Existe cierta similitud entre el desarrollo histórico del automóvil y el de la economía, en el sentido de que, la relativamente reciente aparición de los automóviles a gas fue considerada como una innovación, mientras que los primeros motores a explosión ya utilizaban ese combustible. También en el campo de la economía se considera que los relativamente recientes estudios sobre la acción humana son algo novedoso, mientras que el propio Adam Smith, antes de escribir “La riqueza de las naciones” había escrito su complemento necesario: “La Teoría de los sentimientos morales”. Ernest Becker escribió: “Como David Hume, Adam Smith también se consideró a sí mismo el Newton del mundo moral. Él consideró la vida como un asunto moral, y trató de enfrentarse a ella en su totalidad”.
“El sistema que presentó realmente constaba de dos grandes partes: trató de presentar al hombre en su «totalidad», en términos de todas sus motivaciones. Por ello, en la primera parte de su sistema, «La Teoría de los sentimientos morales», hizo hincapié en el sentimiento de simpatía que mantenía unida a la sociedad; en la segunda parte, «La riqueza de las naciones», subrayó la propensión del hombre a traficar e intercambiar para acumular y obtener ganancias; pero para Smith este panorama de dos facetas no estaba en conflicto, sino bajo la influencia de un principio regulador superior, el principio de la justicia, como él lo concibió”.
“La posteridad olvidó la amplitud del sistema de Smith, e hizo hincapié en el hombre económico. Para Smith, la economía sólo representaba un aspecto de la vida, y era un detalle lógico de un proceso moral predominante. Como los antropólogos de hoy, Smith comprendió que la economía estaba atrapada en la gran red de las relaciones sociales. La filosofía económica del laissez-faire sólo fue una separación arbitraria de la mitad del sistema de Smith: los motivos comerciales humanos, que según él podía permitirse que siguieran su curso material sin las restricciones históricamente mutiladoras del mercantilismo. La famosa «mano invisible de Dios» que guiaba la estructura de la sociedad era auténtica para Smith, quien creía en la Divina Providencia; no hizo una apología cínica de la economía inmoral”.
“Los seguidores de Smith perdieron de vista la naturaleza fundamentalmente moral de la acción humana. Tanto que al atomizar la economía se vieron impulsados a objetar que Smith hubiera introducido la dimensión social en el terreno económico. Las divisiones de Smith habían sido provisionales; el enfoque sistemático, metódico y estrictamente deductivo fue obra de sus seguidores, en especial de David Ricardo. Ellos se sintieron inclinados a la separación y a la deducción analítica, y separaron la economía cada vez más del gran contexto en que Smith la había colocado” (De “La estructura del mal”-Fondo de Cultura Económica-México 1980).
Toda acción humana, en el ámbito de la economía, es un fenómeno de carácter moral, ya que por medio de esa acción se puede buscar un beneficio unilateral propio, o bien el simultáneo entre las partes que intervienen en un intercambio, o bien se puede buscar perjudicar a otro. Smith advierte que es posible el beneficio simultáneo cuando entre los intervinientes en el intercambio existe lo que él denomina “simpatía”, como la aptitud que permite ubicarse en el lugar de otro.
Descubre, además, que el libre intercambio (mercado) presiona al egoísta a actuar con “simpatía” por cuanto lo ha de beneficiar económicamente, es decir, Smith intuye que el libre intercambio puede producir buenos resultados a pesar del egoísmo de los hombres, que no es lo mismo que decir que el libre intercambio requiere del egoísmo de sus participantes, como maliciosamente aducen sus detractores.
Supongamos que el empresario egoísta quiere aumentar sus ganancias elevando el precio de sus productos. Al existir competencia, perderá la mayor parte de su clientela. Supongamos, además, que quiere aumentar sus ganancias reduciendo el sueldo de sus empleados. Al existir otras empresas, perderá la mayoría de ellos y se verá perjudicado. De ahí que al egoísta le conviene actuar como si no lo fuera.
El mayor peligro que puede ofrecer el empresario egoísta es el de establecer un monopolio, ya que podrá “elegir” los precios y sueldos que crea más convenientes para aumentar sus ganancias. Sin embargo, su éxito monetario pronto despertará el interés de otros empresarios y aparecerá la competencia. Luigi Einaudi describe algunos casos de monopolio y sus efectos: “Un día se le ocurrió a uno de los gobiernos italianos alentar la formación de un consorcio siciliano del azufre, que aumentó los precios a cargo de ingleses y norteamericanos, grandes consumidores de azufre. «Son ricos», se decía, «y pueden pagar». En cambio, esos consumidores se enojaron y empezaron, primero, a extraer el azufre de las piritas, y después se pusieron a buscar azufre por todas partes y, de tanto buscar, lo encontraron en Texas, por añadidura extraíble a menor precio que el siciliano”.
“A los brasileños se les ocurrió, otro día, valorizar el café o sea pretender por él un precio de semi-monopolio. «Somos nosotros», decían, «los principales productores de café del mundo, y estaría bien que norteamericanos, franceses, italianos, etc., grandes tomadores de café, se dirijan sólo a nosotros». Pero les fue mal, porque en otros países se extendió el cultivo del café y, sobre todo, por la atracción del alto precio artificial se extendió en el Brasil mismo. En un cierto momento hubo tanto café en el mercado que a los precios de la llamada valorización no se lo pudo vender, o sucedió el escándalo, del que hablaron todos los periódicos, del café tirado al mar o utilizado como combustible en las calderas de las locomotoras” (De “Florilegio del buen gobierno”-Organización Techint-Buenos Aires 1970).
El fenómeno básico descrito por Smith, implica ubicarse imaginariamente en el lugar de otra persona, lo que permitirá luego compartir sus penas y alegrías (en el mejor de los casos), siendo esencialmente lo que actualmente denominamos “empatía”. Víctor Méndez Baiges escribió: “La explicación del sistema se inicia atribuyendo el origen de los sentimientos morales a un hábito peculiar de la imaginación. Se trata de un hábito muy simple y muy extendido, en absoluto confinado a los sabios y virtuosos”.
“Ese hábito es hijo de la sociabilidad natural del hombre y de la circunstancia de que éste «siempre se encuentre en compañía». Consiste en la costumbre que tienen los individuos de, colocados en la posición de espectador de las acciones de los demás, representarse a sí mismos en la situación en la que se encuentran las personas a las que observan”.
“La simpatía es un mecanismo de la imaginación que permite entonces el traslado a la mente del espectador de la situación en la que se encuentra quien realiza una acción y está siendo observado. La simpatía es lo que explica que nos entremezclamos al ver a un semejante sometido a una grave operación, aunque nuestro cuerpo no esté para nada involucrado. Es lo que provoca que la multitud que mira al equilibrista en la cuerda floja, instintivamente, se balancee y equilibre su propio cuerpo. La simpatía no es, por lo tanto, nada misterioso. Al igual que la gravedad newtoniana, puede ser presentada como un fenómeno familiar y por todos experimentable”.
“El espectador posee, gracias a ello, dos emociones en su mente: la emoción que percibe en el agente en la situación dada, y la que se ha generado simpatéticamente. Esto permite que pueda establecer una comparación entre ambas. La coincidencia entre las dos emociones es lo que está detrás del sentimiento de aprobación de la conducta, mientras que la separación entre las dos es lo que origina el sentimiento de desaprobación”.
Así como para los optimistas existe el Bien y también la ausencia de Bien, para Smith existe la Riqueza y la ausencia de Riqueza, en un mundo en el que todos cooperan. Los menos ricos tratan de emular a los ricos y éstos tratan de favorecerlos. Ello se debe a que la mayoría de nosotros busca simpatizar con el resto tratando de compartir sus alegrías, y bastante menos de compartir sus penas. Si existen el amor y el egoísmo, y a éste se lo puede atenuar con la “mano invisible”, resulta ser un mundo con una posible solución. Mariano Grondona escribió: “La inclinación de Adam Smith por el pobre es para que el pobre trabaje, crezca y progrese en la medida de su mérito, para que deje de ser pobre. Nada va a ser regalado, pero todo va a ser posible. Finalmente no habrá pobres, con lo cual la benevolencia se desplazará a situaciones periféricas como las fundaciones para promoción de las artes”.
La igualdad propuesta por Smith, proveniente de los sentimientos humanos, es similar a la propuesta por el cristianismo. Grondona agrega: “Esta es la conclusión de Smith: «Por lo tanto, sentir mucho por los otros y poco por nosotros mismos, contener las afecciones egoístas e impulsar las benévolas, constituye la perfección de la naturaleza humana y es lo único que puede producir esa armonía de sentimientos y pasiones que constituye la gracia de la relación social. Y así como debes querer más a tu próximo, debes quererte menos a ti mismo, hasta donde el prójimo te pueda querer». Es una manera de lograr la igualación: en el fondo, te tienes que llegar a ver a ti mismo como te ve el «espectador imparcial» [introspección]”.
“Smith observa que el hombre simpatiza más con aquel al que le va bien. El hombre naturalmente se siente más atraído por el éxito que por el fracaso. Y aquí actúa otra vez la ley fundamental. ¿Por qué los hombres buscan la riqueza? No por ella misma. El hombre, en realidad, necesita muy poco para vivir: abrigo, techo, pan. Pero los hombres buscan más que eso porque el éxito genera simpatía y admiración, la pobreza genera un sentimiento de repulsa y retracción”.
“Aparece, así, un Smith mucho más condescendiente con el pobre que con el rico. Smith no admira a los ricos, pero ellos son un hecho, están ahí, y él saca las consecuencias económicas de su presencia. En el fondo, toda la obra de Smith revela una cierta conmiseración moral, marca una condena a la vanidad que trabaja detrás de cada rico. Smith distingue tres virtudes fundamentales: la prudencia –que proviene del amor a sí mismo- que hace que busquemos nuestro propio bien y el de nuestra familia; la justicia, que prohíbe dañar al otro, y la benevolencia o beneficencia, que es el amor al otro, el deseo de favorecerlo” (De “Los pensadores de la libertad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1992).
También existe el mundo en el que hay Pobreza y ausencia de Pobreza, y que en lugar de la simpatía existe el odio, y también existe la negligencia. En lugar de que el pobre admire y trate de emular al rico, puede en cambio llegar a sentir envidia. Incluso le resulta insoportable contemplar la riqueza ajena, por lo cual buscará, mediante la violencia, transformar su tristeza y su envidia en alegría y en burla, que surgirán luego de destruir al rico. Para proteger al envidioso, se ha propuesto al socialismo. He aquí el origen del marxismo, tendencia que se opone a la propuesta de Adam Smith.
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