El proceso de adaptación cultural al orden natural se debe esencialmente al intercambio de información y conocimientos entre individuos y pueblos. Tal intercambio asegura un progreso continuo permitiendo que el hombre adquiera mayores niveles de adaptación. Cuando alguien produce una innovación cultural, una vez verificadas sus ventajas, su autor se constituirá en un maestro que será imitado y emulado.
No todos los hombres y pueblos comparten la actitud emuladora, ya que muchas veces predomina la actitud egoísta y competitiva, no admitiendo ser discípulos de nadie. Ignoran el avance cultural y tratan de mantener sus propias costumbres y tradiciones oponiéndose al espíritu del proceso adaptativo. El progreso de la humanidad, por el contrario, se debe a una especie de “división internacional del trabajo intelectual” que se advierte principalmente en el ámbito de la ciencia experimental.
La trascendencia de los pueblos se asocia a la cantidad y a la calidad de sus innovaciones culturales que son luego adoptadas por los restantes pueblos, mientras que la intrascendencia cultural se asocia a la ausencia de aportes realizados e, incluso, a negarse a adoptar los avances propuestos por otros pueblos.
Cuando Enrico Fermi organiza el Grupo de Roma, busca que Italia vuelva a ocupar el lugar preeminente que ostentaba en otras épocas. Se decide a abandonar el estudio de la física atómica y molecular para pasarse a la física nuclear, enviando a varios de sus colaboradores a especializarse a otros países. Gerard Holton escribió: “La cuarta etapa presenció una gran dispersión, pero temporal; en realidad, fue la segunda fase de un grupo –en dos fases- de expediciones. Rasetti había ido antes al laboratorio de Millikan en Pasadena para trabajar sobre el efecto de Raman. Segré había ido a visitar a Zeeman en Ámsterdam para trabajar en el efecto de Zeeman de la radiación cuadrúpola. Ello fue antes de tomar la decisión de dedicarse a la física nuclear. La segunda fase de las «expediciones» comenzó en 1931, cuando Rasetti fue al laboratorio de Lise Meitner, en el Kaiser Wilhelm Institut, de Berlín-Dahlem, a aprender cómo hacer una cámara de niebla, preparar muestras de polonio y fuentes de neutrones, y hacer contadores”.
“Segré fue a Hamburgo a trabajar con Otto Stern, y Amaldi al laboratorio de Debye en Leipzig. Su propósito no era aprender directamente el trabajo nuclear, sino algo más general. La intención era «que fuésemos todos a un lugar donde se pudiera aprender una nueva técnica experimental, y traerla de regreso…sin olvidar la intención de ensanchar nuestro propio campo. Hasta estuvimos considerando, en cierto momento, construir un ciclotrón…Sabíamos que había que aprender la técnica de vacíos; no podíamos hacer un vacío entre todos nosotros juntos…Y así, también tendríamos que tener mayor variedad, mayor libertad»” (De “La imaginación científica”-Fondo de Cultura Económica-México 1985).
Luego de varios éxitos, por los cuales dos de sus integrantes reciben posteriormente el Premio Nobel de Física (Fermi y Segré), el Grupo de Roma se disuelve ante el avance poco cultural y poco evolutivo del fascismo. La mayor parte de sus integrantes abandona el país para radicarse en el extranjero.
El científico tiende casi siempre a emular alguna figura destacada de su campo de investigación. Esa misma actitud permite establecer la tendencia a una competencia constructiva, que mira hacia el propio individuo imponiéndose la tarea de mejorar y de producir aportes trascendentes. Ello se diferencia de la competencia destructiva en la cual se mira hacia el ocasional rival que es adoptado como referencia, resultado tan importante un éxito propio como un fracaso ajeno.
La actitud emuladora y constructiva, a nivel individual, es la que finalmente permitirá el progreso de individuos y pueblos, y no dependerá de la raza, religión, etnia, medio geográfico, clase social, etc., sino de la predisposición del individuo a adoptarla. De ahí que las razones por las cuales unos pueblos sean ricos y desarrollados y otros pobres y subdesarrollados, depende esencialmente de un factor ético individual que ha de predominar, o no, a nivel social.
Los países que progresan y se destacan, se caracterizan por haber intercambiado información con otros y, especialmente, por haberlos emulado en los aspectos en que se destacaban. Este es el caso de Roma, que admite e incorpora los aspectos notables de los pueblos conquistados. “Aunque, en las fases iniciales, fue el pueblo romano el artífice de su historia, pronto otros pueblos de Italia y, más tarde, todos los entornos del Mediterráneo contribuyeron a la formación de ese rico y esplendoroso pasado. Pues los itálicos y los provinciales pasaron pronto de pueblos conquistados a copartícipes y colaboradores en las responsabilidades de gobierno; ya que en el primer siglo del imperio muchos galos e hispanos formaban parte del Senado romano y desempeñaban todo tipo de magistraturas”.
“La unidad política de los pueblos del Mediterráneo, soñada por Alejandro Magno y realizada por Roma, no fue un simple resultado de los hechos bélicos, de los ejércitos victoriosos romanos. Significó, ante todo, el resultado de la adaptabilidad romana y del respeto a las variadas formas políticas, institucionales y mentales de esos pueblos”. “El Estado romano ofrecía las ventajas de la unidad, tan útiles para el desarrollo económico, y no exigía excesivas contrapartidas: fidelidad política y no muy altos impuestos. El oriente del Mediterráneo siguió hablando griego; más aún, todos los miembros de la oligarquía romana se preciaban de conocerlo” (De “El poder de Roma”-SARPE-Madrid 1985).
Mientras que la China del siglo XV ostentaba un exitoso presente, la Europa de ese entonces era un conglomerado humano violento y desorganizado. Sin embargo, con el tiempo, China cierra sus fronteras a todo intercambio comercial y cultural, mientras que Europa las abre mostrando una actitud competitiva. Más adelante ocurre lo inverso; China permanece estancada mientras que en Europa florece el comercio, la ciencia y la cultura. Niall Ferguson escribió al respecto: “A partir del año 1500, a cualquiera que se sorprendiera en China construyendo un barco con más de dos mástiles se le podía aplicar la pena de muerte; en 1551 pasó a ser delito incluso hacerse a la mar en un barco de esas características”.
Por el contrario, en esa época comienzan los viajes expedicionarios que parten de España y Portugal. “Occidente tenía más de una ventaja sobre el resto del mundo. Pero la que realmente resultó crucial fue seguramente la feroz competencia que impulsó la época de los descubrimientos. Para los europeos, circunnavegar África no tenía nada que ver con exigir un tributo simbólico para algún alto y poderoso potentado del país que fuere, sino con adelantarse a sus rivales, tanto económica como políticamente”.
“La Compañía Holandesa de las Indias Orientales, fundada en 1602, y su homóloga la Compañía Británica, fueron las primeras empresas propiamente capitalistas, con su capital social dividido en acciones negociables que daban dividendos en efectivo a discreción de sus directores. En Oriente no surgió nada parecido a estas instituciones tan asombrosamente dinámicas”.
“La fragmentación política que caracterizó a Europa impidió la creación de nada que fuera remotamente parecido al Imperio chino. Y asimismo impulsó a los europeos a buscar oportunidades –económicas, geopolíticas y religiosas- en tierras lejanas. Podría decirse que fue un ejemplo de «divide y vencerás», con la salvedad de que, paradójicamente, fue dividiéndose ellos mismos cómo los europeos lograron dominar el mundo. En Europa, pues, lo pequeño fue hermoso, porque implicó competencia; y competencia no sólo entre Estados, sino también en el seno de éstos”. (De “Civilización. Occidente y el resto”-Debate-Buenos Aires 2012).
Para Carlos Alberto Montaner, la identidad occidental o helénica, resulta ser el factor clave para que los países logren el desarrollo. Al respecto escribió: “Todos los pueblos que alcanzaron cierta hegemonía a lo largo de por lo menos los dos mil últimos años, han logrado su hazaña por un mecanismo de imitación o transculturación que decidida y casi siempre voluntariamente tomaba como paradigma la cabeza del mundo helenístico, los cánones y el modo de producción y administración entonces vigente, y ahí, copiado primero y emulado después, conseguían dar un salto cualitativo, hasta lograr alzarse a la cima de la civilización” (De “No perdamos también el siglo XXI”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1997).
En los últimos tiempos ha sido evidente tal proceso en algunos países orientales que supieron emular los adelantos logrados en Occidente. “Un fenómeno similar volvió a ocurrir tras la Segunda Guerra Mundial, cuando los japoneses efectuaron un cuidadoso análisis de las tendencias hegemónicas en la industria planetaria –entonces dominada de forma abrumadora por EEUU- y salieron primero a aprender, luego a imitar, más tarde a innovar y –recientemente- a inventar. Así sucedió con la industria del acero, la construcción de barcos, automóviles y con la electrónica”.
“Un proceso muy parecido es el que se observa en los casos de Singapur, Corea del Sur, Taiwan y Hong Kong después de la Segunda Guerra Mundial. Los cuatro dragones han realizado sus «milagros» económicos de manera diferente, pero todos ellos comparten ese rasgo presente en el Japón de la etapa Meiji o de la reciente posguerra: el previo consenso y la decisión sin vacilaciones de la clase dirigente a potenciar a la sociedad a integrarse en el menor plazo posible a la cabeza técnica y científica del mundo occidental. Los dragones podían disentir en las proporciones de intervención estatal que empleaban en la transformación de sus sociedades, o podían tener más o menos libertades políticas, pero todos coincidían en un aspecto fundamental: se inspiraron o imitaron sin rubor a los países líderes de Occidente, copiando su tecnología y ciencias punteras, como paso previo para la posterior creación autónoma. Todos tuvieron clarísimo sentido de la dirección histórica, y todos intuyeron que el desarrollo de sus países se podía llevar a cabo en un periodo sorprendentemente rápido si no se perdía el norte de la helenización. El secreto estaba en imitar los rasgos más notables y las tendencias económicas y científicas más evidentes de la cabeza de la aldea global. Lo demás –la innovación y la invención- luego vendría por añadidura como consecuencia de enérgicos planes de investigación y desarrollo”.
La actitud predominante en los países latinoamericanos, por el contrario, es de desconfianza y temor ante los países exitosos, por lo cual lo último que harán será imitarlos. “Los caudillos,….que han contado con gran apoyo popular y buena prensa en el extranjero, lo que generalmente han planteado no es la helenización y occidentalización cultural y económica de la región, sino la segregación de los países o del continente de su matriz occidental, indicando para esta mutilación una oscura especificidad que nadie alcanza a definir razonablemente, y a la que suele añadirse un gesto hosco y la presentación simultánea de un largo memorial de agravios históricos”.
“Es muy sencillo –y hasta puede ser grato- transferirles a los demás las responsabilidades de nuestro relativo fracaso, pero eso nos coloca fuera de la autoridad de la verdad. La tarea del desarrollo es muy difícil –es cierto-, y en ella se trenzan saberes, valores, actitudes y creencias, pero jamás ha sido fácil para pueblo alguno”.
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