En la Argentina, como en otros países latinoamericanos, la izquierda política ha cambiado sus tácticas para acceder al poder. Así, mientras en los setenta lo intentaba por medio de la violencia, en el siglo XXI adoptaron un disfraz democrático. Los Montoneros del siglo pasado se encolumnaron esta vez en el kirchnerismo, donde pasan desde posturas paranoicas del pasado a la perversidad narcisista de sus líderes visibles actuales. Marie-France Hirigoyen escribió: “Los paranoicos toman el poder por la fuerza, mientras que los perversos lo toman mediante la seducción. También pueden recurrir a la fuerza, pero sólo cuando la seducción deja de mostrarse eficaz. La fase de la violencia es en sí misma un proceso de desequilibrio paranoico: se debe destruir al otro porque es peligroso. Hay que atacar antes de ser atacado” (De “El acoso moral”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2014).
El paranoico sufre una especie de complejo de persecución. Supone que toda acción emprendida por la burguesía, los empresarios o los EEUU, tiene como finalidad inmediata perjudicar a los demás. Tal es el caso de los autores del libro “Para leer al pato Donald”, quienes aducen que dicho personaje de historietas fue realizado, no con las intenciones de divertir a los niños, sino para imponer las ideas yankis en los países periféricos. “¿En que consiste la obra? En esencia, se trata de una aguerrida lectura ideológica desde la perspectiva comunista, aparecida, precisamente, en el Chile crispado y radicalizado del gobierno de Salvador Allende. Ariel Dorfman y Armand Mattelart –marxistas- se proponen encontrar el oculto mensaje imperial y capitalista que encierran las historietas de los personajes salidos de la «industria» Disney. Más que leer al pato Donald, estos dos intrépidos autores, los Abbot y Costello de la lingüística, quieren desenmascararlo, demostrar las aviesas intenciones que esconde, describir su mundo retorcido, y vacunar a la sociedad contra este veneno mortal y silencioso que risueñamente mana de la metrópoli yanki. ¿Y para qué realizar esa justiciera labor de policías semiológicos? No hay duda: «Este libro no ha surgido de la cabeza alocada de individuos, sino que converge hacia todo un contexto de lucha para derribar al enemigo de clase en su terreno y en el nuestro»”.
“Donald, Mickey, Pluto, Tribilín, no son lo que parecen. Son agentes encubiertos de la reacción sembrados entre los niños para asegurar una relación de dominio entre la metrópoli y las colonias. El tío rico no es un pato millonario y egoísta, y lo que acontece no son peripecias divertidas, sino que se trata de un símbolo del capitalismo con el que se inclina a los niños a cultivar el egoísmo más crudo e insolidario. Patolandia –metáfora del propio Estados Unidos- es el centro cruel del mundo, mientras los otros (o sea, nosotros) forman parte de la periferia explotada y explotable en la que habitan los seres inferiores. No hay lugar a dudas: «Disney expulsa lo productivo y lo histórico del mundo, tal como el imperialismo ha prohibido lo productivo y lo histórico en el mundo del subdesarrollo. Disney construye su fantasía imitando subconscientemente el modo en el que el sistema capitalista mundial construye la realidad y tal como desea seguir armándola»” (Del “Manual del perfecto idiota latinoamericano” de P.A. Mendoza, C.A. Montaner y A. Vargas Llosa-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1996).
En los manuales de psiquiatría puede encontrarse la sintomatología que permite describir el “pensamiento político” de los ideólogos de izquierda, en lugar de tratar de comprenderlo a partir de los elaborados estudios de los especialistas de la política. Marie-France Hirigoyen escribió: “Los perversos narcisistas suelen presentarse como moralizadores y suelen dar lecciones de rectitud a los demás. En este sentido, se aproximan a las personalidades paranoicas”. “La personalidad paranoica responde a las siguientes características:
- La hipertrofia del yo: orgullo, sentimiento de superioridad.
- La rigidez psicológica: obstinación, intolerancia, racionalidad fría, dificultad para mostrar emociones positivas, desprecio del otro.
- La desconfianza: temor exagerado de la agresividad ajena, sensación de ser una víctima de la maldad del otro, suspicacia, celos.
- Los juicios equivocados: interpreta acontecimientos neutros como si fueran adversos.
Entre las creencias típicas de la izquierda política aparece el relativismo moral por el cual se desconoce la posibilidad de que exista el bien y el mal en sentido absoluto. Así, se considera que un asesinato puede ser bueno o malo, dependiendo de las circunstancia o del contexto social. Por ello, en la sociedad argentina poco o nada se habla de los asesinatos cometidos por la guerrilla durante los setenta, ya que se considera que la vida de un “burgués”, o de un policía, poco o nada vale, mientras que, por el contrario, vale mucho la vida de un terrorista por pretender instaurar el socialismo. La citada autora agrega: “El perverso, a diferencia del paranoico, aunque conozca perfectamente las leyes y las reglas de la vida en sociedad, juega con ellas para soslayarlas con un mayor regocijo. Desafiar las leyes es lo propio del perverso. Su objetivo es confundir a su interlocutor mostrándole que su sistema de valores no funciona, para luego conducirlo hacia una ética perversa”.
Los seres humanos, en forma inconsciente, creemos que los demás son similares a nosotros. Así, la persona bondadosa cree que las demás personas también lo son, mientras que el que esconde malas intenciones supone que la sociedad es tan perversa como él mismo: “La perversión narcisista es un arreglo que permite evitar la angustia al proyectar todo lo malo sobre el exterior. Es una defensa contra la desintegración psíquica. Cuando atacan al otro, los perversos pretenden, sobre todo, protegerse. Donde podría aparecer la culpabilidad, nace una angustia psicótica insoportable que se proyecta con violencia sobre el chivo expiatorio. Este último es el receptáculo de todo aquello que su agresor no puede soportar”.
“Durante su infancia, y a fin de protegerse, los perversos tuvieron que aprender a separar sus partes sanas de sus partes heridas. Por esta razón, siguen funcionando de una manera fragmentada. Su mundo se divide en lo bueno y lo malo. Proyectar todo lo que es malo sobre alguien les ayuda a sentirse mejor es sus propias vidas y les garantiza una cierta estabilidad. Los perversos temen la omnipotencia que imaginan en los demás porque se sienten impotentes. En un registro casi delirante, desconfían de los demás y les atribuyen una malevolencia que no es más que una proyección de su propia maldad”.
Los líderes populistas y totalitarios resultan tener cierto carisma que los hace atractivos a las masas; de ahí su peligrosidad. La citada autora agrega: “Si este mecanismo resulta eficaz, el odio que proyectan sobre un blanco al que convierten en presa es suficiente para aplacar sus tensiones interiores, lo que les permite mostrarse como una compañía agradable en otros lugares. Esto explica la sorpresa, o incluso la incredulidad, de las personas que se enteran de las acciones perversas de una persona cercana que hasta ese momento sólo había mostrado su lado positivo. Las pruebas que presentan las víctimas no parecen creíbles”.
Los líderes populistas tienen la pretensión de imponer sus propios criterios a toda una nación, siendo un síntoma de sus personalidades enfermas. Desde el punto de vista del liberalismo existe una izquierda roja (marxismo-leninismo) y una izquierda negra (fascismo, nazismo, peronismo) que concuerdan en gran parte de sus proyectos y cuyos líderes padecen de similares problemas mentales. Juan Domingo Perón escribió: “El adoctrinamiento nacional representa para nosotros el punto de partida de una nueva Argentina que piensa de una misma manera, siente de un mismo modo y obrará unánimemente de una misma forma”.
El analista político Fernando A. Iglesias establece una analogía entre el vínculo “líder populista-masa” con el vínculo “psicópata golpeador-mujer golpeada”. Es una interesante forma de entender el auge populista en la Argentina.
Así como algunas mujeres golpeadas más admiran a sus maridos mientras más las golpean, las masas más admiran a su líder populista mientras mayor sea el deterioro social. Al respecto escribió: “En tanto la globalización se transforma en una oportunidad para todos los países de desarrollo medio como la Argentina, que desde hace al menos una década crecen más que el Primer Mundo y entraron en las grandes ligas bajo la sigla BRICS, la sociedad mujer golpeada argentina sigue creyendo que todo lo malo que pasa en nuestro país se debe a la maléfica influencia del extranjero. Es el mantra nacionalista que emite el psicópata, que no aparece el 25 de mayo de 2003 sino mucho antes. Lo hemos alimentado, sin darnos cuenta. Lo hemos dejado crecer, de distraídos…Finalmente, visto el fracaso, hemos tratado de convencernos de que no existía. Pero allí está, el psicópata; en el poder desde hace un cuarto de siglo, mientras nosotros, sus neuróticos complementarios, nos especializamos en el disfrute de la queja”.
“No hay nada de original en este rasgo del kirchnerismo ni en el propio kirchnerismo. Ni siquiera en su rasgo psicopático. Todo proviene de la misma fuente original, el primer peronismo, experto en el truco del nacionalismo autoritario: convencer a su víctima, la sociedad argentina, de que sus problemas y enemigos están fuera de ella. «Braden o Perón», se decía entonces. Hoy es «Patria o buitres». La maniobra de poner los culpables afuera, usada y abusada tanto por los militares como por el peronismo, tiene un objetivo simple: ocultar que el enemigo del desarrollo del país está adentro, desviando la atención y justificando la enfermiza relación entre la sociedad argentina, mujer golpeada, y sus maridos psicopáticos y golpeadores. Ayer, el Partido Militar. Hoy, el Partido Populista”.
“Un psicópata se ha infiltrado en la familia argentina, y la política nacional se está reduciendo a decidir la actitud que debe adoptarse frente a él. Unírsele, para disfrutar los beneficios. Aliarse, para sacar ventaja. Entregarse, para que no se enoje. Hacer como si no existiese, para no enfrentar el propio miedo. O plantarse, pelear, y que sea lo que Dios quiera con tal de conservar el sentido de la vida y la dignidad. Antes de decidirse por una de estas opciones habrá que tener en cuenta que los psicópatas, como los tiburones, nunca duermen. No importa cuánto poder acumulen, jamás les parece suficiente. Y siempre van por más, especialmente cuando la víctima renuncia a defenderse” (De “Es el peronismo, estúpido”-Galerna-Buenos Aires 2015).
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