Debido a que en toda sociedad existen buenos y malos, hábiles y torpes, creyentes y ateos, etc., resulta difícil definir las diferencias existentes entre los distintos pueblos. Incluso se llega a suponer que todos son “más o menos iguales”. Sin embargo, las diferencias entre naciones surgen y ellas se deben a la mentalidad generalizada de la sociedad, que no sólo involucra factores cognitivos, sino también afectivos. Salvador de Madariaga escribió: “Si rogaseis a un francés (antes de la guerra) que os definiese a un inglés, os contestaría seguramente: «un hipócrita con sentido práctico». Es curioso observar que la voz popular suele resumir los caracteres nacionales en dos rasgos –un defecto y una cualidad-. Así, al par esquemático «hipócrita-práctico», que representa al inglés, corresponden los pares «claro-licencioso», para el francés; «perseverante-inhábil», para el alemán; «digno-cruel», para el español; «ordinario-activo», para el norteamericano; «falso-refinado», para el italiano. Es como si en esta aldea de naciones que es el mundo, la fisonomía de cada nación hubiese sido esquematizada en dos rasgos fundamentales, y en esta operación subsistiesen tan sólo una cualidad y un defecto, testigos del doble origen del alma humana”.
“Por muy incompletos que sean estos esbozos de tipos nacionales, tienen el mérito de recordarnos lo que olvidan lastimosamente los internacionalistas, a saber: la existencia del carácter nacional. El carácter nacional existe. Caben opiniones sobre las causas –raza, historia, geografía, economía- que influyen en su formación y evolución. Pero el hecho de su existencia es innegable. Historia, geografía, lenguaje, religión, aun la misma voluntad de vivir en común, no bastan a definir la nación más que en un sentido político. En un sentido natural, la nación es un hecho psicológico. Una nación es un carácter”.
“Pero, ¿qué es un carácter? La primera respuesta que ocurre es: «una combinación de cualidades y defectos». Pero esta división en cualidades y defectos de los modos de ser humanos no se justifica en buena psicología. Recuerda demasiado la soberanía que antaño ejerció la ciencia de la moral sobre todas las ciencias del espíritu. Los hechos que estudia la psicología son los actos humanos. Si los consideramos con ojos abiertos –es decir, libres de prejuicios-, llegamos a la convicción de que los actos son frutos de la totalidad del ser que los produce. Atribuirlos a tal o cual facultad, cualidad o defecto, del agente, no pasa de ser una forma de lenguaje, utilizada por comodidad, a pesar de su notoria inexactitud. Todo mi cuerpo, toda mi alma, cooperan en todos mis actos. Más o menos conscientemente, todas mis facultades son responsables de mis actos, como todos los ministros lo son de los del gobierno –por acción u omisión, que también es acción la acción de omitir” (De “Ingleses, franceses, españoles”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1946).
De la misma manera en que puede describirse la actitud característica de todo individuo, es decir, a través de las componentes afectivas y cognitivas, Madariaga describe los rasgos predominantes en los pueblos a través de ciertas componentes que actúan tanto a un nivel consciente como subconsciente. “Una ojeada a los tres pueblos de la Europa occidental, el inglés, el francés y el español, permite observar cierta unidad aparente y superficial, debida a la influencia de un conjunto de ideas generales común a toda civilización blanca, o, por lo menos, europea. Pero si ahondando bajo la corteza de las ideas conscientes se intenta penetrar en la zona de las ideas subconscientes, de los instintos, de las reacciones naturales y primarias frente a la vida, se verá cómo en cada uno de estos tres pueblos se afirma una actitud distinta, un sistema idea-sentimiento-fuerza, característico de cada uno de ellos y que constituye a la vez la norma de su moral, la clave de sus emociones y el motor de sus actos puros. Estos sistemas característicos son, respectivamente: para el inglés, «fairplay»; para el francés, «le droit»; para el español, el honor”.
“«Fairplay» es un término de deporte. Nótese este primer punto: sport, acción pura. «Fairplay» designa la adaptación perfecta del jugador al juego considerado en su conjunto. Rige las relaciones del jugador con sus compañeros de equipo y también con sus adversarios, sin los cuales no sería completo el juego. Aquí se ve aflorar la sabiduría. Porque el acuerdo entre compañeros no pasa de ser razón. Sabiduría. Vista de conjunto. Intuición del todo como un solo juego y de la oposición como una colaboración. El «fairplay» exige cierta abnegación del individuo ante el equipo y aun del equipo ante el juego. Pero esta abnegación no es anulación. Lejos de ello. Lleva al individuo a su rendimiento máximo en un conjunto perfectamente organizado. Esta apreciación intuitiva e instantánea del equilibrio entre el individuo y la colectividad es la característica del «fairplay»”. “En una palabra, «fairplay» es acción”.
“«Le droit» es una idea. Es la solución que el espíritu calculador ha hallado al problema del equilibrio entre el individuo y la colectividad. «Le droit» es una línea geométrica que, en el mapa intelectual, define las fronteras de la libertad de cada cual. Mientras el «fairplay» se adapta a la acción en cada momento con un perfecto empirismo, «le droit» traza a priori un cuadriculado de reglas a las que la acción ha de adaptarse. No es, por tanto, como el «fairplay» simultáneo con la acción, sino que la precede. No es, como el «fairplay», una alianza espontánea y siempre renovada entre la razón y la naturaleza, sino un sistema en el que la naturaleza se somete a la razón. Y mientras el «fairplay» funde al sujeto y al objeto en el acto, y activo, no es ni subjetivo ni objetivo, por ser lo uno y lo otro a la vez, «le droit» es fríamente objetivo, y a las protestas del ser rebelde a la geometría, opone la infalibilidad de la inteligencia. «Le droit» es inteligencia”.
“El honor es una especie psicológica cuya idea, bastante embrollada, requiere cuidadoso ajuste. Rompamos a tal fin el equilibrio de esta exposición y, para comprender mejor los hechos de la vida cotidiana, limpiemos el terreno de preconceptos, remontándonos a los textos. El primero, aquella cuarteta que dice con voz enérgica y autoritaria el alcalde de Zalamea, inmortalizado por Calderón:
«Al Rey la hacienda y la vida / se le ha de dar; pero el honor / es patrimonio del alma; / y el alma sólo es de Dios»”.
“El honor consiste en alzar al individuo por encima de toda ley exterior –sea esta ley espontánea y natural («fairplay») o calculada e intelectual («le droit»)- es, pues, una ley subjetiva, el imperativo que todo hombre bien nacido lleva en sí. Pero esta emancipación absoluta de toda ley social no es admisible más que para los hombres bien nacidos, es decir, aquellos que están dispuestos a no usar de su libertad para fines mezquinos. Como garantía, el hombre bien nacido da su propia sangre. El límite de su libertad es su vida. La espada responde del acto”.
“Hemos visto al «fairplay» coincidir con la acción; «le droit», precederla; el honor la sigue. En la norma inglesa, regla y acción se confunden; en la norma francesa, la regla se impone a la acción; en la norma española, la acción se impone a la regla. La naturaleza, aliada de la razón en el inglés, sometida a la razón en el francés, triunfa con el español de la razón y la esclaviza. El honor es, pues, subjetivo, inefable, incomunicable. El honor es pasión”.
Las “componentes” de la actitud de los pueblos, para ser definidas con mayor precisión, requieren imaginar el caso límite en el que existe sólo la dominante en cada caso, si bien los pueblos concretos muestran todos voluntad, inteligencia y pasión. El citado autor agrega: “El grupo fairplay-droit-honor nos conduce al grupo acción-inteligencia-pasión. Guardémonos de la puerilidad de amputar dos tercios de sus facultades a cada uno de los tres pueblos. Nuestra hipótesis general se limitará, pues, a sentar que el centro de gravedad psicológica de cada uno de ellos se halla: Para el pueblo inglés, en el cuerpo-voluntad; para el pueblo francés, en la inteligencia; para el pueblo español, en el alma. Y que la reacción natural de cada uno de estos tres pueblos, en la vida es: Para el pueblo inglés, la acción; para el francés el pensamiento; para el español la pasión”.
Madariaga menciona ejemplos a través de personajes representativos de cada pueblo: “Cromwell era, desde luego, un hombre de alta inteligencia y de fuertes pasiones y, sin embargo, su vida está en la clave de acción. Voltaire distaba mucho de ser inactivo y sabía lo que era la pasión, pero su vida está en la clave del pensamiento. Santa Teresa, aunque mujer activísima y muy inteligente, es un ejemplo perfecto de una vida vivida en la clave de pasión”.
Por lo anterior, no es de extrañar que las tendencias filosóficas con sentido práctico, como el empirismo y el utilitarismo, hayan surgido precisamente en Inglaterra. “Al hacer del self-control [autocontrol] su preocupación primordial, el inglés revela, por consiguiente, que la tendencia eje de su ser se orienta a la acción”. “De esta misma tendencia procede su empirismo. El hombre de acción, en efecto, tiene predisposición natural a mantenerse en contacto continuo con la experiencia”.
“Según consecuencia de la indiferencia inglesa al pensamiento teórico, es lo que se ha dado en llamar utilitarismo”. “El utilitarismo es una tendencia a exigir de los actos de la vida un rendimiento positivo en el campo de la acción”.
En cuanto al pensamiento en el hombre de pensamiento, Madariaga escribió: “El francés necesita luz. «Faisons la lumière» es una expresión que se oye con más frecuencia en francés que en ninguna otra lengua de la tierra. La tendencia hacia la claridad es quizá la más profunda, la más activa en el alma francesa. Ante todo, el francés quiere saber; saber exactamente”. “El francés sobresale en todas las cualidades del trabajador intelectual consciente. En primer lugar, el método, es decir, el camino que la inteligencia debe seguir para llegar a su meta. Los franceses son maestros en el arte del método. No en vano su filósofo más grande llamó a su obra capital «Discurso del Método»”.
En cuanto a la pasión en el hombre de pasión, Madariaga señala: “Mientras la psicología del hombre de acción se desarrolla sobre todo en la voluntad consciente, y la del intelectual puede observarse fácilmente en la luminosa atmósfera del intelecto, la psicología del hombre de pasión es ante todo subconsciente, puesto que recibe su primer impulso y sus más sutiles reacciones de la corriente vital que le llega de la misma naturaleza”. “El pensamiento del español se halla bajo la dominación de la corriente vital o, para emplear una expresión que Unamuno ha hecho célebre, del «sentido de la vida»”.
No es frecuente encontrar textos sobre “psicología comparada de los pueblos”. Sin embargo, resulta ser un tema de gran interés en Psicología social por cuanto puede abrir el acceso a investigaciones similares sobre otros pueblos que podrán ser afectados a futuras descripciones y comparaciones.
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