sábado, 21 de diciembre de 2024

Orígenes ideológicos del peronismo

Los fundamentos ideológicos de los diversos movimientos de tipo totalitario son una mezcla de disfraz para ocultar sus verdaderas intenciones y de ideas concretas para la acción, que se resguardan de ser conocidas por sus víctimas.

Por lo general consideran al pobre como un incapaz o un inválido. De esta forma justifican sus acciones protectoras, mientras eligen un enemigo respecto del cual ejercerán la protección. Se trata de ofrecer protección al pobre, al incapaz, al vago y al inválido, cuyas vidas, se supone, son amenazadas por los ricos, que por lo general constituyen el sector productivo de la sociedad.

Para profundizar el disfraz humanista, se asocia a los pobres la virtud y a los ricos el pecado. La exaltación de la pobreza, como camino a la virtud es lo que algunos denominan como “pobrismo”. De ahí que el peronismo se haya asociado, desde un principio, a sectores de la Iglesia Católica, principal promotora del pobrismo.

Cuando el pobrista siente lástima por el supuestamente inferior, y le da la ayuda material en forma de limosna, siente cumplir íntegramente con los mandamientos bíblicos, por lo cual, todo sistema económico que combata la pobreza en forma efectiva será rechazado por cuanto anulará toda posibilidad de dar la limosna cotidiana. En forma secreta perderá la forma de sentirse superior a muchos, tanto económicamente como moralmente. Quedando así lejos de la igualdad predicada en los Evangelios, en los cuales se sugiere compartir penas y alegrías ajenas como propias, quedando lo material supeditado a lo que ocurra a nivel emocional. Es decir, al revés de lo que predica la actual dirección de la Iglesia Católica.

Desde el peronismo también se limitó y hasta anuló la posibilidad de toda ayuda social, individual y voluntaria, ya que tal función pasó a ser monopolizada por la Fundación Eva Perón. Incluso la construcción de escuelas dependía de dicha Fundación, de manera que el pueblo argentino debía agradecer todo lo que recibía a la “protectora de los humildes”.

Finalmente se produce la ruptura del peronismo con la Iglesia, por una simple lucha por el poder, ya que Perón, como líder totalitario, requería “todo en el Estado” y absolutamente todo bajo su mando. Se llegó así a la quema de varios templos católicos de Buenos Aires y la vandalización previa de los mismos, mostrando en esas actitudes la influencia mental recibida luego de algunos años de tiranía partidaria.

Loris Zanatta ha descrito al peronismo en base a estos aspectos ideológicos en lugar de recurrir a lo político y a lo económico, como casi siempre se hace:

PERÓN (Y EVA)

EL RETORNO DE DIOS

Por Loris Zanatta

El primer “populismo jesuita” fue el peronismo. Fue también el padre de aquellos nacidos luego en otras partes, que en él se inspiraron, lo emularon, lo evocaron. En sus orígenes, el 4 de junio de 1943, hubo un golpe de Estado militar. De allí surgió un gobierno clerical-militar, un régimen de cruz y espada. El coronel Juan D. Perón supo sumarles a los trabajadores, formando la tríade Dios, Patria y pueblo, que salió vencedora en las elecciones de 1946.

Comprendió que el fascismo, que tanto admiraba, era mucho más que un régimen de orden; era una manera moderna de movilizar y organizar al pueblo, la vía revolucionaria para recrear, en la edad de las masas, la sociedad orgánica erosionada por el liberalismo político y económico. No se trataba de realizar el fascismo en la Argentina, en especial mientras los fascismos caían en Europa, sino de crear con los materiales locales el tipo de orden al cual el fascismo había dado vida en ultramar.

Como los jesuitas en las antiguas misiones, el Estado debía plasmar al pueblo, unirlo, moralizarlo, evangelizarlo. El peronismo quería “restaurar la argentinidad”, cuya esencia era “el más puro sentimiento cristiano”. Nación católica minada por la modernidad liberal, la Argentina debía reencontrar su grandeza e identidad volviendo a las fuentes: al Reino de Dios, al orden cristiano.

En aquel país en plena industrialización, urbano como pocos otros en el mundo, el pueblo eran los obreros. No sólo, pero sobre todo. Para conquistarlos y redimirlos, Perón utilizó a veces la zanahoria de generosos beneficios materiales y simbólicos, a veces el bastón contra los infieles. Ayudaba que el grueso del pueblo se hubiera urbanizado recientemente o inmigrado desde la Europa rural y católica.

El sentido del cambio fue explícito: el ejército católico restauraba el orden cristiano. “El liberalismo está sepultado”, se alegró Hernán Benítez, jesuita, ideólogo peronista. El Parlamento cerró sus batientes, los partidos fueron suspendidos, las escuelas depuradas, la prensa censurada, la Argentina liberal desaparecía. La ley de “enseñanza básica”, su gran orgullo, base de un sistema escolar envidiado en todas partes de la región, fue eliminada. “El dedo de Dios”: así el ministro llamó a la pluma con la que firmó el decreto. En su lugar regresó triunfal la doctrina católica: “el retorno de Cristo a las escuelas”, celebró la Iglesia. Era la reconquista. Toda traza de doctrina liberal, escribieron las revistas jesuitas, será borrada de los programas, la católica devendrá “inspiradora de toda acción educativa argentina”. Las escuelas de la Compañía de Jesús, anunciaron los militares, son “nuestros órganos educativos por excelencia”.

Los jesuitas guiaban el rescate. Para ellos, antiguos y feroces enemigos del liberalismo, era la hora de la revancha. Siempre el flanco de las autoridades militares, indicaban el camino. Defender la nación, señaló uno de ellos, es “defender la personalidad moral” de los “enemigos internos”. La identidad católica del país era cuestión de seguridad nacional. Benítez estaba en su casa en el Círculo Militar. Fue él quien elevó a Perón y su mujer Eva a Mesías, quien narró el nacimiento del peronismo como plan de Dios para salvar a la Argentina y transformarla en su instrumento para unir al mundo latino. La naturaleza del “nuevo orden” la aclaró otro jesuita, Enrique B. Pita: que nadie piense que la Iglesia prefiere la forma democrática; “el único orden democrático legítimo” es el orden “conforme a las leyes de Dios”.

Tal era el perímetro ideal dentro del cual nació el peronismo: el mito de la nación católica. El pueblo soberano no era el pueblo de la Constitución sino el pueblo de Dios: un pueblo moral y no político, eterno y no mutable, unánime y no plural; un organismo que custodiaba la “cultura” de la nación. En su nombre era legítimo ejercitar el monopolio del poder. ¿No era el pueblo elegido? ¿No encarnaba la superioridad moral de los “humildes”, indemnes a la contaminación liberal? Un crucifijo, una copia del Evangelio, tres banderas argentinas, un retrato de San Martín, El Libertador: tales fueron años después los obsequios de Eva Perón a la Asamblea Constituyente, los símbolos de una identidad de fuerza moral impuesta a las instituciones representativas.

(Extractos de “El populismo jesuita”-Edhasa-Buenos Aires 2021)

No hay comentarios: