Puede decirse que el proceso revolucionario cubano pasó por una secuencia de etapas de “prueba y error”, pero sin tener en cuenta la tradición y las experiencias acumuladas por la humanidad a lo largo de su historia. Recordemos que, según el marxismo-leninismo, el accionar humano depende esencialmente de la influencia recibida del medio social, ignorando los atributos genéticos heredados, por lo cual, en principio, se podría moldear toda conducta individual a cualquier ideología. De ahí que, adoptando las “buenas ideas” del colectivismo socialista, un pueblo podría resurgir en unas pocas generaciones.
En la Argentina kirchnerista, esa mentalidad puede observarse en el caso de los programas de televisión infantiles en donde aparecen escenas de niños con “dos mamás”, o con “dos papás”, de manera de introducir en sus mentes algunas variantes distintas de la familia tradicional. Con ello esperan formar una sociedad “pluralista”, sin la familia como órgano básico de la sociedad, buscando alterar el orden tradicional de la sociedad “burguesa”.
Se mencionan a continuación extractos del libro “Últimas noticias del nuevo idiota iberoamericano” de P.A. Mendoza, C. A. Montaner y Á. Vargas Llosa (Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2014):
“El castrismo, evidentemente, insiste en que sigue siendo marxista-leninista, por lo menos en teoría y en algunos rasgos evidentes. Su identidad esencial permanece, en efecto, inalterable. Sigue siendo estatista, represivo, monopartidista, dictatorial, antiyanqui, antioccidental, antidemocrático y antimercado, pero en el terreno económico y en el modo de producir ha mudado de piel en diversas ocasiones. Aunque las fechas no son exactas, es posible fragmentar los periodos del castrismo económico en décadas para comprender mejor lo que ha sucedido en esa desdichada isla”.
“Los sesenta: el ideario original de la revolución de 1959 era, decían, democrático. Los insurrectos habían prometido libertades y elecciones a corto plazo. Fidel, enfáticamente, había asegurado media docena de veces que no era comunista. Incluso, había criticado al sistema soviético por la falta de libertades. Sin embargo, en 1960 se apoderó de todos los medios de comunicación e intervino y estatizó todas las empresas medianas y grandes del país. En 1961, finalmente, proclamó el carácter socialista de la revolución y poco después declaró que había sido y sería marxista-leninista hasta el fin de sus días. Los había engañado a todos. «En silencio ha tenido que ser», dijo, echando mano a una frase de José Martí para justificar su actuación”.
“En ese punto comenzó la década guevarista en el terreno productivo. Desaparecieron los estímulos materiales y se recurrió a estímulos morales. Pensaban crear al hombre nuevo, una criatura desprendida, generosa, trabajadora hasta la extenuación por la gloria revolucionaria”.
“En 1968, meses después de la muerte del Che Guevara en Bolivia, Fidel ordenó la «ofensiva revolucionaria». De un plumazo fueron estatizadas 60.000 microempresas, todas las que habían sobrevivido en el país para brindarle pequeños servicios a la sociedad. No quedaron vestigios de las codiciosas actividades privadas. De un plumazo fueron erradicados siglos de tradición comercial. Ser emprendedor y tener iniciativas súbitamente se convirtieron en conductas sospechosas. Hasta las costureras, los mecánicos de paraguas y los zapateros remendones pasaron a trabajar para el Estado. Cuba se convirtió en el país más comunista del bloque”.
“Naturalmente, a partir de ese disparate, el mercado negro, la inflación y el desabastecimiento devastaron rápidamente la economía. Para agregar más sal a la herida, el gobierno suprimió la contabilidad de las empresas, una idea que había sido propuesta por ese brillante economista que fue el Che Guevara. ¿Para qué esa absurda antigualla del capitalismo? La gota que colmó la copa fue la fracasada zafra (cosecha) de azúcar. Fidel se empeñó en fabricar diez millones de toneladas para lograr un efecto de dumping, arruinar a los demás productores y convertir a Cuba, otra vez, en la azucarera del mundo. Lo que sucedió fue lo opuesto: al aplicar todos los recursos del país a la consecución de ese objetivo, Cuba quedó arruinada y la zafra fracasó. Todos esos planes locos resultaron contraproducentes. En 1970, la crisis total de la economía impuso un cambio de rumbo”.
“Los setenta: los años setenta fueron el decenio de la sovietización de la economía y de las leyes. Más sabía la metrópolis rusa por vieja que por docta. Había una manera soviética de organizar el Estado, incluidas las transacciones económicas, y Cuba la copió. No era gran cosa, pero era mejor que el desbarajuste creado por el castro-guevarismo de la década precedente. Los historiadores comenzaron a hablar de la «institucionalización de la revolución». En 1975, Castro y sus asesores soviéticos –llegaron a ser 40.000- crearon el Partido Comunista único que englobaba a las antiguas organizaciones revolucionarias que habían derrocado a Batista y dictaron una Constitución calcada del molde estalinista”.
“En el prólogo de la ley de leyes, en un exceso de obsecuencia, se hacía referencia a la URSS y al eterno lazo que unía a ambos países. Y había razones. En esa década, junto al aumento copioso de los subsidios de la URSS, que llegaron a sobrepasar los cinco mil millones de dólares anuales, Fidel, con el auxilio de Moscú, vivió su etapa de gloria conquistadora, con triunfos militares en Angola, Etiopía y Nicaragua”.
“Los ochenta: pero en abril de 1980 pasó algo que, bruscamente, despertó al Comandante de sus sueños de gloria. Todo empezó con un incidente menor ocurrido en la embajada de Perú en La Habana (unos cubanos buscaron asilo en el recinto precipitadamente y en el fuego cruzado entre los guardias un militar resultó muerto). Ante esa circunstancia, en vista de que los diplomáticos no le entregaban a los asilados, Fidel Castro decidió castigarlos levantando la protección policial, mientras los medios de comunicación anunciaban que todo el que quisiera asilarse podía hacerlo”.
“Castro contaba con que algunas docenas de adversarios se atreverían a cruzar la cerca; los suficientes para escarmentar a Perú. Pero sucedió algo insólito: en 48 horas, once mil personas ocuparon cada milímetro de la casa y el jardín. Era una riada de gente dispuesta a marcharse del país a cualquier precio. Predominaban los jóvenes, pero era un corte transversal de la sociedad cubana. No entraron más porque no cabían y porque el ejército rodeó la manzana mientras otros miles de cubanos merodeaban por los barrios aledaños para ver cómo podían huir del paraíso”.
“¿Cómo salió Castro de este atolladero en el que él mismo, por su temperamento colérico, se había metido? Pues como siempre: trasladándole el problema a EEUU. Habilitó el puerto de Mariel y declaró que todo el que quisiera irse del país podía embarcar rumbo a Florida, incluidos los asilados en la embajada de Perú. Además, para confirmar que sus adversarios eran la escoria de Cuba, como su aparato propagandístico señaló inmediatamente, sacó de las cárceles a varios millares de criminales, algunos locos agresivos y hasta a un pobre leproso y los mezcló con gente honorable y decente dispuesta a escapar. Como nunca había abandonado su homofobia, obligó a marcharse a numerosos homosexuales (el eterno enemigo) en medio de todo tipo de vejaciones, golpizas y ofensas. Así salió de Cuba el excelente escritor Reinaldo Arenas, entre otros, mezclado con los 125.000 exiliados que consiguieron huir mientras esa vía se mantuvo abierta”.
“Pero ese episodio tuvo otra imprevista consecuencia. Fidel Castro comenzó a pensar que la sovietización de la Isla había sido inútil porque se habían relajado algunos principios del marxismo-leninismo. Llegó a sostener que el modelo económico soviético tampoco solucionaba los problemas del subdesarrollo. Fue entonces cuando inició su «política de rectificación de errores» que, en síntesis, consistió en aumentar los controles y la injerencia del Estado. Fidel encarnaba la contrarreforma de la más pura cepa estalinista. Lo que él no pudo prever fue que, en 1985, llegaría al poder en la URSS un jefe de gobierno decidido a mover el país en otra dirección. Mijail Gorbachov estaba convencido de que el sistema comunista, para salvarse, tenía que profundizar las reformas, descentralizarse, democratizarse, admitir libremente las críticas y los debates, y acercarse más al mercado. Fidel y Gorbachov eran dos trenes que marchaban por el mismo carril, pero en direcciones contrarias. Los dos querían salvar al socialismo, pero por las puntas opuestas del desastre”.
“Los noventa: en el camino, Gorbachov descubrió que el sistema no era reformable. Su sucesor Boris Yelsin, tras impedir un golpe estalinista, desmanteló rápidamente el colectivismo marxista y terminó con el modelo comunista, el Partido, la URSS y, claro, los subsidios a la Isla. Fidel, en cambio, declaró varias veces en tono amenazador que Cuba se hundiría en el mar antes que renunciar al marxismo-leninismo, advirtiendo que el país mantendría el sistema, convirtiéndose en una especie de vivero ideológico para el día en que la traicionada humanidad proletaria recuperara la cordura y volviera a las raíces. Cuba sería el parque jurásico del marxismo-leninismo”.
“Naturalmente. Mientras llegaba ese día de la gloriosa resurrección comunista, los cubanos comenzaron a pasar hambre (literalmente) y el régimen declaró el inicio de un todavía inacabado «periodo especial en tiempos de paz», comenzado hace 24 años, sin siquiera recuperar los ya entonces magros índices de consumo anteriores a 1990. A partir del fin de los subsidios soviéticos y de la interrupción de los lazos económicos con los demás países comunistas del bloque del Este, la ya raquítica capacidad de consumo de los cubanos se redujo abruptamente en un 45%. En esos años, como consecuencia de la desnutrición, varias decenas de millares de cubanos contrajeron una peligrosa variante de la neuritis que dejó ciegas a numerosas personas y con permanentes dolores al resto de los afectados”.
“Algo había que hacer, y Fidel, para salir del lance, aunque con gran asco, decidió crear una nueva fórmula de comunismo. Les abriría las puertas a los inversionistas extranjeros, pero en sociedad con el Estado cubano, a fin de explotar conjuntamente la dócil y empobrecida masa obrera del país. Simultáneamente, autorizó el turismo, las remesas enviadas por los exiliados y la tenencia del dólar, la odiada moneda del enemigo. La isla se llenó de prostitutas, allí llamadas jineteras. Esa era su fórmula para salir de la crisis o, al menos, para aliviarla. Entonces declaró que, finalmente, construiría el socialismo, sin aclarar qué demonios había estado haciendo hasta entonces”.
“Pero ninguna medida funcionaba adecuadamente. La miseria se estabilizaba y el país tocaba fondo, mas la economía no remontaba. Ante esa situación, Fidel volvió a tratar de evadirse de la trampa exportando el problema a EEUU: en el verano de 1994 les dijo a los cubanos que se fueran en balsa rumbo a Miami, si no querían seguir viviendo en la isla. Mientras duró el breve periodo de libertad para emigrar, unas 36.000 personas se atrevieron a emprender el peligroso viaje. Fabricaron embarcaciones con puertas y ventanas arrancadas de sus casas, con neumáticos de automóvil, con planchas de polietileno, con cualquier cosa que pareciera capaz de flotar. Muchos murieron ahogados”.
“Los años dos mil: en cuanto Hugo Chávez llegó a la casa de gobierno, comenzó a favorecer a su ídolo Fidel Castro con tratos muy generosos en materia petrolera y alquilando las prestaciones de miles de médicos y miembros de los servicios sanitarios cubanos, así como de numerosos asesores en cuestiones de inteligencia.….Esa colaboración, en su momento, alcanzó la asombrosa cifra de 13.000 millones de dólares anuales”.
“Con esos fondos, el gobierno cubano pudo, de nuevo, regresar a sus orígenes ortodoxos. Volvió a prohibir la tenencia de dólares y despidió a unos cuantos inversionistas extranjeros de tamaño mediano. La ayuda venezolana le permitía cancelar algunas de las reformas que había emprendido sin la menor convicción. Lo que el régimen necesitaba no era mercado, propiedad y un crecimiento constante, sino Estado, planificación y una especie de mantenimiento mínimo. Los cubanos, según Fidel, y para admiración y regocijo de numerosos idiotas latinoamericanos, no estaban hechos para consumir bienes y servicios, sino para el constante sacrificio revolucionario. El consumismo era una perversa costumbre capitalista. Lo digno y revolucionario era la espartana frugalidad”.
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