Al existir leyes naturales que rigen todo lo existente, puede inferirse la existencia de un orden natural al cual nos debemos adaptar. Por ello existe, además del proceso natural de la evolución biológica, el de la evolución cultural, a cargo del propio ser humano, con un objetivo similar: lograr mayores niveles de adaptación.
De la misma manera en que la evolución biológica procede mediante prueba y error, la evolución cultural implica promover distintas alternativas acerca de ideas y costumbres para, luego, elegir o adoptar la que mejores resultados produzca. Es decir, el pluralismo cultural es el que provee distintas alternativas que serán luego evaluadas según sus resultados.
Este proceso es similar al empleado por la ciencia experimental, donde se admite una “pluralidad” de nuevas teorías propuestas, mientras que, luego, el veredicto de la experimentación elegirá una de ellas, rechazará a las demás, y todos aceptarán ese fallo. El éxito de la ciencia proviene justamente de este pluralismo y de la posterior aceptación de las evidencias experimentales.
El éxito parcial de la humanidad se debe a un proceso similar. Sin embargo, varios sectores religiosos, políticos y filosóficos no han aceptado tales reglas sino que optaron por luchar para imponer a los demás sus propias creencias. Esto significaría, en la analogía anterior, que los científicos no aceptan el veredicto experimental y tratan de imponer sus teorías erróneas a los demás, con lo cual el proceso perdería toda su eficacia.
Esta es la consecuencia del relativismo cultural, que favorece la lucha entre diferentes culturas en lugar de considerarlas como diferentes propuestas para mejorar la cultura universal. Así, en la visión de muchos antropólogos, toda manifestación humana resulta ser una expresión cultural válida como las demás, sin contemplar la posibilidad de que exista una cultura universal, que ha de orientar a todos los pueblos hacia una unidad deseable y hacia la finalización de los conflictos existentes.
Si consideramos que las distintas costumbres producen distintos efectos sociales e individuales, se advierte que, desde el punto de vista del objetivo a lograr (supervivencia y adaptación cultural), algunas costumbres lo favorecen mejor que otras, y mejor que las costumbres que nos alejan de tal objetivo. Giovanni Sartori escribió: “La teoría de moda es que el multiculturalismo es la continuación, la ampliación y la superación del pluralismo. No hay nada más falso. De hecho, me propongo sostener que el multiculturalismo es la negación y la inversión del pluralismo”.
“Ya hemos visto que el pluralismo tiene origen en la tolerancia, un principio que se basa en tres criterios. Primero: rechazo de todo tipo de dogma y de verdad única. Yo estoy siempre obligado a argumentar, a dar razones para sostener lo que sostengo. Segundo: respeto al denominado «harm principle». «Harm» significa «hacerme daño», «perjudicarme». El principio es, por tanto, que la tolerancia no comporta ni debe aceptar que otro me perjudique. Y viceversa, por supuesto. Tercero: el criterio de reciprocidad. Si yo te concedo a ti, tú tienes que concederme a mí: «do ut des». Si no hay reciprocidad, entonces la relación no es de tolerancia”.
“De estos tres principios se deriva que, así como la tolerancia es el rechazo de todo dogma, el pluralismo es, correlativamente, el rechazo de todo poder monocrático y uniformante”.
“La ciudad antigua temía la discordia. La ciudad moderna, en cambio, valora la disensión y, al valorarla, la civiliza, la modera, la transforma en un fermento beneficioso o incluso en una discordia que se convierte, al final, en acuerdo y concordia. «Concordia discors». La «buena ciudad» del pluralismo se apoya, entonces, sobre una diversidad que produce integración, no desintegración”.
“El multiculturalismo va en sentido contrario. En vez de promover una «diversidad integrada», promueve una identidad «separada» de cada grupo y a menudo la crea, la inventa, la fomenta. El resultado es una sociedad de compartimientos estancos e incluso hostiles, cuyos grupos están más identificados consigo mismos, y por tanto no tienen ni deseo ni capacidad de integración. Como decía, el multiculturalismo no supera al pluralismo, lo destruye” (De “La democracia en 30 lecciones”-Taurus-Buenos Aires 2009).
En este caso es oportuno mencionar las actitudes básicas del hombre para encontrar las tendencias principales. De ahí surgen tres alternativas principales:
a- Del egoísmo surge el nacionalismo y el fanatismo religioso, ya que se considera que el propio país, la propia cultura o la propia religión, son los mejores, y que por ello resulta aceptable imponerlos a los demás. Simultáneamente se les resta valor a otros países, culturas y religiones.
b- Del relativismo cultural se supone que todas las culturas son igualmente válidas y que deben aceptarse sin sugerir modificaciones. Esta tendencia abre las puertas de par en par a la invasión cultural del nacionalismo político y del fanatismo religioso que pasan del egoísmo al odio cuando tratan de imponer su cultura (a veces incultura) previa destrucción de la ajena.
c- Finalmente se observa la actitud universalista que contempla la existencia de una cultura amplia y válida para todos los pueblos, aunque con distintas modalidades, que tienden a generalizarse con el transcurso del tiempo.
Como ejemplo visible de tendencia que pretende imponerse destruyendo las anteriores, puede citarse al Islam en su lenta y sostenida invasión a Europa. Oriana Fallaci escribió: “Dijo Marcello Pera, presidente del Senado, que en la paz en la que se regodea desde hace sesenta años, una paz por otra parte garantizada por América, ve un derecho divino y natural no una fortuna que hay que salvaguardar si es necesario con la fuerza. Y gracias a eso (añado yo) Eurabia ha construido la patraña del pacifismo multiculturalista, ha sustituido el término «mejor» por el término «diverso-diferente» y se ha puesto a chismorrear que no existen civilizaciones mejores. No existen principios y valores mejores, sólo hay diversidad y diferencias de comportamiento. Esto ha criminalizado y sigue criminalizando a los que expresan opiniones, que señalan méritos y deméritos, que distinguen el Bien del Mal y que llaman al Mal por su nombre. Y por último, dijo lo que desde hace tres años yo repito en vano. Que Europa vive sumida en el miedo y que el terrorismo islámico tiene un objetivo muy preciso: destruir Occidente, es decir acabar con nuestros principios, con nuestros valores, con nuestras tradiciones, con nuestra civilización. Pero, al igual que en mi caso, su discurso cayó en saco roto”.
Más adelante, Fallaci menciona y transcribe parte de la carta que le enviara un joven italiano: “Ojo al que se atreva a abandonar la recta vía de lo Políticamente Correcto, es decir de la reverencia que los bienpensantes tienen hacia los hijos de Alá. Ojo si te atreves a observar que en los países musulmanes no pueden construirse iglesias, y que a los cristianos y a los budistas y a los hebreos, es decir a los perros-infieles, los matan sin problema alguno. Ojo si sostienes que el Islam es alérgico a nuestros valores y en particular al concepto de libertad. Como mínimo te llaman racista”.
“Para intentar establecer el principio del Bien y del Mal, para intentar comprender qué es la ética y la moral, hace tiempo se hizo un debate en clase. Yo puse el ejemplo de los talibanes que mataban las mujeres por llevar uñas pintadas, y los bienpensantes se ofendieron a muerte. Uno me gritó indignado la regla fundamental: no se pueden expresar juicios sobre los comportamientos, las costumbres y las religiones de los demás. Otro me reprochó gritando: «¡No olvidemos que los cristianos hicieron las Cruzadas!». De hecho, en ese momento me enfadé yo porque estoy hasta el gorro [harto] de ver presentar a los Cruzados como siniestros asesinos y al Feroz Saladino como un caballero con frac. Estoy hasta el gorro de ver justificar con las Cruzadas los abusos, la prepotencia, los degüellos y las decapitaciones” (De “Oriana Fallaci se entrevista a sí misma”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2005).
El proceso de la globalización económica es resistido por muchos, aun cuando haya liberado de la pobreza extrema a cientos de millones de personas, especialmente en China e India, cuyos sistemas de producción anteriores eran el socialismo, en el primer caso, y un sistema algo similar en el otro. Como no pueden ignorarse esos logros, se aduce que tal proceso implica un “avasallamiento cultural” de los EEUU sobre el resto de los países. Sin embargo, en ese país se observa algo distinto: barrios en los que viven grupos de un mismo país extranjero, como el barrio chino, en el cual se mantienen sus costumbres nacionales sin que sean prohibidos por las autoridades norteamericanas o rechazados por su pueblo.
Los sectores socialistas simpatizan con el Islam por cuanto parece ser un oportuno relevo para continuar con la tarea destructiva de Occidente. También se oponen a la globalización por cuanto temen que se vaya a imponer un uniformismo similar al que Mao Tse-Tung implantó y por el cual todos los chinos vestían como su líder supremo. Mientras admiraban tal uniformismo, se oponen a otro similar que imaginan. Jorge Bergoglio expresó: “La globalización que uniforma es esencialmente imperialista e instrumentalmente liberal, pero no es humana. En última instancia es una manera de esclavizar a los pueblos. Hay que salvaguardar la diversidad en la unidad armónica de la humanidad. Usted mencionó [se refiere a A. Skorka] algunas cosas buenas del espíritu de la globalización, que ayudan a entendernos mejor, pero si se dan otras características anulan a los pueblos. Aquí se suele hablar de «crisol de razas». Si se lo hace en un sentido poético, está bien. Pero si se lo hace en el sentido de fusionar los pueblos, algo está mal: un pueblo tiene que mantener su identidad y, a la vez, integrarse armoniosamente con los demás” (De “Sobre el cielo y la Tierra” de J. Bergoglio y A. Skorka-Debolsillo-Buenos Aires 2015).
Quienes temen que el mundo sea contaminado culturalmente por los países occidentales, se oponen a la globalización, siendo ésta la postura considerada Políticamente Correcta. También el precandidato presidencial Donald Trump adopta una postura antiglobalizante cuando propone cerrar la frontera con México para evitar que sus emigrados contaminen la cultura norteamericana. Sin embargo, se adujo que, además de ser una postura Políticamente Incorrecta, se trata de una postura discriminatoria. Si se difama y se calumnia a los norteamericanos en nombre del socialismo, no sería discriminación; en otro caso, sí lo es. El relativismo moral va siempre asociado al relativismo cultural.
La palabra “católico” significa “universal”. El cristianismo busca la universalidad que le permite su compatibilidad con las leyes naturales que rigen la conducta de los hombres. Esta es la universalidad que no provoca conflictos por cuanto se trata esencialmente de una sugerencia moral en lugar de una imposición forzada. La Europa que da la espalda a su propia cultura y al cristianismo, parece haber sembrado la semilla de su propia destrucción abriendo sus puertas al destructor totalitarismo teocrático.
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