Si en los hombres predominara la actitud del perdón, en lugar de la venganza, los conflictos humanos y sociales tenderían a disminuir drásticamente. Sin embargo, como la capacidad de perdonar se da junto a una actitud solidaria, mientras que los deseos de venganza se dan juntos a las actitudes beligerantes, los conflictos se prolongan en el tiempo involucrando adicionalmente a muchos inocentes.
Si dividimos a los hombres en dos categorías, la de quienes poseen un “espíritu elevado” y la de quienes carecen de él, puede decirse que los primeros ven a los seres humanos bajo una perspectiva amplia, considerando que comparten atributos, habitan un mismo planeta y pertenecen a la humanidad. Por el contrario, los segundos mencionados se sienten integrantes de algún subgrupo social del cual han excluido al resto, de donde surgirán preferencias y también discriminaciones.
Los antagonismos entre grupos y sectores se van construyendo de a poco, mediante una persistente siembra de odio, hasta llegar a la violencia concreta. Las injusticias y las crisis sociales son observadas por todos los sectores. Sin embargo, mientras algunos intentan resolverlos por métodos pacíficos y civilizados, otros adoptan la peligrosa actitud de declarar a un sector “inocente” y al otro “culpable” de todos los males. Esta declaración es suficiente para que, con el tiempo, el envenenamiento psicológico crezca hasta el nivel que haga estallar la violencia.
Manuel Azaña escribe respecto de la Guerra Civil española: “Los dos impulsos ciegos que han desencadenado sobre España tantos horrores, han sido el odio y el miedo. Odio destilado lentamente, durante años, en el corazón de los desposeídos. Odio de los soberbios, poco dispuestos a soportar la «insolencia» de los humildes. Odio de las ideologías contrapuestas, especie de odio teológico, con que pretenden justificarse la intolerancia y el fanatismo. Una parte del país odiaba a la otra, y la temía. Miedo de ser devorado por un enemigo en acecho: el alzamiento militar y la guerra han sido, oficialmente, preventivos, para cortarle el paso a una revolución comunista”.
“Las atrocidades suscitadas por la guerra en toda España, han sido el desquite monstruoso del odio y del pavor. El odio se satisfacía en el exterminio. La humillación de haber tenido miedo, y el ansia de no tenerlo más, atizaban la furia. Como si la guerra civil no fuese bastante desventura, se le añadió el espectáculo de la venganza homicida. Por lo visto, la guerra, ya tan mortífera, no colmaba el apetito de destrucción” (De “Causas de la guerra de España”-Editorial Crítica SA-Barcelona 1986).
El odio se generaliza hasta incluir a todos los integrantes del sector acusado de hacer el mal. Uno de los casos más llamativos es el de asignar al pueblo judío la categoría de “deicidas” (los que mataron a Dios), como si sus actuales integrantes tuviesen algo que ver con lo que hicieron sus antepasados de hace unos dos mil años.
Se culpa a los “intelectuales burgueses” de promover la civilización occidental, que hoy debería negarse. Jorge Bosch escribió: “El ascenso de un cierto populismo violento e inclusive terrorista en los años 70, tuvo una conspicua influencia en algunos estratos culturales e intelectuales. Se extendió en esos estratos la idea de que los intelectuales del pasado habían sido cómplices de la explotación del pueblo, y este anatema fue extendido sin mayores miramientos a la cultura creada por aquellos intelectuales”.
“Surgió así un sentimiento a la vez de culpabilidad y de reivindicación: culpabilidad de los intelectuales y de su cultura, y reivindicación de las masas populares y de su ignorancia. Como los intelectuales del pasado habían sido cómplices de la oligarquía en la explotación del pueblo, se hacía necesario, para desagraviar al pueblo, aborrecer la cultura creada por aquellos intelectuales”.
“Creo que este «razonamiento» casi infantil tuvo destacada participación en el asombroso proceso de transfiguración de la cultura argentina. Se empezó por escribir la palabra «cultura» así, entre comillas, se continuó hostigándola con toda clase de cuestionamientos, y se terminó por acusarla y denigrarla. Al mismo tiempo que los derechos de las masas se reivindicaba su incultura”. “Se echó mano, por supuesto, a la ambigüedad a que se presta la palabra «cultura» desde que Edward Burnett Tylor le injertó una acepción antropológica, y con ayuda de una pedagogía permisiva, insurreccional y a su vez reivindicatoria de la ignorancia, se produjo el mayor ataque a la cultura que registra la historia de nuestro país desde hace un siglo y medio” (De “Cultura y contracultura”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).
Desde canales televisivos estatales continúa vigente la campaña ideológica de izquierda, inoculando veneno en forma subrepticia, especialmente tratando de tergiversar todo lo que involucre al “sistema capitalista”. Por ejemplo, en un video se muestran aspectos de la burbuja especulativa asociada a la comercialización de tulipanes, en la Holanda del siglo XVII, finalizando el programa con una expresión similar a: “ha nacido el capitalismo”. Edward Chancellor escribió: “La mayoría de las transacciones eran por bulbos que nunca se entregarían porque no existían, y se pagaban con notas de crédito que nunca se liquidarían porque el dinero no estaba” (De “Sálvese quien pueda”-Ediciones Granica SA-Buenos Aires 1999).
El teleespectador que poco conoce del tema, asociará entonces el capitalismo a la especulación que termina generando pérdidas en los especuladores y una crisis económica que afectará a todos los sectores. El capitalismo, por el contrario, es un sistema económico orientado a la producción y al intercambio, que por algo ha sido adoptado por la casi totalidad de los países (aunque con restricciones).
Si los integrantes de una sociedad desconocen o ignoran los mandamientos bíblicos, haciendo todo lo contrario a lo que ordenan, habrá una crisis social severa. Algunos dirán que “la Biblia fracasó”, de la misma manera en que se afirma que “fracasó el capitalismo” cuando la gente, en lugar de producir y establecer intercambios, se dedica a la especulación tratando de hacerse rico sin trabajar.
La discriminación, en su aspecto negativo, implica observar un defecto en un individuo que no pertenece al grupo del observador, para generalizarlo a todos los integrantes del sector ajeno. Así surgen las discriminaciones de origen social, étnico, cultural, religioso, etc. En nuestra época, la forma más difundida y aceptada (ya que se considera casi una virtud) es la discriminación según la clase social a la que se pertenece (o a la clase que nos sea asignada por los discriminadores). No resulta extraño que se insulte, difame o degrade a todo aquel que sea considerado burgués, oligarca, etc., o bien realice alguna actividad empresarial exitosa.
En el siglo XIX, K. Marx y F. Engels inician el proceso de legitimación de la discriminación social dividiendo a la sociedad entre “burgueses explotadores” y “proletarios explotados”. Sin embargo, el propio Engels, por ser un empresario textil, debería haber sido incluido en la descalificación. Si no lo fue, Marx y Engels pudieron observar que había empresarios no explotadores, por lo cual debieron abandonar la hipótesis previa. Sin embargo, prosiguieron con ella por cuanto de esa manera obtenían los fundamentos de una postura fácil de utilizar para posteriores deducciones y sencilla de comprender.
Mientras que Marx y Engels ignoran los contraejemplos a su hipótesis, a Stalin parece bastarle un solo caso para emprender una actitud hostil contra los judíos. Svetlana Alliluyeva, hija de Stalin, escribió: “Comprendí el papel inmenso representado por Trotsky en el Partido y en la Revolución. Ya veía mejor ahora de dónde procedía el antisemitismo de mi padre. La larga lucha política contra Trotsky y sus hombres se había transformado poco a poco en resentimiento racial hacia todos los judíos, sin excepción. La simple enumeración de los nombres de los miembros del Partido que mi padre había abatido a lo largo de su camino era suficiente para volver loco a cualquiera” (De “Vivir como un ser libre”-Aymá SA Editora-Barcelona 1970).
Debido a la alta participación de judíos en la Revolución comunista, en Rusia, y a la gran cantidad de victimas que produjo, Hitler adopta, como pretexto para el holocausto, un intento de establecer una “justa venganza” contra el pueblo judío. Ernest Nolte expresó: “En los años veinte, Hitler se da cuenta de que numerosos dirigentes bolcheviques de Rusia son judíos, lo cual es un hecho cierto. Del mismo modo, también lo es que las revoluciones comunistas abortadas en Hungría y en Munich están dirigidas por judíos. Hitler saca de ello la conclusión de que los judíos son «colectivamente responsables» de estas revoluciones. Inventa la noción de «judeo-bolchevismo», que se convertirá en el fundamento ideológico del nazismo. Cuando, en 1939, Chaïm Weizmann, presidente del Congreso Sionista, declara que los judíos librarán, en el mundo entero, la guerra contra el nazismo, Hitler ve en ello una prueba adicional del complot judeo-bolchevique” (De “Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo” de Guy Sorman-Editorial Seix Barral SA-Barcelona 1991).
El contraejemplo más importante, ante la injustificada generalización de Hitler de que todos los judíos son marxistas, lo constituye el economista judío Ludwig von Mises, quien ya en 1922, con la aparición de
la primera edición de su libro “El socialismo”, advierte los graves errores en que incurre el marxismo, pudiendo anticiparse con suficiente antelación al fracaso socialista en el mundo entero. Mises fue en tenaz luchador ideológico en contra de todos los totalitarismos.
Los sectores socialistas pocas veces han aceptado los errores cometidos, y mucho menos el de haber sido los promotores indirectos del fascismo y del nazismo. El apoyo generalizado de los italianos al fascismo y de los alemanes al nazismo, se debió principalmente a que ambos movimientos políticos eran vistos como los futuros salvadores de Italia y Alemania de la barbarie comunista, si bien el remedio resultó ser comparable con la enfermedad que habría de combatirse.
Los diversos populismos que surgen en la actualidad son los principales promotores del odio y las grietas sociales que afectan a varios pueblos. Ludwig von Mises escribió: “Los directores intelectuales de los pueblos han producido y propagado los errores que están a punto de destruir para siempre la libertad y la civilización occidental. Ellos, y únicamente ellos, son los responsables de las matanzas en masa que caracteriza a nuestro siglo [el XX] y solamente ellos pueden volver a invertir esta tendencia y escombrar el camino para la resurrección de la libertad”.
“El curso de los asuntos humanos no lo determinan las «fuerzas productivas materiales» míticas, sino la razón y las ideas. Lo que se necesita para detener la tendencia hacia el socialismo y el despotismo es sentido común y entereza moral” (De “El socialismo”-Editorial Hermes SA-México 1961).
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