miércoles, 21 de mayo de 2025

Entrevista a Ernesto Sábato

Por Jorge Montes

Jorge Montes (J.M.): Poco después de publicar "El Túnel", usted declaró que tenía temor de morir y ser juzgado sólo por lo amargo de esa novela. ¿Por qué esa amargura?...¿De dónde viene?...¿Cómo fue su infancia?

Ernesto Sábato (E.S.): Fuimos once hermanos. A los dos menores, Arturo que fue presidente de YPF, y a mí, mamá nos "agarró" para ella; nos encerró y vivimos prácticamente enclaustrados, mirando las correrías de los demás chicos desde una ventana. Nada de ir al río, remontar barriletes, treparse a los árboles y otras cosas por el estilo. Yo no recuerdo ni haber jugado al trompo o a la bolita. De esa manera tuve una infancia muy melancólica, muy prisionera. Y no es que mi madre fuera mala. Por el contrario. Era una madre fenomenal, a la vez estoica, severa y cariñosa. Pero así fue, por lo que sea.

J.M.: ¿Está de acuerdo con una educación de ese tipo?

E.S.: Creo que no debe caerse en ninguno de los dos extremos. Ni en la educación extremadamente severa de antes, ni en la extremadamente blanda de hoy. La educación blanda de ahora es una catástrofe mundial; es uno de los errores más graves que está cometiendo la humanidad. Y la desorientación de los chicos es la consecuencia paradójica de su amplia libertad. Porque cuando los chicos están perdidos no tienen a quien recurrir. Uno no se apoya en columnas de manteca, se apoya en columnas de hierro. Los padres de antes eran columnas de hierro. La educación severa es sin duda terrible, deja sedimentos muy tristes. Pero la educación blanda tiene una cantidad de atributos negativos y catastróficos que sería largo de enumerar, empezando porque el hogar se está deshaciendo.

J.M.: ¿Tanto?

E.S.: Veinte mil años de experiencia de la humanidad entera han probado que es indispensable tener padre y madre. Mi casa era mi padre y mi madre, dos autoridades complementarias y diferentes; dos pilares opuestos e indispensables. La educación extremadamente severa tampoco es lo óptimo, claro. Pero no hay por qué tener que optar por alguno de estos dos extremos; lo óptimo es una posición intermedia constituida por dos atributos: autoridad y afectos. Creo que la educación debe ser a la vez afectuosa y firme. Y sin injusticias. Si el adulto no las tolera, el niño mucho menos.

J.M.: ¿Y la amistad entre padre e hijo?

E.S.: No se puede hablar de amistad entre padres e hijos. Es un grave error. Se es amigo entre iguales. El padre no es un igual. El padre es más y es menos que un amigo, es diferente. El chico pasa a menudo por grandes problemas de orientación, por grandes crisis, y necesita apoyarse en los padres como en columnas firmes, ahora, desdichadamente, cada día más infrecuentes. Vinculado a todo esto está el problema de las jerarquías. El padre no pertenece a la misma jerarquía que el hijo. No hay por qué enojarse con esta afirmación; es un hecho.

Del mismo modo que el jefe no tiene la misma jerarquía que el soldado o el profesor con el discípulo. La existencia de jerarquías es, paradójicamente, el mayor favor que podemos hacerle a los hijos, a los estudiantes, por lo mismo que dije antes de la necesidad de pilares en los momentos de desorientación. Se suele confundir, en esta época, la libertad con la liquidación de las jerarquías. Así le va a la humanidad contemporánea. Eso no lo digo yo solamente. Grandes pensadores y también esos sabios de la calle; como en nuestro caso Enrique Santos Discépolo cuando expresa grandes verdades en tangos ilustres y en particular en Cambalache, donde ve "llorar la Biblia junto a un calefón" y donde se dictamina "todo es igual, nada es mejor/lo mismo un burro que un gran profesor". La sabiduría popular, en suma, que es casi siempre infalible, porque es el resultado de miles de años de experiencias, de desdichas, de dolores, de esperanzas y no de 30 años de psicología moderna.

(Fragmentos de "Libros Elegidos"-Buenos Aires 1970)

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