jueves, 13 de junio de 2024

De socialista a liberal; la conversión de Mario Vargas Llosa

Entrevista de Jorge Halperín a Mario Vargas Llosa

DE FIDEL A MARGARET THATCHER

JH: Le transmito mi sorpresa: ¿cómo se puede pasar de una gran simpatía hacia la izquierda a un entusiasmo por las ideas de derecha?

MVL: -Bueno, no es un paso... no es la revelación o la conversión religiosa de un instante. Es un proceso. A fines de los años 50 o comienzos de los años 60, desde la perspectiva de un latinoamericano, la idea de justicia, de liberación, y de progreso, pasaba por la izquierda. Parecía pasar por la izquierda. El socialismo se veía como un ideal generoso y libertario. La Revolución Cubana dio una especie de tremendo estímulo a esa idea de que la justicia pasaba por el colectivismo y también por un Estado benefactor que controlaría toda la vida económica, toda la vida social, toda la vida cultural. Esa era la cultura de ese tiempo. La famosa frase de Sartre: "El socialismo es el horizonte insuperable de nuestro tiempo", bueno, es algo que sentíamos los muchachos de mi generación, horrorizados ante lo que teníamos: dictaduras militares que parecían encarnar las bestias negras: el capitalismo, el imperialismo.
Después vino una experiencia muy concreta de lo que era el socialismo. Yo conocí los países socialistas. Fue una tremenda desilusión cotejar el socialismo real con el socialismo de la fantasía, de la mitología y de la ideología. Y, más tarde, el caso de la misma Cuba para mí fue muy importante, porque es una realidad que yo pude seguir desde cerca, desde dentro, en mi propia lengua, a través de personas que conocía...

¿Usted estuvo cerca de Fidel Castro?

Yo estuve en Cuba muchas veces, claro. Yo formaba parte del Consejo de la Casa de las Américas, y tuve que ir a Cuba cinco o seis veces en el curso de los años '60. Y, a partir del '64 o el '65, comencé a descubrir una realidad que contradecía cada vez más aquella visión ideal y generosa. Mi primera sorpresa en Cuba -para no decir mi primera conmoción- fue a mediado de los años '60 con la persecusión de homosexuales a través de la creación de la UMAP. Fue cuando empezaron a enviar a campos de concentración a muchos artistas e intelectuales que estaban muy comprometidos con la revolución, pero que simplemente eran -como los llamaban con una jerga stalinista- "antisociales".
Fue mi primera distancia crítica con la Revolución. Pero, luego, siguió toda una secuencia de actitudes, de tomas de posición y medidas que eran totalmente incompatibles con esa visión ancha, generosa y libertaria del socialismo que me había llevado, como a muchos, a apoyar la Revolución Cubana. El apoyo que dio Fidel a la invasión de Checoslovaquia por los países del Pacto de Varsovia fue otro golpe.
Yo había estado en Checoslovaquia en la época de la Primavera de Praga, y había visto ese movimiento de democratización, interno, popular. Y que Cuba, un país que estaba defendiendo tanto la soberanía de los pequeños países, aprobara ese pacto imperialista que fue la ocupación militar de Checoslovaquia para destruir un esfuerzo de democratización, fue un enorme desencanto.
Resultó mi gran decepción con ese socialismo que ya vemos en qué ha terminado por repudio de sus propios pueblos. Pienso en esas masas a las que se suponía que el socialismo iba a dar dignidad, vida decorosa, y les dio más bien hambre, campos de concentración, monolitismo político, control policial del pensamiento. Al mismo tiempo que vino esa toma de conciencia respecto de la realidad del colectivismo, del estatismo, en mi caso vino una revalorización de la cultura democrática, a la que nosotros habíamos despreciado tanto.
La habíamos mirado como la máscara de la explotación, y ahora, yo podía percibir que, con todas sus limitaciones, que por supuesto son grandes, la democracia ha hecho progresar justamente esas ideas de justicia social, de libertad, mucho más que ningún otro sistema. Esa es, más o menos, la historia de mis cambios de punto de vista.

De allí a la adhesión que expresó a una figura como Margaret Thatcher hay un gran trecho...

Bueno, porque hay gente que tiene una visión muy prejuiciosa de una persona como Margaret Thatcher. Mire, cuando yo le decía que hay pocos políticos que dicen lo que piensan y hacen lo que dicen, uno de esos políticos es Margaret Thatcher. Yo he vivido en Inglaterra justamente en los años en que la señora Thatcher gobernó, y ella es un político que nunca mintió. Propuso a sus electores exactamente lo que hizo desde el poder. No pudo hacerlo totalmente porque dentro de su propio partido fue muy resistida y, al fin de cuentas, traicionada.

Pero, aunque sea sincera, no por eso su modelo liberal ha sido menos brutal.

No. Yo creo que la política de la señora Thatcher fue una política sin la cual Inglaterra estaría muchísimo peor de lo que está. Inglaterra había entrado en una decadencia que estaba llevando al país verdaderamente en picada por el paternalismo estatal. Había adormecido todo ese espíritu empresarial, que es el que hizo la grandeza de Inglaterra desde el siglo XVIII. Eso había prácticamente desaparecido, por la idea del Estado benefactor que debe asumir la responsabilidad no solamente de la creación de riqueza, sino del bienestar de los ciudadanos.
Efectivamente, eso había amodorrado todo lo que era la gran tradición inglesa de la iniciativa individual, del individuo responsable no solamente de su propio bienestar sino de la salud de la sociedad. Había en Inglaterra un proceso de decadencia al que la señora Thatcher, por lo menos, atajó. Y esa revolución fue una revolución -en contra de lo que se ha dicho- muy motivada socialmente. La privatización fue importantísima en Inglaterra; pero no porque el Estado haya transferido a empresas privadas buena parte del sector público. Lo fue porque creó propietarios y empresarios entre quienes no tenían acceso a la propiedad, entre quienes no sabían lo que era una acción.
En los primeros cinco años de gobierno de la señora Thatcher hubo en Inglaterra más propietarios privados que sindicalistas, gracias a lo que fue la transferencia de acciones difundida de los grandes entes públicos. Esa fue una verdadera revolución social en Inglaterra. Claro, se interrumpió; y, además, por supuesto, la crisis económica era muy, muy profunda. Pero, si no hubiera sido por esas reformas incompletas, Inglaterra sería hoy un país de segundo, y acaso, de tercer orden.

Seguramente, en otros tiempos usted reconocía y argumentaba que los individuos no llegan en las mismas condiciones y no disponen en la vida de las mismas oportunidades, y, por lo tanto, se necesita alguna intervención para moderar las desigualdades. ¿Ya no piensa así?

Bueno, el principio liberal de que hay una responsabilidad de la sociedad con el débil, es sagrado, y es un principio que en Inglaterra jamás se cuestionó. La señora Thatcher nunca cuestionó, por ejemplo, que debería mantenerse una seguridad social que diera acceso a la medicina a todos los ciudadanos sin excepciones.

Sin embargo, se ha dicho que debilitó el sistema de salud, que históricamente ha sido uno de los más solidarios del mundo.

No, trató de... claro, el sistema de salud no puede ser solamente una idea generosa. Tiene que ser una realidad eficiente. Entonces, se trata de ver cuál es el mecanismo mejor para que todos tengan acceso, y, sobre todo, se beneficien de ese acceso quienes no están en condiciones de pagarlo. Ahora, si una sociedad, para poder ofrecer servicio médico gratuito a todos sus ciudadanos, tiene que bajar los niveles de salud hasta la mediocridad y a veces hasta la ineficiencia total, entonces el principio generoso se traduce en un fracaso total. Eso es lo que hizo la señora Thatcher: trató de darle a la seguridad social una eficacia. Lo mismo que en educación: las reformas de la señora Thatcher fueron realmente revolucionarias. Pero, claro, chocaron contra unos intereses particulares tan fuertes, que al final acabaron con ella.

Hoy en día, modelos como el de Thatcher y de Ronald Reagan, que tienen muchas analogías, han producido muy fuertes recortes sociales, que han dejado segmentos de la sociedad en un estado de pobreza mayor.

Eso podríamos discutirlo con ejemplos concretos. No son recortes sociales; se trata de que la prestación social sea eficaz, y vaya a quien verdaderamente la necesita. Si para que haya, por ejemplo, una seguridad social generalizada hay que bajar los niveles a tal extremo que los más pobres van a recibir una atención execrable y sólo quienes pueden pagarla van a recibir una buena prestación, entonces hay una injusticia de base que tiene que ver con el ingreso de cada cual. Eso es lo que debería tratar de corregir un Estado que se supone es justo. Bueno, eso es lo que trató de hacer la señora Thatcher. En buena parte lo consiguió. Por ejemplo, en educación lo consiguió. En seguridad social era mucho más difícil, porque había unos intereses absolutamente cuantiosos.
Pero es muy importante que la idea de la justicia y de la seguridad social tenga un sentido práctico, no puramente teórico. ¿Puede una sociedad de los niveles económicos de Inglaterra garantizar a todos los ciudadanos unas prestaciones de tipo médico, totalmente gratuitas, que además sean eficaces? ¿Puede o no puede? ¿Puede ofrecer una educación totalmente gratuita a toda su sociedad sin que haya una contraprestación de parte de la propia ciudadanía? Eso es lo que hay que sumar y restar, básicamente. Entonces, absolutamente todas las reformas estuvieron orientadas con ese criterio, que era un criterio social, más que técnico. En algunos casos las reformas no funcionaron. No funcionó, por ejemplo, en el caso del impuesto a la propiedad. Allí hubo un cálculo equivocado, indudablemente. Pero el sentido era también un sentido social.

Lo que se ve a esta altura es que, luego de la aplicación de las políticas de Thatcher, de Reagan, y sus similares, han aumentado en el mundo las desigualdades sociales. Pasó lo contrario de lo que esperaba un hombre de izquierda de los 60.

Bueno, eso es otra cosa. Es decir, si el ideal es que una sociedad sea igualitaria, en el sentido de...

La igualdad de oportunidades.

No, eso es otra cosa. La igualdad de oportunidades, eso avanzó con la señora Thatcher probablemente más que nunca en la historia de Inglaterra. No estaría de primer ministro inglés el hijo de una bailarina y de un equilibrista, un muchacho que no terminó el colegio como el señor Major, sin la señora Thatcher. Eso era inconcebible. En Inglaterra, que el Partido Conservador llevara de primer ministro a un muchacho de baja clase media, hijo de acróbatas, eso era algo totalmente inconcebible. Esa es la revolución de la señora Thatcher, por lo cual le cortaron la cabeza los aristócratas y la gente que no pudo tolerar que una señora de baja clase media como ella instituyera la meritocracia. En el Partido Conservador se nacía con una jerarquía de acuerdo al papá, al abuelo, al bisabuelo, al colegio al que había ido uno, a la universidad por la que había pasado. Bien, cambiarlo fue la primera gran revolución que hizo la señora Thatcher: la meritocracia. Por eso la desbancaron.
Quiero decir que, en materia de igualdad de oportunidades, se avanzó de una manera extraordinaria. Ahora, la igualdad de oportunidades no significa una sociedad igualitaria, porque eso no tiene nada que ver ni con el mercado, ni con la libertad económica. Y para eso es muy importante que haya una posibilidad de tener éxito material. Eso sí se abrió en Inglaterra de una manera notable con la señora Thatcher. Ahora, lo que sí es cierto es que hay una desigualdad que se crea cuando se deja funcionar el mercado. Pero es la única manera de crear riqueza y de traer progreso a una sociedad. Cuando se quiere establecer la sociedad igualitaria, pasa lo que pasó en la Unión Soviética, en Checoslovaquia o en Polonia.

A usted, que era un hombre particularmente sensible hacia la situación de los pobres y los débiles...

No. ¡Yo lo soy más ahora!

...¿No lo conmueve que el mercado produzca esas desigualdades?

No, porque el mercado es el mecanismo que permite acabar con la pobreza. El igualitarismo, impuesto desde un Estado fuerte, no solamente no acaba con la pobreza sino que la generaliza, salvo para una pequeña nomenklatura, una aristocracia política que llega a vivir en unas condiciones de superioridad tales sobre el común de la sociedad, que produce eso que ha producido en el mundo comunista que se ha desplomado: un rechazo y una indignación contra esa forma de privilegio.
Y ese rechazo, al final acaba con el propio sistema. Ese no es el caso de los países democráticos avanzados, en los que hay grandes desigualdades de fortuna, pero hay una base que tiene la posibilidad de acceder a mejores niveles de vida, a ir superando esa pobreza de base, que parece realmente la realidad inevitable del socialismo.
Ahora, naturalmente la igualdad de oportunidades es algo que tiene que estar siendo constantemente establecida. Porque la desigualdad de ingresos crea unas posibilidades para algunos que muy pronto pasan a ser privilegios. Para eso es fundamental que haya una educación de muy alto nivel a la que tenga acceso toda la sociedad. Ahí sí, es muy importante que haya una iniciativa pública, social, muy fuerte. Como la hubo en Inglaterra durante la época de la señora Thatcher.

Le voy a hacer una pregunta un poco fuerte: ¿no será que usted adhiere hoy al mercado con la misma ingenuidad que en otro tiempo adhirió a una utopía socialista?

No. Porque yo tengo detrás de mí la experiencia de la utopía socialista, a la que he visto funcionar muy de cerca. Y he visto los millones de víctimas de esa utopía socialista: se calculan cuarenta millones sólo en la Unión Soviética. Ese es el cálculo más moderado de víctimas sacrificadas de la manera más cruel, en campos de concentración. Generaciones totalmente destruidas con una brutalidad sin precedentes en la historia.
A una utopía cuya realidad ha sido cuál: la del empobrecimiento de sociedades hasta la esterilización. Lo que está ocurriendo en Alemania Oriental es quizá el caso más flagrante de fracaso de un sistema. Se suponía, según la propaganda, que era el séptimo país del mundo. Bueno, ¿qué ha pasado con Alemania Oriental? Ahora la ha asumido uno de los países más ricos de la tierra, que es Alemania Occidental. Invierten billones y billones de dólares para tratar de levantar a ese cadáver. Y ese cadáver no se levanta, porque es un país totalmente esterilizado por el colectivismo, por el estatismo, por la dictadura policial, que ha destruido la base misma de lo que es la producción de la riqueza de una sociedad.
En nombre de qué puede presentarse ese régimen como una superioridad de tipo moral sobre sociedades como Inglaterra, como Estados Unidos, como Francia, donde todo el mundo tiene unos coeficientes mínimos de vida decente, de acceso a la educación, a la salud y al empleo. En esas sociedades hay muchos defectos, hay mucha imperfección que hay que criticar. Y hay mucho que corregir, porque hay corrupción y privilegios que son inaceptables.
Privilegios que no proceden de la diferencia de talento y de esfuerzo, sino de la diferencia de apellido y de la posición social. Eso es inaceptable, eso hay que combatirlo, criticarlo. Pero, que la Unión Soviética o la ex Alemania Oriental puedan representar una forma más ética que una sociedad que da de comer, educa y da acceso a la medicina a todos sus miembros, es una visión totalmente prejuiciada por la ideología. Una ideología que ha permanecido totalmente impermeable a lo que es la crítica de la realidad, que es la única crítica importante en política.

(Extractos de "Pensar el mundo" de Jorge Halperín-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1997)

1 comentario:

agente t dijo...

Llaman recortes sociales a lo que es simplemente una adecuación entre ingresos y gastos. No se puede gastar en base a deuda, es decir, pidiendo prestado porque los ingresos son menores a los gastos y debe cubrirse dicha diferencia. Si se hace así una vez tras otra llegará el momento en que los ingresos serán insuficientes incluso para pagar los intereses generados por el capital pedido (deuda) y todavía no devuelto.