Se dice que lo que nos afecta, o lo que en nosotros más influye, no es tanto la realidad como la opinión que tengamos de esa realidad. De ahí que el habilidoso intelectual frecuentemente cambie la realidad, o la oculte parcialmente, con el objeto de utilizarla a favor de sus creencias o de sus intereses sectoriales. De otra forma, resultaría incomprensible el hecho de advertir la amplia popularidad y admiración que numerosos seguidores profesan por los mayores asesinos en masa que han existido. La lista macabra, en una escala medida en decenas de millones de victimas, es encabezada por Mao-Tse-Tung, seguido por Stalin y luego por Hitler.
Como un importante sector de periodistas e intelectuales adhieren al socialismo, normalmente mencionan las calamidades realizadas por Hitler y sus secuaces, o por el imperialismo yanqui, mientras ocultan o parecen ignorar las matanzas socialistas de Mao y Stalin. Incluso hacen creer al ciudadano común que el fascismo ha sido el peor movimiento político que existió, cuando en realidad Mussolini ocupa un lugar, en la escala macabra, bastante distante de los mayores asesinos de la humanidad, sin que por ello se lo deba excusar por los graves errores cometidos.
Si bien los mencionados personajes han desaparecido, siguen vigentes sus ideas y creencias, tanto políticas como económicas. De ahí que sea necesario que la opinión pública asocie la palabra socialismo a un sector que eliminó, mediante asesinatos selectivos, entre cuatro o cinco veces más seres humanos que los nazis. Sin embargo, la gente teme y se alarma cuando surgen grupos neonazis, o cuando aparece un “fascista”, mientras que acepta con cierta tranquilidad todo lo que implique socialismo, debido al habilidoso proceso encubridor de los periodistas e intelectuales de izquierda.
Las ideologías totalitarias se fundamentan en principios poco definidos e, incluso, irracionales, ya que están lejos de “heredar” la coherencia lógica que surge de los fenómenos naturales descriptos. Por el contrario, una descripción cercana a la realidad se ha de caracterizar por cierta coherencia lógica, siendo un atributo necesario, aunque no suficiente, de que tal descripción resulta compatible con la realidad.
Un caso interesante lo constituye Georg Lukács, quien oculta la irracionalidad de Stalin y del socialismo, mientras que la asocia sólo al fascismo y al nazismo, incluso hasta llega a identificarla con la “filosofía burguesa”. Al respecto escribió: “No pretende este libro, en modo alguno, ser una historia de la filosofía reaccionaria y, menos aún, un tratado en que se estudie su desarrollo. Su autor sabe perfectamente que el irracionalismo, cuya aparición y cuya expansión, hasta llegar a convertirse en la corriente dominante de la filosofía burguesa, expone la presente obra, no es sino una de las tendencias importantes de la filosofía burguesa reaccionaria. Y, aunque difícilmente habrá una filosofía reaccionaria en que no se contenga una cierta dosis de irracionalismo, no cabe duda que el radio de acción de la filosofía burguesa reaccionaria es mucho más amplio que el de la filosofía irracionalista, en el sentido propio y estricto de la palabra” (De “El asalto a la razón”-Fondo de Cultura Económica-México 1959).
Juan José Sebreli comenta al respecto: “Cuando inicié este trabajo fue inevitable el recuerdo de «El asalto a la razón» de Georg Lukács, donde se leen algunas de las mejores y las peores páginas sobre la historia de la filosofía occidental porque, como bien ha señalado Jürgen Habermas, había en ese texto «verdadera intuición aunque escasa capacidad de distinción». Los aciertos de Lukács y de algunos de sus continuadores estaban en el intento de analizar las teorías filosóficas relacionándolas con el contexto histórico y los avatares de los acontecimientos políticos”.
“Había, sin embargo, dos errores decisivos en la obra de Lukács: uno –el más grave- era creer o, tal vez, hacer como que creía, por razones de oportunismo político, que el estalinismo representaba la herencia de la Ilustración y, por lo tanto, era la alternativa válida al irracionalismo. El otro error fue la identificación del capitalismo con el fascismo y señalar al irracionalismo como la forma intelectual de la decadencia de la burguesía. En realidad, el irracionalismo no refleja una única clase social: sectores importantes de la burguesía no adhirieron al fascismo o no intervinieron en su surgimiento y sí lo hicieron, en cambio, fracciones de otras clases y en particular –como lo señalara José Guillerme Merquior- un estrato social específico: el de los intelectuales de cierto tipo que aprovecharon la crisis e influyeron en una situación especialmente propicias para sus ideas”.
“Estos equívocos de Lukács necesitaban ser superados y, quizá con un exceso de presunción, emprendo la tarea de retomar sus mismas preocupaciones gozando de la ventaja que me da el paso del tiempo y el conocimiento de las nefastas consecuencias de algunas de sus concepciones” (De “El olvido de la razón”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2006).
Además del irracionalismo propio de las ideologías totalitarias, surgen los lenguajes totalitarios que tergiversan el sentido y significación de las palabras. Las “neolenguas” apuntan a la confusión y a la destrucción de los planteamientos ideológicos o teóricos de las tendencias democráticas o liberales. Tal es así que la denominada República Democrática Alemana fue la que implantó el “democrático” muro de Berlín, mientras que los socialdemócratas norteamericanos se autodenominan “liberales” aun cuando se opongan a los principios propuestos por el liberalismo. Friedrich A. Hayek escribió: “El camino más eficaz para que las gentes acepten unos valores a los que deben servir consiste en persuadirlas de que son realmente los que ellas, o al menos los mejores individuos entre ellas, han sostenido siempre, pero que hasta entonces no reconocieron o entendieron rectamente. Se fuerza a las gentes a transferir su devoción de los viejos dioses a los nuevos so pretexto de que los nuevos dioses son en realidad los que su sano instinto les había revelado siempre, pero que hasta entonces sólo confusamente habían entrevisto”.
“Y la más eficiente técnica para esta finalidad consiste en usar las viejas palabras, pero cambiar su significado. Pocos trazos de los regímenes totalitarios son a la vez tan perturbadores para el observador superficial y tan característico de todo un clima intelectual como la perversión completa del lenguaje, el cambio del significado de las palabras con las que se expresan los ideales de los nuevos regímenes”.
Un libro “encubridor” de la táctica totalitaria mencionada por Hayek es el titulado “Los lenguajes totalitarios” de Jean-Pierre Faye (Taurus Ediciones SA-Madrid 1974). Bajo tal título, el lector desprevenido espera encontrar información acerca de las tergiversaciones idiomáticas conscientes que realizaban nazis y comunistas para dominar mentalmente a los pueblos sometidos. Sin embargo, como el autor pareciera profesar el marxismo, sólo trata, en su voluminoso libro (980 páginas), el lenguaje empleado por los nazis, sin apenas mencionar el lenguaje marxista.
En cuanto a la publicidad y la propaganda, los ideólogos de izquierda critican la publicidad comercial existente en las sociedades libres, ya que por lo general induce a que la gente consuma más de lo necesario, motivada por costumbre y vicio antes que por necesidad. Si bien algo de cierto hay en ello, cada persona tiene la posibilidad de ignorarla. Sin embargo, tales ideólogos nada dicen en contra la propaganda unificada existente en los regímenes socialistas. Hayek escribió al respecto: “Si el sentimiento de opresión en los países totalitarios es, en general, mucho menos agudo que lo que se imagina la mayoría de las personas en los países liberales, ello se debe a que los gobiernos totalitarios han conseguido en alto grado que la gente piense como ellos desean que lo haga”.
“Esto se logra, evidentemente, por las diversas formas de la propaganda. Su técnica es ahora tan familiar que apenas necesitamos decir algo sobre ella. El único punto que debe destacarse es que ni la propaganda en sí, ni las técnicas empleadas, son peculiares del totalitarismo, y que lo que tan completamente cambia su naturaleza y efectos en un Estado totalitario es que toda la propaganda sirve a un mismo fin, que todos los instrumentos de propaganda se coordinan para influir sobre los individuos en la misma dirección y producir el característico Gleichschaltung [¿uniformidad?] de todas las mentes”.
“En definitiva, el efecto de la propaganda en los países totalitarios no difiere sólo en magnitud, sino en naturaleza, del resultado de la propaganda realizada para fines diversos por organismos independientes y en competencia. Si todas las fuentes de información ordinaria están efectivamente bajo un mando único, la cuestión no es ya la de persuadir a la gente de esto o aquello. El propagandista diestro tiene entonces poder para moldear sus mentes en cualquier dirección que elija, y ni las personas más inteligentes e independientes pueden escapar por entero a aquella influencia si quedan por mucho tiempo aisladas de todas las demás fuentes informativas” (De “Camino de servidumbre”-Alianza Editorial SA-Madrid 2000).
Otro libro que sorprende un tanto es el titulado “La personalidad autoritaria” de T. W. Adorno y otros (Editorial Proyección-Buenos Aires 1965). En él aparecen referencias a los nazis, fascistas, liberales y conservadores, con algunos subtítulos como ‘El burgués inadaptado’ o ‘El fascismo en potencia’. A lo largo de las 926 páginas no hay referencia alguna de personajes autoritarios y peligrosos como Lenin y Stalin. Nuevamente aparece la tendencia encubridora hacia los impulsores del socialismo.
Theodor W. Adorno, uno de sus autores, fue una figura representativa de la Escuela de Frankfurt, que reunía a varios filósofos de tendencia marxista. Sus principales integrantes fueron, además de Adorno, Friedrich Pollock, Max Horkheimer, Herbert Marcuse, Walter Benjamín y Erich Fromm. La mayoría huye de Alemania luego del ascenso de Hitler al poder, pero no van a ningún país socialista como se supone que lo harían por su afinidad ideológica, sino que eligen a los EEUU. En estos casos uno se pregunta si acaso cambiaron la manera de pensar y advirtieron las ventajas del capitalismo, o bien fueron a ese país con las intenciones de “ayudar” a su deterioro con la finalidad posterior de instalar allí el socialismo. Estos filósofos “centran su visión en tres tesis: a) el capitalismo tardío es la forma del orden económico hoy; b) el carácter represivo de dicho orden, que implica una tolerancia represiva; por último, c) la afirmación de que la única alternativa a tal situación es un cambio cualitativo de ese orden económico” (Del “Diccionario de Sociología” de E. del Acebo Ibáñez y R. J. Brie-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).
El ideólogo marxista se opone a toda forma de poder y autoritarismo, pero pensando siempre en reemplazarlos por el “buen poder y el buen autoritarismo” establecido por algún líder socialista. Herbert Marcuse escribió: “Sólo una clase libre de los viejos valores y principios represivos, cuya existencia encarne la negación misma del sistema capitalista y, por ende, de la posibilidad histórica de oponerse a este sistema y superarlo, sería capaz de realizar estos principios y valores nuevos. La idea marxista del proletariado como negación absoluta de la sociedad capitalista mete en una sola noción la relación histórica entre las condiciones previas de la libertad y su realización” (De “Razón y revolución”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1998).
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