La humanidad, en el lento camino hacia la adaptación al orden natural, ha progresado en base al proceso de prueba y error. Por lo general, los errores implicaban un alto costo: el sufrimiento, si bien, quedarse en la misma situación tampoco era la condición ideal ya que también implicaba alguna forma de sufrimiento. En todas las épocas surgen innovadores cuyas propuestas son aceptadas o rechazadas, incluso antes de ser puestas a prueba. Entre ellos aparecen los utopistas; los que ignoran la tradición suponiendo que toda ella es error y que nuestros antepasados no eran dignos de ser tenidos en cuenta. El mismo desprecio mostrado hacia el pasado se advierte en la actitud hacia sus contemporáneos, a quienes reservan un lugar en sus maquinaciones mentales acerca de las reformas sociales que imaginan.
Con el tiempo, el pensamiento utopista adopta disfraces científicos, lo que lo hace bastante más peligroso para el ciudadano común, incapaz de advertir las consecuencias finales de los proyectos establecidos por quienes desean interrumpir el libre albedrío asociado a nuestra naturaleza humana para reemplazarlo por una serie de roles preestablecidos. Ludwig von Mises escribió: “Planear para la eternidad, crear un estadio de estabilidad, rígida y sin cambios en vez de evolución histórica, es función de una clase especial de literatura. El autor utópico desea construir el futuro de acuerdo con sus propias ideas y privar al resto de la humanidad, de una vez para siempre, de la facultad de elegir y actuar. Sólo un plan, el del autor, debe ser ejecutado, y todos los demás silenciados”.
“El autor, y después de su muerte su sucesor, determinarán en adelante el curso de los acontecimientos. Ya no habrá más historia, puesto que la historia es el efecto compuesto de la interacción de todos los hombres. El dictador sobrehumano gobernará el universo y reducirá a todos los demás a instrumentos de sus planes. Los tratará como un ingeniero trata las materias primas con las cuales construye; según un método llamado justamente ingeniería social”.
“Tales proyectos son muy populares en nuestro tiempo. Fascinan a la imaginación de los intelectuales. Unos pocos escépticos observan que su ejecución es contraria a la naturaleza humana, pero sus partidarios confían que, eliminando a todos los que no están de acuerdo, podrán alterar la naturaleza humana. Entonces la gente será feliz como se supone que son las hormigas en sus hormigueros”.
“La cuestión esencial es: ¿estarán todos los hombres dispuestos a ceder ante el dictador? ¿No habrá nadie que tenga la ambición de poner en duda su supremacía? ¿No habrá nadie que desarrolle ideas que difieran de las que dan base al plan del dictador? ¿Se someterán los hombres, después de miles de años de «anarquía», a una tiranía de uno o pocos déspotas?” (De “Teoría e Historia”-Unión Editorial SA-Madrid 1975).
El siglo XX fue el siglo de las utopías y de las grandes catástrofes sociales. Sin embargo, como el pensamiento utópico ignora el proceso de prueba y error, no contempla sus efectos y persiste en lograr sus objetivos cambiando de tácticas. De ahí que actualmente podamos observar en los canales estatales de la televisión argentina, una persistente prédica de quienes pretenden convencer a la sociedad acerca de las bondades de la utopía socialista. Paul Johnson escribió: “La ingeniería social ha sido la decepción sobresaliente y la mayor calamidad de la edad moderna. En el siglo XX ha causado la muerte de millones y millones de personas inocentes en la Rusia soviética, la Alemania nazi, China comunista y otros lugares…La ingeniería social es la creación de intelectuales milenaristas que creen que pueden rehacer el universo a la luz de su sola razón” (De “Intelectuales”-Javier Vergara Editores-Buenos Aires 1990).
Los utopistas modernos se plantean la posibilidad de encontrar las leyes naturales que gobiernan la sociedad para establecer diseños sociales compatibles con esas leyes. Sin embargo, no siempre se las puede describir acertadamente y, en caso de encontrarlas, deberán convencer a todo individuo de las ventajas de adaptarse a la planificación social. Por lo general, no todos están dispuestos a participar en experimentos sociales novedosos, ya que, en caso de fracasar, serán quienes padecerán los efectos de los delirios del utopista.
Los utopistas más peligrosos son aquellos que ven en el Estado al intermediario más eficaz para realizar sus proyectos. Los demás utopistas son los que se conforman con crear sectas de tipo religioso, que, a lo sumo, afectarán a un reducido sector de la población. Alberto Benegas Lynch (h) y Carlota Jackisch escribieron: “Esa raíz autoritaria se manifiesta claramente en Hegel y su rebelión contra la libertad y la razón. Este autor elaboró la teoría histórica y totalitaria del nacionalismo bajo la forma de la idea historicista de que el Estado es la encarnación del Espíritu de la nación creadora del Estado, una nación destinada a la dominación del mundo”.
“El Estado, en este contexto, es la ley, tanto moral como jurídica, de modo que no puede hallarse sometida a ninguna norma. La división de poderes, en este sentido, es imposible en el contexto hegeliano. Las responsabilidades históricas son más profundas y su único juez es la historia del mundo. Si el único parámetro posible para el juzgamiento del Estado es el éxito histórico universal, éste estará por encima de cualquier otra consideración de la vida particular de los ciudadanos, convertidos, en este caso, en hormigas guerreras”.
“Las siguientes frases iluminan este pensamiento cotidiano: «En las naciones civilizadas la verdadera valentía consiste en la diligencia para consagrarse por entero al servicio del Estado, de modo que el individuo sólo cuente como uno entre muchos». «Ningún valor personal es significativo, lo importante es la autosubordinación universal». Esta forma de dividir la conciencia humana la encontramos también en Rousseau, Fichte, Saint Simon, Comte, Marx y Gobineau”.
“Todas estas concepciones incluyen como elemento la coerción sobre el libre albedrío del ser humano para, de esta manera, formar parte del Estado absoluto de Hegel, la dictadura del proletariado de Marx, la Nueva Cristiandad de Saint Simon y de la Sociedad Positiva de Comte” (De “El fin de las libertades”-Ediciones Lumiere SA-Buenos Aires 2003).
El pensamiento utopista está dirigido esencialmente a cambiar la sociedad tradicional invirtiendo la escala de valores vigente. Se supone que los hombres deben vincularse a los demás compartiendo los medios de producción y aboliendo la propiedad privada. También insisten en destruir el vínculo familiar ya que la sociedad ha de constituir un agrupamiento de mayor relevancia. Se advierte un predominio en el interés por los medios materiales de subsistencia en desmedro a lo afectivo y lo intelectual; si bien se aduce que tales valores se adquirirán cuando los problemas sobre lo material hayan sido resueltos. Puede decirse que los seres humanos nos unimos a los demás a través de nuestros afectos y nos “atamos” a los demás cuando el vínculo social es un objeto material o un medio de producción.
La “sociedad planificada” es el ideal oculto de quienes no advierten la existencia de sistemas sociales autorregulados y en forma consciente o inconsciente apoyan las posturas totalitarias. Ludwig von Mises escribió: “Es imposible describir acción humana alguna si uno no se refiere al sentido que el actor ve en el estímulo, así como también al fin que su respuesta intenta alcanzar. También conocemos el fin que motiva a los campeones de todas estas modas pasajeras que hoy en día desfilan bajo el nombre de Ciencia Unificada. Sus autores están guiados por el complejo dictatorial. Quieren lidiar con sus semejantes de la misma forma en que un ingeniero lidia con los materiales con los cuales construye casas, puentes y máquinas”.
“Quieren reemplazar las acciones de sus conciudadanos por su «ingeniería social», y los planes del resto de las personas por sus propios planes omnicomprensivos. Se ven a sí mismos en el rol del dictador –el duce, el Führer, el zar de la producción- en cuyas manos todos los demás especimenes de la humanidad son solamente títeres. Si se refieren a la sociedad como un agente actuante, quieren decir ellos mismos. Si dicen que la imperante anarquía del individualismo debe ser reemplazada por la acción consciente de la sociedad, se están refiriendo a su propia conciencia y a la de nadie más” (De “Los fundamentos últimos de la Ciencia económica”).
El socialismo, que ha sido la utopía de mayor alcance en la historia de la humanidad, no difiere esencialmente del modelo de sociedad propuesto por Platón hace unos de 2.400 años. En ambos proyectos pueden distinguirse tres clases sociales. En el caso del socialismo éstas son: la de quienes gobiernan y planifican, la burocracia estatal que controla, y los trabajadores que producen. Alfredo Cepeda escribió: “Podríamos multiplicar al infinito el número de ejemplos, porque cada época de la historia ha tenido sus utopistas. ¿Qué es la sociedad ideal imaginada por Platón sino la utopía del filósofo de la sociedad esclavista? El perfecto orden social platónico se compone de tres sectores o estamentos: a) los filósofos que gobiernan el Estado, cuya virtud es la sabiduría; b) los guerreros que lo defienden tanto de ataques exteriores como de insurrecciones populares, cuya virtud es la valentía, y c) los artesanos, campesinos y demás hombres libres dedicados a labores físicas, obligados a obedecer a los filósofos y guerreros, y a trabajar para ellos. Los dos primeros sectores constituyen la personificación del Estado, detentan el poder y carecen de propiedad privada, pero disponen en común de los bienes estatales”.
Mientras que en el socialismo quedan fuera del sistema los disidentes y los que desobedecen a la autoridad del Estado, en la sociedad diseñada por Platón quedan afuera los esclavos. “Platón no incluye a los esclavos en ese orden ideal, porque les niega todos los derechos de seres humanos, y, acorde con prejuicios inviolables de su época, los reduce a la condición de bestias de carga o bienes muebles” (De “Los utopistas”-Editorial Hemisferio-Buenos Aires 1950).
Toda ley que provenga de la indagación científica debe ser verificada para comprobar su validez. Las leyes que rigen nuestra conducta, a nivel individual, pueden ser una guía para establecer un “modelo de hombre” al cual debemos aspirar. Esto contrasta esencialmente con los “modelos de sociedad” propuestos por los utopistas y a los cuales deberíamos adaptarnos renunciando a nuestra individualidad, lo que carece de sentido. La mejor sociedad ha de hacer aquella formada por quienes más se acercaron al “modelo de hombre” propuesto por el cristianismo. El Reino de Dios no es una sociedad utópica, sino que es una sociedad posible que ha de surgir como consecuencia de que la mayoría de sus integrantes intenten compartir las penas y las alegrías ajenas como si fuesen propias.
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