El criterio que debe imperar, para definir los objetivos de la educación, ha de consistir en tener presente el requerimiento de una doble adaptación: al orden natural y al medio social. La educación integral debe tener en cuenta, además, tanto lo físico, como lo moral y lo intelectual, respondiendo al criterio universalista que exige un mundo globalizado. Carlos Alberto Montaner escribió: “Desde hace casi tres mil años, desde que existe la educación organizada, los tres asuntos principales de la pedagogía continúan sin solucionarse: qué se enseña, cómo se enseña y para qué se enseña”.
Mientras que en otras épocas un individuo podía vivir con una escasa capacitación laboral, cada vez resulta más difícil la supervivencia debido a que el avance tecnológico ha desplazado del campo laboral a quienes realizaban labores rutinarias, ocupando la agricultura y la industria un porcentaje cada vez más pequeño de la población laboralmente activa. De ahí que más del 75% de los puestos de trabajo se encuentran en el sector servicios, en donde se requiere cierta especialización laboral.
En cuanto a los precursores medievales, el citado autor escribe: “Un buen punto de partida para trazar la genealogía de la pedagogía liberal … puede situarse en lo que se ha llamado la Escuela franciscana de Oxford, Inglaterra, en la que dos frailes, Roger Bacon y Duns Escoto, en el siglo XIII, sin proponérselo, comenzaron a dar una singular batalla contra el pensamiento escolástico. Esa batalla duró nada menos que quinientos años y se libró en todas las universidades de Occidente”.
“En la Edad Media se conocía como escolástico al profesor que enseñaba el trivio –gramática, retórica y dialéctica, también llamada lógica- y el cuadrivio –geometría, aritmética, astronomía y música-. Ese era el currículo –algo así como letras y ciencias, división que llega hasta nuestros días- La pedagogía, se fragmentaba también en dos aspectos: la «lectio» o lección y la «disputatio» o disputa. En la lección el escolástico leía y comentaba un texto. En la disputa se examinaba el asunto desde distintos ángulos”.
“Ahí, pues, en el método, no radicaba el problema del pensamiento escolástico, sino en los fines que perseguía. Donde la escolástica se convertía en un freno al desarrollo del espíritu y de la ciencia era en el objetivo del conocimiento. Cuando los escolásticos se planteaban el «para qué» de la enseñanza, se les hacía transparente que el fin de aquellos intensos ejercicios intelectuales no podía ser otro que el de entender la verdad, no descubrirla, sino entenderla, porque esa verdad ya había sido descubierta por las autoridades. ¿Y quiénes eran esas autoridades? Eran los Padres de la Iglesia, textos de las escrituras o conclusiones suscritas en un concilio por los obispos y cardenales católicos”.
“Y lo que se dijera o escribiera contra la doctrina se convertía inmediatamente en falso, herético y dañino. De ahí la importancia de la posición que Bacon y –sobre todo- Duns Escoto comienzan a asumir: la verdadera ciencia debe separarse de la teología, porque esta última no pertenece al reino de la razón sino al de la fe” (De “No perdamos también el siglo XXI”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1997).
Con la Reforma protestante se instalan principios que se incorporan a las ideas vigentes. Entre ellos aparece el germen del nacionalismo, cuando Martin Lutero traduce la Biblia al alemán. El universalismo (o catolicismo) tiende a reemplazarse por el nacionalismo protestante. “Los reformadores religiosos, con Lutero y Calvino a la cabeza, instituyeron cuatro principios que aún continúan gravitando en nuestros sistemas educativos, y hasta en nuestras constituciones:
- El principio de instrucción universal.
- La creación de escuelas populares para los pobres.
- Control de la educación por los laicos.
- Escuelas «nacionales» encaminadas a forjar la identidad.
“Esa educación nacional, y –si se quiere- nacionalista, en su afán de alejarse de Roma y de la tradición latina, abominó de los estudios clásicos, se alejó del latín, y se dedicó a preparar ciudadanos de una nación determinada, y no de todo el orbe cristiano, como pretendía la tradición humanista católica”.
“En el Renacimiento, cuando todavía no habían aflorado las tendencias nacionales que comenzaron a surgir con la Reforma, las raíces del hombre occidental se buscaban, con buen sentido, en Grecia y en Roma. Si nuestras lenguas y nuestra cultura de allí venían en lo fundamental –la religión, las instituciones, la forma de gobierno, las artes y la literatura- era ahí donde había que buscar una madre patria común. Por eso el ideal pedagógico renacentista era universal, y por eso, entre otras razones, se mantenía la vigencia del latín como lengua franca y como lengua madre”.
“Esta concepción universalista se vino abajo, lamentablemente, con la fragmentación religiosa. La Biblia alemana, vivamente traducida por Lutero, y la idea de una escuela nacional que defendiera las señas de identidad propias, provocaron una creciente irritación nacionalista que acaso, en alguna medida, ha sido responsable de los mataderos de nuestro espantoso siglo XX”.
Un personaje influyente fue Jean Jacques Rousseau, autor del «Emilio», un libro acerca de la educación. “Con una gran intuición psicológica, el «Emilio» está dividido en cinco libros que hoy pudiéramos relacionar con las llamadas teorías del desarrollo de la personalidad. En los dos primeros, Rousseau se ocupaba de la niñez, época en la que predominan los sentimientos, etapa que termina a los 12 años. En el siguiente periodo, durante la adolescencia, prevalece el egoísmo utilitario. El joven es capaz de precisar lo que le conviene y lucha para obtenerlo. A partir de los 16 años ese egocentrismo da paso a la valoración ética, el raciocinio maduro y a la preocupación metafísica o religiosa. El joven se ha convertido, desde el punto de vista intelectual, en adulto, y está listo para el contacto y los conflictos sociales…”.
Giovanni Enrico Pestalozzi es considerado el primer educador moderno: “…un suizo alemán de remotos antecedentes italianos, no fue, como Rousseau o como Kant, un pensador que escribía sobre temas pedagógicos, sino un maestro que amaba y practicaba la profesión de enseñar”. “En efecto, Pestalozzi –que no cree, como Rousseau, en el aprendizaje casi espontáneo e incontaminado- receta una cálida combinación entre el afecto y la suave autoridad moral, de manera que el niño aprenda a amar porque lo aman, mientras acepta de buen grado la enseñanza moral de unos maestros que no inspiran temor sino afecto y solidaridad. Hay que educar para la libertad –pensaba Pestalozzi-, pero también hay que educar para el taller y para la vida, por lo que no dudaba en llevar a sus estudiantes a los sitios en los que artesanos, obreros y campesinos se ganaban el pan”.
Ante los fracasos políticos y económicos de los totalitarismos, se hace evidente que la educación actual debe orientar a todo individuo hacia una adaptación al espíritu cooperativo requerido por la sociedad democrática, lo que se conoce como la educación liberal. “Se estudia, se debe estudiar, para reforzar el espíritu de convivencia liberal que flota en el ambiente. El aprendizaje no sólo debe contribuir a la acumulación de conocimientos, sino, también, y en un alto grado, a reforzar el tipo de comportamiento que favorezca la paz, la democracia, el respeto al otro, la tolerancia, y el resto de las virtudes que deben estar presentes en un número abrumador de ciudadanos para que sea posible el milagro de la convivencia en libertad”.
“Hay pues, en nuestra visión de la pedagogía liberal, que colocar la enseñanza de valores por encima de cualquier otro objetivo, dado que –pese a las infundadas acusaciones de nuestros enemigos- la sociedad liberal se basa, esencialmente, en una idea ética: mantener los lazos sociales por medio del ejercicio de la libertad. Y de ahí, de ese núcleo fundamental, se desprenden el Estado de Derecho, y la economía de mercado, terrenos en los que realizamos nuestras transacciones, forjamos nuestros pactos y dirimimos nuestros conflictos”.
El deseado universalismo de los contenidos de la educación se ha de lograr desde el momento en que todo conocimiento tenga un fundamento científico, y que, por ello, sea parte de alguna rama de la ciencia experimental. Incluso los aspectos éticos de nuestro comportamiento, al poder ser descriptos mediante las componentes afectivas de nuestra actitud característica, muestran la existencia de una ética natural compatible con la cristiana.
La ciencia experimental, al describir las leyes naturales, “hereda” la universalidad de las mismas, resultando ser un camino para acercarse simbólicamente a Dios, no a través de intermediarios, sino en forma directa conociendo sus leyes eternas e inmutables.
Carlos Alberto Montaner sugiere también un conocimiento básico de la economía: “Es indispensable que los estudiantes –que todas las personas- entiendan los fundamentos de la economía liberal para conseguir el enriquecimiento de nuestros pueblos y, más importante aún, para garantizar la paz social. Hay que enseñar cómo se crea la riqueza y cómo se malgasta. Pero es prudente partir, para no crear falsas expectativas, de una melancólica observación: la visión económica liberal es contraria a las intuiciones primarias o a los razonamientos elementales, lo que nos obliga a ser muy cuidadosos en la preparación de la propuesta liberal”.
“¿Cómo explicar que la «justicia social» recetada por funcionarios gubernamentales o por políticos en liza electoral suele conducir al empobrecimiento del conjunto de la sociedad? ¿Cómo convencer a las personas corrientes y molientes de que el alza de salarios por encima del nivel de inflación a medio plazo contribuye a una disminución del poder adquisitivo de unos obreros que son más pobres mientras más dinero reciben, sólo porque no son capaces de percibir la necesaria relación que deben tener los bienes circulantes y el dinero disponible? ¿Cómo lograr ciudadanos capaces de elegir inteligentemente la opción liberal, si no se tiene una idea del sistema fiscal, de lo que se debe esperar del Estado, del costo de las acciones públicas, o de todo aquello que debe formar parte de la esfera privada?”.
Lamentablemente, la vigencia del populismo, que promueve un igualitarismo (igualdad artificial) a través de la prohibición de premios y castigos en los establecimientos educacionales, ha deteriorado seriamente la relación entre docentes y alumnos y aun entre alumnos. Como el premio eleva y el castigo rebaja, resultan anti-igualitarios. Al eliminarlos, se promueve el caos educativo con consecuencias adversas para el presente y mucho más para el futuro.
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