Debido a que eran más las coincidencias que las diferencias entre comunistas y nazis, Friedrich Hayek comentaba que en la Alemania nazi era muy común la “conversión” de comunistas en nazis. Algo muy distinto es el paso del comunismo al liberalismo, cuya única explicación es que hubo una prédica embaucadora y mentirosa promovida por los ideólogos marxistas. Quien intenta comparar, luego, la ideología con la realidad, pronto, o no tanto, se dará cuenta del engaño y por ello es posible que acepte los lineamientos básicos del liberalismo.
La ideología marxista propone la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, si bien en muchos casos implica la eliminación de toda propiedad privada. Ello asegura la pérdida total de libertad de una población que quedará supeditada a las decisiones de quienes dirigen el Estado, que son los “dueños” efectivos de toda forma de propiedad, ya que son quienes toman las decisiones generales.
Justifican toda expropiación aduciendo que el burgués es en extremo egoísta y que por ello es necesaria la generosa acción de los marxistas a cargo del Estado, quienes cumplirán la función de redistribuir la producción equitativamente, al menos en teoría. Se advierte una discriminación moral y social previa que justificará la violencia y las catástrofes sociales que ocurrieron en varios países. Sin embargo, los incautos, al encontrar cierta veracidad en tales afirmaciones, tienden a creer todas las fantasías deducidas a partir de tales verdades parciales.
Como en todo sector de la sociedad, o en toda clase social, no existe uniformidad de valores, resulta frecuente la “generalización fácil”, por la cual se escuchan expresiones como “todos los empresarios”, “todos los políticos” o “todos los judíos”, que resulta el primer eslabón de una serie de “razonamientos” que conducen tarde o temprano a alguna forma de violencia. De ahí que sea necesario establecer juicios a nivel individual y no colectivo.
Entre los casos más conocidos de intelectuales que fueron engañados por la prédica marxista, encontramos a Arthur Koestler, que le llevó 8 años advertir su error. También Mario Vargas Llosa transitó por una etapa socialista hasta llegar a ser una figura reconocida del sector liberal. A continuación se transcribe un artículo sobre el distinguido escritor peruano:
VARGAS LLOSA ENTRA EN LA ETERNIDAD
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
Con Mario Vargas Llosa desaparece el último gran liberal del Siglo XX cuando las ideas por las que luchó a lo largo de su dilatada vida, la democracia liberal y el capitalismo de libre empresa, las dos expresiones intelectuales de la sociedad abierta sufren el embate del colectivismo de izquierdas y de derechas. Ambos arrogan al poder el privilegio de controlar no sólo las acciones de los hombres sino de gobernar sus fantasías, sus sueños y su memoria. Contra esto luchó en su obra de ficción, en la ensayística, en la periodística, en sus innumerables apariciones públicas. Sus novelas eran un ejercicio de rebelión contra la voluntad autoritaria y totalitaria de inmovilizar el presente, ideal supremo de todas las dictaduras y sus escritos de no ficción eran la expresión de esa misma visión.
Vargas Llosa fue la encarnación del intelectual comprometido con la verdad y la libertad. Comprendió muy pronto el carácter letal de las utopías de izquierdas, esas bellísimas mujeres con la cabeza en las nubes y los pies en un charco de sangre. Eso le llevó a una ruptura temprana y dolorosa con algunos/muchos intelectuales que habían abrazado y seguían profesando la fe marxista leninista a pesar de sus crímenes. Ello le convirtió en un traidor a la “Causa” y le ganó el odio y la descalificación perenne de buena parte de sus antiguos amigos. Dejó de ser un compañero de viaje de los peregrinos a La Habana y a Moscú cuando la mayoría de los intelectuales de su mundo seguían admirando y rindiendo pleitesía al Ogro Filantrópico.
Si se tuviese que elegir una contrafigura de Vargas Llosa no sería, como se señala a veces, la de García Márquez sino la de Jean Paul Sartre. Este mantuvo su Fe en el comunismo hasta llegar a aplaudir los Juicios de Moscú y negar la inexistencia del Gulag, un invento progandístico de la derecha reaccionaria e imperialista. Y mantuvo esas ideas hasta su muerte. Vargas Llosa nunca sucumbió a lo que Julien Benda denominó en su libro de 1927 la “trahison des clercs” aunque eso le dejase en un aislamiento poco espléndido en una escena dominada por la izquierda fósil y reaccionaria satelizada por la URSS. Y Mario no adoptó frente a ella un “laissez faire, laissez passer”, un lavarse las manos, una retirada al Olimpio del arte, a una torre de marfil, sino la combatió de manera constante e irreductible a lo largo de su existencia.
La evolución ideológica de Vargas Llosa fue popperiana; esto es un ejercicio de racionalismo crítico. Toda pretensión de verdad y de conocimiento ha de pasar el tamiz de la consistencia lógica de las hipótesis que se plantean y de su contrastación empírica. Y los resultados de ese proceso nunca son definitivos. Este enfoque es antitético con la conversión de las ideas políticas en una especie de religiones seculares adoptadas de manera acrítica por sus seguidores. Este es el auténtico antídoto contra el sectarismo, contra la conversión de los idearios en teología y una vacuna de sano escepticismo frente al pensamiento mágico y único. El mundo avanza a través de un proceso de ensayo-error y eso implica libertad de pensamiento y de acción.
De igual modo, Vargas Llosa denunció a los regímenes autoritarios de derechas. Nunca mostró complacencia alguna respecto a ellos y siempre consideró inseparable la unión entre la democracia y la libertad. Para él, el liberalismo era un sistema integral de principios y no un menú a la carta cuyos ingredientes se combinaban a gusto del consumidor. De ahí, su nula tolerancia hacia las dictaduras de derechas aunque, algunas de ellas, fuesen favorables a la libertad económica. El nacionalismo, bandera de las dictaduras conservadoras en Hispanoamérica y fuera de ella, era para Mario una expresión del colectivismo, una manera de sacrificar los derechos individuales en los altares de un interés nacional cuyo único propósito era legitimar el abuso de poder por los gobernantes; una inflamación patológica y tóxica del patriotismo.
Como autor de ficción, Vargas Llosa rechazaba todo intento de manipular la historia, de emplearla como un instrumento al servicio de los Gobiernos de turno para proporcionarles una coartada legitimadora de todas sus fechorías. En esta línea siempre recordaba el ejemplo de los incas. Muerto el Emperador, el nuevo rehacía la memoria oficial, corregía y reconstruía el pasado ayudado en esa tarea por la intelligentsia de su corte, los Amautas. La construcción de una historia oficial y la prohibición de ofrecer alternativas a ésta ha sido uno de los recursos constantes y favoritos de los sistemas autocráticos y, aunque parezca mentira, de algunos autodenominados democráticos en el Hemisferio Occidental.
Por último, Vargas Llosa tenía un don especial, el de hacer llegar con claridad, con precisión y de manera atractiva los ideales de la libertad a un público masivo. Su capacidad dialéctica rivalizaba con sus dotes literarias y quienes han tenido el honor y el placer de escucharle pueden dar testimonio de ello. También quienes han tenido la fortuna de ser sus amigos y de acompañarle durante años son testigos de su encanto, de su accesibilidad, de su magna generosidad. Era la antítesis de la pretenciosidad y de la arrogancia. De él queda una obra inmortal pero, sobre todo, un monumento al coraje y a la coherencia de un pensador liberal que ya ha entrado con pleno derecho en el panteón de los grandes.
Este artículo fue publicado originalmente en La Vanguardia (España) el 18 de abril de 2025.
(De elcato.org)
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