El “Martín Fierro”, la obra literaria más representativa del habitante de las pampas, fue realizado mediante la incorporación de gran cantidad de expresiones típicas de los gauchos, que sólo un memorioso y habilidoso literato pudo concretar. Los años de permanencia en los campos bonaerenses le permitieron a José Hernández ir preparando su obra. En este sentido, existe un paralelo con Miguel de Cervantes, el recaudador de impuestos para la “armada invencible”, que recorría los caminos de España mientras guardaba en su memoria las expresiones típicas de la gente sencilla para volcarlas luego en su inmortal “El Quijote de la Mancha”.
En cuanto a las habilidades mencionadas, Elías Giménez Vega y Julio González escribieron: “Un mundo singular, una sabiduría universal, hecha de adagio lugareño, referencia regional. Giros, metáforas, refranes, dichos, relatos, gritos en el arreo, injurias en la borrachera, compadrada, desafío…todo una afortunada experiencia que encontró en la prodigiosa memoria de Hernández un fichero excepcional. Un día, en la aburrida soledad de un involuntario encierro en el Hotel Argentino, en el deseo de alejar el fastidio, todo aquello tomó forma argumental. Una memoria superior a los cuadernos de los más felices folkloristas, virtió al papel octosílabos que eternizarían a su no muy convencido editor”.
“José Hernández, que en los salones se lucía recogiendo cien palabras cualesquiera «arbitrarias, que se le escribían fuera de su vista, e inmediatamente las repetía al revés, al derecho, salteadas y hasta improvisando versos y discursos, sobre temas propuestos, y haciéndolas entrar en el orden que habían sido dictadas», este Hernández, aquí, en esta soledad, manejaba miles de versos oídos en todos los campos argentinos, como si fueran «oros, copas y bastos», barajaba versos con maestría de tahúr y dejaba cuartetas, sextillas, romances. Lo dice Hernández, una, dos, diez veces. Fue el mago que, dueño de la verdadera vida gaucha, la ofreció a su mundo contemporáneo que la ignoraba. Mejor dicho: que la odiaba, la detestaba” (De “Hernandismo y Martinfierrismo”-Editorial Plus Ultra-Buenos Aires 1975).
Luego de la Independencia, le sigue al país una prolongada lucha entre militares y caudillos, quienes incorporaban en sus filas al gaucho. Los indígenas, que dominaban la mayor parte del territorio nacional, eran agrupamientos que saqueaban y robaban, siendo dirigidos por “caudillos indios” que, incluso, se unieron ocasionalmente a Rosas o a Mitre, en algunas contiendas bélicas. Para lograr la unidad nacional, hubo que luchar contra caudillos e indígenas, siendo el gaucho buscado y sometido, presionado contra su voluntad, para materializar tal unificación. El relato de Hernández se asocia a esa época y a la “campaña del desierto”. “Cuando las políticas migratorias para poblar el territorio nacional estaban siendo diseñadas o se iniciaban, la valoración del gaucho era la que consigna –y denuncia- el poema de Hernández: subalterno, marginal, difícil de incorporar al modelo ideal de ciudadano educado. Desde 1890 en adelante y fuertemente en torno al Centenario de la Revolución de Mayo, la gran inmigración sería percibida por las elites como un elemento extraño a la nacionalidad y un factor de perturbación social. Fue entonces cuando el gaucho, hasta hacía poco bárbaro, empezó a ser valorado positivamente” (De “El gaucho Martín Fierro”-Ediciones SM-Buenos Aires 2010).
Hernández percibe el aprovechamiento que surge generalmente cuando en alguien se advierte alguna debilidad, como lo han sido los colonialismos establecidos para “beneficio” de quienes no saben gobernarse por sí mismos, o bien cuando políticos populistas hablan todo el tiempo de los pobres para usarlos a favor de sus propias ambiciones personales. En una carta dirigida a Don José Zoilo Miguens, expresa: “Al fin me he decidido a que mi pobre Martín Fierro, que me ha ayudado algunos momentos a alejar el fastidio de la vida del Hotel [donde estuvo refugiado de la epidemia de fiebre amarilla], salga a conocer el mundo, y allá va acogido al amparo de su nombre”.
“No le niegue su protección, Ud. que conoce bien todos los abusos y todas las desgracias de que es víctima esa clase desheredada de nuestro país”. “Es un pobre gaucho, con todas las imperfecciones de forma que el arte tiene todavía entre ellos, y con toda la falta de enlace en sus ideas, en las que no existe siempre una sucesión lógica, descubriéndose frecuentemente entre ellas, apenas una relación oculta y remota”.
“Me he esforzado, sin presumir haberlo conseguido, en presentar un tipo que personificara el carácter de nuestros gauchos, concentrando el modo de ser, de sentir, de pensar y de expresarse que les es peculiar; dotándolo con todos los juegos de su imaginación llena de imágenes y de colorido, con todos los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y con todos los impulsos y arrebatos, hijos de una naturaleza que la educación no ha pulido y suavizado”.
“Cuanto conozcan con propiedad el original podrán juzgar si hay o no semejanza en la copia”. “Quizá la empresa habría sido para mí más fácil y de mejor éxito, si solo me hubiera propuesto hacer reír a costa de su ignorancia, como se halla autorizado por el uso en este género de composiciones; pero mi objeto ha sido dibujar a grandes rasgos, aunque fielmente, sus costumbres, sus trabajos, sus hábitos de vida, su índole, sus vicios y sus virtudes; ese conjunto que constituye el cuadro de su fisonomía moral, y los accidentes de su existencia llena de peligros, de inquietudes, de inseguridad, de aventuras y de agitaciones constantes”.
“Y he deseado todo esto, empeñándome en imitar ese estilo abundante en metáforas, que el gaucho usa sin conocer y sin valorar, y su empleo constante de comparaciones tan extrañas como frecuentes; en copiar sus reflexiones con el sello de la originalidad que las distingue y el tinte sombrío de que jamás carecen, revelándose en ellas esa especie de filosofía propia, que sin estudiar, aprende en la misma naturaleza; en respetar la superstición y sus preocupaciones, nacidas y fomentadas por su misma ignorancia; en dibujar el orden de sus impresiones y de sus afectos, que él encubre y disimula estudiosamente; sus desencantos, producidos por su misma condición social, y esa indolencia que le es habitual, hasta llega a constituir una de las condiciones de su espíritu; en retratar, en fin, lo más fielmente que me fuera posible, con todas sus especialidades propias, ese tipo original de nuestras pampas, tan poco conocido por lo mismo que es difícil estudiarlo, tan erróneamente juzgado muchas veces, y que al paso que avanzan las conquistas de la civilización, va perdiéndose casi por completo”.
La primera parte del libro, conocida como la Ida, aparece en 1872, mientras que la Vuelta de Martín Fierro aparece en 1879. Varias frases del Martín Fierro han permanecido vigentes en la memoria colectiva de los argentinos; tales como “hacéte amigo del juez….que es bueno tener un palenque adonde rascarse”, “toro en mi rodeo… y torazo en rodeo ajeno”, “cuando entre hermanos se pelean los devoran los de afuera”, y muchas más.
En una carta a los editores (1874), Hernández vislumbra el potencial del campo argentino con el aporte del gaucho, pero reconociéndole los justos derechos que muchas veces les fueron negados: “Mientras que la ganadería constituya las fuentes principales de nuestra riqueza pública, el hijo de los campos, designado por la sociedad con el nombre de gaucho, será un elemento, un agente indispensable para la industria rural, un motor sin el cual se entorpecería sensiblemente la marcha y el desarrollo de esa misma industria, que es la base de un bienestar permanente y en que se cifran todas las esperanzas de riqueza para el porvenir. Pero ese gaucho debe ser ciudadano y no paria: debe tener deberes y también derechos, y su cultura debe mejorar su condición” (De “El gaucho Martín Fierro”).
Es interesante mencionar el hecho de que los autores antes citados (Giménez Vega y González) transcriben parcialmente el párrafo anterior suprimiendo la última parte (“Pero ese gaucho debe ser ciudadano y no paria…..”), para mostrar a Hernández como un promotor de la explotación laboral del gaucho. Escriben al respecto, no sin cierta ironía: “Debe vivir el gaucho, mientras haya vacas en la Argentina. Debe tolerarse al gaucho MIENTRAS la industria ganadera sea el sostenimiento de nuestras clases cultas, gobernantes y poderosas. Debe haber gauchos MIENTRAS todas las esperanzas de riqueza para el porvenir estén cifradas en su trabajo…”.
Se advierte en estos autores la necesidad de encasillar a Hernández bajo sus propios prejuicios clasistas, ya que tienen la siempre presente predisposición a dividir a la gente entre explotadores y explotados, de tal manera que quien haya sido de origen “blanco” necesariamente se lo deberá considerar un “explotador” del gaucho. Y si alguna parte del escrito de Hernández no cuadra con el prejuicio clasista, simplemente se lo suprime.
Hernández escribió acerca de las dos formas de hacer política, distinguiendo la que está inspirada en la verdad, buscando la unión de los hombres, de la que busca sembrar odio y divisiones. Al reconocer ambas, se advierte que adhiere a la primera y rechaza la segunda, a la que injustamente se lo ha pretendido asociar. “Ahí están las dos políticas frente a frente. Hagan los pueblos el parangón severo. Vean lo que ambos han producido. Formen su cuenta de ganancias y pérdidas. Invoquen a la historia para que sancione sus juicios. Ella les dirá de qué parte ha estado el interés local, la vanagloria ridícula, la ambición desmedida. Ella les dirá quienes han trabajado por la paz, por la fraternidad, por la regeneración y quienes han atizado todos los incendios, soplando todas las tempestades y derrumbando todas las creaciones de genio y del patriotismo” (Citado en “Memorias de Fierro” de Humberto Quiroga Lavié-Librería Histórica SRL-Buenos Aires 2003).
Los políticos populistas han olvidado el pasado, especialmente al siglo XIX, cuando predominan las divisiones y el odio entre sectores, como la existente entre federales y unitarios. Durante el siglo XX predominó un sector que promovió tal política: el peronismo. En nuestro siglo XXI, para continuar nuestra decadencia, surge el kirchnerismo, imponiendo una profunda grieta entre amigos y enemigos. Recién comenzaremos a revertir nuestra decadencia cuando acatemos el consejo de Martín Fierro: “Los hermanos sean unidos/esa es la ley primera/tengan unión verdadera/en cualquier tiempo que sea/porque si entre ellos se pelean/los devoran los de afuera”.
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