martes, 10 de diciembre de 2024

El problema de la adaptación religiosa inversa

Estando nuestro universo construido en base a leyes naturales invariantes, resulta necesario adaptarnos a esa realidad lo más pronto posible. Como el concepto de “ley natural” (vínculo invariante entre causas y efectos) es relativamente nuevo y poco accesible a la mente del hombre común, resultó necesario reemplazarlo en el pasado por un Dios con atributos similares a los de los seres humanos. Se produjo así una adaptación inversa del mundo real al hombre, en lugar de intentar adaptar al hombre al mundo real.

Si bien esta “solución” fue la única posible desde hace algunos milenios atrás, ya es hora de comenzar con la “adaptación directa” del hombre al universo. Adviértase que las religiones sustentadas por un Dios que interviene en los acontecimientos humanos resultan ser religiones subjetivas, mientras que, si llegamos al conocimiento pleno de las leyes naturales que rigen nuestras conductas individuales, llegaremos a establecer una sola religión, pero con un carácter objetivo.

Como fácilmente podemos comprobar, las religiones subjetivas no funcionan como tales, por cuanto generan múltiples divisiones y conflictos, en lugar de unir a los seres humanos. Se llega al extremo de “hablar en nombre de Dios” considerando a Dios como una especie de marioneta. Ello da lugar a que verdaderos trastornados mentales, en nombre de Dios, cometan los peores crímenes mientras son muy pocos los que critican los fundamentos de las religiones, que son en definitiva los que amparan todos los desvíos de la razón y de la ética elemental.

Veamos el caso de los terroristas islámicos. Al respecto. Miguel Wiñazki escribió: “Empezaba a despuntar la mañana del 18 de julio de 1994 en Buenos Aires. Los hacedores del atentado a la AMIA se arrodillaban rogando ante Alá. Se entregaban a Dios con la convicción de hacer justicia, de cumplir para el bien de todos un mandato divino, de honrar la ética que les exigía matar y matarse”.

“Miraban sus relojes esperando el sacrosanto momento de la explosión, aguardaban en Buenos Aires y en Teherán. Y a la vez, al mismo tiempo, otros cientos se levantaban para ir a trabajar a la AMIA, la Asociación Mutual Israelita Argentina, se despedían de sus esposas, esposos, de sus parejas, de sus hijos o de sus padres, sin saber que morirían. Y partían al unísono el terrorista de la Trafic y los trabajadores de la AMIA y también los transeúntes que por azar atroz del destino irían a enclavarse según el laberinto múltiple de sus pasos allí en la calle Pasteur donde todo volaría”.

“El terrorista suicida no se concebía a sí mismo como terrorista sino como justiciero, así como sus mandantes que oraban y ya pronunciaban el grito de Justicia «Allahu Akbar», Dios es grande, porque llegaba ya el instante en el que darían el mensaje de los cielos, con el bombazo propagarían el estruendo de lo que para ellos es la justicia”.

“El terrorista era concebido como un mártir según sus mandantes teocráticos, alguien que encarnaba la ética con «tal desinterés que daría su vida por la ley de Dios». Cheij Mohamed, cerebro del atentado contra las Torres Gemelas en Nueva Cork, según se define él mismo, le escribió una carta a Barack Obama cuando era presidente de los Estados Unidos: «Alá nos ayudó a realizar los atentados, a destruir la economía capitalista, a tomarlos desprevenidos y a exhibir la hipocresía de sus argumentos de larga data sobre la democracia y la libertad»”.

“Mohamed se siente en manos de Dios y se percibe guiado por Dios: «Si su tribunal me condena a cadena perpetua, estaré feliz de estar solo en mi celda para adorar a Alá durante el resto de mi vida», escribía, y agregaba: «Y si su tribunal me condena a muerte, seré todavía más feliz de ir al encuentro con Alá y los profetas y de ver a mis mejores amigos, a quienes mataron injustamente en el mundo, y de ver al jeque Osama Bin Laden»” (De “La posmoralidad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2017).

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