La disputa entre liberalismo y socialismo adquiere, en muchos países, el carácter de una verdadera guerra ideológica, ya que se utilizan tácticas de combate psicológico en forma consciente. En realidad, la guerra viene planteada desde el sector socialista por cuanto se empeña en difamar al liberalismo transformando su imagen ante la opinión pública incluso con atributos contrarios a los que el liberalismo posee. Éste, por el contrario, utiliza la verdad como “arma” señalando simplemente los resultados logrados por el socialismo a lo largo y a lo ancho del mundo, tanto en el pasado como en la actualidad.
Las principales figuras del liberalismo son economistas, varios de ellos galardonados con el Premio Nobel de Economía, mientras que las principales figuras del socialismo son políticos totalitarios que promovieron asesinatos, aunque en distintas magnitudes, como Lenin, Stalin, Fidel Castro o el Che Guevara. La mentalidad predominante en el liberalismo favorece las descripciones científicas de la sociedad, mientras que la mentalidad socialista tiene como meta principal la destrucción del sistema capitalista. Como destruir y mentir es más fácil que construir y decir la verdad, se advierte en los países subdesarrollados el “triunfo ideológico” del socialismo, al menos desde el punto de vista de la adhesión por parte de la población.
Entre las tácticas empleadas por los socialistas aparece la utilización de una supuesta superioridad moral. Luego de calumniar al sector productivo como “explotador de los trabajadores”, proponen una sociedad en la que tal supremacía justificará su acceso al poder. Una vez que dispongan del poder absoluto, redistribuirán con “justicia social” todo lo confiscado a quienes trabajan y producen. Sin embargo, la explotación del trabajador por parte del Estado (o de la camarilla que lo dirige) ha sido bastante común en los regimenes socialistas.
Robert Greene y Joost Elffers describen la “Estrategia virtuosa”, similar a la empleada por los socialistas: “En un mundo político, la causa que defiendes debe parecer más justa que la del enemigo. Concibe esto como un terreno moral que la otra parte y tú se disputan; cuestionando los motivos de tus adversarios y haciéndolos parecer malos, puedes reducir su base de apoyo y margen de maniobra. Pon la mira en los puntos débiles de su imagen pública, exponiendo sus hipocresías. Nunca supongas que la justicia de tu causa es evidente; hazla pública y promuévela. Cuando caigas bajo el ataque moral de un enemigo astuto, no te quejes ni enojes: pelea fuego contra fuego. De ser posible, sitúate como si fueras desvalido, la víctima, el mártir. Aprende a infligir culpa como arma moral” (De “Las 33 estrategias de la guerra”-Editorial Océano de México SA-México 2007).
Aunque el Imperio Soviético ya no existe, varias de sus tácticas se mantienen vigentes. André Beaufre escribió: “El rasgo central de la «maniobra externa» es asegurar para uno mismo la máxima libertad de acción, paralizando al mismo tiempo al enemigo con un sinnúmero de frenos disuasivos, en cierto modo como los liliputienses ataron a Gulliver. Al igual que todas las operaciones destinadas a disuadir, la acción será, desde luego, primariamente psicológica; medidas políticas, económicas, diplomáticas y militares se combinarán hacia el mismo fin”.
“Los procedimientos empleados para lograr este efecto disuasivo van de lo más sutil a lo más brutal: se apelará a las fórmulas legales del derecho nacional e internacional, se jugará con las susceptibilidades morales y humanitarias y se harán intentos de sacudir la conciencia del enemigo haciéndolo dudar de la justicia de su causa. Con estos métodos se incitará la oposición de alguna sección de la opinión pública interna del enemigo, y se estimulará al mismo tiempo a algún sector de la opinión pública internacional; el resultado será una verdadera coalición moral, y se harán intentos para cooptar a los simpatizantes menos sofisticados con argumentos basados en sus ideas preconcebidas. Este clima de opinión se explotará en las Naciones Unidas, por ejemplo, o en otras agrupaciones internacionales; primariamente, sin embargo, se usará como amenaza para impedir que el enemigo emprenda alguna acción particular”.
“Cabe señalar que, así como en una operación militar se toma una posición en el terreno y por lo tanto se le niega al enemigo, en el plano psicológico es posible adoptar posiciones abstractas e igualmente negarlas a la otra parte. Los líderes de la Unión Soviética, por ejemplo, han vuelto de su exclusiva propiedad la plataforma de la paz, la de la abolición de las armas atómicas (mientras ellos siguen desarrollándolas) y la del anticolonialismo, mientras ellos gobiernan el único imperio colonial aun en existencia”.
“Por lo tanto, podría ser que esas posiciones ideológicas ocupadas por las fuerzas del marxismo sean «conquistadas» algún día por Occidente; pero esto presupone que este último haya aprendido en su estrategia indirecta el valor de pensar y calcular en vez de intentar meramente aplicar principios jurídicos o morales que su enemigo puede usar contra él a cada paso” (De la Introducción de “Strategy”, 1963).
Es fácil advertir en los ideólogos de izquierda el permanente ataque y descalificación a todo lo asociado al liberalismo mientras lo observan desde el pedestal moral en el que fingen estar situados. Greene y Elffers agregan: “Entiende: no puedes ganar guerras sin apoyo público y político, pero la gente se negará a unirse a tu bando o causa a menos que ésta parezca recta y justa. Presentar tu causa como justa implica estrategia y teatralidad. Primero, es prudente que elijas una pugna con un enemigo al que puedas describir como autoritario, hipócrita y sediento de poder. Usando todos los medios a tu disposición, lanza primero una ofensiva moral contra los puntos vulnerables de tu adversario. Haz que tu lenguaje sea fuerte y atractivo para las masas, y si puedes, moldéalo de tal forma que des a la gente la oportunidad de expresar una hostilidad que ya siente. Cita contra tus enemigos sus propias palabras, para hacer que tus ataques parezcan justos, desinteresados. Crea una mancha moral que se adhiera a ellos como pegamento. Inducirlos a un contraataque desmedido te atraerá aún más apoyo público. En vez de pregonar tu bondad –lo que te haría parecer presumido y arrogante-, demuéstrala mediante el contraste entre sus irracionales acciones y tus actos de cruzada. Lanza contra ellos la peor acusación: que persiguen el poder, mientras que a ti te motiva algo más alto y generoso”.
“No te preocupes por las manipulaciones a las que tendrás que recurrir para ganar esta batalla moral. Hacer pública demostración de que tu causa es más justa que la del enemigo distraerá ampliamente a la gente de los medios que emplees. «Siempre hay grupos humanos concretos que combaten a otros grupos humanos concretos en nombre de la justicia, la humanidad, el orden o la paz. Cuando se reprocha inmoralidad y cinismo, el espectador de fenómenos políticos siempre puede reconocer en esos reproches un arma política usada en el combate» Carl Schmitt (1888-1985)”.
En la Argentina kirchnerista se puede advertir que los principales dirigentes defensores de los “derechos humanos” han sido terroristas en los años 70, sin ningún atisbo de arrepentimiento. Utilizan tales derechos como una forma de enriquecerse a costa del Estado, cobrando subsidios generalmente fraguados, y también como arma ideológica para ganar votos y mantener el poder. “Hay individuos y grupos que usan la moral con un propósito muy distinto: no para mantener el orden social, sino para extraer una ventaja en una situación competitiva, como la guerra, la política o los negocios. En sus manos, la moral se convierte en un arma por empuñar para dirigir la atención a su causa mientras se le desvía de las repulsivas, menos nobles acciones inevitables en toda lucha de poder. Esas personas tienden a aprovechar la ambivalencia que todos poseemos ante el conflicto y el poder, explotando nuestros sentimientos de culpa para sus fines. Por ejemplo, pueden situarse como víctimas de la injusticia, para que quienes se opongan a ellas parezcan malos e insensibles. O pueden hacer tal ostentación de superioridad moral que nos sintamos avergonzados por disentir de ellas. Son maestros en ocupar el trono moral y traducirlo en una suerte de poder o ventaja”.
“Llamemos a estos estrategas «guerreros morales». Hay generalmente dos tipos: inconscientes y conscientes. Los guerreros morales inconscientes tienden a estar motivados por sensaciones de debilidad. Quizá no sean tan buenos para el juego directo del poder, así que funcionan haciendo que otras personas se sientan culpables y moralmente inferiores: una inconsciente, reflexiva manera de nivelar el campo de juego. Pese a su aparente fragilidad, son peligrosos en el nivel individual, porque parecen sinceros y pueden ejercer mucho poder sobre las emociones de la gente. Los guerreros morales conscientes son aquellos que usan la estrategia en forma intencional. Son más peligrosos en un nivel público, donde pueden tomar el trono moral manipulando los medios de información”.
En las aparentes intenciones de los movimientos populistas y totalitarios, se habla siempre de “liberar” a los pueblos, cuando en realidad se trata de dominarlos y hasta de esclavizarlos. “Si libras una guerra de agresión y tu meta es eliminar a tu enemigo, busca la manera de presentarte no como conquistador, sino como liberador. No peleas por territorios o dinero, sino para liberar a personas que sufren bajo un régimen opresor”.
La adhesión a movimientos o grupos políticos guiados ideológicamente con fines nefastos, poco o nada beneficiosos para la mayor parte de la sociedad, tienden a ocupar el vacío dejado por una religión que pretende perpetuarse por medio de la fe dejando de lado lo racional y lo experimental, incluso abriendo las puertas a grupos violentos auto-legitimados precisamente por alguna creencia particular. Robert Greene y Joost Elffers describen las tácticas adoptadas por quienes organizan tales movimientos: “Juegue con la necesidad de la gente de tener fe en algo, para conseguir seguidores incondicionales: la gente tiene una necesidad irrefrenable de creer en algo. Conviértase en el centro focalizador de esa necesidad, ofreciéndoles una causa o una nueva convicción a la que adherir. Formúlela en términos vagos pero pletóricos de promesas. Enfatice el entusiasmo por sobre el pensamiento claro y racional. Dé a sus nuevos discípulos rituales que realizar y exíjales sacrificios. Ante la ausencia de una religión organizada y grandes causas en las que pueda creer, su nuevo sistema de convicciones le conferirá un poder inaudito” (De “Las 48 leyes del Poder”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1999).
Los populismos, incluida la veneración personal de los líderes de turno, son movimientos políticos que han dividido y debilitado a los pueblos, ubicándolos en el subdesarrollo económico y social en forma casi definitiva. Al menos no resulta sencillo imaginar que por medio de la educación y del conocimiento se vaya a revertir una especie de fe irracional enquistada en la mayor parte de los estratos sociales.
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