Se dice que en toda guerra hay dos perdedores. Quizá esto valga también para las guerras comerciales, como la que propone el presidente Trump con la elevación de aranceles aplicados a los productos importados. Ello provocará réplicas de los países afectados produciéndose aumentos de precios que dificultarán los intercambios comerciales. Todo parece indicar que Trump no es una persona competente en cuestiones económicas; al menos esta es la opinión que se puede leer en youtube con el siguiente título:
¡Desesperación total! Grave impacto real de los aranceles de Trump / The MXFan
Se recomienda su lectura. Además se transcribe el siguiente artículo para ampliar el tema:
LA COSTOSÍSIMA EDUCACIÓN DEL SEÑOR TRUMP
Por Dardo Gasparré
En un planeta convulsionado y sin gerente del Orden Mundial, la economía norteamericana no puede debilitarse con aranceles y sanciones.
Es sabido que el presidente norteamericano no tiene una gran educación formal -ni informal- y eso ha sido siempre evidente y nunca desmentido. Pero cuando se trata de temas económicos o estratégicos que además tienen efectos globales, el tema se vuelve más grave, y los costos del aprendizaje vía prueba y error son sufridos por toda la humanidad.
Esta precariedad y voluntarismo salvífico, que en general evidencian preferentemente los políticos sociocomunistas, conocidos como la extrema izquierda, evidentemente han sido ahora adoptadas por quienes representan mediáticamente a la extrema derecha, consideración que se puede aplicar no solamente al carotenado mandatario norteamericano.
En el caso particular, se une la manifiesta e irrenunciable decisión de no prestar atención a ninguna opinión u observación que lo contradiga, tanto de sus opositores como aún de sus seguidores más fervientes. Este último caso no debe sorprender porque sus seguidores más fervientes procuran su propio interés, para lo que están dispuestos a decir -como el personaje del inmortal Gianni Lunadei- “le pertenezco, señor”. Situación en la que el presidente de la hasta ayer la mayor potencia de la historia tampoco está solo.
La forma en que sus ponencias y decisiones son revertidas, suspendidas o modificadas ante el efecto que producen sobre la realidad, no son novedosas ni sorprendentes. La famosa economía austríaca, venerada desde hace pocos años por nuestro presidente Milei, se ocupa, más que de dar soluciones y recetas a los problemas económicos, de mostrar los efectos que producen las medidas más o menos facilistas cuando se pretende saltar las incomodidades que –como todo tratamiento de corrección o cura- conllevan las políticas serias, tratando de forzar u domar la acción humana, o sea la libertad.
En esa línea de pensamiento que no puede ser otra cosa que despótico, como ya ha sintetizado la columna, el mandatario de EEUU utiliza la política del garrote y la zanahoria de Theodore Roosevelt combinada con el proteccionismo generador de recesión y estanflación mundial de Franklin Roosevelt.
Los rayos de Zeus
Al mismo tiempo, amenaza con sus medidas que arroja como Zeus sus rayos para amedrentar a sus enemigos y doblarles el brazo en una negociación donde supone que obtendrá concesiones. El primer problema con que se encuentra es que sus enemigos conocen muy bien sus precarias estrategias. Entonces, en vez de que esas amenazas y sanciones disparadas con liviandad sean atemorizantes, son usadas en su contra por sistemas, burocracias y países con analistas más sagaces.
El bombardeo alevoso del jueves de Rusia sobre Ucrania, por caso, coincide con el cese de entrega de información de inteligencia a este último país dispuesta por el mandatario norteamericano. Lo que lo deja o bien como un títere de Putin, o bien como un iluso que se creyó capaz de detener la guerra y terminó arrojando a Ucrania en las garras del león.
Eso lleva a la amenaza de ayer de aplicar sanciones bancarias, sanciones en general y aranceles aduaneros a Rusia si no para la guerra. De nuevo, una bravuconada pública que no puede terminar bien. Todo basado en su otra bravuconada preelectoral de que pararía la guerra en dos días, como afirmó en otro impulso verborrágico.
Y nuevamente se equivoca. Amenazar con la utilización del sistema financiero americano como arma de guerra daña el concepto de centro financiero y bursátil mundial que tiene Estados Unidos, y no será algo demasiado bien visto por ese entorno, a la vez que tendrá efectos negativos que hacen difícil la efectivización de la medida. También hace pensar a muchos si la amenaza es real, o si se trata de una acción pour la Galerie destinada a conformar a los espectadores y a algunos protagonistas. Su imagen, la de su país y hasta la de Occidente no pueden salir indemnes de este accionar.
Esto no excluye la alta probabilidad de que tenga razón, como cuando disputa con Europa los costos, el formato de la guerra, los aportes a la ONU, el modo en que la UE descansa en EEUU para su defensa, (y ahorra en consecuencia) pero es el formato, el mecanismo, el estilo y la manera en que quiere corregir esa asimetría lo preocupante. Sin olvidar que esa protección también significó la ventaja de ser el gerenciador del Orden Mundial, que su país se ocupó de abandonar en los últimos 25 años.
Las bondades del libre comercio
En cuanto a las tarifas, Trump ignora por completo las bondades que tiene la libertad de comercio, y las duras consecuencias que tiene su abolición, a la vez que el efecto negativo que una política de “corrección instantánea” impuesta por una sola persona tiene sobre el crecimiento del empleo, la inversión, el desarrollo y la innovación universal.
Los enloquecidos vaivenes de los mercados en estos días no son sino el reflejo de ese cesarismo, que solamente puede crear incertidumbre y miedo, justamente cuando su país ha reclamado repetidamente y hasta el aburrimiento la necesidad de seguridad jurídica, que ciertamente ha sido destruida de una patada, como sabe cualquiera que tenga un tratado con Estados Unidos.
No es una casualidad que el respetado inversor Warren Buffet se haya desprendido de sus acciones y tenga la mayor posición en efectivo que ninguna empresa haya mantenido. Se llama volatilidad, y si se sostiene en el largo plazo destruye todo crecimiento y toda oportunidad.
Las tarifas e improperios sobre China, aplicadas con bastante desconocimiento de sus efectos y aun de la propia integración del mercado chino con el norteamericano y el global, desde la inversión hasta la complementación, son un bumerang que ya ha generado la reacción de las supuestamente protegidas empresas y sectores estadounidenses y sus consumidores, que ya tiene efectos negativos y reclamos internos de todo tipo.
Habrá que preguntarse si las postergaciones en su aplicación, como en los casos de México y China, se deben solamente a que “se está negociando”, o a la presión interna por la repercusión en el mercado y el consumo local de estos exabruptos.
Además del desconocimiento teórico y empírico del proteccionismo aduanero y no aduanero, de las prohibiciones al sistema financiero de invertir en “temas estratégicos” en el mercado chino, de amenazar a México, Canadá, Groenlandia y Panamá con acciones de bucanero del siglo XIX, el mandatario sigue aferrado a ideas y situaciones de hace 50 años. China no es ya un mercado precario, sin tecnología, aislado, comunista, subordinado y dependiente. China es una potencia capitalista dictatorial, y en muchos sentidos ha superado a Estados Unidos. Y en muchos casos debido a que Estados Unidos hace 50 años ha dejado de crear e innovar seriamente.
Los berrinches de Trump pueden alegrar un rato a quienes defienden aquel capitalismo teórico, la superioridad norteamericana, el aplastamiento cinematográfico del comunismo, (que hoy existe en los países menores, no en Rusia ni en China, donde impera la dialéctica autocrática, no el dogma marxista, salvo que convenga para mantener el poder) pero si tuvieran éxito las prácticas trumpistas los costos internos se elevarían hasta el escándalo.
Con la confianza de quien se cree con la solución infalible, Trump sostiene que hay que bajar las tasas y dejar de preocuparse por la inflación, a la que a la vez alimenta protegiendo industrias caducas y faltas de innovación, en nombre del empleo, el crecimiento, la industria local, la amenaza estratégica y de seguridad que significa comerciar con China, el contraataque a países que “han abusado de la bondad norteamericana y le venden sus productos” y otros conceptos dignos de una charla de blue collars en Detroit. Un repaso a la economía austríaca, o a cualquier otra línea seria, mostraría su error.
El impuesto a las tecnológicas
Véase el caso del impuesto mínimo a las tecnológicas. Durante años, décadas, EEUU lidió con los efectos que una vieja regla impositiva consagró. Ella sostiene que si una empresa americana con filiales en el exterior no repatria sus ganancias, no tributa ningún impuesto. Particularmente las tecnológicas en todos sus formatos, empezando por Apple, no pagan impuestos porque no remesan sus ganancias a su país. Ello permitió una competencia impositiva entre muchas naciones, Irlanda una de las más notorias, que cobran impuestos locales muy bajos a las empresas que se radiquen en su territorio.
Con ese esquema, las empresas, aunque coticen en Wall Street, reportan sus ganancias en esos países y no pagan dividendos en Estados Unidos, pero sus acciones aumentan de valor porque la empresa lo hace. La importancia en el comercio mundial de esas empresas fue creciendo exponencialmente, pero no tributaban en jurisdicción norteamericana. Varios gobiernos buscaron la manera de resolver el problema. Algunos, como Obama, propusieron cobrar una tasa de 10% flat sobre el pasado, una especie de blanqueo, y desde ahí en adelante aplicar un impuesto a las ganancias que no sería tan alto como el local. Otros buscaron otras soluciones.
El argumento era que estas empresas usaban recursos educativos, estatales y humanos e inversión norteamericanos y tenían la protección y garantía de ser norteamericanos y sus sistemas de control, además de datos estratégicos, y entonces debían contribuir como norteamericanos.
Biden decidió obligar al mundo a cobrar una suerte de impuesto básico mínimo a las grandes tecnológicas del 15%, un embrión del peligroso impuesto universal. Quien no lo hiciera sería incluido en la mortal lista gris o negra de paraísos fiscales. Los países como Irlanda ganaban con el impuesto, pero perdían el atractivo que ofrecía la radicación de empresas. Con eso se esperaba que las tecno no se tentaran a radicarse en el exterior. Los países corrieron presurosos a obedecer la orden. La columna no hace juicio de valor sobre el tema. Sólo expone,
Ahora Trump, con una Orden Ejecutiva (Decreto), toma la posición contraria. Decide no sólo que ningún país del mundo puede cobrarles ese impuesto a las empresas norteamericanas, sino que quien lo haga serán sancionado duramente. (Trump ama las sanciones). El efecto es que las empresas a las que favorece se van a radicar en el exterior y no pagarán impuestos en ningún lado. Con eso cree que fomentará el empleo y el desarrollo. Alguien reclamará por la inseguridad jurídica.
Confusión multiespectro
La confusión es creciente y multiespectro. Ni siquiera se abre interrogantes sobre los beneficiados que puedan haber influido en esa decisión.
No es muy distinto el caso de las seudomonedas digitales o cryptocurrencies. El presidente decidió que su país incorporará a sus reservas (o sea que comprará) una determinada cantidad determinada por un comité. ¿Por qué? ¿Hace falta crear dudas sobre el dólar, convalidar cryptos emitidas por sitios de los que se ignora sus propietarios, managements, políticas de compliance, reglas, y que están fuera del control público más allá de todo lo que se declame? ¿Tiene claro que las decisiones de compra obrarán como garantías de algunos de esos bienes y movilizarán inversiones de alto riesgo sobre las que EEUU no tiene ninguna clase de supervisión monetaria ni la tendrá?
Otra incertidumbre de la que se puede arrepentir Trump, si viviera lo suficiente, Dios mediante. Pero de la que también se puede arrepentir Occidente. ¿Quién lo pidió o sugirió? No es el tema de esta columna.
Este autoritarismo y aún su adhesión a valores tradicionales son sin embargo positivos en la lucha contra el wokismo y el desarmado de toda la estructura edificada por sus promotores durante varios años, como su penetración en la educación. Al enfrentarse también a arbitrariedades, se trata de una pulseada que resuelve usando su poder, pasando por encima del miedo a la incorrección política, a la cancelación, a la dialéctica marxista que deforma y desvaloriza las palabras, o les da otro sentido. Entre autoritarios se entienden. En esa línea, le está haciendo un servicio a su país y al mundo.
También su concepto de querer detener la guerra tiene valores, principios y conveniencias. Pero se chocan con sus ideas económicas y sus bravatas. Como en lo económico, tiene que hacer el sacrificio de escuchar y modificar sus ideas y sobre todo sus procedimientos, empezando por hablar menos. Basta compararlo con la posición de Macron, que parece anhelar una guerra nuclear para demostrar y hacer valer el poderío en ese rubro de Francia, para aceptar que en el trasfondo hay una guerra estratégica y geopolítica que excede lo ideológico y que requiere mucho conocimiento, mucha experiencia y mucho estudio.
Lamentablemente, un desastre económico puede arruinarlo todo. Y él lo puede provocar.
(De www.laprensa.com.ar)
Otro artículo al respecto:
EL PLAN ECONÓMICO DE TRUMP
Iván Alonso dice que lo que ha funcionado mal siempre y en todo lugar no tiene por qué funcionar bien ahora en los Estados Unidos.
El martes, en su discurso al Congreso de su país, el presidente Donald Trump delineó su plan económico para hacer a los Estados Unidos grandes otra vez. El rasgo distintivo del plan es lo que podríamos denominar el activismo fiscal: el uso de aranceles y beneficios tributarios para reconfigurar la economía. No es seguro que pueda alcanzar sus objetivos. Las restricciones presupuestales y la escasez de recursos, una realidad del mundo en que vivimos, determinarán su éxito o su fracaso.
Uno de los objetivos que ha planteado Trump es equilibrar el presupuesto federal, algo que no sucede desde el año 2001. En el 2024 el déficit fue de US$1,6 billones (o trillones, como les llaman allá a los millones de millones). Imponiendo un arancel del 25% a todas las importaciones de todos los países podría recaudar US$1 billón adicional, asumiendo que el arancel no redujera el valor de las importaciones, lo cual es irreal. Tendría que vender 120.000 “gold card” (visas doradas) por año, a US$5 millones cada una, para cubrir la diferencia.
Pero entre las medidas anunciadas hay otras que costarían ingresos al fisco, como la exoneración del impuesto a la renta para las propinas y las pensiones del Seguro Social, los beneficios fiscales para la compra de automóviles fabricados dentro del país y las exoneraciones tributarias con las que Trump espera revivir la industria de la construcción naval. La cuenta puede llegar a cientos de miles de millones.
La única esperanza para equilibrar el presupuesto parecería ser la reducción de gastos encomendada al nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental. Hay seguramente mucho despilfarro, pero está por verse cuánto realmente se podrá cortar. También parece haber exageración en los hallazgos.
El riesgo mayor, sin embargo, es la ineficiencia económica que todas estas medidas van a traer. Se puede aumentar la construcción de buques, la fabricación de automóviles y la producción agrícola con incentivos y desincentivos tributarios, pero no todo a la vez y no todo al mismo tiempo en que se piensa reducir drásticamente la fuerza de trabajo y extraer más petróleo y gas y tierras raras. En algún lugar menos visible de la economía la producción tendrá que reducirse por escasez de mano de obra y de capital. Y allí donde aumente como resultado del activismo fiscal, muchas cosas se producirán a un costo mayor de lo que costaría comprarlas en el exterior. Lo que ha funcionado mal siempre y en todo lugar no tiene por qué funcionar bien ahora en los Estados Unidos.
(De elcato.org)
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