viernes, 10 de enero de 2025

El trato a seres humanos como animales domésticos

Quienes poco se han preocupado por cultivar cierta capacidad empática, adoptan la cómoda actitud de disminuir las personalidades de aquellos a los cuales no pueden considerar como sus iguales. De esa manera tienden a adaptar su débil capacidad de amar, que muchas veces sólo se limita a sentir lástima por los débiles, o por aquellos a quienes suponen débiles. Así, tienen la costumbre de calificar como "pobrecitos" a personas de cierta trascendencia social, como es el caso de quien calificó de esa forma al modesto Premio Nobel de Química Luis F. Leloir.

Mientras que los niños pequeños tienen comportamientos similares a los animalitos domésticos, reciben un trato que contempla la formación de un futuro adulto, algo no contemplado en el caso de los "eternos niños" que son los animales. De ahí que algunos tienden a considerar a otros seres humanos, los pobres por ejemplo, como eternos niños, negando toda posibilidad de superación. Es por ello que pueda decirse que son tratados con un afecto bastante similar al que despiertan los animalitos domésticos.

Uno de los primeros pensadores que diseñaron una sociedad artificial en la cual habría poca movilidad social, fue Platón. En este caso, suponía que un gran sector de la sociedad era incapaz de desenvolverse en la vida con libertad y que por ello deberían sus integrantes ser dirigidos por personas más capaces. Platón escribió: “De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea hombre o mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aun en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse o comer…sólo si se le ha ordenado hacerlo. En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado, a no soñar nunca actuar con independencia, y a tornarse totalmente incapaz de ello” (Citado en “La sociedad abierta y sus enemigos” de Karl R. Popper-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1992).

Esta mentalidad se repite tanto en sectas religiosas como en los totalitarismos políticos, en los cuales los jefes muestran su gran "humanidad" adoptando una actitud protectora de los débiles, o a quienes se los considera como tales, sin tratar de afianzarlos en sus personalidades en formación. Wolfgang Goethe: “Trata a la gente como si fuera lo que debería ser y la ayudarás a convertirse en lo que es capaz de ser”.

Los diversos colonialismos e imperialismos fueron justificados en base a la idea de que pueblos enteros eran incapaces de actuar en libertad y que por ello era beneficioso que fueran gobernados por países imperialistas.

Una especie de "sociedad platónica" en pequeña escala es la secta del Opus Dei. Al respecto, María del Carmen Tapia escribió: “Monseñor Escrívá las trataba como a niñas pequeñas y les fomentaba tal infantilidad que rayaba en lo necio. Ellas sabían que eran «las hijas pequeñas del Padre» y como tal se comportaban. Hasta el punto de que en la casa de Roma la mentalidad infantil de las sirvientas era deplorable. Era un espectáculo tristísimo comprobar que mujeres mayores actuaran producto del adoctrinamiento recibido, como criaturas de trece años” (De “Tras el umbral”-Ediciones B-Barcelona 1992).

En las misiones jesuitas de algunos siglos atrás, también se ignoraba el "Amarás al prójimo como a ti mismo", reemplazándoselo por el afecto solidario similar al aplicado a los animalitos dométicos. Loris Zanatta escribió: "Los jesuitas del Paraguay quisieron cambiar y mejorar la naturaleza humana. Pero la “naturaleza” se vengó: “cuerpo sin médula”, las misiones “se aflojaron sobre sí mismas”; educados en la “minoridad perpetua”, los súbditos no se volvieron ciudadanos y los menores, hombres. La pretensión de crear el Estado perfecto desembocó en la construcción de “una obra artificial” privada “de fuerza motriz interior”, incapaz de sostenerse sin “la dirección del artífice”. El único motivo de su obediencia, decían los jesuitas de los guaraníes, “es la religión”. La evolución es como una religión, gritarán a coro los “populismos jesuitas” incitando al pueblo a abrazar su fe" (De “El populismo jesuita”-Edhasa-Buenos Aires 2021).

Para el peronismo, el socialismo y otros totalitarismos, el pobre no tiene culpa de nada, incluso si lo es por no ser adepto al trabajo y a las responsabilidades correspondientes. De ahí que la sobreprotección estatal sólo lograba acrecentar sus defectos, al menos en muchos casos. La Fundación Eva Perón publicitaba exageradamente su “generosidad” repartiendo lo ajeno. Alberto Benegas Lynch (h) y Enrique Krause escribieron: “A partir del protagonismo de la Fundación Eva Perón y de la Secretaría de Trabajo y Previsión se impuso, mediante una abrumadora campaña masiva de difusión, un «nuevo concepto de beneficencia». Se intentó por todos los medios eliminar el concepto de ayuda al necesitado para reemplazarlo por el criterio de «justicia» al damnificado”.

“Según esta concepción, la pobreza no era una cuestión que demandara ayuda de los benevolentes sino que requería ser «indemnizada» por tratarse de un acto de injusticia. La «ayuda social» era más bien un acto de «justicia» que de benevolencia. El Estado era el encargado de remediar, de equiparar el daño realizado al pobre”.

“El cambio fue llevado a cabo de una manera violenta, a pesar de que ya se estaba insinuando en los escritos y las demandas de los socialistas de los años veinte. No obstante el odio impulsado desde la Fundación Eva Perón hacia las entidades voluntarias de beneficencia fue determinante del cambio de mentalidad”.

“Las entidades de beneficencia y de socorros mutuos fueron desapareciendo paulatinamente a medida que crecía el protagonismo del Estado benefactor y de su brazo privado, la Fundación”. “Es más, dichas entidades fueron victimas de persecuciones físicas y de una fuerte campaña de desprestigio que las relegó a tareas marginales y acaso ocultas” (De “En defensa de los más necesitados”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1998).

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