Las empresas estatales, si son sometidas a las reglas del mercado, son aceptables por parte de economistas como Ludwig von Mises. En caso contrario, cuando no son capaces de revertir situaciones de pérdidas y son rescatadas por el Estado, con fondos públicos, se transforman en un factor de corrupción, generalmente empleadas con fines políticos para otorgar puestos de trabajo a los partidarios del gobierno de turno. Se dice que “Las empresas privadas son controladas por el Estado, las empresas públicas por nadie”.
Durante el anterior gobierno kirchnerista, las empresas estatales argentinas mostraban pérdidas por unos U$S 5.000 millones anuales. Si con 1 millón de dólares pueden construirse unas 20 viviendas, con 5.000 millones podrían construirse unas 100.000. Luego, al existir un grave déficit habitacional, los mismos políticos que permiten tal derroche de recursos, son los primeros en “afligirse” por la situación de la gente pobre, que carece de vivienda.
El comienzo de la decadencia argentina se inicia justamente con el acceso al gobierno de Juan D. Perón, en 1946; un gobierno caracterizado por iniciar una masiva nacionalización de empresas, utilizadas con fines electorales y propaganda política, sin advertir, por supuesto, que las “empresas bien nuestras” habrán de comportarse en el futuro como “cánceres bien nuestros”.
En varios países europeos, existen empresas estatales que resultan beneficiosas para la sociedad. Ello se debe a que el nivel de corrupción es muy bajo, algo que no ocurre en la Argentina. Los altos niveles de corrupción son un reflejo del poco patriotismo existente, ya que en la Argentina es admirado el que se enriquece robando al Estado y menospreciado el que sigue en la pobreza por no robar. Se considera que el Estado “no es de nadie”, y no robarle a “nadie”, implica no robar.
Respecto de los ferrocarriles nacionalizados por Perón, Héctor Iñigo Carrera escribió: “La revelación de que «uno solo de los ferrocarriles –en el primer quinquenio de las nacionalizaciones- ha perdido más de la mitad de lo que costó adquirir todos los extranjeros», produjo en las esferas oficiales mal disimulada molestia. A las pocas horas, los distribuidores de periódicos eran hostilizados y millares de ejemplares destruidos en pleno centro de la ciudad, por elementos policiales, con ropas civiles y espíritu servil”.
“Sin embargo, nuestro estudio, ratificación de lo que ya gran parte del pueblo presentía, no fue totalmente desoído por el régimen, pues el ex presidente [Perón] se abstuvo en lo sucesivo de ciertas afirmaciones excesivamente optimistas acerca del resultado de tan desastrosas formas de administrar. Pero no hubo fuera de aquella reacción policial y este silencio oficial, otra forma de respuesta para aclarar o rectificar” (De “El engaño de las nacionalizaciones totalitarias”-Ediciones Gure-Buenos Aires 1955).
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