jueves, 16 de enero de 2025

Tercera vía (entre capitalismo y socialismo)

Son muchos los autores que proponen una tercera vía económica que tenga las ventajas que ofrecen el capitalismo y el socialismo, pero que carezca de sus defectos. Desde el punto de vista capitalista, todos los defectos son atribuidos al socialismo y las limitaciones del capitalismo se deben a una pobre adaptación social a tal sistema de producción y distribución de bienes y servicios. Desde el punto de vista socialista, todos los defectos son atribuidos al capitalismo y los evidentes fracasos del socialismo son atribuidos a alguna forma destructiva ajena al sistema.

En la economía capitalista, o economía de mercado, es el consumidor el que comanda las acciones de los productores. Mediante la decisión de comprar o de abstenerse de hacerlo, orientan las decisiones de los empresarios, siendo el precio de mercado una guía para sus decisiones productivas.

En las economías socialistas, son los planificadores estatales quienes comandan las acciones de los productores, indicando qué producir, en qué cantidad y en qué calidad, entre otras cosas. En una tercera vía no serían los consumidores ni el Estado los que comandarían la producción, por lo que, en principio, no sería posible la “solución” de la tercera vía.

Existe, sin embargo, la posibilidad de que exista un comando mixto entre consumidores y Estado, lo que esencialmente constituye la propuesta socialdemócrata. Al encontrar fallas o limitaciones en el proceso del mercado, sugieren solucionarlos a partir de la intervención estatal en la economía (intervencionismo).

Desde la postura capitalista (o liberal) al considerar que el proceso del mercado constituye un proceso autoorganizado, descrito mediante un sistema de realimentación negativa, toda perturbación externa tiende a desorganizarlo, y a empeorar lo que se quiso solucionar. Además, las intervenciones estatales tienden a constituir un sistema inestable que puede terminar, si los políticos “ayudan”, en el socialismo totalitario que tan malos resultados ha dado siempre.

Por ejemplo, si un alimento de primera necesidad tiene un precio excesivo, según el criterio del gobierno intervencionista, por decreto se le impondrá un precio máximo (inferior al precio de mercado que motivó el decreto). Es posible que varios productores, que tenían márgenes de ganancia pequeños, ya no les convenga producir tal alimento, bajando la producción. Además, como el precio bajó por decreto, seguramente aumentará el consumo, por lo que es posible que comience a haber escasez del alimento.

Para solucionar el problema de la escasez, el gobierno decretará precios máximos para la materia prima y los demás insumos requeridos para la elaboración del alimento en cuestión, produciéndose el mismo inconveniente anterior, pero esta vez más generalizado. Confiados en las ventajas de la “tercera vía” el proceso intervencionista seguirá profundizándose ya que tal intervencionismo involucrará no sólo los precios de los productos, sino también otras variables de la economía.

Al deteriorarse completamente el proceso del mercado, ya no será posible lograr el motivo inicial de “unir lo mejor del capitalismo con lo mejor del socialismo”, porque la economía capitalista ha quedado totalmente deteriorada. Ludwig von Mises escribió: “Los intervencionistas no se aproximan al estudio de los asuntos económicos con interés científico. La mayoría se mueve por un envidioso resentimiento contra aquellos cuyas rentas son superiores a las suyas. Esta inclinación les hace imposible ver las cosas como realmente son. Para ellos, lo principal no es mejorar las condiciones de las masas, sino dañar a empresarios y capitalistas incluso si esta política hace víctima a la inmensa mayoría del pueblo” (De “Caos planificado”-Unión Editorial SA-Madrid 2022).

Cuando un alimento de primera necesidad resulta caro para mucha gente, la solución implica lograr una mayor producción. Para ello debe establecerse una economía sana, esto es, que el Estado no debe gastar más de lo que recibe y los gastos deben ser estrictamente necesarios, y no superfluos, evitando toda forma de derroche. Además, cada ciudadano debería producir por lo menos lo que consume, abandonando la idea de ser mantenido, junto a su familia, por el resto de la sociedad vía Estado benefactor. Estas ideas tan elementales han hecho que quienes las pregonan sean vistos casi como personas extrañas o revolucionarias, siendo un síntoma de la crisis moral de la época.

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