Los procesos económicos pueden describirse a partir de la economía real, que tiene en cuenta los detalles del proceso productivo, o bien desde el punto de vista de la economía simbólica, que tiene en cuenta las ganancias que surgen de ese proceso. De ahí que sea lo mismo hablar de un eficaz proceso de producción y venta, que de una buena utilidad monetaria. El objetivo de una empresa, por lo tanto, implica establecer un buen desempeño empresarial, o bien lograr buenas ganancias, ya que ambos efectos no existen sin el otro.
Imaginemos el caso de un productor de tomates para poder describir la función social que cumple. En primer lugar, todo productor tiende a reducir la escasez de un producto. De esa forma ayuda a bajar el precio del tomate por cuanto aumenta la oferta del mismo. Si es eficiente y gana bastante dinero, estimulará la llegada de competidores. Con sus ganancias podrá comprar nuevas tierras y así podrá ofrecer nuevos puestos de trabajo, como también permitirá el aumento de la producción. En resumen, puede decirse que la función social de una empresa es “ganar dinero”, ya que esa ganancia simboliza producción, venta, inversión y todo el resto de las consecuencias de la eficacia empresarial.
Este ciclo resulta positivo tanto para el empresario como para la sociedad; sin embargo, será interpretado negativamente por algunos sectores de la población, ya que el empresario exitoso “produce desigualdad social”, y según la izquierda política, la desigualdad social genera violencia. Advierte que todo el que gane un sueldo inferior a lo obtenido por el productor de tomates, podrá sentir envidia por lo que vivirá amargado por el resto de sus días. De ahí la sugerencia socialista de que el Estado deba confiscar gran parte de las ganancias del productor exitoso para redistribuirla entre los menos favorecidos, anulando los motivos de la envidia. Jean-Françoise Revel escribió: “Si yo no puedo soportar que mi vecino prospere económicamente más que yo, entonces no debo soñar en convertirme algún día en miembro de una sociedad de abundancia, pues esto no es posible sino gracias a la libre competencia, y la libre competencia es, por definición, generadora de desigualdades” (De “El salto tras el fin del comunismo”-El comercio-Lima 13/09/1991).
En una época en que la población mundial crece a un ritmo de 100 millones de habitantes por año, mientras que la superficie cultivable se va reduciendo, los países subdesarrollados promueven desde el Estado la reducción de la producción de alimentos debido al mencionado proceso de redistribución de las ganancias, ya que con poca o ninguna ganancia (el deseo de los socialistas), el empresario tendrá pocos incentivos para producir. Recordemos el caso argentino, cuando el entonces presidente Kirchner, con la intención de promover el consumo interno de carne vacuna, cerró parcialmente las exportaciones, lo que generó luego una abrupta caída del stock ganadero; disminución estimada en 10 millones de cabezas.
Quienes se preguntan por la función social de la empresa, deberían en realidad preguntarse antes por la función social del Estado. Si contestan que la función social del Estado consiste en redistribuir las ganancias del sector productivo, deberían tener presente que con ello se desalienta la producción, la inversión y el trabajo, mientras que a la vez se promueve la vagancia del sector burocrático a cargo de la redistribución por cuanto sus integrantes se acostumbran a vivir a costa del trabajo ajeno, y para colmo, como utilizan la figura de “los pobres” como destinatarios de la redistribución, se los está engañando por cuanto en realidad es muy poco el porcentaje de la ayuda estatal que le llega al necesitado, ya que la mayor parte quedó en el camino.
Quienes contemplan los intereses y la seguridad de todos los sectores, serán difamados y calificados como personas “insensibles” ante las carencias de los pobres, ya que en realidad los difamadores, si realmente se interesaran por el necesitado, se pondrían a trabajar y a producir como lo hace el empresario. Este tipo de planteamiento lleva muchos años, de ahí una expresión que puede surgir desde un liberal para dirigirla hacia un socialista: “Mientras ustedes sigan mintiendo sobre nosotros, deberemos seguir diciendo la verdad sobre ustedes”.
Incluso los planteos socialistas han convencido a algunos sectores empresariales. Milton Friedman escribió: “La miopía se ejemplifica igualmente en los discursos sobre la responsabilidad social. A corto plazo, por éstos se pueden ganar alabanzas, pero contribuyen a fortalecer la idea, hoy ya corriente, de que obtener utilidades es malo e inmoral y que hay que impedirlo y controlarlo con fuerzas externas. Una vez que se adopte este punto de vista, la fuerza externa que reprima el mercado no será la conciencia social –por muy desarrollada que sea- de los ejecutivos que así pontifican; será el puño de hierro de la burocracia oficial. En esto, como en los controles de precios y salarios, me parece que las personas de negocios revelan un impulso suicida”.
“El principio político sobre el cual descansa el mecanismo del mercado es la unanimidad. En un mercado libre ideal basado en la propiedad privada, ningún individuo puede ejercer coacción sobre otro, toda cooperación es voluntaria, todas las partes que cooperan se benefician o de lo contrario no deben participar. No hay ningún valor «social» ni responsabilidades «sociales» en ningún sentido distinto de los valores compartidos y las responsabilidades de los individuos. La sociedad es una colectividad de individuos y de los diversos grupos que ellos forman voluntariamente”.
“Los negocios sólo tienen una responsabilidad social: emplear sus recursos y emprender actividades encaminadas a aumentar sus utilidades, siempre que se mantengan dentro de las reglas del juego, es decir, en competencia libre y abierta sin engaño ni fraude” (De “Oficio y arte de la gerencia” (II) de J. L. Bower-Grupo Editorial Norma-Bogotá 1995).
El pretexto aducido por el político de izquierda, para justificar la “defensa del consumidor ante el empresario” (considerado culpable hasta que demuestre lo contrario), es que no existe el intercambio cooperativo que beneficia a ambas partes, aunque todos veamos cotidianamente que es posible. Carlos A. Ball escribió: “La animadversión que los empresarios sentimos por los controles de precios no es algo gratuito y sin base. Es que los políticos no logran entender que en todo intercambio, libre de coerción, ambas partes se benefician. Un concepto tan simple como éste no es captado por gente que en su proceso mental mercantilista cree sinceramente que todo intercambio significa que alguien se beneficia en la medida en que el otro se perjudica y como se considera que la parte débil es el consumidor, ello obliga al funcionario público a defenderlo de la avaricia especulativa del empresario, dándole a ese funcionario el poder que no le corresponde”.
“Pero tan pronto como interviene alguna fuerza externa, el comprador o el vendedor, o ambos terminan perdiendo, ocasionándole un desestímulo que tiende a aumentar los precios y a reducir el bienestar general. Por eso es que sostenemos que todo control de precios, toda interferencia burocrática, tiende a reducir la oferta, a fomentar la inflación, y termina perjudicando principalmente a quienes se pretende proteger”.
“Es a través del afán de regular, prohibir, ajustar, pechar, subsidiar, afinar, sancionar, orientar, estabilizar, proteger y dirigir el mercado, que los gobernantes logran entorpecer las acciones voluntarias de la gente, obligándolas a realizar intercambios de manera prescrita por terceros, que presumen de conocer mejor los intereses individuales de los propios participantes de la transacción. La regulación económica y el control de precios no es más que el control de los hombres, apoyado en la fuerza bruta del Estado” (De “Ideas sobre la libertad” Nº 48-Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires Junio/1986).
Los gobiernos que intervienen en la economía, distorsionando el mercado, en lugar de facilitar las actividades empresariales, crean condiciones tan severas que sólo pueden sobrevivir las empresas dirigidas por empresarios muy capaces. Tal es así que en la Argentina, de cada 100 empresas, 80 quiebran antes de los 2 años, mientras que a los 10 años sólo quedan 2. Ello se debe a que toda empresa debe salir airosa de la maraña selvática que le ha preparado el Estado con la “loable intención” de redistribuir sus ganancias. Ernesto Sandler escribió: “La multiplicidad de factores externos que influyen negativa o positivamente sobre la empresa son muy variados y se renuevan constantemente. La mayoría de las veces ni siquiera es posible conocerlos con cierta antelación. Muchos dependen de cada país y de cada momento histórico”.
“La inseguridad jurídica, la inflación legislativa, los monopolios económicos, las presiones sindicales, la pérdida de la cultura del trabajo, la excesiva regulación estatal, la corrupción, el tráfico de influencias, la inflación, los precios administrados, la concentración de los factores de producción, los impuestos distorsivos, el control de cambios o la limitación del comercio exterior, son sólo algunos de los factores externos que influyen sobre las empresas y las condicionan”.
“No basta la voluntad de emprender un negocio e intentar dirigir una empresa. Es necesario tener capacidades personales para competir, innovar, crear o superar a aquellos que tienen propósitos semejantes. No todos pueden constituir un emprendimiento con éxito, llevar adelante un negocio o mantener la productividad de una empresa. Generalmente es necesario tener ciertos talentos y capacidades de los que otros carecen” (De “Malos hábitos del empresario”-Mucho Gusto Editores-Buenos Aires 2013).
La eficacia destructiva de los políticos ha hecho que en la Argentina actual sean 9 millones quienes hacen algún tipo de aporte al Estado mientras que 19 millones reciben aportes desde el Estado. Si se persigue al empresario hasta llevarlo al borde de la extinción, lo que se va a extinguir es la propia sociedad. Si se hace una comparación con algún pueblo atrasado del África, se advertirá que allí hay muchas necesidades insatisfechas y mucha mano de obra disponible, por lo cual falta el elemento que reúna esa mano de obra para comenzar a solucionar las necesidades; tal aglutinador es el empresario.
Si en la Argentina seguimos saboteando cotidianamente el desarrollo económico nacional, repitiendo cada día las diferentes consignas socialistas, que apuntan a la destrucción del sistema capitalista (concretamente al empresariado) nuestro futuro será, no tanto una “sociedad sin clases”, sino la “sociedad sin empresarios”, como lo es Cuba y como cada día se acerca Venezuela a esa situación. En el caso venezolano puede observarse cómo puede destruirse una nación aun cuando disponga de petróleo o de otras riquezas naturales.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario