Por lo general, existe cierta uniformidad en los argumentos esgrimidos a favor y en contra del liberalismo, como también existe cierta uniformidad a favor y en contra del socialismo. Tal uniformidad aparece por el hecho de que cada autor liberal aprende de otros liberales, mientras que cada socialista aprende de otros socialistas, de donde surgen pensamientos promedio, o típicos, que resulta fácil de advertir en cuanto alguien emite alguna opinión sobre un tema social.
Tales pensamientos tienen distintos fundamentos; mientras el liberal se basa en las ciencias sociales, especialmente en la economía, el pensamiento socialista se basa esencialmente en la ideología marxista-leninista, en sus distintas variantes, desconociendo la validez de la ciencia económica, de la lógica, de la ética, de la religión, etc., calificándose a sí mismo como “socialismo científico”.
Carlos Alberto Montaner estableció una síntesis de los principios liberales, en los cuales se basan las distintas posturas afines, sin que exista una coincidencia total. Al respecto escribió: “¿Qué creen, en suma, los liberales? Vale la pena concretarlo ahora de manera sintética. Los liberales sostenemos siete creencias fundamentales extraídas de la experiencia, y todas ellas pueden recitarse casi con la cadencia de una oración laica:
- Creemos en la libertad y la responsabilidad individuales como valor supremo de la comunidad.
- Creemos en la propiedad privada, para que ambas –libertad y responsabilidad- puedan ser realmente ejercidas.
- Creemos en la convivencia dentro de un Estado de Derecho regido por una Constitución que salvaguarde los derechos inalienables de la persona.
- Creemos en que el mercado –un mercado abierto a la competencia y sin controles de precios- es la forma más eficaz de realizar transacciones económicas.
- Creemos en la supremacía de una sociedad civil formada por ciudadanos, no por súbditos, que voluntaria y libremente segrega cierto tipo de Estado para su disfrute y beneficio, y no al revés.
- Creemos en la democracia representativa como método para la toma de decisiones colectivas.
- Creemos en que el gobierno –mientras menos, mejor-, siempre compuesto por servidores públicos, totalmente obedientes a las leyes, debe estar sujeto a la inspección constante de los ciudadanos”.
“Quien suscriba estos siete criterios es un liberal. Se puede ser un convencido militante de la Escuela austriaca fundada por Carl Menger; se puede ser ilusionadamente monetarista, como Milton Friedman, o institucionalista, como Ronald Coase y Douglas North; se puede ser culturalista, como Gary Becker y Larry Harrison; se puede creer en la conveniencia de suprimir los «bancos de emisión», como Hayek, o predicar la vuelta al patrón oro, como prescribía Mises; se puede pensar, como los peruanos Enrique Ghersi o Álvaro Vargas Llosa, neorrusonianos sin advertirlo, en que cualquier forma de instrucción pública puede llegar a ser contraria a los intereses de los individuos; o se puede poner el acento en la labor fiscalizadora de la «acción pública», como han hecho James Buchanan y sus discípulos, pero esas escuelas y criterios sólo constituyen los matices y las opiniones de un permanente debate que existe en el seno del liberalismo, no la sustancia de un pensamiento liberal muy rico, complejo y variado, con varios siglos de existencia constantemente enriquecida, ideario que se fundamenta en la ética, la filosofía, el derecho y –naturalmente- en la economía” (De “No perdamos también el siglo XXI”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1997).
El pensamiento socialista no sólo es diferente y opuesto, sino que es incompatible con el liberal. Quienes buscan compatibilizarlos mediante una “tercera vía”, suponen la validez parcial de ambos. Sin embargo, desde el punto de vista liberal, como del socialista, el propio sistema es el “verdadero” y el otro es el “falso”, en forma semejante a las posturas religiosas que rechazan totalmente a las demás.
Mientras el liberal cree en la “libertad y responsabilidad individual”, que al menos con el tiempo puede lograrse, el socialista estima que el hombre en libertad es malo (“explotador”) y que por ello debe estar sometido por el Estado. Luego, el Estado debe ser dirigido por los socialistas, seres “buenos y justos” y superiores moralmente a los demás. Si existe superioridad moral ha de ser la del que innova y produce, y no del que confisca lo ajeno y lo redistribuye mediante un proceso en el cual la mayor parte de lo confiscado quedará por el camino.
Se considera, además, que la propiedad privada es un requisito previo para el logro de la libertad. Ello es fácil de advertir por cuanto en los sistemas socialistas, el trabajador queda ligado a las decisiones del Estado, dueño de viviendas y de medios de producción. El dueño tiene libertad para dar órdenes, mientras que quien nada posee, poco puede decidir sobre su vida y su futuro.
En cuanto al Estado de Derecho, al que quedan sometidos tanto ciudadanos como gobernantes en una sociedad democrática, se advierte que bajo un sistema socialista no existe tal igualdad, ya que predomina el poder decisorio del partido único, que por lo general ignora las leyes establecidas, y que muchas veces esas leyes tienen un carácter poco menos que decorativo.
El mercado “sin controles de precios por parte del Estado”, en realidad ya tiene su propio control establecido por la competencia. Además, tampoco es necesario el control estatal del mercado laboral por cuanto la competencia empresarial lo hace innecesario. Si alguien se considera “explotado laboralmente” tiene la opción de cambiar de empresa (siempre y cuando se trate de un mercado desarrollado).
Mientras que el liberalismo considera prioritariamente al individuo y sus derechos, el colectivismo considera prioritariamente al súbdito que debe obedecer las directivas del Estado. En el socialismo, cada individuo debe renunciar a sus proyectos personales para responder a los proyectos colectivos ordenados por el Estado.
En lugar de la democracia representativa, por la cual se eligen las personas más capacitadas para ejercer la gestión administrativa, los socialistas proponen la democracia participativa por la cual las decisiones importantes se toman a partir del voto de la mayoría. En este caso se trata de sociedades que todavía no entraron en la etapa totalitaria.
Debido a la existencia de la responsabilidad individual y de los sistemas autorregulados, la intervención del Estado debe ser idealmente pequeña, ya que una intervención importante tiende a distorsionar al mercado y a los demás sistemas sociales autoorganizados. Por el contrario, el Estado debe tener una importante presencia cuando tratando de favorecer y garantizar el desarrollo del mercado.
En cuanto a las propuestas del liberalismo, Montaner las sintetiza de la siguiente manera: “Los gobiernos han tenido que dictar varias políticas de carácter económico también extraordinariamente fáciles de comprender:
- La sociedad tiene que tener una moneda estable y libremente convertible con la cual realizar sus transacciones, lo que obliga a proponer un presupuesto fiscalmente equilibrado que dificulte la inflación y la consiguiente devaluación.
- El mercado debe estar abierto a la competencia interna y externa para que aumente la productividad.
- El gasto público tiene que ser mínimo para que las empresas y las personas puedan ahorrar e invertir. Si para hacerles frente a gastos públicos elevados la tasa de impuestos es alta, el desarrollo sólo podrá lograrse importando capitales, y no se conoce un solo caso de un país que haya salido del atraso con la inversión extranjera.
- El desarrollo tiene que hacerse fomentando el ahorro y la inversión nacionales. La inversión extranjera es un complemento, no el factor principal del desarrollo.
- Al mismo tiempo, el gobierno tiene que contar con una administración competente, honrada y totalmente transparente, en la cual los contratos se asignen mediante concursos limpios y no por clientelismo o corrupción.
- Esa administración, además, tiene que mantener contactos fluidos con el mundo empresarial y con el mundo académico para que circule la información pertinente de carácter técnico y científico, y para que exista una mínima coordinación entre los objetivos de los diferentes estamentos de la sociedad vinculados a la producción y el consumo”.
La estabilidad de la moneda es un requisito básico para el funcionamiento del mercado, de lo contrario se produce una seria distorsión del mismo. El proceso inflacionario tiende a perjudicar mayormente a la gente de menores recursos.
La mayor parte de los inconvenientes que se producen con la apertura al comercio exterior se deben a que no existió un previo desarrollo del mercado interno, por lo cual es necesaria cierta gradualidad. El desarrollo de un mercado competitivo nacional requiere un tiempo de recuperación luego del predominio del populismo o del socialismo. Mientras que China tuvo éxito al incorporar el mercado, aplicándolo en forma gradual, en la ex-URSS no tuvo el mismo éxito, o más bien fue inicialmente un fracaso. La propuesta liberal implica una dirección a adoptar en el tiempo que cada país requiera, en lugar de ser una secuencia de etapas aplicadas aun cuando no exista una previa predisposición de la población a aceptarlo. Montaner agrega: “En Argentina –y pongo este ejemplo entre otros veinte que me vienen a la cabeza-, tras el paréntesis liberal de los últimos veinticinco años del siglo XIX y los primeros treinta de nuestro siglo, sobrevino un periodo de confusión que provocó la pérdida de la fe en el sistema y fue abriéndole la puerta a las aventuras totalitarias. Sólo así se explica que una nación fundamentalmente instruida, como Argentina, se dejara seducir por alguien tan minuciosamente equivocado como fue el primer Perón”.
“Este ejemplo podemos aplicarlo a cada uno de nuestros pueblos y con él podemos entender a cada uno de nuestros tiranos. No nos caían del cielo, repito, nos los buscábamos nosotros mismos con nuestra absoluta desinformación, con nuestras vacilaciones y perplejidades”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario