El excesivo gasto público en que incurre el Estado “asegura” al país un penoso futuro. El derroche de recursos económicos implica malgastar lo que a muchos le ha de faltar. El sobredimensionamiento del Estado, debido principalmente al otorgamiento de puestos de trabajos superfluos, concedidos con fines electorales, implica una grave irresponsabilidad por parte de gobernantes que consideran sus éxitos personales o sectoriales por encima del presente y del futuro de la nación.
La ausencia total de patriotismo, en gobernantes del más alto rango, el apoyo incondicional que reciben de un sector de la población, y la indiferencia del resto, indican que la nación ha decidido, casi conscientemente, acelerar el declive económico y social. Si a tal ausencia de patriotismo se le suma una falta total de responsabilidad, se explica cómo tales gobernantes facilitaron la instalación del narcotráfico, el que, junto a la corrupción generalizada, asegura la eficaz destrucción de la sociedad. El populismo, sin embargo, al basarse en la mentira, distorsiona la realidad de tal forma que hace recaer las culpas en otros sectores a fin de mantener abiertas las puertas para un futuro acceso al poder.
Tanto la izquierda política como el kirchnerismo y el peronismo, han promovido una mentalidad antiempresarial y antiproductiva, por lo cual no es de extrañar que sea extranjera la mayoría de las grandes empresas que operan en el país. Los populistas suponen que sólo un “Estado fuerte” podrá enfrentar a los sectores productivos, ya que justifican su propia existencia como defensores de los pobres ante la acción perversa del sector productivo, considerado culpable hasta que demuestre lo contrario. El “Estado fuerte” en realidad es un Estado grande que absorbe gran parte de los recursos económicos impidiendo el crecimiento de la sociedad.
Luego de la finalización del corrupto gobierno kirchnerista, le sigue un gobierno que, en lugar de tratar de reducir el déficit fiscal, reduciendo la cantidad de empleos superfluos en el Estado o bien logrando hacerlo más eficaz, ha mantenido una cantidad similar de empleos públicos mientras ha descendido la cantidad de empleos productivos debido al cierre de unas 6.000 empresas. Puede decirse que, al menos hasta ahora, puede considerarse a Cambiemos como un “buen kirchnerismo”, es decir, un gobierno que mantiene la sobredimensión del Estado, reduce puestos de trabajo productivos mientras aumenta la cantidad de planes sociales para continuar con la agonía del país. Wilhelm Röpke escribió: “Entre estas lacras que devoran lentamente nuestra economía y nuestra sociedad occidental, figuran dos en cabeza: el avance, al parecer incontenible, del Estado de bienestar o Estado-providencia, y la pérdida del poder adquisitivo de la moneda, conocida bajo el nombre de inflación reptante. Ambos hechos están íntimamente relacionados entre sí, tanto en razón de sus causas como de su fomento mutuo”.
Para financiar el gasto público, tanto el necesario como el superfluo, el Estado dispone de los siguientes medios: cobrar impuestos, endeudarse, vender activos, generar ingresos propios por la venta de servicios o emitir moneda. Martín Krause escribió: “Suele decirse que los impuestos son el medio «genuino» de financiar los gastos del Estado. Esto se debe a que tarde o temprano, buena parte de los otros métodos terminan siendo impuestos o son impuestos disfrazados”.
“En nuestra dura realidad, los impuestos se aplican muchas veces sobre las actividades productivas y, por lo tanto, obtenemos menos de ellas. Incluso se llega a niveles de impuestos tan altos que ciertas actividades se ven forzadas a cesar”.
A medida que aumenta el porcentaje de los impuestos, tiende a ser menor la recaudación, hasta que muchas empresas cierran o bien optan por continuar sus actividades en la economía ilegal o paralela. Con impuestos elevados, las empresas no tienen posibilidades de realizar inversiones productivas ni de crear nuevos puestos de trabajo. Tampoco puede afianzarse una nueva empresa si tiene que pagar los impuestos correspondientes. En la Argentina, se estima que de cada 100 empresas que se crean, al cabo de 10 años sólo 2 sobreviven.
Los países con altas tasas de impuestos, son poco favorables tanto a la formación de nuevas empresas como a la llegada de inversión extranjera. Incluso favorecen el éxodo hacia otros países con Estados mejor administrados, con menores gastos y menor corrupción, y de ahí una menor tasa de impuestos. Martín Krause escribió: “En Suecia, por ejemplo, la gente está dispuesta a pagar elevadas tasas y la recaudación se reduciría solamente después de que se alcanzaran tasas muy altas (aunque es necesario señalar que en Suecia los impuestos a las empresas son muy bajos, de otra forma no podrían competir internacionalmente, y la carga impositiva recae principalmente en los individuos). También podría ser, en este caso, que la elevada carga impositiva sobre la renta personal presente un costo más alto para evitarla, pues haría necesario que los suecos se trasladaran de su país a otro (los «millonarios» suecos como Ingmar Bergman o Björn Borg suelen ser residentes de lugares como Montecarlo); por otro lado, la carga impositiva sobre las empresas sería baja porque éstas no tendrían mayor problema en trasladarse a lugares de menor presión fiscal” (De “La economía explicada a mis hijos”-Aguilar-Buenos Aires 2003).
El título del libro citado nos indica que estos temas pueden ser comprendidos por los niños, si bien la mayoría de los votantes e, incluso, de los “intelectuales” de izquierda y populistas, parece no poder comprender conceptos bastante elementales. Esto nos recuerda la expresión de Cristo que agradecía a Dios por haberle revelado las cosas importantes a los niños ocultándolas de los sabios y fariseos.
Mientras da la sensación de que los suecos cooperan con su Estado, aunque con algunas limitaciones, pareciera, en el caso argentino, que todos los sectores trataran de saquear al Estado cooperando lo mínimo posible. Es decir, en lugar de mirarlo como un intermediario que posibilita el desarrollo del país, es considerado un intermediario capaz de confiscar bienes a los demás para vivir a costa de ellos.
Los sectores populistas tienden a justificar las elevadas tasas de impuestos comparándolas con las existentes en algunos países nórdicos. Sin embargo, no es lo mismo que un Estado reciba mucho dinero y lo gestione bien, derrochando muy poco, que un Estado que lo derrocha y lo malgasta, promoviendo la vagancia crónica y la total dependencia respecto de la ayuda estatal de grandes sectores.
Uno de los gastos que tiene el Estado argentino es el destinado a la seguridad y a la justicia. Sin embargo, es llamativo el desinterés policial por reprimir o combatir el delito. También se observa que la justicia esté más predispuesta a defender la seguridad de los delincuentes que de la gente decente. Así, el ciudadano termina pagando sus impuestos para que esos aportes sean utilizados en su contra con serios riesgos para su propia vida.
En cuanto a la eficiencia del sector público, el citado autor escribió: “Si bien la calidad de los servicios que el Estado brinda es muy dispar según países, en cada uno de ellos se observa una clara diferencia de eficiencia entre las actividades que lleva a cabo el sector público y aquellas que lleva a cabo el sector privado”.
“¿Por qué esa gran diferencia entre la actividad productiva de los individuos y la del Estado? Se debe a los incentivos de las personas que se ocupan de uno y otro, los cuales derivan del uso y disposición de la propiedad”.
“Cuando la propiedad es privada (aunque sólo se refieran al propio trabajo), el ser humano tiene los mejores incentivos para prosperar, para resguardar su capital y para incrementar su beneficio. Cuando la propiedad es pública, es de todos y no es de nadie; el que la administra no tiene mayor incentivo para que ésta prospere, ya que el beneficio que de ello pueda obtenerse no es suyo, ni las pérdidas derivadas de su mal manejo serán un castigo para él. Por eso, el mismo ser humano que en su propia casa cuida de no gastar más de lo que ingresa, de no destruir su propiedad, de ser eficiente en la administración de sus escasos recursos, no tiene ninguna necesidad de aplicar esos mismos principios cuando de manejar los fondos de otro se trata”.
“Los incentivos para la eficiencia en el sector privado son muy fuertes, y uno no podría definir claramente cuál es más poderoso, si las ganancias o las pérdidas. Si el producto o servicio es bueno, las ganancias pueden ser grandes; si es malo, se puede terminar perdiendo el capital invertido. Son como el garrote y la zanahoria para hacer que el burro camine”.
“Pero en el sector estatal esos incentivos se encuentran inevitablemente aletargados: un gran administrador no se va a llevar todas las ganancias que su accionar genere, como tampoco asumirá las pérdidas quien sea ineficiente. Cuando se disfruta de las ganancias, pero también se deben asumir las pérdidas, como sucede en una casa de familia, cada gasto se medita muy bien y la familia trata siempre de vivir con los ingresos de los que dispone. Esto no sucede así cuando se trata del Estado. Las decisiones sobre el gasto público están sujetas a las presiones de los «lobbies»… [y a cuestiones políticas]. Esto produce dos efectos: uno es el recién mencionado de la ineficiencia; el otro es que no siempre el gasto público va dirigido hacia donde los ciudadanos quisieran que vaya”.
Incluso en las grandes empresas, cuyos mayores accionistas sólo disponen de un pequeño porcentaje del total de las acciones, las decisiones empresariales quedan a cargo de los gerentes, quienes a veces caen en los mismos vicios que los burócratas a cargo del Estado. “Un buen ejemplo, aunque tal vez extremo, es el caso de F. Ross Johnson, quien fue el principal ejecutivo de RJR Nabisco. Entre otras cosas, Johnson regalaba asiduamente relojes de 1.500 dólares, contrataba a figuras para jugar en torneos de golf que la compañía promovía, y a Frank Sinatra o Bob Hope para entretener a los clientes; autorizaba oficinas excesivamente lujosas, proporcionaba a sus principales ejecutivos Cadillac, Mercedes y Rolls Royce con chofer; tenía treinta y seis pilotos para los diez aviones de la empresa, que se usaban a gusto. El resultado no es de extrañar. Sin accionistas que ejercieran el control, Johnson terminó perdiendo su posición cuando la empresa fue adquirida por Kohlberg, Kravis, Roberts & Co (KKR)”.
Este comportamiento extremo es bastante común en los Estados de los países subdesarrollados. La irresponsabilidad se advierte junto al derroche y la corrupción. Gran parte de sus adeptos son “comprados” cuando acceden a alguna ventaja generada por actitudes poco éticas. Mientras que el cristiano reparte de lo propio, el socialista y el populista reparten lo ajeno, generalmente quedándose con la mejor parte.
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