahoga.
Las empresas argentinas, con el excesivo nivel de impuestos que existe en este país, no están en condiciones de competir con empresas extranjeras cuyos costos son inferiores al ser inferiores el nivel de los impuestos. Si bien el rumbo de la economía impuesto por Javier Milei es el correcto, no debería descuidar el problema de la adaptación al mercado y al tiempo de adaptación, teniendo presente que provenimos de una economía cercana al socialismo, por lo cual estamos pasando por etapas similares a las que pasaron los países comunistas como la URSS y sus satélites.
Mientras los japoneses se fijan si lo que compran es nacional o extranjero, comentaba un economista español, los argentinos sólo se interesan por su ventaja del momento, algo que seguramente perdura y algo que no resulta del todo aconsejable en estos momentos. El argentino típico es alguien que sólo piensa en sus derechos y poco o nada piensa en sus deberes, o en sus responsabilidades. Si no existe ningún cambio de mentalidad ni de moral, y la economía florece a buenos niveles, se habrá producido el “milagro argentino” y, quizás, el economismo no sea tan malo como parece en primera instancia.
A continuación se menciona un artículo al respecto:
LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS
Por Fernando Miguel Salon
Hay cuatro causas que han matado a los planes económicos de varios gobiernos ya sean de derecha, centro o izquierda; con presidentes y ministros de diferentes ideologías y formación.
El actual va por el mismo camino a menos que se concientice sin demoras de su importancia e implemente medidas correctivas que deberán ser contra viento y marea para poder ser exitosas.
Las causas son conocidas, comunes, ignoradas y se convive con ellas en el día a día y justamente por ello son de alto riesgo. Por lo tanto muchos estarán en contra de intentar minimizarlas, o las rebatirán con argumentos que parezcan técnicos en lo cosmético, o directamente las ignorarán pues van en contra de los intereses personales de bastantes sujetos económicos.
Ha habido propuestas económicas buenas -quizá como la actual- pero han caído porque las causas son tan habituales que parece imposible creer que hayan generado las crisis económicas.
Los cuatro jinetes del apocalipsis que pueden matar al Plan Milei son:
IMPORTACIONES
Importaciones sin aranceles o con aranceles muy reducidos: cada vez que un gobierno incentiva las importaciones bajando aranceles, automáticamente está yendo en detrimento de la industria nacional y de cualquier empresa chica, mediana o grande que pensase encarar un nuevo emprendimiento. Y de cualquier inversor que piense producir localmente, pues no valdrá la pena producir. Para eso está China, dirán.
La importación de bienes de consumo final mata a las Pymes. O sea, mata al generador de trabajo y al empleado. Si sumamos importaciones por correo es peor aún porque cualquier persona podrá importar cualquier cosa, aunque no sean bienes esenciales.
Por decirlo así, cualquiera podrá importar chucherías, gastando los dólares del Tesoro. Este no es el momento nacional de permitir la importación libre de cualquier cosa mientras la pobreza siga en un 50%.
Se han bajado aranceles de artículos realmente insólitos, lo cual incita a malgastar divisas. Las importaciones deben estar orientadas a la industria y a componentes esenciales, sobre todo tecnológicos, y a quien crea trabajo con su manufactura o valor agregado. Nunca al consumidor final para el caso argentino.
El mundo que observa el presidente no tiene aranceles bajos. Trump ya ha dicho que una de sus primeras medidas de gobierno será subir aranceles para proteger la economía de su país, y para hacer a Estados Unidos grande otra vez. Europa también tiene aranceles bastantes caros para productos extrazona.
¿Es que no queremos nosotros también hacer a Argentina grande otra vez? Pues no lo haremos importando. Eso no es desarrollo. Importación indiscriminada y libre es tener una Argentina agrícola ganadera, pues si vamos a esperar tener un país competitivo nos perderemos en el intento y el tiempo. Aquella Argentina agrícola ganadera era suficiente para el siglo pasado, pero no para la actualidad ni para 47 millones de habitantes.
Finalmente, sepamos que todo país desarrollado tiene un código arancelario aduanero que prioriza con bajos aranceles sólo lo que necesita para su desarrollo, y desmotiva con altos aranceles a los bienes no esenciales para consumo final y sin más valor agregado. Bajando aranceles vamos al revés del mundo. Esto matará al Plan Milei.
TURISMO AL EXTERIOR
En 2024 serán u$s 14.000 millones y en los cuatro años de gobierno u$s 60.000 millones. Es insostenible para las reservas del Tesoro Nacional, sin defensa razonable que argumentar. A los gastos de turismo y transporte calculados por el Indec hay que agregarle las compras que vienen en las valijas, que sumadas son millonarias. Y las compras hechas en viajes para ese fin. En los cuadros de cifras publicados por el gobierno, este gasto es uno de los mayores. Y es improductivo.
Esos dólares salen del BCRA y debilitan las reservas tan necesarias para la estabilidad monetaria, más allá de que se hayan comprado dos semanas o dos años antes del viaje. Siempre los dólares salen del BCRA. Nadie tiene dólares que ha fabricado Argentina, sino que los billetes fueron parte del dinero del BCRA, y ahora se gastan en turismo emisivo, y no dentro del país en actividades productivas, reactivadoras y fuentes del desarrollo.
Este drenaje de divisas ha afectado a varios gobiernos pasados causando serios problemas, y casi nunca fue realmente reconocido y remediado. Es más, el préstamo más grande del mundo del FMI que fuera otorgado a Argentina por casi u$s 45.000 millones se gastó en turismo emisivo a razón de u$s 10.000 millones anuales, totalizando casi lo mismo que el préstamo en los cuatro años de gobierno. Crease o no. Esto matará al Plan Milei.
El cepo al billete y el impuesto PAIS que vencerá pronto son mitigantes, pero por otro lado la provisión de dólares nunca se detuvo, gracias a alguna de las herramientas de las bicicletas financieras.
DÓLARES AL COLCHÓN
La compra de dólares billetes para esconder en el colchón también impacta. Quizá esta sea la parte más arraigada y difícil de corregir, pero ha sido durante largas décadas el lastre pesadísimo que saca dinero de circulación y lo inmoviliza, causando la parálisis que ya conocemos, inflación, especulación, evasión impositiva y baja de reservas.
Estamos hablando de los u$s 260.000 millones escondidos que informa el Indec, y de los cuales el blanqueo llegó modestamente al 10%. Algunos de tales dólares ya han vuelto al colchón y otros han salido por Ezeiza de vacaciones. Hay mil razones o excusas para guardar dólares a nivel individual, pero a nivel de la macroeconomía del Estado Argentino es una soga en el cuello constante, una evasión y drenaje de divisas, y una situación de nunca tener las reservas que según las exportaciones debería haber.
Si bien no es una medida simpática, no deberían venderse dólares billete pues las transacciones normales son en dólares electrónicos, o bien deberían encarecerse substancialmente con impuestos y otras limitaciones, profundizando el cepo.
El Estado ya sabe que la compra de billetes es para esconder o para vacaciones, y no para producir. Es decir, sabe que todo el esfuerzo hecho para incrementar reservas es en vano si los dólares desaparecen del circuito productivo normal. ¿Por qué continúa vendiéndolos? Esto matará al Plan Milei.
HÁBITOS CULTURALES
Hábitos culturales de los sujetos económicos argentinos: esta es sin dudas la parte más difícil de modificar pues es cultural y lleva generaciones arraigándose. Los tres puntos anteriores vienen por decisiones de hábitos o comportamientos culturales, y por eso no se corrigen con las leyes y fórmulas de las ciencias económicas.
Por esto los diversos planes económicos han fracasado durante décadas y a través de ideologías. Se han visto planes económicos muy bien pensados y calculados, pero les faltaba incorporar el componente cultural económico argentino. Se ha visto el mismo plan funcionar muy bien en varios países, pero no en Argentina, por la misma razón cultural.
Preferimos viajar al exterior en lugar de al interior, preferimos las marcas importadas antes que las nacionales, y escondemos dólares por las mil razones que todos podamos tener.
En resumen, deseamos las monedas extranjeras, los productos extranjeros y los lugares extranjeros. No miramos hacia Argentina. ¿Entonces cómo la desarrollaremos? Con estos comportamientos, ni el mejor presidente de los 200 países del mundo podrá hacerlo.
Los medios de comunicación tienen más noticias de lugares, cosas o eventos extranjeros que del interior del país. Sabemos de Miami, de Europa, del iPhone 16, de cómo invertir en Florida, de las últimas camionetas importadas y de cómo especular con la diferencia de tasa en pesos contra tasa de devaluación.
Hablamos de adónde viajamos o qué cosa importada nueva está disponible. ¿Vivimos de fantasías? Pero no sabemos nada de Formosa, Misiones, San Luis, o Corrientes. No hablamos de la problemática de producción del país. No sabemos de la producción de té, porotos, almendras, lana, madera, azúcar, maní, o espárragos nacionales. Tampoco hablamos de la producción de energía nacional. Como si todo esto fuera ajeno, de otro país.
Pensamos en dólares en un país donde no los hay, y por eso no habrá dolarización. En las comparaciones regionales no se tiene en cuenta la cultura económica argentina, que no se repite en América Latina. Brasil tiene y defiende su gran industria y su moneda, y muchos otros países tienen economías con otros parámetros de difícil comparación válida con Argentina.
Corregir estos hábitos llevará más de una generación con campañas educativas serias y estabilidad, a contar los plazos desde el momento de comienzo. Si no hay comienzo, no habrá solución.
Mientras tanto, las medidas económicas deberían servir de atenuante a la tendencia de “mejor afuera”, y la parte transaccional de su implementación no debe tener agujeros o puntos débiles para ser esquivadas. Tendrán que ser lo que da en llamarse implementación rígida. Sino esto matará al Plan Milei también.
Si no se hace el mayor esfuerzo para corregir estas cuatro causas, el fin está cerca, pues así pasó anteriormente.
(De www.laprensa.com.ar)
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