Para distinguirla de la violencia común, existente en la mayoría de las sociedades, puede denominarse “violencia ideologizada” a la que es promovida por ideólogos para establecer una futura lucha violenta, o bien asesinatos masivos, como en el caso de los sistemas totalitarios. El ideólogo tiende a inducir en la sociedad una actitud similar a la del psicópata, que carece de empatía emocional. Así los nazis inducían en la población alemana una actitud de desprecio ante las supuestas “razas inferiores”. Adicionalmente, culpaban a los judíos por haber sido derrotados durante la Primera Guerra Mundial, para que sintieran también odio hacia ese sector.
Algo similar ocurre con los ideólogos marxistas, quienes inducen el odio generalizado hacia la clase burguesa, culpando al sistema capitalista de todos los males que ocurren en la sociedad, Mientras que los nazis inducían una actitud similar a la de los psicópatas, quizás predominante sobre el odio, los marxistas tienden a inducir predominantemente una actitud de odio hacia sus enemigos.
En la actualidad, uno de los ideólogos más influyentes es Jorge Bergoglio. Al calificar a la economía capitalista, o de mercado, como una “economía criminal”; sistema que tiende a excluir a las personas y a promover la violencia urbana, recomienda a la gente a “hacer lío” cuando se trata de un país que tiende al capitalismo. En caso contrario, cuando se trata de un país como Venezuela, recomienda “dialogar”, de manera de colaborar con la continuidad de ese régimen.
Quienes siguen fieles al marxismo-leninismo, tienden a aceptar los crímenes masivos de Lenin, Stalin y otros líderes comunistas opinando que esos crímenes eran “necesarios”. Adhieren además a los crímenes en países como Cuba, Venezuela, Nicaragua, etc. Quienes rechazan esos crímenes dejan de ser marxistas. Incluso escritores como Aldous Huxley consideraron las “buenas intenciones” de tales líderes, escribiendo al respecto: “Varios millones de paisanos fueron muertos de hambre deliberadamente en 1933 por los encargados de proyectar los planes de los Soviets. La inhumanidad acarrea el resentimiento; el resentimiento se mantiene bloqueado por la fuerza. Como siempre, el principal resultado de la violencia es la necesidad de emplear mayor violencia. Tal es pues el planteamiento de los Soviets; está bien intencionado, pero emplea medios inicuos que están produciendo resultados totalmente distintos de los que se propusieron los primeros autores de la revolución” (De “El fin y los medios” de Aldous Huxley–Editorial Hermes–Buenos Aires 1955).
Recientemente, en un diario español apareció una nota en la cual tratan de calificar como “crímenes sin odio” (con "buenas intenciones", como diría Huxley) a los efectuados contra sacerdotes durante la Guerra Civil española. Tema tratado en el siguiente artículo:
PROGRESISTAS QUE MATAN SIN ODIAR
Carlos Rodríguez Braun indica que los autodenominados progresistas adolecen habitualmente de un defecto argumental, que consiste en que, al tener que defender objetivos contradictorios –por ejemplo, la memoria y el borrado del pasado; el ataque a Dios y la divinización del Estado; la protección del trabajador y la vulneración de sus derechos.
Más de 6.000 curas y monjas fueron asesinados en España durante la Guerra Civil, sobre todo en 1936. No hubo juicios, aunque sí torturas y vejaciones. Comprenderá usted mi asombro cuando leí en El País: "Las razones ocultas de las matanzas de clérigos de 1936". Con este subtítulo: "Una investigación contradice la tesis de la explosión de odio como causa principal y detecta un carácter ‘estratégico’ de los asesinatos de religiosos en la Guerra Civil".
Conviene señalar tres problemas de la izquierda: con la Iglesia, con el odio y con la lógica.
Decía Dalmacio Negro sobre Gramsci: "pensaba que el marxismo sólo podría triunfar si se eliminaba la religión cristiana". La razón estribaba en que la religión opera como fortaleza privada de las personas frente al poder político. Quienes abogan por la extensión de éste, los antiliberales de todos los partidos, la han visto siempre como una enemiga.
En segundo lugar, la cuestión del odio es importante para la izquierda, que ha elaborado una ficción conforme a la cual invita a perseguir "delitos de odio", que es algo que por definición sólo puede cometer la derecha. Con la manipulación de la historia, herramienta clave para legitimarse políticamente, la izquierda no puede permitir que se la vea como odiadora –analicé hace unos años en este rincón de La Razón la historia de esta mentirosa propaganda revestida de justa dignidad: "El odio progresista".
Por fin, los autodenominados progresistas adolecen habitualmente de una deficiencia argumental, que consiste en que, al tener que defender objetivos contradictorios –por ejemplo, la memoria y el borrado del pasado; el ataque a Dios y la divinización del Estado; la protección del trabajador y la vulneración de sus derechos– acaban arrojando piedras sobre su propio tejado. En este caso, pretenden extraer el odio de los crímenes religiosos, y su iniciativa se vuelve mucho más brutalmente en su contra.
Sospecho que en El País no entendieron lo que escribían. La tesis es que los republicanos no mataron por odio sino por estrategia para erosionar la capacidad de movilización de los enemigos de la izquierda. Fue una respuesta "más fría, técnica, racional...una imagen más cerebral de la represión". O sea, mucho peor. Como apuntó Juan Manuel de Prada en ABC: "Queriendo negar un crimen de odio, reconocen la existencia de un calculado genocidio".
(De www.elcato.org)
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