Es frecuente observar entre los especialistas de las distintas ciencias sociales un notorio desconocimiento, o bien una total ignorancia, del resto de las ramas humanísticas de la ciencia. Así, el especialista en política, como el religioso o el filósofo, apenas si tienen un leve conocimiento de economía, de la misma forma en que el economista apenas se interesa por la política o la religión. Como consecuencia de ello se llega al extremo de que el político supone que todos los problemas humanos se han de resolver mediante la democracia, o bien el economista supone que todos los problemas humanos se han de resolver con la economía, ya sea de mercado o con el socialismo, o bien que tales problemas se han de resolver mediante la ética o la religión sin apenas tener en cuenta el sistema político-económico adoptado.
Entre los problemas actuales aparece el del “hombre mutilado espiritualmente”, que sólo piensa y siente en base a su cuerpo, desatendiendo tanto los valores intelectuales como los afectivos, o éticos. Favoreciendo tal limitación de su naturaleza humana, el economista le hace creer que solucionando sus problemas económicos, todo lo demás “vendrá por añadidura”, o el político que le advierte que “con la democracia se vive, se come,…”, mientras se ignoran los principios básicos de la economía, o el religioso que le sugiere que con la contemplación y la creencia religiosa se resolverán todos sus problemas.
No todos los científicos sociales padecen la deficiencia mencionada, es decir, la especialización excluyente, ya que algunos advierten que sólo la interacción positiva entre economía, ética y política ayudará al individuo a subsanar la mencionada mutilación de su propia naturaleza. Uno de esos científicos sociales ha sido Wilhelm Röpke, quien fue el principal apoyo intelectual que tuvo Ludwig Erhard para concretar el conocido “milagro alemán” de la posguerra. Jerónimo Molina Cano escribió al respecto: “Desde un punto de vista global, la mentalidad de Röpke, tan próxima a la filosofía del jusnaturalismo cristiano, es la de un pensador en órdenes concretos (ordinalista), muy crítico con los abusos racionalistas y el ingenierismo a lo Karl Mannheim, lo que Hayek llamó más tarde «constructivismo social» y él mismo calificó como «sempiterno saint-simonismo» de la civilización europea. No en vano imputaba a Francia la responsabilidad de los extravíos de la razón, al menos de los «extravíos del racionalismo», pues los del irracionalismo tenían la impronta alemana”.
“Al mismo tiempo, es el suyo un pensamiento personalista, tal vez no en el preciso sentido del conocido movimiento filosófico, pero sin duda homologable con él en su rechazo del modelo de hombre económico (o ideológico), meros artificios racionalistas. Fácilmente se comprende la oposición a la «racionalización del hombre», al individualismo metodológico y a las teorías de la escatológica emancipación del género humano de quien, participando de la herencia cristiana, veía en el hombre «la imagen de Dios», confesando a continuación que, precisamente por eso, concebía la economía política inserta en un orden superior al cálculo utilitario”.
“Estos presupuestos, que acaso podrían completarse con la referencia al pensamiento en conceptos colectivos o magnitudes totales (la falacia que Whitehead denominó «misplaced concreteness»), al falso neutralismo de los intelectuales, al avance de la cultura cuantitativa y al mito de la exactitud en economía –aspectos de la vida contemporánea que a Röpke le resultaban especialmente odiosos-, le confieren a su obra un aire filosófico particular. Sin embargo, no osó considerarse a sí mismo «filósofo», algo que después se ha estilado mucho, pues su actitud al redactar la trilogía fue bien distinta: «he preferido ser un economista y sociólogo mediano antes que un mal cultivador de la filosofía moral y teólogo»” (De “Reflexiones sobre la teoría política del siglo XX” de J. Pinto y J. C. Corbetta (compiladores)-Prometeo Libros-Buenos Aires 2005).
Röpke veía que la crisis de la sociedad y el avance del totalitarismo, no dependían sólo de la economía y de la política, expresando al respecto: “Nadie puede dejar de ver que es en la creciente falta de religiosidad y en la progresiva desaparición de las convicciones inviolables, donde hay que buscar las causas últimas del aplastamiento del individuo por la colectividad”. De ahí que consideraba que sólo con la economía no podrían resolverse los grandes problemas humanos, siendo él mismo un promotor de la economía de mercado. Al respecto expresó: “Creer que la economía de mercado es una llave que abre todas las puertas constituye una de esas ideas ultrasimplistas que sufrimos en todas partes” (Citas en “Reflexiones sobre la teoría política del siglo XX”).
De la misma manera en que las agencias de turismo venden “paquetes turísticos” que incluyen viaje, estadía y paseos, las distintas ideologías, en el mejor de los casos, ofrecen a la sociedad una postura económica, política y religiosa juntas, tal el caso del liberalismo, como sinónimo de Occidente. Defender el estilo de vida occidental implica promover la democracia política junto a la democracia económica (mercado) como al cristianismo (al menos a su ética). Edmund Burke escribió: “Para gobernar no se requiere mucho ingenio. Basta con determinar la posición del poder en la maquinaria del Estado e inculcar sumisión y ya está hecho todo el trabajo. Conceder la libertad es todavía más sencillo. Aquí ni siquiera se necesita dirigir, basta con soltar las riendas. Pero configurar un gobierno libre, es decir, reunir y acompasar en un todo armónico los elementos contrapuestos de libertad y deber, esto sí pide mucha penetración, profunda reflexión y un espíritu agudo, poderoso y universal”.
“Los hombres están capacitados para la libertad cívica en la misma exacta medida en que son capaces de poner límites morales a su propia voluntad y a sus apetitos; en la medida en que su amor a la justicia supera su codicia; en la medida en que la probidad y la sobriedad de sus juicios es mayor que su vanidad y su presunción; en la medida en que están más dispuestos a escuchar los consejos de los hombres justos y juiciosos que las adulaciones de los pícaros. La sociedad no puede existir si no se pone en algún punto un freno a la voluntad y al apetito desenfrenado. Y cuanto menos dispongan los hombres de este freno en su interior tanto más debe imponérseles desde el exterior. Está escrito en el curso eterno de las cosas que los hombres de carácter desenfrenado no pueden ser libres. Sus pasiones forjan sus cadenas” (Citado en “Más allá de la oferta y la demanda” de Wilhelm Röpke-Unión Editorial SA-Madrid 1979).
Los opositores a Occidente proponen triples propuestas incompatibles con el liberalismo, tal el caso del marxismo que propone la “democracia de un solo partido”, una economía socialista y la “religión del odio de clases”. Algo parecido ocurrió con los nazis, que proponían también una “democracia de partido único”, una economía dirigida desde el Estado y una mitología nazi que reemplazaba a la religión. También surgen propuestas anti-occidentales aisladas que, teniendo en cuenta sólo una, entre economía, política y religión, dejan librada a la decisión del adherente optar por las restantes.
La ventaja teórica del liberalismo, que se da junto a sus ventajas prácticas, proviene de una propuesta surgida de la ciencia económica, ya que crece junto con ella. También considera el desarrollo de la ciencia política dejando las puertas abiertas a toda innovación. En cuanto a la ética, los recientes avances en neurociencia compatibilizan la tendencia a la cooperación previamente impulsada por la ética cristiana.
La desventaja teórica del marxismo, que se da junto a sus fracasos prácticos, provienen de una propuesta económica basada en el valor-trabajo asociado a los productos; concepto abandonado hace más de cien años por los economistas serios, por no ajustarse a la realidad, ya que, como cualquiera puede advertirlo, cuando alguien adquiere un bien, lo valora según su propio criterio y necesidad, sin interesarle cuánto trabajo le demandó al fabricante. La idea marxista de construir una sociedad, incluso una humanidad, a partir de una concepción económica errada, es uno de los absurdos más notables en toda la historia. Incluso la gran adhesión que todavía sigue teniendo, es un reflejo evidente de que sus seguidores ni siquiera se han molestado en estudiar un poco de economía, ya que siguieron el fácil camino del ignorante que se somete con una fe ciega a los dogmas de su fundador. Peor aún, siguen proponiendo al socialismo, previa destrucción de la sociedad occidental, como el único camino posible para la solución de los problemas de la humanidad.
La intensa prédica marxista ha permitido incorporar a la opinión pública una serie de creencias que no deben ponerse en duda ante su “evidencia”; que la felicidad depende de los medios materiales exclusivamente, que los pobres sufren y los ricos no, que los pobres sólo poseen virtudes y los ricos sólo defectos, que los culpables de la pobreza de unos proviene de la riqueza de otros, etc. Se descartan como “imposibles” los casos de monjes budistas que viven con lo estrictamente necesario y son bastante felices, aduciendo que tales hechos son publicitados por la “burguesía” para facilitar la explotación laboral de los pobres. Tampoco se distingue entre el que se hizo rico por ser un eficaz empresario de quien se hizo rico extrayendo ilegalmente el dinero del Estado.
El hombre mutilado espiritualmente es el punto de partida requerido para impulsar el totalitarismo. De ahí que el marxista le haga creer que todos sus atributos personales provienen de la clase social a la que pertenece, ignorando los atributos individuales (intelectuales y afectivos) que el hombre pueda tener. Se le inculca que tales valores le son negados a su clase social y que sólo mediante el socialismo los habrá de recuperar.
La Iglesia “pobre y para pobres” se ha sumado últimamente para sugerir que el pobre sólo tiene virtudes (por lo que no debe cambiar en nada), mientras que las clases económicas altas y medias son consideradas clases perniciosas ya que, con su materialismo, corrompen la pureza de moral del pobre. Al igual que lo hace el marxismo, desconoce los atributos individuales para asociarles atributos colectivos.
Cristo, por el contrario, indicaba la prioridad o el orden de la secuencia que conduce a una mejora ética individual, expresando: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”. Sin embargo, la Iglesia actual realiza un análisis económico de las clases sociales derivando de ese análisis las virtudes y defectos personales; algo carente de realidad por cuanto una observación desprovista de preconceptos permite advertir que tanto entre la gente pobre, como en las clases medias y altas se encuentran, entremezclados, tanto justos como pecadores.
A la falta de religiosidad a la que se refería Röpke, se le suman ahora las graves deficiencias que surgen dentro de las instituciones religiosas, ya que la palabra religión, como sinónimo de “unidad de los adeptos”, en la actualidad implica un nuevo factor de discordia y de violencia.
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