sábado, 31 de octubre de 2015

Intelectualidad enajenada vs. Intelectualidad comprometida

Aun cuando transitemos una etapa científica, gran parte de las sociedades se ve sometida a la influencia perniciosa de los “intelectuales” que ignoran parcialmente las ciencias sociales, como la economía y la historia. Para ellos, el siglo XX evidenció el fracaso del capitalismo, en lugar del fracaso del socialismo. P.A. Mendoza, C.A. Montaner y Á. Vargas Llosa escriben al respecto: “Desde hace por lo menos tres mil años, el intelectual va por la vida como un ser superior. Platón creía que la facultad intelectual otorgaba un don de mando sobre los demás y proponía coronar a sus escogidos. Para Aristóteles la contemplación intelectual era la actividad más estimable. En la Edad Media, al intelectual se le llamaba clérigo, en parte porque lo era y en parte porque la inteligencia parecía indisociable de la teología, la actividad suprema”.

“Cuando la razón coló las narices por entre la cota de malla de la teología y el derecho divino, los intelectuales fundaron la era moderna. Nadie se acordó de los comerciantes y los burgos, que habían desarmado, en la práctica, el muñeco medieval. Desde entonces, todos los sistemas políticos y económicos han prometido la salvación en la Tierra con razones suministradas por el intelectual, ese clérigo moderno. En algo, pues, Platón acertó: estamos ante un bicho de cuidado. Para él, había que cuidarlo bien. Para nosotros, hay que cuidarse de él porque su capacidad de convocatoria y su influencia en la sociedad pueden convertirlo en un peligroso fabricante de miseria”.

“Los intelectuales, mediante su comportamiento y pensamiento político contribuyeron a impedir durante mucho tiempo que la democracia y la economía de mercado –la única capaz de generar prosperidad- arraigaran en nuestras tierras de un modo firme. Incluso ahora, casi una década después del desplome del Muro de Berlín, los intelectuales parecen empeñados en justificar formas autoritarias de poder bajo el pretexto del «progreso» y enfilan sus baterías, a veces con lenguaje nuevo, contra el viejo enemigo: el capitalismo. Todas las acciones de gobierno se han llevado a cabo en un cierto clima intelectual, bajo el influjo de determinadas ideas, que fueron conduciendo a nuestros países por una senda de dictadura, a veces totalitaria, a veces populista, siempre enemistada con las evidencias que la realidad ponía frente a los ojos de todo el mundo y que los propios intelectuales deberían haber sido los primeros en ver”.

“Todas las teorías que han querido explicar la pobreza a partir de conspiraciones internacionales y nacionales, y escudarse detrás de la lucha de clases para justificar el odio al éxito y la empresa libre, han tenido un origen intelectual. Los gobiernos y los partidos no producen ideas: generalmente las encarnan. Quienes las producen, o ayudan, mediante su prédica, a entronizarlas, son los intelectuales. Por eso cabe una responsabilidad principalísima a esta variante de la especie en el fracaso político y económico de tantos años” (De “Los fabricantes de miseria” de P.A. Mendoza, C.A. Montaner y Á. Vargas Llosa-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1998).

Toda enajenación mental implica un distanciamiento respecto de la realidad. De ahí que el pseudo-intelectual es alguien que se aleja de la realidad al ignorar conscientemente una parte del contenido de las ciencias sociales. Incluso tiende a ignorar los hechos que contradicen la falsa ideología que profesa. Adoptar la propia realidad como referencia es el primer requisito que debe cumplir tanto el científico como el intelectual. El segundo requisito implica decir siempre la verdad; lo que significa expresar y transmitir fielmente lo que se ha observado y lo que se ha podido fundamentar con coherencia lógica.

Las divisiones sociales, que impiden el fortalecimiento de las naciones y favorecen su fracaso, han sido promovidas por la falsa intelectualidad. Los citados autores escriben: “Ortega y Gasset escribía, tan temprano como el 9 de febrero de 1913: «Una nueva España es sólo posible si se unen estos dos términos: democracia y competencia»”.

“En efecto, «democracia y competencia» eran la perfecta combinación liberal que acaso le hubiera ahorrado a España el horror de la guerra civil y la pobreza que el país padeciera desde 1936 hasta prácticamente treinta años más tarde. Es muy probable que una clase intelectual mejor formada e informada hubiera contribuido más eficazmente a colocar a España en la proa de Europa. Tal vez no sea del todo justo tildar a los intelectuales españoles de fabricantes de miseria, pero alguna responsabilidad, sin duda, les cabe”.

En oposición a la intelectualidad enajenada encontramos a la intelectualidad universalista, comprometida con el avance y el progreso de la humanidad. Este es el caso de Hannah Arendt, de origen judío, quien advirtió con suficiente claridad, en 1948, los problemas asociados al futuro Estado de Israel. Al respecto escribió: “Incluso si los judíos ganasen la guerra, al final encontrarían destruidas las únicas posibilidades y los únicos logros del sionismo en Palestina. El país que aparecería entonces sería algo muy diferente al soñado por la judería mundial, tanto sionista como no sionista. Los judíos «victoriosos» vivirían rodeados por una población árabe totalmente hostil, aislados dentro de unas fronteras continuamente amenazadas, obsesionados por la autodefensa física hasta un grado tal que sumergiría todos los demás intereses y actividades. El desarrollo de una cultura judía dejaría de ser el objetivo de la gente; los experimentos sociales serían descartados como lujos impracticables; el pensamiento político giraría en torno a la estrategia militar; el desarrollo económico estaría determinado exclusivamente por las necesidades de la guerra. Y todo esto sería el destino de una nación que […] seguiría siendo un pueblo muy pequeño, sobrepasado numéricamente por sus vecinos hostiles. Bajo estas circunstancias […] los judíos palestinos acabarían siendo una de esas tribus guerreras cuyas posibilidades e importancia la historia nos ha enseñado de sobra desde la época de Esparta” (Citado en “Arendt” de Cristina Sánchez-EMSE EDAPP SL-Buenos Aires 2015).

Mientras que el “intelectual” de izquierda tiende a reivindicar y a justificar la acción de asesinos seriales como el Che Guevara, o delincuentes como Fidel Castro, Hannah Arendt dedica gran parte de sus actividades al estudio y a la denuncia de los totalitarismos, por cuanto su pertenencia a la humanidad le hace sentir como propias las penurias pasadas por las victimas de la barbarie nazi y comunista. “La comprensión no significa negar la atrocidad, deducir de precedentes lo que no los tiene o explicar fenómenos por analogías y generalidades…Significa, más bien, examinar y soportar conscientemente la carga que los acontecimientos han colocado sobre nosotros”. (De “Los orígenes del totalitarismo”).

Arendt se cuestiona, no tanto la existencia de depravados y paranoicos que gobiernan los pueblos, sino la aceptación que tuvieron, y tienen, en gran parte de la sociedad. Aquí puede observarse el “trabajo fino” del pseudo-intelectual que reviste de palabras heroicas lo que no es otra cosa que barbarie y salvajismo. Cristina Sánchez escribió: “¿Cómo explicar un régimen que lograba el apoyo entusiasta de las masas pero que al mismo tiempo implantaba el terror como forma de gobierno? ¿Se podía explicar solo atendiendo a la figura de un líder carismático? Todo apuntaba a que el totalitarismo había introducido cambios muy profundos en la manera de entender la política, pero sobre todo, dijo Arendt, en nuestra manera de entender la misma condición humana. Responder a todo ello, a los muchos y nuevos interrogantes que se planteaban, significaba hacer algo más que escribir una historia del régimen totalitario. Implicaba, entre otras cosas, realizar un análisis acerca de cómo y por qué surge un régimen con unas nuevas características, qué factores son los que influyen, y qué cambios produce la implantación del totalitarismo entre la sociedad y los individuos”.

“La creación de grandes masas de personas parias (sin sociedad que las proteja, y sin derechos, sin pertenencia a ningún Estado-nación) por medio de la expansión de los tratados de minorías de principios del siglo XX, supuso la antesala del triunfo del régimen totalitario”. “Lo que hicieron el nazismo y el estalinismo fue darle una solución totalitaria –el exterminio- al problema no resuelto de las grandes masas de minorías (de pueblos parias) que se encontraban dentro de sus dominios territoriales”.

En realidad, los marxistas-leninistas arremetieron contra sus propias poblaciones, contra el sector, o clase social, aborrecida por la ideología. Mientras que el nazismo parece ser una etapa superada por la humanidad, el “intelectual” de izquierda mantiene su interés en promover la creación de las condiciones propicias para el advenimiento de nuevos tiranos que tendrán en sus manos el poder total y absoluto sobre la sociedad, con los riesgos ciertos de que tal tirano posea una personalidad paranoica y agresiva.

La estatización de los medios de producción y la abolición de la propiedad privada es todo lo que hace falta para crear una situación de riesgo y de peligro extremo. No puede, en este caso, hablarse de ingenuidad o de ignorancia, sino de una consciente perversidad que apunta a renovar los hechos catastróficos acontecidos en el siglo XX. Incluso se ha llegado al extremo de que la propia Iglesia Católica se oponga a la propiedad privada y a la economía de mercado, apoyando tácitamente las condiciones para el surgimiento de un nuevo Fidel Castro, y por que no, de un nuevo Stalin.

Es posible que los libros de divulgación de la política y de la economía, alguna vez hagan innecesaria la intermediación de los “intelectuales”. Si el conocimiento se divulgara masivamente, todo individuo podría quedar inmunizado contra los predicadores de la barbarie totalitaria y populista. “Los acontecimientos políticos de la España de la primera mitad de este siglo [se refieren al XX] delataron en los intelectuales una incapacidad para optar por la democracia liberal y una fascinación por las dos formas de totalitarismo, el fascismo y el comunismo. Muchos de ellos, a izquierda o a derecha, combatieron al enemigo correcto desde la trinchera equivocada” (“Fabricantes de miseria”).

Cuando varios intelectuales se juntan, son capaces hasta de faltarle el respeto y burlarse de la memoria de decenas de millones de victimas inocentes del comunismo, como fue el caso de la comisión encargada de otorgar los Premios Nobel de Literatura, cuando se lo otorgan a Pablo Neruda, quien escribió loas a Stalin y a Mao, a pesar de los crímenes por éstos cometidos. “Después de escribir un poema de homenaje a Stalin en su muerte, se adapta a la era Kruschev, el detractor necrológico de Stalin y continuador del sistema comunista”.

“En sus memorias, Neruda rinde culto a Lenin sin atenuantes”. “En sus referencias a China, Neruda menciona el culto a la personalidad de Mao, pero nunca a sus crímenes ni la Revolución Cultural, como si el problema hubiera sido, al igual que con Stalin, sólo el culto a la personalidad. Se permite, por lo demás, varios elogios compensatorios de Mao” (“Fabricantes de miseria”).

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