jueves, 9 de enero de 2025

Espontaneidad emocional

Hay veces en que nuestras emociones no están a la altura de lo que nos parece mejor. Este es el caso en que somos conscientes de que nuestra mejor actitud implica tener la predisposición a compartir penas y alegrías ajenas como propias. De ahí que el razonamiento vaya algo adelantado a nuestras respuestas emocionales, con la esperanza de que, con el tiempo, tales respuestas alcanzarán a nuestra razón, que actúa como una verdadera guía u orientación de nuestras emociones.

También existen personas que no necesitan utilizar razonamientos para establecer vínculos emocionales con el prójimo. Posiblemente han nacido con una buena predisposición emocional sin tener que mejorar demasiado durante el resto de la vida.

El caso más complejo es, posiblemente, el de quienes creen en un Dios que actúa en nuestra vida en todo momento, y que resulta ser un intermediario, entre dos personas, que envía premios o castigos en función de nuestras acciones y emociones. Y de ahí la posibilidad de que se haga el bien, no como una consecuencia normal y espontánea de una previa vinculación emocional con diversas personas, sino en la búsqueda de un premio que viene de Dios, por lo que entonces, pareciera, que el bien se hace pensando en uno mismo, en forma egoísta; no se construye un vínculo afectivo real, de ahí que, de alguna forma, tal actitud es advertida por los demás.

Adviértase que tal situación no surge en quienes suponen que Dios no interviene en los acontecimientos cotidianos, o en quienes suponen que sólo existen leyes naturales que rigen todo lo existente, sin necesidad de que una deidad intervenga a cada instante.

Cuando Cristo sugiere que “Dios sabe que os hace falta antes que se lo pidáis”, pareciera advertir el peligro de la ausencia de espontaneidad en los vínculos emocionales, con la intención de hacer ver que lo importante de la ética bíblica radica en la acción de las personas, y no en las posibles acciones de Dios. El rezo o la oración han de servir para que tengamos presente la existencia de un orden natural al cual debemos adaptarnos de la mejor manera, mientras que el rezo o la oración no han de ser necesarios para motivar acciones de Dios, precisamente porque “sabe lo que nos hace falta antes de que se lo pidamos”.

Esta sugerencia a veces es interpretada como que no hay que hacer nada, ya que Dios nos proveerá de lo que necesitamos, incluso sin tener que pedírselo, lo que inhabilita toda acción orientada hacia una mejora ética. Tal mejora provendrá finalmente de acentuar nuestra empatía emocional, antes de suponer que la “perfección humana” radica en establecer un firme vínculo con un ser perfecto e imaginario.

Los efectos benéficos de la oración no se deben a que "Dios escuchó nuestros pedidos", sino que, al ser conscientes de estar inmersos en un orden natural con cierta finalidad, se desencadenan algunos procesos psicológicos poco cotidianos. Alexis Carrel escribió: “Fue generalmente admitido que no sólo no existen los milagros, sino que no podían existir. Lo mismo que las leyes de la termodinámica hacen imposible el movimiento continuo, las leyes fisiológicas se oponen a los milagros. Todavía es esta la actitud de la mayor parte de los fisiólogos y de los médicos. Sin embargo, en vista de los hechos observados durante los últimos cincuenta años, no puede sostenerse esta actitud".

"Los casos más importantes de curación milagrosa se han registrado en la Oficina Médica de Lourdes. Nuestro concepto actual de la influencia de la oración sobre las lesiones patológicas está basado en la observación de pacientes que han sido curados casi instantáneamente de diversas afecciones, tales como tuberculosis peritoneal, abscesos fríos, osteítis, heridas supurantes, lupus, cáncer, etc. El proceso de la curación varía poco de unos individuos a otros. A menudo, un dolor agudo. Luego, una sensación instantánea de estar curado. En unos segundos, unos minutos, todo lo más unas horas, se cicatrizan las heridas, desaparecen los síntomas patológicos, vuelve el apetito”.

“El milagro se caracteriza principalmente por una extraordinaria aceleración de los procesos de reparación orgánica. No hay duda de que el grado de cicatrización de los defectos anatómicos es mucho más rápido que lo normal. La única condición indispensable para que el fenómeno se produzca es la plegaria. Pero no es necesario que sea el mismo paciente el que rece, ni siquiera que tenga fe religiosa. Basta con que alguien a su alrededor se halle en estado de oración. Estos hechos son profundamente significativos. Muestran la realidad de ciertas relaciones, de naturaleza aún desconocida, entre los procesos psicológicos y orgánicos. Prueban la importancia objetiva de las actividades espirituales, que los higienistas, los médicos, los educadores y los sociólogos han dejado de estudiar casi siempre. Abren al hombre un mundo nuevo” (De “La incógnita del hombre”–Editorial Época SA-México 1967).

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