domingo, 23 de junio de 2024

Microsocialismo

Podría denominarse como "microsocialismo" un socialismo a nivel familiar que puede aclarar algunos aspectos del socialismo social real. El socialismo familiar podemos observarlo en aquellas familias en el que un padre dominador gobierna con mano dura a su mujer y a sus hijos; en una palabra, se siente dueño de ellos y con derecho a dirigir sus vidas con la seguridad de hacerlo por el bien de todos.

En cuanto al sentido de la palabra "libertad", resulta evidente que la mujer y sus hijos tienen muy poca libertad para realizar decisiones individuales respecto de la orientación que darán a sus vidas. Tampoco tendrán opciones en cuanto a la vestimenta a disponer o en cuanto a las comidas y bebidas que han de consumir. La libertad existente es la del padre dominador, mientras que la poca o nula libertad para su mujer y sus hijos la justificará con una pregunta que se hizo Lenin: "Libertad ¿para qué?".

En cuanto a la "igualdad", puede decirse que, tanto la mujer como sus hijos, "disfrutarán" de una gran igualdad por cuanto sus vidas, sus quehaceres cotidianos, sus vestimentas y comidas, presentan signos de igualdad por cuanto han sido decididas y concedidas a partir de una misma cabeza. Desde el punto de vista del padre, existe plena igualdad familiar, mientras que desde fuera de la familia se advierte una sub-igualdad de los integrantes del grupo familiar respecto del padre dominador.

Como resultado de esta estructura familiar, es posible que algunos hijos carezcan de cualquier tipo de iniciativa individual en el futuro, mientras quienes logren superar esa influencia, estarán esperando la mayoría de edad para fugarse con rapidez de tal medio familiar.

Puede decirse que la amplia confianza que el padre dominador posee respecto de su capacidad y de sus atributos éticos, contrasta con la desconfianza absoluta, en esos aspectos, que profesa hacia su mujer y sus hijos. Tampoco ha de confiar en el medio social en donde está inserta la familia, por lo que es posible que restrinja severamente la posibilidad de que su mujer y sus hijos se "contaminen" de alguna forma del pecaminoso mundo exterior.

El padre dominador, convencido de su excepcionalidad, problablemente promoverá cierto culto a la personalidad, incluso considerando que por tal excepcionalidad merece disponer de ciertos privilegios que los demás integrantes no son merecedores de disponer.

En el socialismo real, la clase dirigente se asemeja al padre dominador, con actitudes similares. Los hijos sin iniciativa se asemejan al proletariado, mientras que los hijos rebeldes se parecerán a los disidentes y a quienes intentan o intentaron escapar del régimen carcelario.

Gran parte de los líderes políticos, incluso considerando a los simples empleados estatales, a veces muestran cierta predisposición a establecer prohibiciones o bien a sumar dificultades adicionales ante quienes pretendan llevar adelante cualquier actividad o emprendimiento individual. Parecen intentar "prohibir todo lo que no está permitido" en lugar de "permitir todo lo que no está prohibido", siendo esta disyuntiva la diferencia esencial entre las políticas socialistas y las políticas liberales, respectivamente. Azorín escribió: "En España, el vocablo mandar ha sido siempre sinónimo de prohibir; nuestra política secular puede resumirse en las prohibiciones y en las expulsiones...".

El socialismo real, si bien se presenta como oposición a las monarquías absolutas, como de otros sistemas politicos, presenta algunas semejanzas con los gobiernos monárquicos en que las decisiones estatales provenían del subjetivismo y de los caprichos del monarca, al menos en muchos casos. José Martínez Ruíz «Azorín» escribió: "Muy pronto lo habéis imaginado; si habéis de ir a un café, tened cuidado de que no se os haga tarde. Nuestro muy amado monarca Carlos IV ha dispuesto -por Real orden del 28 de abril de 1791- que los cafés «se cerrarán en el invierno, desde el 1 de octubre hasta fines de abril, a las diez de la noche, y desde el 1 de mayo hasta último de septiembre, a las once»".

"Pero vosotros habéis sido diligentes y habéis llegado al café a buena hora. Y aquí entra lo peregrino, lo más estupendo y maravilloso de toda nuestra legislación antigua y moderna, lo que el actual presidente del Consejo de ministros debe meditar con atención, para ver si es posible hacer de ello una reprise. Vosotros habéis entrado ya en el café y sentís ganas de fumar un cigarro. Entonces os advierten que en el café no podéis fumar, según el artículo 3° de la Real orden ya citada".

"-¡Bueno!- exclamáis vosotros- En ese caso, distraeré mis ganas de fumar leyendo un periódico".

"Y sacáis un periódico del bolsillo. Pero en este momento se os acerca, atento, el dueño del establecimiento y os advierte que, conforme al mismo artículo 3° de la propia Real orden, en los cafés «no se leerán gacetas ni otros papeles públicos»".

"Alguna estupefacción os causa esta noticia; pero vosotros sois buenos ciudadanos, amantes del orden y de la paz social, y acatáis la disposición regia. Pero, en un café, ¿qué vais a hacer si no fumáis ni leeis los periódicos? Lo natural es hablar. Pero ¿de qué vais a hablar? Un español que está en un café no puede hablar sino del Gobierno. Y un español que habla del gobierno, claro está que habrá de hablar mal. Y habláis mal; pero vosotros no habéis contado con este agente de policía, que se os acerca y que os dice que el artículo 4° de la Real orden tantas veces citada prohíbe el que habléis de lo que estáis hablando".

"-Adelante- contestáis vosotros-; en ese caso, en vez de hablar mal del Gobierno, hablaré bien".

"-No, no- os contestan-; no se puede hablar así tampoco; no se puede hablar del Gobierno para nada. La ley está clara; la ley prohíbe taxativamente «las conversaciones pertenecientes a asuntos del Gobierno»".

"Aunque un poco mohínos, bajáis la cabeza ante la orden. ¿De qué hablar entonces? Dos son los grandes temas de conversación para un ciudadano que se distrae en el café: la política y las mujeres. Y ya que no podéis charlar sobre política, os ponéis a hablar del eterno femenino. ¿Tendrá nada de extraño que divagando sobre este asunto se os escape algún concepto liviano, alegre, pintoresco? Inmediatamente el mismo policía que se os acercado antes volverá a acercarse a vosotros para prevenirnos de que el mismo artículo 4° prohíbe también «las conversaciones deshonestas»".

"¿Qué hacer? Puesto que en un café no se puede fumar, leer, ni hablar, no queda más remedio que salir de él. Vosotros os disponéis a salir del café; pero acaso esta misma mañana os habéis comprado un sombrero; este sombrero habéis visto luego que es malo y caro, y ahora, al tomarlo y marcharos a la calle, se os presenta otra vez a vuestros ojos esta pequeña y desagradable mistificación de que os ha hecho víctima el sombrerero. ¿Diré que vosotros pronunciáis algunas frases de indignación contra este desaprensivo comerciante? Pero en el mismo momento en que tales palabras salen de vuestra boca, el sempiterno policía, fiel guardador del orden, se os apropincua por tercera vez y pone en vuestro conocimiento que en la Real orden del 28 de abril de este años de 1791 quedan también prohibidas en los cafés las conversaciones «que sean contra cualquier ciudadano»".

"Don Gaspar Melchor de Jovellanos llegó a perder su impasibilidad acostumbrada: «¿Cómo es posible que estén bien hallados y contentos con tan molesta policía? Se dirá que todo se sufre, y es verdad: todo se sufre, ¿pero quién no temerá las consecuencias de tan largo y forzado sufrimiento?»".

"Pocos años después de ser formulada esta interrogación pasaba a la Historia la Monarquía absoluta...." (De "Política y literatura"-Alianza Editorial SA-Madrid 1968).

1 comentario:

agente t dijo...

Ese rigorista y detallista rey Carlos IV es el mismo que rehuía sus obligaciones de monarca y se pasaba los días de caza o escuchando música dejando los asuntos de estado a un valido sin experiencia, méritos ni conocimientos, el mismo también que entregó su país a una potencia extranjera sin la mínima resistencia e incluyó en dicha rendición su personal derecho a la corona a cambio de una propiedad en el país invasor que era, además, una república furibundamente antimonárquica.