Para los sectores de izquierda, todos los males que afectan a las sociedades humanas se deberían a la desigualdad social, entendida como una desigualdad económica. De ahí que promueven una lucha contra la riqueza, o contra el sector que la genera. Una igualdad en la pobreza también tiene sus defensores, ya que asocian las virtudes morales a la pobreza, lo que no parece ser una idea compatible con la realidad.
Los sectores socialistas, para no reconocer los fracasos de la economía planificada desde el Estado y la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, se han sumado a la postura sostenida por algunos sectores de la Iglesia, quienes apoyan la eliminación de la riqueza antes que a la eliminación de la pobreza.
El actual Papa resulta ser el principal defensor de la pobreza, ya que entiende que no sería la moral bíblica la que, en forma exclusiva, debe reinar en la mente de la gente, sino que la moral sería una consecuencia esencialmente económica, como pensaba Marx.
A continuación se transcribe parcialmente un escrito al respecto:
VIVA LA POBREZA
Por Loris Zanatta
La doctrina social y económica de Bergoglio condena el capitalismo, señala a la “burguesía” y las clases medias como cultores de egoísmo y consumismo. Al mismo tiempo, eleva al “pobre” a objeto de “opción preferencial”, la quintaesencia de toda virtud. Así hacen todos los “populismos jesuitas”, con los cuales comparte la misma irresuelta contradicción: por un lado imputa al “sistema” capitalista la causa de la pobreza, pero por otro lado celebra en el “pobre” a aquel que no fue corrompido.
El capitalismo “deshecha” y eso está mal. Pero ser descartado es bueno, porque salva el alma. Combatir a la riqueza es por lo tanto más importante que eliminar la pobreza. ¿Qué sería de un mundo sin “pobres”, si “los pobres son preciosos a los ojos de Dios”? Lo son, según Bergoglio, porque “no hablan la lengua del yo, no se sostienen solos”, necesitan de quien “los lleve de la mano”; no son adultos ni individuos, son eternos menores: son la materia prima necesaria para el ejercicio de la virtud. Salvándolos el hombre se salva. El ideal de Bergoglio es una Arcadia porrista al reparo del “pecado social”; la Arcadia “populista jesuita”.
A tal puerto, Bergoglio no llegó como tantos sacerdotes de su generación recorriendo la vía revolucionaria marxista, invocando la “lucha de clases” y la “muerte del capital”. Llegó sobre las alas del peronismo, que con su “revolución preventiva” basada en la “colaboración de las clases” había permitido a la “nación católica” derrotar al liberalismo en el país más moderno de América Latina. Aquel había sido el gran mérito de Perón: el mérito de haber devuelto al pueblo a su “cultura” cristiana, de haberlo salvado de las sirenas seculares.
Por lo tanto, Bergoglio no empujó nunca la aversión por el capitalismo a los extremos de los marxistas. Nunca condenó del todo la propiedad privada, la empresa comercial, la iniciativa individual. En tanto tuvieran “función social”, en tanto el Estado desempeñara la función moral de “distribuidor de las riquezas”. De ello la imagen bastante difundida en Europa de un papa “socialdemócrata”, propulsor de un sistema de mercado “ético y responsable”, extraño a la furia anticapitalista de los regímenes “populistas jesuitas”.
Sin embargo, justamente aquella de los “populistas jesuitas” es su “familia” política e ideal. Más allá de tenues concesiones a la economía mercantil, Bergoglio no hibrida socialismo y liberalismo como hizo la socialdemocracia. El “capitalismo” no es para él un fenómeno histórico complejo y mutable, portador tanto de progreso como de civilización como de barbarie y explotación según el contexto histórico e institucional. Es la encarnación del mal, de él emana “el tufo del estiércol del diablo”. Emerge así el humus de la cristiandad hispánica que, lejos de hibridarse con los frutos del iluminismo, cultiva el sueño de borrarlos para refundar el Reino, donde del enemigo no quedará traza.
La economía capitalista no es para Bergoglio nada más que “especulación financiera”, “paradigma tecnocrático y utilitarista”, causa de “miles de millones” de descartados. En suma, es pecado: la ley de la oferta y la demanda corrompe “la carne y el espíritu”. Su concepción económica se apoya sobre un imperativo categórico: “Que la riqueza se distribuya”. De qué modo se crea la riqueza de la cual exige su distribución no es objeto de su prédica. A la par de otros “populistas jesuitas”, el papa invoca la parábola de los panes y los peces como fundamento de la ciencia económica. La economía, decía Fidel Castro, “la entienden también los niños”.
Su balance del mundo moderno es negro y lapidario: nada han dejado los últimos doscientos años de historia sino el “deterioro del mundo y de la vida de gran parte de la humanidad”. A la tecnología y a la finanza se le escapa “el misterio de las múltiples relaciones que existen entre las cosas”, el orden holístico de lo creado. Por lo cual “resuelven un problema creando otro”.
La “destrucción creativa” de Joseph Schumpeter, fundamento de la idea de progreso, pasaje clave de la innovación tecnológica, es extraña al universo ideal de Bergoglio y a su bagaje cultural. Aquello que en la perspectiva iluminista es lógico y fisiológico, que cada solución presente nuevos problemas, no lo es en la suya. Como los otros “populistas jesuitas” latinoamericanos, recuerda en tal modo por qué la ética del capitalismo no surgió en el mundo hispánico y todavía le cuesta abrirse camino.
Como Castro añoraba la edad en la cual el hombre vagaba solitario por los bosques, él lamentaba que “los ancianos recuerdan con nostalgia los paisajes de otros tiempos”. La modernidad es corrupción, la historia es caducidad. Por lo tanto, la tierra prometida no es un horizonte futuro sino la nostalgia de un pasado mítico. Para alcanzarlo no importa que los “pobres” suban por la escalera de la prosperidad, sino que los “ricos” desciendan. La “solución” está en el “decrecimiento”: hay que “lentificar la marcha”, “volver atrás antes que sea tarde”. La utopía cristiana de los “populismos jesuitas” es un himno a la pobreza.
(De “El populismo jesuita”-Edhasa-Buenos Aires 2021).
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