Los hombres vamos conformando nuestra personalidad de la misma forma en que aparece la vida inteligente; es decir, mediante “prueba y error”. De ahí la expresión de que “todos somos pecadores”, ya que cada error implica habernos equivocado respecto a las palabras o a los gestos que dirigimos a otras personas para luego advertir que tales palabras o gestos pudieron ofenderlas, o hacerlas padecer una situación incómoda o de desagrado.
En base a tales acciones erróneas, en el sentido indicado, hemos sido conscientes de sus efectos tratando de no repetirlas en el futuro. Aún cuando pasan los años, no disponemos de suficiente velocidad mental para responder sin que tengamos que arrepentirnos luego, sino que seguimos cometiendo errores, posiblemente en menor cantidad. De ahí que necesitemos que los demás perdonen nuestras imprudencias, lo que nos obliga, a la vez, a perdonar los errores involuntarios que seguramente cometen los demás. También necesitamos perdonarnos a nosotros mismos aceptando que, como todo ser humano, somos “hijos de la prueba y el error”, y que la naturaleza humana está hecha de esa forma.
Cuando vemos que algún personaje público acepta homenajes y pleitesías, y que las recibe con total naturalidad, surge el interrogante acerca de si tal individuo carece de defectos o si ha llegado a una situación en la que no comete ningún error, o que incluso no los ha cometido antes. Nos parece que una persona normal no debería aceptar ninguna forma de “culto de la personalidad”, sin que ello deba considerarse como una virtud. Por el contrario, la aceptación de ese culto nos indica deshonestidad de su parte.
Si todos somos pecadores, no tenemos derecho a juzgar a los demás, ya que no tenemos la virtud necesaria para hacerlo. De ahí la sugerencia de Cristo dirigida a quien estuviese libre de culpas, para que arrojara la primera piedra al pecador. En la Biblia se promueve el amor al prójimo junto al el perdón, de ahí la conclusión de que la capacidad de amar sea idéntica a la capacidad de perdonar. De la misma manera en que sentimos la obligación moral de compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, sentimos la obligación moral de perdonar sus errores.
Cabe la duda acerca de si el perdón ha de ser incondicional o bien ha de ser condicional. Si se trata de una persona que hace el normal esfuerzo por no cometer errores, es decir, si se trata de alguien bien intencionado, lo ayudaremos a crecer si perdonamos sus involuntarios errores. Por el contrario, si se trata de alguien en quien lo habitual es una mala actitud respecto a los demás, debemos señalarle, de alguna forma, sus defectos. Nuestra predisposición al perdón será bastante menor ya que, aceptarle su actitud poco social, equivale a inducirle a que siga por el mal camino elegido.
Quien no perdona a los demás, aun cuando el perdón sea condicional, posiblemente no ha de perdonarse a sí mismo por los errores cometidos en el pasado, de donde surgirá cierta culpabilidad poco propicia para llevar una vida feliz. Incluso podrá intentar culpar a los demás por todos los errores que cometió, lo que tampoco le facilitará llegar a ser feliz.
Los frecuentes casos de violencia familiar y social, que están provocando numerosas víctimas, son síntomas de una grave crisis moral, ya que no se trata solamente de los efectos de la acción de peligrosos delincuentes, sino que, pareciera, cualquier persona “normal”, en cualquier momento, puede convertirse en un asesino, ya sea de su novia, de su esposa o hasta de su madre. Ello lleva a pensar que se trata de los efectos de una mala educación familiar y social, que comienza con padres tolerantes, que no saben poner límites a sus hijos, señalándoles lo que está bien y lo que está mal, por cuanto, se dice, “el bien y el mal son conceptos anticuados”, ya que “todo vale” en una sociedad en la que impera el relativismo moral.
Luego, la escuela tampoco pone límites al pequeño déspota-dictador que se va formando, aboliendo premios y sanciones, hasta que las propias leyes promulgadas por la justicia parecieran estar hechas para proteger al cuasi-delincuente que ya está acostumbrado a que se debe cumplir con su voluntad o habrá de responder violentamente ante cualquier contrariedad que pueda recibir.
A manera de experiencia psicológica práctica, se sugiere intentar indicarle a un adolescente de que no debe circular en bicicleta por la vereda, y ha de advertir que en la mayoría de los casos recibirá como respuesta insultos irreproducibles, a veces bajo una actitud amenazante, a quien intentó educarlo un poco o, más bien, intentó civilizarlo. Como el adolescente actual tiene solamente derechos, y no obligaciones, tiende a responder con violencia cada vez que alguien perturba su “libre” accionar.
Mientras que, entre individuos, se establece el perdón, entre los diversos sectores de la sociedad se establece la tolerancia. También en este caso la tolerancia incondicional puede llevar a peores situaciones futuras, mientras que la tolerancia condicional puede mejorar las cosas. Así, la actitud tolerante de los europeos ante la silenciosa invasión del intolerante Islam, sólo puede agravar las cosas. Lars Gustafsson escribió: “La tolerancia de la intolerancia produce intolerancia. La intolerancia de la intolerancia produce tolerancia”.
Fernando Savater escribió al respecto: “La tolerancia es la disposición cívica a convivir armoniosamente con personas de creencias diferentes y aun opuestas a las nuestras, así como hábitos sociales o costumbres que no compartimos. La tolerancia no es mera indiferencia sino que implica en muchas ocasiones soportar lo que nos disgusta: por supuesto, ser tolerante no implica formular críticas razonadas ni obliga a silenciar nuestra forma de pensar para no «herir» a quienes piensan de otro modo”.
“La tolerancia es de doble dirección, es decir, que el precio de no prohibir o impedir la conducta del prójimo tiene como contrapartida que éste se resigne a objeciones o bromas de quienes tienen preferencias distintas. Por supuesto, la cortesía recomienda en muchos casos moderación, pero es una opción voluntaria, no una obligación legal. Ser tolerante no exige ser universalmente aquiescente…. Además, lo que siempre debe ser respetado son las personas, no sus opiniones o sus comportamientos” (Del “Diccionario del ciudadano sin miedo a saber”-Editorial Ariel SA-Barcelona 2007).
Cuando en la sociedad decrece la capacidad de perdonar, aumenta la intolerancia en quienes se sienten víctimas de algunos sectores acusándolos precisamente de ser “intolerantes”, o discriminadores. Savater agregó: “Disfrutar de las ventajas de la tolerancia pública impone también a cada cual renunciar a ejercer formas de intolerancia privada. El exceso de susceptibilidad de ciertos grupos organizados como auténticos «lobbies» [grupos de presión] es una nueva forma de intolerancia en nombre de una «tolerancia» que no admite críticas adversas. Así, por ejemplo, convertir en «fobias» (islamofobia, cristianofobia, homofobia, catalanofobia y por ahí seguido), o sea, en una especie de enfermedad, cualquier comentario desaprobador que se les dirige. Decretar que el discrepante es una especie de enfermo social es una de las más antiguas prácticas totalitarias…”.
Una táctica utilizada por los ideólogos totalitarios, implica no combatir al oponente por lo que es o por lo que hace, sino combatir a una caricatura del mismo, distorsionando completamente sus ideas. De esta forma, el totalitario adquiere el disfraz democrático limitándose sólo a tergiversar la realidad del oponente. Un perfeccionamiento de esta táctica consiste en interpretar los hechos de tal manera que el rival ideológico llegue a ser un aliado involuntario. Esto es lo que hacen algunos ideólogos freudo-marxistas quienes intentan hacer aparecer al cristianismo, no como una religión que fortalece a los hombres otorgándoles la ética natural y el sentido objetivo de la vida, sino como un “engaña-inocentes” que facilita las vidas miserables y exculpa a los exitosos por los pecados de la dominación.
Mientras que en otras épocas se criticaba a la religión como una aliada perversa de los explotadores, según la típica visión marxista-leninista, han aparecido otras versiones por las cuales se pretende hacer del cristianismo un aliado involuntario del totalitarismo; como lo propone la Teología de la Liberación. Erich Fromm escribió: “Para resumir, la religión desempeña una función triple: para toda la humanidad, consuelo por las privaciones que impone la vida; para la gran mayoría de los hombres, estímulo para aceptar emocionalmente su situación de clase; y para la minoría dominante, alivio para los sentimientos de culpa causados por el sufrimiento de aquellos a quienes oprime”.
“Intentaremos mostrar…..cómo ciertas tendencias emocionales encontraron expresión en ciertos dogmas, en ciertas fantasías colectivas, y mostrar además cuál fue el cambio psíquico producido por un cambio en la situación social. Intentaremos ver cómo este cambio psíquico halló expresión en nuevas fantasías religiosas que dieron satisfacción a ciertos impulsos inconscientes”.
“A partir de este estrato de las masas pobres, analfabetas, revolucionarias, surgió el cristianismo como un importante movimiento histórico-mesiánico revolucionario”.
“Al referirse a este odio, Kautsky dice acertadamente: «Raras veces el odio de clases del proletariado moderno ha alcanzado formas tales como el del proletariado cristiano»” (De “El dogma de Cristo”-Editorial Paidós-Buenos Aires 1974).
Cree este autor que las privaciones materiales impiden a los hombres adquirir valores éticos o afectivos suficientes. Supone, además, que quien posee riquezas necesariamente ha de quedar excluido de la posibilidad de adquirirlos. Cristo no predicaba para pobres y ricos, sino para justos y pecadores. Observaba la naturaleza humana y no el sistema económico asociado a la producción.
Recordemos que el freudismo no describe al ser humano en forma completa, sino que deja de lado su aspecto esencial: los afectos. De ahí que el hombre, para Freud, no es más que un simple “bicho sexual”. En su caricatura del hombre no puede entrar la actitud predicada por Cristo y mucho menos el sentido de la vida asociado a esa actitud. De ahí la necesidad de sus seguidores psicoanalistas de tergiversar la religión cristiana.
El mandamiento del amor al prójimo es una sugerencia para que todo hombre comparta las penas y las alegrías ajenas como propias, y no constituye ninguna “fantasía” para engañar a la gente, sino que se trata de una actitud concreta que produce efectos concretos. El socialismo resultó catastrófico para decenas de millones de seres humanos, lo que resulta ser una consecuencia necesaria de haber partido de una visión errónea del hombre, y de la sociedad, y de las leyes naturales que lo rigen.
Por el contrario, el Reino de Dios es una sociedad concreta que podrá establecerse cuando el hombre pueda liberarse de la perniciosa influencia marxista, que ha envenenado la vida de muchos hombres, para adoptar la sugerencia cristiana, que no es más que adoptar la actitud cooperativa que ya viene implícita en nuestra naturaleza humana.
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