Entre los primeros economistas que pensaron en la existencia de un orden económico natural, aparece François Quesnay. Es importante distinguir entre un orden económico que se establece en forma espontánea, a partir de que los integrantes de la sociedad adoptan sus decisiones libres y voluntarias, de una economía "artificial" en la cual las decisiones económicas dependen de quienes dirigen al Estado.
Las distintas utopías surgidas de la mente de los planificadores sociales, desde Platón en adelante, constituyen economías artificiales. Por lo general se caracterizan por establecer como vínculo de unión entre los hombres a los medios de producción o bien a lo ya producido, por lo general en una forma no voluntaria por parte de los afectados. Estos vínculos materiales en realidad atan a las personas anulando sus libertades individuales.
La economía natural es la que permite establecer intercambios que dan origen a las leyes de la oferta y la demanda, por lo que la labor de los economistas no radica en diseñar economías artificiales, sino en optimizar la economía natural. Como todo intercambio voluntario debe ser beneficioso para ambas partes. Para que se repitan en el tiempo, es imprescindible la existencia de una ética natural que excluya el egoísmo, si bien se repite muchas veces que es el egoísmo el motor de la economía natural. Si así fuera, muchos pretenderían beneficiarse en forma unilateral, imposibilitando los intercambios posteriores y deteniendo la economía de intercambios.
Si se denomina como "egoísmo" la actitud de quienes buscan enriquecerse a través de la producción o el comercio, pronto se verá que, si sus decisiones y acciones son legales, tarde o temprano beneficiará al resto de la sociedad, por lo que desaparece tal supuesto egoísmo. En toda sociedad real existe, sin embargo, el egoísmo, y así también resultan los efectos de tal actitud cuando se generaliza.
Si alguien gana mensualmente más de lo que gasta, generando un ahorro, luego lo invertirá en forma productiva y así progresará económicamente, aún cuando no tenga en su mente objetivo económico alguno o ambiciones en ese sentido. El egoísmo inexistente en esa persona no le impide progresar.
La mayor ayuda ideológica que reciben los opositores a la economía de mercado radica en que sus defensores hablan de la "virtud del egoísmo", dando pleno lugar para que sus opositores hablen de una supuesta "economía ética", como aducen que es el socialismo.
La ley de la oferta y la demanda surge del comportamiento de actores libres, en lugar de decir que ellos “acatan” dicha ley, como podría suponerse. De ahí que tal ley puede considerarse como la ley natural básica de la economía. Y la labor de los gobiernos, en materia económica, debe ser la de tratar de que tal ley se manifieste con normalidad.
La ley de oferta y demanda conduce a la existencia de un sistema autoorganizado, de realimentación negativa, que tiende a buscar el precio estable de un item particular.
Se transcribe un artículo acerca de François Quesnay:
EL MEDICO DE LA AMANTE
Por Alvin y Heidi Toffler
El fracaso de muchos economistas a la hora de captar la profundidad del actual cambio revolucionario es paradójico. No es la primera vez que la genialidad anda del brazo de la miopía.
François Quesnay era un genio. También era el médico oficial de la famosa amante de Luis XV, madame de Pompadour. Hijo de plebeyos, Quesnay no aprendió a leer hasta los once años, pero, cuando lo hizo, ya no se detuvo. Aprendió rápidamente por sí mismo latín y griego, durante un tiempo trabajó para un grabador, se matriculó en la facultad de medicina, se convirtió en cirujano y en un reputado experto en hematología. Con los años, se encaramó hasta lo más alto de la medicina francesa y obtuvo un puesto en el palacio de Luis XV.
Pero, además de la medicina y madame Pompadour, Quesnay tenía otras cosas en su inquisitiva mente. En el estrecho entresol situado sobre las estancias de madame Pompadour, llevó a cabo un profundo estudio de la economía agraria. Se dice que allí solía recibir a Turgot, que más tarde habría de ser ministro de Finanzas de Luis XV, y a otros pensadores y personas significativas de su época. También contribuyó a la Encyclopédie de Diderot con artículos sobre temas como «agricultores» y «cereales». Escribió sobre impuestos, tipos de interés y temas tan diversos como los incas o el despotismo en China.
Hacia 1758, las ideas de Quesnay sobre economía ya habían cristalizado lo suficiente como para publicar su Tableau Économique, un notable precursor de las tablas –mucho más complejas- de input y output por las que Wassily Leontief ganó el premio Nobel en 1973. En su Tableau, Quesnay comparaba la economía con la circulación de la sangre por el cuerpo.
Esta analogía tuvo poderosas implicaciones políticas, tanto en su época como en la nuestra, puesto que si la economía es, de hecho, algo natural y tiende a la homeostasis, según Quesnay, tiene que buscar el equilibrio de forma natural. Y si eso era así, afirmaba, las políticas mercantilistas del gobierno francés y su inacabable regulación del comercio y la fabricación interferirían en el equilibrio natural de la economía. Enseguida surgió en torno a Quesnay el grupo denominado de los «fisiócratas», que empezó a extender y promover dichas ideas. El propio Quesnay llegó a ser tenido por uno de los mayores intelectuales de Occidente, a quien algunos comparaban con Sócrates y Confucio.
Sin embargo, Quesnay cometió un craso error. Insistió en que la única fuente de toda riqueza era la agricultura: para él y los fisiócratas, sólo importaba la economía agraria. De hecho, escribió, únicamente hay tres clases de personas: campesinos, propietarios de tierras y el resto. Las dos primeras eran productivas, el auténtico útero de la riqueza; para Quesnay, todos los demás eran miembros de la «clase estéril».
Por brillante que fuese, Quesnay no podía imaginar siquiera una sociedad industrial en la que, en realidad, la mayor parte de las riquezas pronto empezaría a proceder de las humeantes fábricas de las ciudades y de las manos y cerebros, precisamente, de la «clase estéril».
Hoy día también vemos que muchos economistas padecen la misma miopía de Quesnay, con aportaciones geniales a partes de un problema, pero sin examinar el bosque, mucho mayor, al que pertenecen y donde están insertas. En resumen, ha llegado el momento de inocularnos contra el factor Quesnay.
Y no seremos capaces de hacerlo hasta que podamos separar lo verdadero de lo falso.
(De “La revolución de la riqueza”-Debate-Buenos Aires 2006).
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1 comentario:
Excelente síntesis y es muy bueno que se ponga en valor estás ideas. Se comprende que Quesnay no visualizara el agregar valor, mediante el trabajo industrial, porque vivía en un entorno agrícola y de producción primaria de bienes. Lo que enriquece a un pueblo es la producción abundante de bienes y servicios que le permita su fácil y útil desenvolvimiento.
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