Muchos autores miran a la Edad Media como la cima de la espiritualidad. Desde el catolicismo se considera al pasado medieval como altamente positivo, principalmente por el predominio absoluto de la Iglesia y por la influencia de la religión en todos y cada uno de los hombres de la época. Sin embargo, no debe olvidarse que tal sumisión implicaba dejar de lado lo natural para valorar solamente lo sobrenatural, es decir, se menospreciaba el mundo concreto del presente ante la esperanza en la vida eterna. Tal esperanza, sin embargo, incidía en la sociedad motivando a los hombres para la realización de admirables edificaciones, como catedrales y castillos. El pensamiento religioso dominante promovía el acatamiento de los mandamientos bíblicos requerido ante la posibilidad de esa vida posterior. Octavio Nicolás Derisi escribió: “La Edad Media –con todas sus deficiencias de realización humana de cultura- es la época que más respeto ha profesado por el ser y que ha estructurado todas las formas de su vida espiritual, de su cultura, de acuerdo con sus exigencias ontológicas”.
“Aquel orden ontológico jerarquizado de Dios y mundo, de gracia y naturaleza, de espíritu y materia, se reflejó en orden individual, en la unidad jerárquica interna del hombre redimido por Cristo y vivificado por la gracia, y compuesto en su ser natural de alma espiritual y cuerpo con una triple vida, íntima y jerárquicamente dada, intelectiva, sensitiva y vegetativa; en el orden social, en la organización familiar y gremial constituidas sin desgarramientos ni luchas en un todo viviente en la variedad de sus partes; en el orden político, en el Sacro Imperio, bajo cuya unidad se desenvolvía y salía la múltiple variedad de instituciones de gobierno –desde el señor feudal hasta la ciudad libre-; en un orden político-religioso, en la unidad de la Cristiandad con la supremacía del poder espiritual del Papa sobre el temporal del emperador; en el orden puramente religioso, en la unidad de la fe, del culto y de la autoridad”.
“La Edad Media, la edad de la unidad y de la jerarquía, poseyó, por eso, una Sabiduría total, en la que se organizaban vitalmente todos los grados del saber, aun aquellos –como el de la ciencia empírica-, por miseria del tiempo y penuria de medios y ambiente, no habían alcanzado plena madurez” (Del Prólogo de “Ciencia y sabiduría” de Jacques Maritain-Ediciones Desclée de Brouwer-Buenos Aires 1944).
El debilitamiento de la sociedad medieval se inicia con la aparición de nuevas ideas y costumbres asociadas al Renacimiento, a la modernidad, a la ciencia experimental y al capitalismo. En cuanto al Renacimiento italiano, Nicolás Berdiaeff escribió: “El Renacimiento llevaba en sus entrañas todo lo necesario para destruirse. Libertó las fuerzas creadoras del hombre y ha expresado la más elevada potencia de su arte. En esto acertó. Pero también él ha sido el que ha disociado al hombre de las fuentes espirituales de la vida; él ha negado al hombre espiritual, que no puede dejar de ser creador, para afirmar exclusivamente en su lugar al hombre natural, esclavo de la necesidad. El triunfo del hombre natural sobre el hombre espiritual en la historia moderna, debía conducirnos a la esterilidad creadora, es decir, el fin del Renacimiento, a la autodestrucción del humanismo”.
“El Renacimiento fue una empresa grandiosa que consistió en buscar las fuerzas del hombre en su libre juego. El hombre se imaginó que toda la vida podía estar sometida a su arte. El hombre volvió sus ojos hacia esa naturaleza que en la Edad Media sentía dominada por el mal. Dentro de la naturaleza buscó las fuentes de la vida y de la creación. Y en el comienzo de sus relaciones con ella, la sintió revivir, regenerarse. La naturaleza quedó libre del anatema. Se cesó de temer a sus demonios que tanto asustaban a las gentes de la Edad Media. Insensiblemente en cuanto a sí mismo, el hombre penetró en el torbellino de la vida natural, pero no se unió a la naturaleza en la parte íntima de ésta. Se sometió espiritualmente a su materialidad, pero quedando separado de su alma” (De “Una nueva Edad Media”-Biblioteca Ercilla-Santiago de Chile 1933).
Con la modernidad se va instalando un cambio respecto de la visión religiosa medieval. En lugar del Dios trascendente, fuera del mundo, que reconocía la Iglesia, se propone lo inmanente, con un Dios no personal, que se confunde con el mundo. Derisi agrega: “La Edad Moderna es la época de la inmanencia en contra de la trascendencia, la edad de espaldas al ser, al ser del mundo y al Ser de Dios y vuelta sobre el propio hombre, la edad del humanismo antropocéntrico en todos los órdenes de la cultura”.
“El antropocentrismo renacentista en oposición al teocentrismo medieval comenzó no por negar, pero sí por separar al hombre de la realidad sobrenatural, primero, y natural, después, para así poderlo contemplar y ver más perfectamente, olvidando que la realidad humana tal cual es y existe es indescifrable sin el ser trascendente natural y sobrenatural en que se esclarece. Se separó, pues, no sólo el hombre del ser trascendente, sino también lo natural de lo sobrenatural, luego lo temporal de lo eterno, y más tarde lo espiritual de lo material, para considerar y exaltar siempre al segundo término –un tanto descuidado a veces, es verdad, en la Edad Media- con detrimento al primero”.
“Mas poco a poco aquella separación se convirtió en supresión o desconocimiento total de lo sobrenatural, de la filiación divina en el hombre, de lo eterno y de lo espiritual, con una valoración exclusiva de lo natural, de lo humano, de lo temporal y material”.
Podemos simbolizar ambas posturas:
Dios trascendente (teísmo): Universo = Dios + Naturaleza
Dios inmanente (deísmo): Universo = Dios = Naturaleza
La primera postura implica una teocracia indirecta, ya que la Iglesia es la intermediaria entre Dios y los hombres. La segunda postura puede conducir a una teocracia directa, ya que, en principio, las leyes naturales que rigen al hombre son accesibles a una observación directa de nuestra parte, especialmente de todo aquello que depende de nuestras decisiones. De ahí la expresión de Cristo: “El Reino de Dios no viene de modo que se vea, ni dirán: «Vedlo aquí o allá». Porque, mirad, el Reino de Dios está dentro de vosotros” (Lucas).
Derisi agrega: “El drama de la Edad Moderna en lucha contra la Edad Media es el drama de la inmanencia contra la trascendencia, del hombre contra Dios, del conocer contra el ser, que termina por una lógica interna –desde que el hombre, su ser y su vida toda, está realmente en dependencia del ser trascendente y, en definitiva, del Ser de Dios- en la deformación, primero, y en el aniquilamiento total, después, del hombre, de su persona, de su ser y de su vida entera. La pérdida de la unidad jerarquizada del Medioevo, trastocada en una multiplicidad informe y contradictoria de la edad siguiente, tiene allí su punto de arranque”.
Un Dios que actúa de la misma manera en iguales circunstancias, puede considerarse como un Dios regido por leyes naturales similares a las impuestas a los hombres. De ahí que ambas posturas puedan considerarse similares. Si tenemos en cuenta las profecías bíblicas, se advierte que predicen cambios significativos en la religión, al menos en el modo de interpretarla. Como la postura teísta, con el Dios exterior al mundo, que actúa ante los pedidos humanos, es la visión tradicional y primitiva de gran parte de las religiones, incluso de las paganas, seguramente que el cambio ha de implicar un cristianismo considerado como una religión natural, compatible con la ciencia experimental, y de ahí que podrá adquirir el carácter universal (o católico) que por ahora carece.
Mientras que, en el arte, es el Renacimiento quien va generando el cambio hacia la modernidad, el capitalismo tiende a modificar la estructura económica medieval. Así, la estructura de clases del medioevo, con poca movilidad social, ha de ser desarticulada por la burguesía y su comercio. De ahí la posterior aversión que gran parte del catolicismo adopta frente al liberalismo, tendencia que no reconoce los privilegios de clases característicos del mundo feudal.
Otro de los embates que sufre la visión medieval es el de la ciencia experimental. Cuando Copérnico llega a la conclusión de que la Tierra no es el centro del universo, y que tampoco está inmóvil, se advierte que la Biblia no trae información acerca de “cómo es el cielo”, sino de “cómo llegar al cielo”, según lo expresara Galileo. La Biblia resulta ser esencialmente un libro de ética y que, a la vez, orienta al ser humano dándole un sentido objetivo de la vida.
Quienes revaloran a la Edad Media, advierten que la democracia no lo es todo, ya que el hombre debe seguir mirando hacia Dios teniendo siempre presente la idea de que existe un orden natural exterior respecto del cual nos debemos adaptar. Berdiaeff escribió: “La democracia reviste un carácter puramente de forma, ignora su propia esencia y, dentro de los límites del principio que afirma, no tiene ninguna consistencia. La democracia no quiere saber en nombre de qué se expresa la voluntad del pueblo y no quiere subordinarla a ninguna finalidad superior. Desde el momento en que la democracia defina la finalidad hacia la cual deba tender la voluntad del pueblo: en que descubra un objeto digno de su voluntad; en que esté imbuida de una sustancia positiva, se verá obligada a situar aquella finalidad, aquel objetivo, aquella sustancia por encima del propio principio….Pero la democracia no conoce más que el principio formal de la expresión de la voluntad del pueblo, y lo quiere por encima de todo sin dejarlo subordinar a nada”.
Desde el punto de vista de la revaloración medieval, socialismo y capitalismo implican un retroceso. “El socialismo ha heredado el ateísmo de la sociedad burguesa y capitalista del siglo XIX, las más auténticamente ateístas que ha conocido la historia. La relación del hombre con el hombre y del hombre con la naturaleza ya estaba en ella falseada”.
Recordemos que, para el teísta (religión revelada), la postura deísta es considerada una postura atea, mientras que, para el deísta (religión natural), la postura teísta está a un paso de caer en la superstición y en el paganismo. La espiritualidad asociada a la religión tradicional implica, generalmente, una imaginaria relación entre el hombre y un ser sobrenatural exento de defectos y lleno de virtudes, mientras que la realidad cotidiana nos impone establecer un vínculo con hombres con defectos y pocas virtudes.
Cualquiera sea la postura filosófica que hayamos adoptado, debemos intentar cumplir con el mandamiento cristiano del amor al prójimo, de tal manera que la creencia previa tenga sentido. De lo contrario, la religión cristiana seguirá siendo considerada como una simple adhesión a una propuesta que nos conviene adoptar personalmente por cuanto resulta muy prometedora respecto del futuro luego de nuestra muerte. Por el contrario, si valoramos suficientemente la vida terrena, tendremos una mayor predisposición respecto del cumplimiento de dicho mandamiento, por cuanto el interés no recaerá sólo en cada uno de nosotros, sino también en los demás.
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