El control automático surge de la necesidad del hombre de evadirse de tareas repetitivas. Con el tiempo, los automatismos lo reemplazan en varias tareas aumentando la eficacia de los procesos productivos (y también aumentando el desempleo tecnológico). El regulador centrífugo de James Watt, empleado para controlar en forma automática la velocidad de una máquina de vapor, constituye la primera innovación tecnológica de importancia (siglo XVIII), que permitiría dar inicio a la ciencia del control automático. Norbert Wiener escribió: “Otro ejemplo de sistema de retroalimentación puramente mecánico –el originalmente tratado por Clerk Maxwell- es el del regulador de un motor de vapor que controla su velocidad en las distintas condiciones de carga. El original diseñado por Watt consta de dos bolas unidas a unas varillas que pendulan y oscilan en los lados opuestos de un eje en rotación” (De “Cibernética o control y comunicación en animales y máquinas”-Tusquets Editores-Barcelona 1985).
Con el tiempo, se pudo observar que la naturaleza se había adelantado a los innovadores tecnológicos ya que también aparecen sistemas autorregulados en animales y en el hombre. La palabra cibernética fue utilizada inicialmente por André M. Ampere. Al respecto, Victor Pékelis escribió: “A cada ciencia le correspondía un lema en verso en idioma latín. A la cibernética Ampere le asignó estas simbólicas palabras: «…et secura cives ut pace fruantur» («…y garantiza a los ciudadanos la posibilidad de gozar de la paz»” (De la “Pequeña enciclopedia de la gran cibernética”-Editorial Mir-Moscú 1977).
La economía espontánea, en la cual se establecen intercambios entre productores y consumidores, también constituye un proceso autorregulado, ya que, luego de la división (o especialización) del trabajo, resulta necesario complementarla con los intercambios mencionados. Tal proceso implica la oferta por parte de los productores y la demanda por parte de los consumidores. Para cada producto existe un mercado, entendido no sólo como un lugar donde se producen los intercambios, sino como el proceso en sí, y en el cual se genera un precio que, por lo general, resultará variable. Ludwig von Mises escribió: “El capitalismo o economía de mercado es aquel sistema de cooperación y de división del trabajo que se basa en la propiedad privada de los medios de producción. Los factores materiales de la producción son propiedad de ciudadanos individuales, los capitalistas y los terratenientes. Las instalaciones industriales y las explotaciones agrícolas son manejadas por empresarios privados, es decir, por individuos y asociaciones de individuos que poseen el capital y la tierra, o bien los han tomado prestados o en arriendo de los propietarios. La empresa libre es lo característico del capitalismo”.
“El objetivo de toda persona emprendedora –sea hombre de negocios o agricultor- consiste en obtener beneficios. Los capitalistas, los empresarios y los agricultores cooperan en la dirección de los asuntos económicos. Son el timón y dirigen el rumbo de la nave. Pero no tienen libertad para establecer su curso. No son soberanos sino solamente los timoneles obligados a obedecer incondicionalmente las órdenes del capitán. El capitán es el consumidor”.
“Al comprar y al abstenerse de comprar, son ellos [los consumidores] los que deciden quién se apropiará del capital y quién dirigirá las instalaciones. Determinan lo que se ha de producir y en qué cantidad y de qué calidad. Sus actitudes originan el beneficio o la pérdida para el empresario. Hacen ricos a los pobres y pobres a los ricos. No son amos cómodos. Están llenos de caprichos y de fantasías: son mudables e imprevisibles. Les tienen sin cuidado los méritos anteriores. Tan pronto como se les ofrece algo que les parece mejor o que resulta más barato, abandonan a sus antiguos proveedores. Para ellos sólo cuenta su propia satisfacción. No se preocupan ni de los intereses establecidos de los capitalistas ni del destino de los trabajadores que pierden sus empleos, si, como consumidores, dejan de comprar lo que compraban antes” (De “Burocracia”-Unión Editorial SA-Madrid 2005).
El productor necesita imperiosamente disponer de información respecto de la cantidad de bienes que debe producir, ya que si se excede en la estimación de lo que podrá intercambiar, acumulará bienes invendibles que absorbieron trabajo y capital, pudiéndole impedir continuar con sus actividades productivas. Por el contrario, si produce poco, hasta el extremo de perder algunas ventas, corre el riesgo de perder incluso algunos clientes, situación que a la larga también podrá impedirle continuar con sus actividades.
Adam Smith advirtió en el siglo XVIII que el mercado, o proceso de intercambio, resulta ser un proceso autorregulado, atribuyendo a tal atributo la actuación de una “mano invisible”, que no es otra cosa que un sistema de realimentación negativa:
Precio estable (+/-) => Mercado => Precio variable
………………….......<= Oferta – Demanda <=
El aumento del precio de una mercadería actúa como una señal que le informa al productor que la demanda está superando a la oferta, por lo que le conviene aumentar la producción (para evitar perder ventas y clientes). La baja en el precio de una mercadería la informa al productor que la oferta está superando a la demanda, por lo que debe disminuir la producción (para evitar tener mercadería inmovilizada por cierto tiempo).
Como objetivo del sistema (lo que se desea lograr), aparece el Precio estable, ya que esta situación implica que la oferta iguala a la demanda y el productor no debe aumentar ni disminuir la producción. En la mayoría de los casos, por el contrario, se establece un precio cambiante (Precio variable). Como lazo de realimentación actuará la diferencia entre oferta y demanda (Oferta – Demanda). Cuando la oferta iguala a la demanda, el lazo de realimentación deja de actuar indicando que el precio se ha estabilizado. José María Dagnino Pastore escribió: “La primera forma de presentar la función de los precios es indicar que constituyen un vasto sistema de señales que guía la acción de productores y de los factores productivos en general en el sentido de obtener la máxima satisfacción de las necesidades de la comunidad libremente expresada en el mercado” (De “Economía Política”-Editorial Crespillo-Buenos Aires 1971).
Cuando algún empresario innovador logra momentáneamente ganancias excepcionales, aparecerán competidores, por lo que tales ganancias tenderán a disminuir debido precisamente al ingreso de otros empresarios al sector. También los salarios, los créditos y todo lo que admita una situación en la que concurren oferentes y demandantes, responde al mismo proceso, constituyendo siempre una guía para el funcionamiento de la economía.
La abstención de continuar la producción, cuando la demanda disminuye, es interpretada negativamente por los sectores que “no creen” en la realidad de este proceso. Henry Hazlitt escribió: “Esta última contingencia es la que escandaliza a quienes no comprenden el «mecanismo de los precios» por ellos denunciado. Le acusan de crear escasez. ¿Por qué, preguntan indignados, los empresarios han de interrumpir la fabricación de zapatos en el momento en que su producción deja de rendir beneficios? ¿Por qué han de guiarse exclusivamente por sus propios intereses? ¿Por qué han de guiarse por el mercado? ¿Por qué no producen zapatos «a plena capacidad» utilizando los modernos procedimientos técnicos? El mecanismo de los precios y la empresa privada, concluyen los filósofos de la «producción para el consumo», engendran una especie de «economía de la escasez»”.
“Los anteriores interrogantes y conclusiones derivan de la falacia de prestar atención tan sólo a una industria aislada, de ver el árbol y no reparar en el bosque. Hasta llegar a un límite determinado, es necesario fabricar abrigos, camisas, pantalones, viviendas, arados, puentes, leche y pan. Sería absurdo amontonar zapatos innecesarios, simplemente porque podemos producirlos, mientras centenares de otras necesidades más urgentes quedan por satisfacer” (De “La economía en una lección”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).
Lo mencionado hasta ahora tiene validez en economías sin inflación, o con muy poca. Como podrá advertirse fácilmente, la inflación destruye completamente el “sistema de señales” constituido por la variación de los precios. Así, cuando aumenta un precio, en una economía inflacionaria, no significa que haya aumentado la demanda, sino que tal aumento se debe a la devaluación de la moneda.
También el control de precios, por parte del Estado, genera una perturbación que destruye el “sistema de señales”, de ahí que los economistas aconsejan que el Estado no intervenga en la economía, es decir, no debe perturbar el sistema autorregulado por cuanto los efectos serán perniciosos tanto para productores como para consumidores. Aconsejan, además, que el Estado actúe promoviendo la seguridad jurídica, la seguridad personal, etc., y la infraestructura necesaria para facilitar la producción.
En las economías socialistas, al abolirse el mercado, no existe justamente el “precio de mercado” para ser utilizado para el cálculo económico. De ahí que tengan que pedir información acerca de los precios relativos en algún país capitalista, lo que constituye sólo una orientación. La ausencia de la posibilidad de cálculo, como la falta de incentivos, hace que tales economías sean altamente ineficientes.
Mientras que en épocas pasadas, quienes “no creían” en el principio de conservación de la energía proponían ingeniosos aparatos que producirían el “movimiento perpetuo”, quienes “no creen” en la existencia del sistema autorregulado de intercambios (mercado) siguen proponiendo diversas sociedades utópicas o variantes del socialismo. Mientras que los primeros por lo general no perjudicaban a nadie, los segundos producen sufrimiento en la gente que tiene que soportar las consecuencias de la “no creencia”.
Como la mayor parte de los “intelectuales” desconoce los sistemas autorregulados, al igual que el público en general, para ellos no existen tales sistemas. Luego, atacan a quienes promueven el mercado de la misma manera en que el ateo descalifica al creyente. Henri Lepage escribió: “Quiérase o no, a pesar de las falacias, de las falsificaciones científicas o incluso de las estafas intelectuales que comportan, hemos de rendirnos a la evidencia: las ideas antieconómicas son en la actualidad la norma entre la opinión pública. A partir de ahora forman la cultura económica popular y condicionan la mayoría de los reflejos políticos de nuestros conciudadanos, aunque no pertenezcan a la oposición de ideología socialista” (De “Mañana, el capitalismo”-Alianza Editorial SA-Madrid 1979).
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