Entre las discusiones vigentes en la actualidad se encuentra la establecida acerca de la prioridad de la asistencia social del Estado, o bien por priorizar los medios económicos que la han de sustentar. Encontramos así un sector que pretende subordinar la economía a la política, ignorando sus leyes, mientras que otro sector pretende compatibilizarlas adecuadamente.
Esto nos recuerda las discusiones entre los entusiastas creyentes en las visitas de seres extraterrestres, por una parte, y quienes se muestran escépticos, por la otra. Por lo general, los primeros establecen sus creencias ignorando completamente las leyes de la física y de la biología, por lo cual entran fácilmente en el mundo del “todo vale”, careciendo de sentido toda discusión al respecto.
En el caso de la asistencia social sucede algo similar; quienes niegan o desconocen las leyes de la economía, entran en el terreno de las creencias infundadas incluso calificando de “insensibles” o “perversos” a quienes se oponen a la ayuda social indiscriminada por parte del Estado. En realidad, no se trata de gente insensible o perversa, sino de personas que, contemplando la realidad a través de las leyes de la economía, advierten que una asistencia social excesiva, es decir, que va más allá de las posibilidades económicas del Estado, tiende a empeorar las cosas en lugar de mejorarlas. Juan D. Perón expresó: “El tema del cálculo económico no nos interesa; nosotros proclamamos los derechos sociales de la jubilación del ama de casa; las cuestiones actuariales que las arreglen los que vengan dentro de cincuenta años” (Citado en el “Manual del perfecto idiota latinoamericano” de P.A. Mendoza, C.A. Montaner y Á. Vargas Llosa-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1996).
Si un Estado recibe en materia de impuestos una cantidad monetaria de 100 unidades y gasta 140, los 40 faltantes ha de solventarlos mediante emisión monetaria, que genera inflación, o bien mediante la recepción de préstamos, que genera intereses, y que hace que el déficit sea mayor aún. Tanto la inflación como los pagos de intereses deterioran aún más la situación económica recayendo los inconvenientes asociados en los sectores más necesitados. Este es el caso típico que se produce como consecuencia de la asistencia social no asociada a una adecuada sustentabilidad económica por lo cual las cosas empeoran en lugar de mejorar. Alan García Pérez expresó: “Otros gobiernos, otras ideologías y otros sectores sociales postularon que si el Gobierno recibe 100 sólo deba gastar 100. Nosotros decimos que si el Gobierno recibe 100, puede gastar 110, 115, porque con esos quince habrá crédito para el campesino”.
Para “completar” el cuadro, los populistas expropian o nacionalizan empresas (que muchas veces van a parar a patrimonios personales de los políticos de turno) generando un éxodo de capitales hacia los países desarrollados. De ahí que el renombrado “imperialismo yankee” se establezca con la valiosa e imprescindible ayuda de los sectores populistas y totalitarios una vez que comienzan con las expropiaciones, que actúan como señal de alarma ante quienes todavía no fueron expropiados.
El sector “perverso”, calificado también como “neoliberal”, se opone al sector “neopopulista” pensando que, en lugar de la redistribución por parte del Estado, debe establecerse una adecuada inversión productiva que asegure los medios de la asistencia social; de lo contrario se tratará de un simple engaño populista por parte de políticos irresponsables que buscan triunfar en futuras elecciones usando las esperanzas y las necesidades del pueblo sabiendo que, sin un sustento concreto, no podrán satisfacerlas.
Además de los problemas mencionados, aparece el de los impuestos excesivos. Si a una empresa se le quita gran parte de sus ganancias, no tendrá medios económicos disponibles para realizar inversiones productivas, por lo que tampoco se ha de esperar la creación de nuevos puestos de trabajo, que son necesarios e imprescindibles en toda población que crece anualmente alrededor del 1,5% del total.
Mientras que en otras épocas se consideraba prioritaria la ayuda social a los sectores pobres e indigentes, en la actualidad se considera que la ayuda debe ser universal, es decir, que ha de recaer sobre todas las personas, ya sea que necesiten ayuda o no, con lo cual se perjudica a los sectores que en realidad la necesitan. La universalidad de la asistencia social se establece para combatir, no tanto la pobreza, como la “desigualdad social”. Así, cuando solamente recibe ayuda el sector necesitado, ello constituye un trato desigual por parte del Estado, implicando una especie de sacrilegio ante el “noble ideal” del igualitarismo.
Los países con menos pobreza son los que mantienen una adecuada sustentabilidad económica de la ayuda social. Ello implica esencialmente que no perjudican al sector productivo, incluso favorecen su crecimiento, ya que adoptan una escala de valores desconocida por los países subdesarrollados: el mérito lo tiene el empresario que vence las dificultades asociadas a la producción, mientras que el demérito es el de quienes poco o nada producen pretendiendo redistribuir desde el Estado lo que generan los demás.
En los países desarrollados los sectores productivos gozan de mayor prestigio (aunque no en forma masiva) que los sectores políticos, mientras que en los países subdesarrollados gozan de mayor popularidad los políticos que se muestran “generosos”, no favoreciendo la producción, sino repartiendo lo ajeno. Lawrence E. Harrison escribió: “La visión que la sociedad tiene del mundo se ha expresado en formas que han afectado la cohesión de la sociedad, su inclinación hacia la justicia y el progreso y, hasta qué punto ésta toca el potencial creativo humano. Creo que esos son factores que explican de forma importante por qué algunas sociedades tienen más éxito que otras”.
“En el caso de América Latina vemos un modelo cultural de la cultura tradicional hispánica, que es antidemocrático, antisocial, antiprogresista, antiempresarial y, al menos entre la elite, antilaboral” (De “El subdesarrollo está en la mente”-Editorial REI Argentina SA-Buenos Aires 1987).
Las fallas evidentes del Estado de Bienestar, o Estado benefactor, se sintetiza en los porcentajes reales de asistencia social que terminan en los bolsillos de la gente pobre. En países con una corrupción media, como los EEUU, de cada dólar asignado a ayuda social, le llegan 30 centavos a quien la necesita realmente. En países con elevada corrupción, los porcentajes han de ser significativamente menores. El resto queda “en el camino”, es decir, recursos que podrían haber sido dirigidos al proceso productivo, han ido a parar, mayoritariamente, a los bolsillos de parásitos sociales que impiden tanto la creación de riquezas como de una ayuda efectiva a quienes la necesitan.
Algunos sostienen que la culpa de los problemas económicos y sociales se debe enteramente a la clase política. Sin embargo, debe considerarse que existe una intelectualidad y una población que admite las ideas dominantes en el populismo. Lo grave no es que el pequeño sector de políticos esté constituido por gente irresponsable, sino que un gran sector de la población lo apoya con sus votos.
Cierto escritor italiano comentaba que, durante un viaje a Sicilia, cuando es transportado por un vehículo, el conductor advierte la presencia de un tronco sobre el camino, que impide el paso. Se baja, lo retira, pasa con el vehículo y luego se detiene nuevamente para volver a poner el tronco en el mismo lugar que estaba. Sorprendido, el escritor le pregunta acerca de por qué tal decisión, recibiendo como respuesta: “No quiero que crean que soy un tonto”.
La tendencia a no beneficiar a los demás, ni siquiera en una pequeñez, es bastante común entre los argentinos. De ahí que, si alguien comenta que capitales y empresas extranjeros vendrán al país para beneficiarnos simultáneamente con ellos, tal idea será del desagrado de muchos, porque se rechaza la idea de beneficiar a alguien. Y si se supone que tales capitales y empresas se beneficiarán unilateralmente, con mayor razón la rechazará. “Para nuestro idiota, esta afirmación de Eduardo Galeano sigue siendo cierta: «América Latina sigue trabajando de sirvienta. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y las carnes, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos, que ganan consumiéndolos mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos»”.
“Si los gobiernos asumieran como axioma los evangelios de Galeano, cerrarían las exportaciones de petróleo, las minas de cobre, de estaño, de carbón y dejarían de vender la carne, el trigo, el café, las flores o el banano. ¿Qué sucedería entonces? Lo dijimos: millones de personas quedarían sin empleo, desaparecería por completo el comercio internacional, habría parálisis de la salud por falta de medicamentos, sin dejar de mencionar que se produciría una terrible hambruna en la región”.
“Por si fuera poco, el autor de «Las venas abiertas de América Latina» sostiene que nuestras transacciones económicas no deberían estar sujetas al libre juego de la oferta y la demanda, sino que tendrían que someterse a lo que él ha llamado la asignación de valores justos para bienes y servicios. Olvida que con la misma lógica los norteamericanos o los japoneses podrían también pedir un precio justo por su penicilina, sus aviones, sus equipos de comunicaciones, su maquinaria y su tecnología. Ahora bien, habría que preguntarse quién o quienes se harían cargo en el mundo de sustituir al mercado para fijar ese mágico valor justo. Esa pregunta la dejó Galeano sin respuesta” (De “Últimas noticias del nuevo idiota latinoamericano” de P.A. Mendoza, C.A. Montaner y Á. Vargas Llosa-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2014).
Todo indica que el sector que conscientemente apoya un masivo asistencialismo social estatal, apoya subconscientemente el deterioro de la sustentabilidad económica de tal asistencialismo. Por otra parte, quienes conscientemente apoyan la sustentabilidad económica de la nación, apoyan tácitamente el asistencialismo social estatal. Milton Friedman escribió: “La idea de que el problema se encuentra en el Estado y de que en su intervención no se halla la solución; que la mano invisible de la cooperación privada, que actúa a través del mercado, resulta más efectiva que la mano visible de la burocracia, es más evolucionada, más sutil y justamente, por ese mismo motivo, más difícil de comprender. Comprenderla requiere más reflexión y menos emotividad. Se trata de una idea que no se expresa con oraciones sonoras, saturadas de sentimientos floridos, de promesas hechas a determinados grupos o personas. Por otra parte, el mercado no tiene propagandistas que pregonen sus éxitos o que disculpen sus fracasos cuando estos se producen. Eso es uno de los atributos de la burocracia” (Del Prefacio de “La hora de la verdad” de William E. Simon-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1980).
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