miércoles, 12 de marzo de 2025

Platón totalitario vs. Aristóteles democrático

En la mayoría de los países, y en materia de política y economía, se mantiene la confrontación ideológica, respecto de la función del Estado, entre socialistas y liberales. Aunque a muchos les parezca que se trata de un lucha ideológica de los últimos siglos, en realidad esta confrontación surge en la época de Platón y Aristóteles.

Para tener una visión histórica de este conflicto, se transcribe un fragmento de parte de un libro que menciona a las principales figuras liberales a lo largo de la historia, como una continuación y perfeccionamiento de las ideas aristotélicas:

LIBERALISMO Y NEOLIBERALISMO EN UNA LECCIÓN

Por Carlos Alberto Montaner

Lo más sorprendente del debate político y económico sostenido en Occidente es la antigüedad y la vigencia de los planteamientos básicos. El reñidero, en realidad, ha cambiado muy poco. Cuatro siglos antes del nacimiento de Jesús, Platón delineó en La República los rasgos de las sociedades totalitarias, controladas por oligarquías, en las que la economía era dirigida por una cúpula, cuya autoridad descendía sobre unas masas a las que no se les pedía su consentimiento para ser gobernadas, y el objetivo de los esfuerzos colectivos era el fortalecimiento del Estado, entonces conocido como polis. No en balde Platón es el filósofo favorito de los pensadores partidarios del autoritarismo.

Frente a estos planteamientos, Aristóteles, su mejor discípulo y la persona que más ha influido en la historia intelectual de la humanidad, en su obra La Política y en pasajes de la Ética propuso lo contrario: un modelo de organización en el que la autoridad ascendía del pueblo a los gobernantes. La soberanía radicaba en las gentes y los gobernantes se debían a ellas. Ahí estaba el embrión del pensamiento democrático.

Pero había más: Aristóteles creía en la propiedad privada y en el derecho de las personas a disfrutar del producto de su trabajo. Y lo creía por razones bastante modernas: porque los bienes públicos generalmente resultaban maltratados. Los ciudadanos parecían ser mucho más cuidadosos con lo que les pertenecía. Se le antojaba que, además, que las virtudes de la compasión y la caridad sólo podían ser ejercidas por quienes atesoraban ciertas riquezas, de manera que la propiedad privada facilitaba esos comportamientos generosos y sacaba lo mejor del alma humana.

Este preámbulo es para consignar que el liberalismo encuentra sus raíces más antiguas en estos aspectos del pensamiento de Aristóteles; en los estoicos, que cien años más tarde defendieron la idea de que a las personas las protegían unos derechos naturales anteriores a la polis, es decir, al Estado; en los franciscanos, que en Oxford, que en el siglo XIII, para escándalo de la época, proclamaron que en las cosas de la ciencia se llegaba a la verdad mediante la razón, y no por los dogmas dictados por las autoridades religiosas; en Santo Tomás de Aquino, que sistematizó la intuición de los franciscanos y comenzó el complejo deslinde de lo que pertenecía a César y lo que pertenecía a Dios, esto es, inició el largo proceso de secularización de la sociedad y, de paso, alabó al mercado y a los denostados comerciantes.

Pero no es ése el único santo que los liberales aclaman como uno de sus remotos patrones: fue San Bernardino de Siena, acusado por la Inquisición de propagar peligrosas novedades, quien explicó el concepto de lucro cesante y defendió el derecho de los prestamistas a cobrar intereses, rompiendo con ello siglos de incomprensión sobre la verdadera naturaleza de la usura.

Los liberales también reclaman como suyos -lo hicieron enfáticamente los economistas de la Escuela austriaca en el siglo XIX- los planteamientos a favor del mercado y el libre precio de la espléndida Escuela de Salamanca del siglo XVI, con figuras de la talla de Vitoria, Soto y el padre Mariana, fustigador este último no sólo de tiranos, sino también del excesivo gasto público, que generaba inflación y empobrecía a las masas.

Finalmente, los liberales de hoy encuentran una filiación directa en el inglés John Locke, quien retoma el iusnaturalismo y formula persuasivamente su propuesta constitucionalista: el papel de las leyes no es imponer la voluntad de la mayoría sino proteger al individuo de los atropellos del Estado o de otros grupos; en Montesquieu, que analiza la importancia de la separación de poderes para impedir la tiranía; en los enciclopedistas, que trataron de explicar el conocimiento a la luz de la razón, y en Adam Smith, qque analizó brillantemente el papel del mercado, la libertad económica y la especialización en la formación de capital y en el creciente desarrollo económico.

(De "La libertad y sus enemigos"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005)

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