Varios han sido los sacerdotes católicos que abusaron de niños, actuando en estos casos, no como seres humanos normales, con sentimientos y afectos, sino como simples bichos sexuales carentes de alma, guiados en la vida por la búsqueda de satisfacciones corporales. Para agravar las cosas, estos hechos fueron encubiertos por algunas autoridades de la Iglesia Católica. Alguna vez el Papa Benedicto XVI expresó: “La Iglesia está llena de soberbia y porquería”.
Una de las razones por las cuales se cometen estos delitos, radica en el ingreso a la Iglesia de gentes con poca o ninguna vocación religiosa, que entra a la misma por lo atractiva que les resulta la vida en un convento, por cuanto evitarán de enfrentarse con la dura lucha cotidiana que debe afrontar el hombre común. En cuanto a la importancia que le otorgan a la religión, respecto a su función social, poco o nada les importa, por cuanto el resto de los seres humanos poco o nada les interesan.
La ausencia de vocación religiosa no es propia de esta época, Ya en el siglo XVII, sor Maria Celeste, una de las dos hijas (monjas de clausura) de Galileo Galilei, le pide que haga gestiones ante las autoridades de la Iglesia para que envíen a su convento sacerdotes con vocación. Se citan algunos párrafos de una carta que le envía a Galileo: “La primera y principal razón que nos anima a hacer este ruego es que vemos claramente y nos preocupa mucho el escaso conocimiento y nula comprensión de las normas y obligaciones relativas a nuestra vida religiosa por parte de estos sacerdotes que nos permiten, o mejor dicho, nos tientan con una vida más relajada y con la mínima obediencia a la Regla; ¿y cómo dudar de que una vez que empecemos a vivir sin temor de Dios seremos miserables constantemente al respecto de las cuestiones temporales y mundanas? Por ello, debemos dirigirnos a la causa principal que no es otra cosa que ésta que acabo de referiros”.
“Un segundo motivo es que dado que nuestro convento, como sabéis, se encuentra en situación de extrema pobreza, señor, éste no puede pagar a los confesores que abandonan el convento cada tres años o abonarle lo que se les debe antes de que se marchen: me he enterado de que a tres de los que estuvieron aquí se les debe una suma de dinero bastante considerable, y que se sirven de esta deuda ocasionalmente para venir aquí de vez en cuando a cenar con nosotras y a confraternizar con algunas hermanas y, lo que es peor, que nos llevan de boca en boca haciendo correr rumores y chismorreando sobre nosotras por dondequiera que van hasta el punto de que nuestro convento es considerado un concubinato en toda la región de Casentino, de donde proceden estos confesores nuestros más apropiados para cazar liebres que para consolar almas. Y creed, señor, que si os dijera todas las patochadas cometidas contra nosotras por el sacerdote que tenemos en este momento no llegaría al final de la lista porque son tan numerosas como increíbles”.
“Algunos sacerdotes que nos han enviado como confesores pasan los tres años ocupándose sólo de sus propios asuntos, y cuando más puedan beneficiarse de nosotras, más hábiles se consideran a sí mismos” (De “La hija de Galileo” de Dava Sobel-Editorial Debate SA-Madrid 1999).
La religión del miedo posiblemente desalentaría bastante a quienes cometen asesinatos como si se tratara de un deporte. Sin embargo, el miedo extremo puede ocasionar serios trastornos psicológicos. Miguel de Cervantes, a través del personaje literario del Quijote, expresó: “Primeramente, debes temer a Dios, porque en el temerle está toda sabiduría; y siendo sabio, no podrás errar en nada”.
Lo que nos afecta, no depende tanto de la realidad como de la idea que tengamos de esa realidad. De ahí que, si nos hacemos una idea de Dios distinta de la real, seguramente padeceremos de alguna forma haber cometido ese error. William James escribió: “Dios es real porque produce efectos reales”.
La visión que de Dios nos da el Antiguo Testamento, es la de un Dios vengativo que da lugar a que el hombre trate de “sobornarlo” mediante diversos pedidos y homenajes. Si aduce que si no creemos en ese Dios, podremos ir al infierno. Además, si creemos en él, pero cometemos pecados, también podremos ir. Sólo los elegidos o los virtuosos se salvarán del castigo. Mientras que Hitler o Stalin podían matar por cualquier motivo a alguno de sus súbditos, no podían matar su alma. De ahí que el Dios vengador resultaba bastante más temible. La religión del temor se convirtió en un totalitarismo virtual autoinfligido.
Con el Nuevo Testamento cambia la imagen de Dios, esta vez imaginado como un Padre que protege a sus hijos. Sin embargo, la educación religiosa siguió basándose en el temor a Dios. Los promotores de tal tipo de educación sostenían que pecados mucho menos graves que el asesinato, también podían ser causantes de castigo en el infierno. James Bowen escribió: “El concepto central es el temor de Dios (ad timorem Dei), que Jerónimo toma del escritor norteafricano Tertuliano: el alma está destinada a ser el templo de Dios, y como a tal debe ser educada; así pues, la criatura no debe aprender a decir ni debe oír nada más que aquello que corresponde al temor de Dios”.
“De la noción básica de temor deriva Jerónimo un modelo educativo que se halla presidido por el principio de estricta censura en cuanto rodea a la criatura. Todas las personas, los acontecimientos y las actividades cotidianas con los que la niña pueda entrar en contacto han de ser previamente examinados con sumo cuidado a fin de impedir cualquier hecho o cualquier influencia que pudiese obstaculizar su crecimiento espiritual”.
“Sus sirvientes han de estar alejados del mundo, y su maestro (magíster) tiene que ser una persona de edad madura, de conducta irreprochable y de capacidad reconocida. Dos aspectos de su educación, la formación moral y la intelectual, irán indisociablemente unidos: el maestro ha de ocuparse directamente del segundo aspecto, pero ello no quiere decir que no vaya a ejercer asimismo un cierto influjo formativo sobre el primero”.
“Jerónimo propugna la modestia más rigurosa en el vestir y en el comportamiento. La muchacha debe aparecer raras veces en público, y sólo entonces muy bien acompañada. El propio cuerpo debe acostumbrarse paulatinamente a la negación del mismo….«habrá de ruborizarse y avergonzarse, y deberá ser incapaz de contemplar su propia desnudez»” (De “Historia de la educación occidental” (I)-Editorial Herder SA-Barcelona 1976).
Esta idea de la educación, y otras surgidas durante la Edad Media, siguieron teniendo vigencia en nuestra época. Pierre Solignac escribió: “Después de varios años de práctica médica, en los cuales traté de ejercer una medicina de la Persona, quedé impresionado por el hecho de que la educación cristiana tradicional favorecía las perturbaciones neuróticas y las enfermedades psicosomáticas que son su consecuencia”.
“Mi formación cristiana, mis estudios médicos y psiquiátricos, el hecho de haber tratado a muchos sacerdotes, religiosas y «laicos comprometidos», me obligaron a reflexionar sobre las razones que explican que muchos de ellos sufran perturbaciones orgánicas. Estas no son más que la expresión de su angustia y de las dificultades que viven”.
“Son cada vez más numerosos los sacerdotes que dejan el ministerio…, los seminarios y los noviciados se vacían…y a pesar de esto, más que nunca, los jóvenes están interesados en la búsqueda de Dios y del sentido de la vida” (De “La neurosis cristiana”-Editorial Bruguera SA-Barcelona 1976).
Un sacerdote, que fuera paciente de Solignac, comenta la educación que recibió durante su infancia: “La base de mi educación fue el miedo, el sentido del deber y de la grandeza. Me recordaban a menudo la frase del general Lapérine: «Cuando tenemos que elegir entre dos caminos, hay que tomar el más duro: el miedo es el signo del deber»”. “Muy pronto tuve pesadillas y me veía abrasado por las llamas del infierno; al parecer, gritaba como un condenado. El médico tranquilizaba a mi madre diciéndole que eran fiebres del crecimiento. En realidad, el pecado mortal colmó toda mi infancia y yo me confesaba a menudo por miedo a no acusarme lo suficiente. Me acuerdo de un texto de mi catecismo. Se titulaba: «Por mis pecados merezco el infierno». Lo leí y releí tanto que todavía lo sé casi de memoria”.
“¡Oh! Qué espantosas son las torturas de los condenados del infierno. Están privados para siempre de la visión de Dios. Sufren en un fuego mil veces más ardiente que todos los fuegos de la tierra. Sin cesar, oyen blasfemias, gritos de rabia y desesperanza. Están rodeados por demonios y ¿cuánto durará ese espantoso suplicio? Durará siempre, siempre, una eternidad. ¡Oh!, qué terrible es, pues, el infierno, y lo merecemos por un pecado mortal. En este momento, tal vez, yo mismo tengo pecados mortales en mi corazón. Si muriera ahora me precipitaría al infierno. ¡Oh! Dios mío, no permitas que muera en este estado. Me arrepiento, sinceramente, de todos mis pecados y prometo no volver a ofenderte”.
El cristianismo es la religión del amor; del amor a Dios y al prójimo, y no del temor. De ahí que ha sido tergiversado hasta convertirse en algo distinto. Ello se debe a la actitud fundamentalista de quienes interpretan textualmente algún párrafo de la Biblia, previo abandono del resto. Podría uno preguntarse por qué no eligieron precisamente los mandamientos en los que se sugiere la actitud a adoptar frente a Dios y al prójimo, estableciendo un “fundamentalismo” algo más acorde al espíritu de los Evangelios.
En los últimos tiempos, por el contrario, se ha intentado corregir los errores del pasado, pero esta vez para abandonar el ámbito de la ética individual ingresando al ámbito social, lo que implica seguir en el error. Cornelio Fabro escribió: “El que pretende avanzar cortando los puentes con el pasado no avanza sino que se precipita al vacío, no encuentra el hombre histórico en camino hacia el futuro de la salvación, sino que es absorbido por los remolinos del tiempo sin esperanza”.
“Por eso conviene preguntarse: ¿qué mensaje de salvación puede anunciar al mundo una teología que, bajo el pretexto racionalista de la desmitificación, vacía de su realidad histórica los acontecimientos de salvación, deja en penumbra –alguno los niega o los omite completamente- los misterios y dogmas fundamentales del cristianismo para dedicarse únicamente a las estructuras socio-político–económicas del hombre, rechazando lo sagrado del misterio de la caída y de la redención del hombre? ¿Qué principio de renovación puede ser una teología que seculariza sin escrúpulos la moral y, casi avergonzada del ideal de pureza y pobreza cristianas del Evangelio, rompe lanzas por una existencia bajo la bandera del placer, por un rechazo del sacrificio, y por una exaltación abierta del sexo: brevemente, para alinearse en la lucha de clases del brazo del marxismo, para proclamar la inocencia liberadora de los instintos por la brutalidad del psicoanálisis más avanzado?” (De “La aventura de la Teología Progresista”-Ediciones Universidad de Navarra SA-Pamplona 1976).
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