Gran parte de la historia de la humanidad está escrita en base a los diversos intentos por lograr el poder, ya sea a nivel de los pueblos o bien a nivel de las familias. Tal poder consiste en la posibilidad de gobernar a otras personas; para hacerlas dependientes de quien pretende que los demás cumplan con su voluntad y sus deseos, siendo la desobediencia castigada en forma violenta.
Existe cierta semejanza entre el problema por el cual se discute acerca de la mejor forma de gobierno, y el problema familiar acerca de quién debe “gobernar”: hombre o mujer; o bien si debe ser un “gobierno” compartido. Posiblemente exista una relación entre las ideas políticas aceptadas por un individuo y las ideas admitidas en cuanto al gobierno del hogar. De ahí que no sería de extrañar que quienes son partidarios de los gobiernos totalitarios, sean también partidarios del gobierno absoluto del hombre sobre la mujer, ya que en ambos casos el gobernado deberá limitarse a obedecer las directivas impartidas con el riesgo de su propia vida en caso de no acatarlas.
También puede existir una relación entre la actitud religiosa adoptada por el creyente respecto a Dios, y la actitud que ha de adoptar la mujer respecto del hombre en el hogar. Así, la palabra “islam” se asocia a “sumisión”, siendo la actitud que deben adoptar los islámicos respecto de Dios, que no difiere mucho de la actitud sumisa que debe adoptar la mujer frente al marido entre los adeptos a dicha religión.
La obediencia de los hombres a otros hombres es una idea que permanece todavía en plena vigencia, ya que el sueño de la utopía socialista tiene todavía muchos partidarios. Quien mejor ilustra la actitud que debe adoptar el ciudadano común bajo un sistema totalitario, fue Platón, quien escribió: “De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea hombre o mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aun en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse, o comer…sólo si se le ha ordenado hacerlo. En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado, a no soñar nunca actuar con independencia, y a tornarse totalmente incapaz de ello” (Citado en “La sociedad abierta y sus enemigos” de Karl Popper-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1992).
La idea del Reino de Dios, o del gobierno de Dios sobre el hombre, por el contrario, implica que ningún hombre deberá gobernar a otros, sino que debe acatar las leyes naturales que gobiernan todo lo existente, en total oposición al “gobierno del hombre sobre el hombre” sugerido por Platón.
En la actualidad, el liberalismo es la postura filosófica que prioritariamente propone la libertad como el objetivo prioritario que debemos alcanzar, coincidiendo esencialmente con la idea cristiana. Friedrich Hayek escribió: “Esta obra hace referencia a aquella condición de los hombres en cuya virtud la coacción que algunos ejercen sobre los demás queda reducida, en el ámbito social, al mínimo. Tal estado lo describiremos como estado de libertad” (De “Los fundamentos de la libertad” en pdf en www.anarcocapitalista.com)
Friedrich Engels, haciendo una analogía entre la sociedad y la familia, escribió: “En la familia, el hombre es el burgués y la mujer el proletariado” (De “El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado”- Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1992). En su tiempo, Engels tenía la esperanza de mejorar la condición social de los hombres, aunque en realidad, la propuesta comunista acentuó y magnificó todos y cada uno de los errores atribuidos al capitalismo. Al eliminar la propiedad privada, todo hombre, necesariamente, dependía totalmente de la clase gobernante a cargo del Estado.
También en el ámbito de la Iglesia, y a pesar de las directivas de Cristo, existe la tendencia a la sumisión al superior. Incluso los jesuitas, en las misiones establecidas en Sudamérica durante la colonia, promovían economías de tipo socialista en las cuales los aborígenes debían limitarse al cumplimiento de lo que se les ordenaba. Ignacio de Loyola escribió en una de sus cartas: “En las manos de mi superior debo ser cera blanda, algo de donde éste obtenga lo que le plazca, sea ello escribir o recibir cartas, hablar o no hablar a tal persona o algo por el estilo. Debo poner todo mi fervor en la celosa y exacta ejecución de lo que se me ordene. Debo considerarme como un cadáver, sin inteligencia ni voluntad, igual que una masa de materia que sin ninguna resistencia se coloca donde le place a cualquiera, como un bastón en las manos de un ciego que lo usa de acuerdo con sus necesidades y lo pone donde le conviene. Así debo ser en manos de la Orden para servirla en la forma que ésta juzgue más útil” (Citado en “Las variedades de la experiencia religiosa” de William James- Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1992).
Siendo Ignacio de Loyola el fundador de la orden de los jesuitas (la Compañía de Jesús), no debe extrañar que varios de sus miembros hayan sido ideólogos promotores de la violencia de los 70, en muchos países de Latinoamérica, con las intenciones de promover el marxismo-leninismo y la posterior implantación del socialismo, en total oposición al ideal cristiano.
Por lo general, el que se muestra sumiso frente al superior, puede tornarse un déspota frente a quien considera inferior. Esto puede comprobarse en la soberbia advertida entre los adeptos a los totalitarismos y populismos, mientras que a la vez son obsecuentes y sumisos frente a los líderes de tales movimientos políticos. También los hombres que castigan a su mujer y a sus propios hijos, muestran en otras situaciones una excesiva docilidad. De ahí que la cultura liberal y cristiana, de la igualdad y la libertad, se opone a la incultura totalitaria y socialista del mando y la sumisión.
Las costumbres sociales respecto de las mujeres, en la Argentina, se parecen bastante a las que imperaban en Italia, lo que recibe el nombre de “machismo”, el cual señala una diferencia esencial del hombre y la mujer, que está lejos de la igualdad propuesta por el cristianismo, aunque todo el mundo afirme ser cristiano y creyente. Brock Yates escribió en su libro biográfico sobre Enzo Ferrari: “Es razonable suponer que Enzo se crió en un hogar italiano relativamente normal, con papá Ferrari en el papel de pequeño déspota indiscutido, exigiendo respeto y silencioso servilismo de sus hijos y sometimiento de mamá Adalgisa. La unidad familiar era sagrada para los varones de la generación de Ferrari, dentro, por supuesto, de los amplios límites definidos exclusivamente por el varón mismo, que seguía siendo libre de tener otras mujeres, de gastar dinero a su antojo, y de ignorar los mandamientos de la Iglesia, a la vez que exigía estricta obediencia de sus hijos y santa fidelidad de su mujer”.
“Alfredo Ferrari [padre de Enzo] adoraba a sus hijos y trataba a su mujer como a una compañera básicamente asexuada según el que consideraba el modelo más perfecto de todos los tiempos, su propia madre. Las madres eran adoradas, las esposas toleradas y el resto de las mujeres tratadas con desprecio o con lujuria, y a veces con ambos sentimientos a la vez. Las mujeres, para Ferrari y sus antepasados, caían en dos categorías simplistas: la casta mujer que los hacía nacer, y las lujuriosas mujerzuelas de baja estirpe entre las que se elegían las amantes y las concubinas”.
“Este criterio doble y torpe produjo en los hombres de la generación de Ferrari (y de sus hijos) una fijación tal vez más grande que la de cualquier otra raza civilizada en cuanto al sexo. Por ejemplo, el adulterio cometido por un hombre en Italia no se castiga, salvo que vaya acompañado de conducta escandalosa. En cambio, si lo comete una mujer, puede terminar en la cárcel. Para el hombre, tener más de una mujer es una medida de su virilidad y solamente eso. Esto, por supuesto, plantea contradicciones, confusiones y, en última instancia, tremendas inseguridades”.
“En su muy sugerente libro sobre sus conciudadanos, los italianos, el conocido periodista e historiador Luigi Barzini escribió lo siguiente: «La mayoría [de los varones] oculta dudas y temores secretos. Llega el momento en que todos se dan cuenta del hecho de que la mayoría de las mujeres con las que han tenido relaciones son las esposas de alguien y de que, por lo tanto, no es materialmente posible que todos los maridos en Italia se aparten de la fidelidad marital si ninguna de las mujeres lo hace. No hay manera de escapar al hecho de que cada día un buen número de varones italianos, orgullosos, celosos, suspicaces, dominantes, se transformen en ‘cornuti’ y con ello, en motivo de burla y ridículo»” (De “Enzo Ferrari”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1995).
Tanto Eva Duarte como Perón provenían de “segundas mujeres”, y de ahí la causa aparente que inicia la decadencia nacional que todavía mantiene su vigencia. Juan José Sebreli escribió: “Era común en las comunidades rurales que el rico del pueblo tuviera una segunda familia ilegítima. No obstante, para los prejuicios de un pueblo chico, la pobreza y la condición de hijo natural –en el caso de Evita, además, adulterina y ni siquiera reconocida- significaban un estigma. Con un padre ausente y una madre mal afamada, no encontró en el grupo familiar una forma adecuada de identidad ni instancias aceptables para relacionarse con la sociedad”. “La condición de hijos naturales, y la doble pertenencia a la clase alta del padre y baja de la madre, era similar a la de Perón, y ahí pudo haber estado una causa de su mutua atracción” (De “Comediantes y mártires”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2008).
Por las razones que fueren, Eva mantiene en público su adhesión a las costumbres de la época, es decir, considera que la mujer debe realizarse en total dependencia del hombre, en lugar de adoptar una postura independiente. En realidad, una actitud normal e igualitaria, implica que hombre y mujer compartan éxitos y derrotas, alegrías y tristezas, ya que la tan mencionada “liberación” de la mujer puede implicar cierto distanciamiento no recomendable. El citado autor agrega: “El feminismo, según Evita, se apartaba de la naturaleza misma de la mujer, que era «darse, entregarse por amor, que en esa entrega está su gloria, su salvación y su eternidad». Paradójicamente, Evita quedaría como adalid de la emancipación femenina cuando en realidad fue una defensora acérrima de la visión machista y paternalista de la mujer”.
Si se busca encontrar la solución a la violencia contra la mujer, acentuada en los últimos años, puede decirse que, tanto el hombre como la mujer, deben volver a la normalidad, considerando como normal una actitud esencialmente similar a la difundida por el cristianismo (lo que no debería constituir novedad alguna). Frank S. Caprio escribió: “Según el doctor Edward Glover, psiquiatra de Londres, puede calificarse de normal a la persona que carece de síntomas, sin conflictos mentales, con una satisfactoria capacidad de trabajo, y que está en condiciones de amar a cualquier otra persona, aparte de sí misma” (De “Viva mejor sin conflictos”-Editorial Central-Buenos Aires 1973).
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