Los políticos y los economistas, además de gran parte de la población, suponen que los problemas que afectan a las diversas sociedades se habrán de solucionar a través de la mejora del sistema político vigente o bien del sistema económico vigente, suponiendo que el nivel moral de los integrantes de la sociedad poco o nada ha de influir en tales casos.
Otros suponen que dedicando mayores recursos a la educación, serán las escuelas las que habrán de preparar a las nuevas generaciones hacia el cambio esperado. Se olvida decir, en este caso, a qué tipo de educación se hace referencia, ya que existen distintos criterios al respecto. En la actualidad, la educación en la Argentina parece estar centrada, no en la promoción de la moral cristiana, sino en cuestiones de sexualidad, promoviendo una especie de libertinaje por el cual los niños creerán que la felicidad a lograr ha de depender en primer lugar de la calidad de sus vínculos sexuales.
En la Argentina podemos contemplar a diario muestras de egoísmo extremo que, en caso de constituir un porcentaje mayoritario, las mejoras políticas o económicas no lograrán las mejoras esperadas. Es fácil advertir el vandalismo ilimitado ejercido por quienes pintan los frentes, las vidrieras céntricas y todo lugar visible, con inmensas letras de colores que son muy difíciles de eliminar. Desde el Estado parece no existir una campaña para intentar limitar tal proceso de barbarie o salvajismo.
En otro momento se podrá observar a alguien que estaciona en doble fila, algo no permitido, a la espera de la salida de niños de una escuela, ya que estacionar a algunas cuadras y tener que caminar posiblemente les reduzca el status social que pretenden ostentar. En una de estas calles, un conductor en doble fila impedía que un ómnibus pudiese doblar. Ello provocó por algunos minutos el bloqueo total de circulación por esa calle, y por otras aledañas, mientras el conductor, totalmente despreocupado por la situación generada, no hizo absolutamente nada por mover su auto, algo que hizo recién cuando llegó el alumno buscado.
Un pasajero del micro, para colmo, afirmó que tal estacionamiento “estaba permitido”, ya que suponía que, como no había ningún policía controlando la situación, ello equivalía a “estar permitida” toda infracción posible, por lo que suponía, tácitamente, que el culpable no era el irresponsable que estacionó en un lugar prohibido, sino que el culpable es el policía ausente. De ahí que, para muchas personas, debería haber miles de policías dedicados a controlar las conductas individuales por cuanto, cualquier argentino en libertad, es un verdadero peligro social.
Agustín Álvarez fue uno de los pocos autores que advirtió la necesaria primacía de una moral básica y elemental como punto de partida para la construcción de una sociedad humana que haga honor a esa denominación. Sus escritos fueron realizados a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, si bien siguen teniendo validez en la actualidad, ya que en materia de moral es posible incluso que haya habido retrocesos. Pedro C. Corvetto escribió al respecto:
“Los múltiples problemas que sostuvo Álvarez, se reducen a un problema de moral. Penetró en la estructura colectiva, escarmenó principios e instituciones y dio con la raigambre misma de los males que aquejaban al país. Provenían éstos, para él, de factores alojados en cada uno de los individuos”.
“Debía lucharse en nuestro medio con los inconvenientes propios de la vida hispano-americana, cuya explicación podía encontrarse en el análisis del contenido espiritual de la ética española, de la que emanarán nuestros contratiempos morales, sociales, políticos, económicos. La falta de un concepto sano sobre la felicidad terrenal y presente había sembrado en la madre patria la despreocupación por el progreso en sus formas efectivas, y esa ausencia de ideales, ese desconocimiento del valor, de la energía y de la cultura del hombre, provocaron una laxitud en las acciones y en las aspiraciones constructivas”.
“La política constituyó la preocupación general. Y lo que debía ser instrumento para encarrilarse en normas de alto sentido democrático, para bien exclusivo de la masa componente de la colectividad, se esgrimió para gloria y provecho personal, aunque disfrazado de buenas intenciones y de patriotismo. Por eso, aseveraba que en Sud América el terreno no estaba abonado para la bondad individual, sino para la grandeza individual”.
“La prédica de Álvarez estuvo dirigida concretamente a crear en el individuo una conciencia moral, que le permitiera enfrentar la vida y sus problemas con altura y capacidad, al propio tiempo que constituir un núcleo de hombres íntegros que, teniendo la responsabilidad de su rol, contribuyeran a la depuración de las taras éticas, barreras que detienen el progreso social” (De “Perfiles del apóstol”-El Ateneo-Buenos Aires 1934).
Agustín Álvarez escribió: "La más alta etapa moral de la vida es aquella en que deseamos la felicidad de los otros tanto como la nuestra".
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