Es posible encontrar semejanzas entre las características de los diversos totalitarismos con las características de las sectas religiosas, o mejor, pseudo-religiosas. Si dejamos reservado el nombre de religión a todo lo que sirve para unir pueblos y personas, veremos que ninguna secta y casi ninguna religión cumplen con ese objetivo simple y elemental.
En este caso se tomará como ejemplo al Opus Dei, descrito por María del Carmen Tapia, quien perteneció a dicha agrupación durante 18 años. El primer aspecto a considerar es el avasallamiento sobre la individualidad que hacen tanto los totalitarismos como las sectas, priorizando el grupo al individuo. En este caso, la autora relata cómo fue presionada, cuando era muy joven, a romper un noviazgo, y un futuro matrimonio, influenciada por la aparente “voluntad de Dios”, cuando en realidad habría sido por “voluntad de Escrivá de Balaguer”, por medio de sus dirigidos. Ello se debió a que no aceptaban personas casadas para la función que habría de desempeñar. Al respecto escribió: “De octubre a diciembre de 1948, el Opus Dei lanzó una ofensiva para recobrar «mi vocación perdida». Guadalupe Ortiz de Landázuri me repitió hasta la saciedad que no estaba cumpliendo la voluntad de Dios, lo que era como una tortura para mí. Igualmente me dijeron los superiores del Opus Dei, por activa y por pasiva que «nunca podría ser feliz en mi vida ni tampoco podría hacer feliz a mi marido», todo ello por no haber cumplido la voluntad de Dios. Estas palabras suenan suaves ahora comparadas con la presión a que me sometieron. Por ejemplo, mi director espiritual me dijo, entre otras cosas, que no le pidiera que celebrase mi matrimonio porque era tanto como invitarlo a un crimen”.
“Guadalupe me dijo que rechazara como una sugerencia diabólica mi idea de consultar el tema de mi vocación con un sacerdote ajeno al Opus Dei. Ésta es la doctrina del Opus Dei enseñada por su fundador”.
“Guadalupe me dijo que el Opus Dei era «la manifestación de la voluntad de Dios en la Tierra» y que el fundador solía decir, producto de una inspiración divina, sin duda, que «el Opus Dei era la manera de convertir el mundo a Dios» y «el día que pongamos a Cristo en la cúspide de todas las actividades humanas, Dios atraerá el mundo hacia Él»”. “La directora me dijo, de una manera muy clara, que para mí la voluntad de Dios se manifestaba en lo que me indicaran mis superiores de la Obra, quienes conocían mejor que mis padres lo que era más conveniente para mí” (De “Tras el umbral”-Ediciones B-Barcelona 1992).
En realidad, Cristo habló de una Segunda Venida y, mientras tanto, proclamó la vigencia de sus prédicas y mandamientos, si bien es usual que lo que Cristo dijo a los hombres fue reemplazado por lo que los hombres dicen sobre Cristo, y así surgen las diversas sectas y así se destruye su religión. La búsqueda principal de la Biblia es la concreción del Reino de Dios, o Gobierno de Dios sobre los hombres a través de la ley natural, algo completamente opuesto al gobierno del hombre sobre el hombre, inclusive opuesto al gobierno de Escrivá sobre hombres y mujeres.
La citada autora agrega: “Era corriente oír decir a nuestra directora en el Opus Dei, que los padres, muchas veces, eran el instrumento directo del demonio para arrebatar nuestra vocación incipiente”. “Otra de las primeras enseñanzas que el Opus Dei procura a las nuevas vocaciones es el que si alguien pregunta; «¿Cómo es la gente en el Opus Dei?», se le responda: «Como todo el mundo debería ser»”.
En la secta mencionada también su usaba el antiguo método del autoflagelamiento, o autocastigo, para fortalecer el espíritu y la vida interior. En realidad, si se les ocurriera alguna vez cumplir con el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, verían que el fortalecimiento moral está asociado a la felicidad y depende del bien simultáneo que nuestras acciones y actitudes producen en uno y en los demás.
En esta secta no se favorecía la posibilidad de establecer amistades entre sus integrantes: “Queda claro que el sentido de amistad como tal no existe en el Opus Dei, puesto que si a alguna se le ocurriera alguna vez hacer la menor confidencia, por absurda que fuera, la persona que escucha y la que habla se sentirían obligadas a reportarlo a la directora. Por supuesto que hablar a la familia de algo personal e íntimo sería una falta muy grave contra el espíritu de la Obra”.
“Desde que uno entraba al Opus Dei tenía que consultar absolutamente todo con la directora, incluso cosas de tipo cultural tales como si uno podía asistir a conferencias o conciertos. No poder decidir directamente sobre el terreno me hacía aparecer muchas veces como una estúpida”.
El endiosamiento propio de los políticos totalitarios puede surgir también en las sectas. “Monseñor Escrivá nos indicó también otro día en secretaría que fuéramos apuntando las cosas que él dijera «porque servirían para la posteridad». Y de hecho fue algo que siempre hice durante todos los años que estuve en Roma. Esto que lo consideraba yo como una prueba de confianza, no se me pasaba por la cabeza que era la preparación personal que Escrivá empezaba a hacer para ir construyendo su propio altar. Y aquello eran solamente barruntos de lo que le oí decir más adelante, como «vengo de estar sentado en mi tumba, hijas mías. Pocas personas tienen ese privilegio»”.
En cuanto al trato de Escrivá con las personas cercanas, María del Carmen Tapia escribió: “La cocina de Villa Sacchetti está como en el corazón de la casa, y aunque hicieron los arquitectos varios ensayos con diferentes extractores de humo, siempre había olor a comida. Esto lo exasperaba de tal forma a monseñor Escrivá que es difícil expresarlo. Yo le he visto alguna vez entrar en la cocina, ir derecho a la ventana abierta y cerrarla dando un gran portazo. Curiosamente él no se apercibía del dolor que su actitud causaba a las numerarias y sirvientas trabajando en ese lugar, ni del calor que pasaban igualmente, dado el enorme trajín de la cocina, al no poder abrir las ventanas”.
“Las broncas eran una faceta que yo desconocía del Padre, pero realmente me causaban temor porque no sabía cómo podía reaccionar yo el día que me lanzara la primera. Hasta ahora era oír lo que les decía a las demás, pero no a mí directamente, y la verdad es que cuando le oía reñir, yo temblaba. No eran regaños; eran broncas gritadas, que, por su fondo y forma, herían hondo por el mucho cariño que se le tenía. Yo no recordaba jamás a mi padre regañando de esa forma tan brusca y tan hiriente”.
Respecto a las monjas, Escrivá parecía tener una opinión generalizada: “Monseñor Escrivá nos dijo que «las monjas eran tontas», agregando que a la única monja que él visitaba era a sor Lucía de Portugal, «no porque haya visto a la virgen, sino porque nos quiere mucho». Y generalmente, añadía: «Es un poco tontucha, pero una buena mujer». También contó, una de esas tardes, que sor Lucía de Portugal le había dicho en una ocasión: «Don José María, usted con lo suyo y yo con lo mío también nos podemos ir al infierno»”.
Respecto de la “competencia” religiosa, se advierte una postura sectaria, en Escrivá, al asumir la Reina Isabel al trono británico tanto como al mando de la Iglesia anglicana. “Alguna numeraria dijo: «Ahora la princesa Isabel, que es tan joven, será la Reina de Inglaterra». No había terminado esta persona de pronunciar estas palabras cuando monseñor Escrivá, violentamente, se alzó de su silla, con un gesto brusco se enrolló el manteo mientras iba hacia el centro del planchero jadeante, furibundo y gritando a todo pulmón: «¡No me habléis de esa mujer! ¡No quiero oír hablar de ella! ¡Es el demonio! ¡El demonio! ¡No me volváis hablar de ella! ¡Pues ya lo sabéis!»”.
Cuando el Opus Dei inaugura una residencia del Opus Dei en Londres, al cabo de algunos años, por pura conveniencia Escrivá invita al “demonio”. Tapia escribe al respecto: “La verdad es que esta reacción de monseñor Escrivá no se me olvidará en la vida y por ello me asombra cuando el Opus Dei asegura que su fundador tenía espíritu ecuménico. No lo tuvo nunca, como puede verse en la primera edición de su libro Camino, donde este espíritu no aparece básicamente como tal”.
En esa primera edición de Camino, eliminado de futuras ediciones, se leía: “Minutos de silencio. Quédese esto para ateos, masones y protestantes que tienen el corazón seco. Los católicos, hijos de Dios, hablamos con el Padre nuestro que está en los cielos”.
El fanatismo que imperaba en los seguidores, permitido o promovido por su fundador, llegaba a tal extremo que la citada autora escribió: “De lo que no me daba cuenta entonces era de que me estaban usando como una necia. Tuve que salirme del Opus Dei para advertir cómo, bajo capa y color de «buen espíritu», «amor al Padre y a la Obra», el Opus Dei exprime a todos sus miembros”.
“En nuestras vidas nos importaba más la opinión del Padre, el contentar al Padre, que el contentar a Dios. Es decir, estábamos convencidas de que contentando al Padre primero, Dios estaría contento. ¡Una curiosa forma de vida interior!”.
Otra de las curiosidades de esta secta implicaba una orden superior por la cual no se debía dejar nunca solas a las sirvientas. Tapia escribe al respecto: “Era tal la obsesión que tenía monseñor Escrivá con este «no dejar solas a las sirvientas» que a veces era un martirio para nosotras. No podían estar ni cinco minutos solas en el planchero. Siempre tenía que estar una de nosotras con ellas. Hasta el punto de que, si una numeraria estaba en el planchero con ellas y se tenía que ir al oratorio para hacer la oración, avisaba a la directora para que otra numeraria o en su defecto la misma directora viniera al planchero mientras la otra hacía la oración”.
“Monseñor Escrívá las trataba como a niñas pequeñas y les fomentaba tal infantilidad que rayaba en lo necio. Ellas sabían que eran «las hijas pequeñas del Padre» y como tal se comportaban. Hasta el punto de que en la casa de Roma la mentalidad infantil de las sirvientas era deplorable. Era un espectáculo tristísimo comprobar que mujeres mayores actuaran producto del adoctrinamiento recibido, como criaturas de trece años”.
Una de las peores cosas que ocurre en cualquier institución es la promoción de la delación o alcahuetería. Y tal situación es promovida por quienes escuchan tales alcahueterías y difamaciones. De ahí que las sirvientas tratadas como niñas constituían una importante “fuente de informaciones” que disponía el fundador de la secta. Quienes hayan tenido que ser parte de alguna institución de tal tipo, sabrán lo penoso que es trabajar o vivir en un lugar así.
La citada autora relata una situación poco esperable de un cristiano: “Aunque no me apetecía hablar con Encarnita por su forma de acusarme ante el Padre, al cabo de tantos meses de estar en Roma, lo hice porque estaba realmente angustiada al saber que el Padre no me hablaría en dos meses, cosa que cumplió a cabalidad”.
“Aquellos dos meses me parecieron una eternidad. Monseñor Escrivá, ostensiblemente delante de todas, hacía notar que no me dirigía la palabra. La verdad es que aquel castigo me costó más de una lágrima en mi oración”.
"Pasaron más de dos meses cuando un buen día me empezó a hablar con la mayor naturalidad, como si nada hubiera pasado. Al recordar hoy día hechos semejantes, confieso que me asombra ver la capacidad de aguante que tiene el ser humano cuando sigue ciegamente a un líder. Y pienso también qué clase de sentimientos podría albergar el corazón de monseñor Escrivá cuando se permitía jugar con los sentimientos de todos nosotros con esa insensibilidad. No me parece que sus actuaciones, poniendo la anterior como ejemplo de muchos, estuvieran cerca del espíritu evangélico respecto al perdón de las ofensas «antes de que se pusiera el sol», si es que tan ofendido se sentía”.
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