viernes, 3 de enero de 2025

Adoctrinamiento político en la universidad

La estrategia sugerida por Antonio Gramsci para establecer el control mental de tipo socialista, no apunta tanto a las masas iletradas como a los niveles universitarios. Ello se debe a que todo proceso de masificación se establece cuando existe cierta uniformidad de pensamiento impulsada por lo que piensa la mayoría. Quienes están en permanente contacto con libros, y no con el mundo real, están mucho más expuestos a ser sometidos intelectualmente que quienes están insertos plenamente en la sociedad. Y de ahí la efectividad del adoctrinamiento.

A ello se suma la generalizada ignorancia en materia científica, ya que adoptan como referencia, no la propia realidad con sus leyes naturales invariantes, sino lo que propone algún filósofo en base a cierto hábil palabrerío, o bien algún sociólogo surgido de una sociología que pasa por una etapa pre-científica, en donde resulta poco habitual la búsqueda de la verdad objetiva y en donde coexisten teorías opuestas sobre un mismo aspecto de la realidad.

Ya en la Argentina padecimos los años 70, cuando los que escriben libros, mayoritariamente profesores o graduados en universidades, prepararon mentalmente a los terroristas de izquierda (Montoneros y ERP, principalmente) constituyendo el primer eslabón de la cadena de violencia. Ello se debe a que un 80% de los libros vinculados con el conflicto armado, estaban a favor de la guerrilla. Recordar que el objetivo principal de tal “intelectualidad” consistía en establecer un sistema de gobierno similar al de Cuba o Venezuela, los que no parecen ser los indicados para desarrollar una nación y una sociedad que convenga a la población.

En la actualidad, son también las universidades norteamericanas las que están cayendo bajo el proceso gramsciano. Se mencionan fragmentos de un artículo al respecto. Debe aclararse que en tal artículo se repite lo de un crecimiento en forma de “palo de hockey”, lo que en realidad implica una L acostada. Se hacer referencia a la cantidad de veces en que se repite determinada palabra elegida por los adoctrinadores, con una mínima utilización durante varios años seguido de un abrupto crecimiento, coincidente en el tiempo con otras palabras del mismo origen.

EL AÑO EN QUE EL MUNDO SE VOLVIÓ WOKE

Por Phillip W. Magness

En un ensayo provocador publicado en Chronicle of Higher Education, el profesor de literatura Michael Clune señala una tendencia preocupante en el ámbito académico: “A partir de 2014, muchas disciplinas, incluida la mía, la lengua inglesa, transformaron su misión”, alejándose de la erudición tradicional y “comenzando a redefinir su labor como una forma de activismo político”. Clune no es el único en advertir este cambio, que algunos han denominado el “Gran Despertar” debido a su vínculo con un tipo de política de izquierda radical que pasó a dominar los debates académicos en ese período. El sociólogo Musa Al-Gharbi, en su libro We Have Never Been Woke, vincula este fenómeno con una transformación del lenguaje utilizado por las élites intelectuales, quienes adoptaron un discurso de apoyo a la “justicia social” como una forma de reforzar su estatus y su posición dentro de la élite.

Tras una década de discurso ‘woke’, el giro hacia el activismo ha tenido un costo reputacional significativo para las instituciones de élite. En paralelo, la confianza del público en la educación superior se ha desplomado en casi todos los sectores. La confianza en los medios de comunicación tradicionales también ha alcanzado niveles históricamente bajos, impulsada por la percepción de parcialidad política. Al mismo tiempo, hay un número creciente de evidencias que sugieren que la formación basada en los principios activistas de “Diversidad, Equidad e Inclusión” (DEI, por sus siglas en inglés) podría estar fomentando, en lugar de reducir, la animosidad y el resentimiento social.

Entonces, ¿por qué el periodo discreto alrededor de 2014 marca un punto de inflexión en el auge de tantos términos y doctrinas propios de la izquierda académica, como un palo de hockey? Estos patrones ciertamente merecen un análisis más profundo y un estudio empírico detallado. Sin embargo, propongo una explicación probable basada en la composición política del mundo académico. Durante muchas décadas, los claustros de izquierda se mantuvieron como una pluralidad de aproximadamente el 40-45% del total. Mientras tanto, los moderados y los conservadores (una categoría que también incluye a los libertarios) representaban porcentajes minoritarios relativamente estables. A partir del año 2000, la ideología del profesorado empezó a desplazarse bruscamente hacia la izquierda. En 2004, los claustros de izquierdas alcanzaron su primera mayoría absoluta, con un 51% del profesorado. En 2010, habían alcanzado una ‘supermayoría’ de más del 60%, donde se han mantenido desde entonces.

Este cambio ideológico ha venido acompañado de un creciente énfasis en hacer del activismo un elemento central de la enseñanza universitaria. Además de rastrear la identificación política del profesorado, la encuesta nacional del profesorado de la UCLA, realizada por el Higher Education Research Institute (HERI Faculty Survey), formula preguntas sobre pedagogía y el propósito de la enseñanza en la educación superior. Una de las preguntas más antiguas en este sondeo es si las instituciones dan prioridad a “ayudar a los estudiantes a aprender cómo provocar cambios en la sociedad estadounidense”. En 1989, sólo el 21% del profesorado respondió afirmativamente. Sin embargo, en 2016, esta cifra se más que duplicó, alcanzando el 45,8%. En 2007, el sondeo añadió otra pregunta, indagando si los profesores consideraban que su papel era “animar a los estudiantes a convertirse en agentes del cambio social”. Como reflejo del cambio político en curso, un 57,8% del profesorado respondió afirmativamente. Para 2016, la respuesta positiva subió a un 80,6%. En un periodo relativamente corto, el activismo político se ha consolidado como una prioridad pedagógica clara para el profesorado universitario.

La terminología, los conceptos y las doctrinas que siguen el patrón del palo de hockey se originaron casi todos como jerga propia de la extrema izquierda académica de décadas anteriores. El “Gran Despertar” de 2014 y su entorno inmediato reflejan la difusión de estas doctrinas hacia un uso generalizado, normalmente después de haber sido adoptadas en el periodismo y los comentarios políticos. Los estudiantes universitarios que ingresaron a las universidades a finales de la década de 2000 y principios de la de 2010 coincidieron con la culminación del giro a la izquierda del profesorado, un cambio que había comenzado una década antes. Sus fechas de graduación y entrada al mundo laboral —ya sea en el periodismo y los medios de comunicación, en los departamentos de recursos humanos de las empresas, en la industria del entretenimiento, o en un entorno académico cada vez más marcado por un activismo valorado y una politización izquierdista que se refuerza a sí misma— coincidieron exactamente con el momento en que despegó el patrón del palo de hockey.

Parece que 2014 fue el año en que la jerga académica de extrema izquierda saltó de la sala de profesores a la conversación general. Cualquier evaluación de su trayectoria en la década siguiente debe mirar hacia el interior, hacia el clima político dentro de la academia que fomentó estos conceptos y los impulsó hacia el público en general. Aunque la derecha política ha jugado un papel importante en avivar la alarma sobre lo ‘woke’, sus críticas responden a tendencias que ya estaban en marcha mucho antes. Y lo que es más importante, el público en general ha percibido estos cambios lingüísticos en la última década y, basándose en la disminución de la confianza en las instituciones que los promovieron, no está satisfecho con lo que ve.

(De www.elindependent.org)

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